La Noche De Los Orfelunios
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Por razones de tiempo y espacio, se omitieron ficciones ms recientes y otras de mucha extensin, que seguramente formarn parte en corto tiempo de otra obra, y los cuales en un futuro planeado a largo plazo, terminarn amalgamados a una coleccin de libros clsicos de la literatura latinoamericana.
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La Noche De Los Orfelunios - Victor Hugo Perez Nieto
Copyright © 2013 por Victor Hugo Perez Nieto.
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Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.
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ÍNDICE
Prefacio
Prólogo
ARATO LA HACIENDA OSCURA
CAPÍTULO I QUINTA GENERACION
CAPITULO II LA ESPERA DE BRONCE
LA NOCHE DE LOS ORFELUNIOS
CAPITULO I LOS QUE AUN NO SE HAN IDO
CAPÍTULO II DIARIO DE ANITA
CAPITULO III LA NOCHE DE LOS ORFELUNIOS
CAPITULO IV LA HIJA DESCONOCIDA
CAPITULO V DIARIO DE ANITA
CAPITULO VI EL SINIESTRO
CAPITULO VII REENCUENTRO
CAPITULO VIII DESPERTAR
CAPÍTULO IX DIARIO DE ANITA
Prefacio
Agradecimiento
A mis hijos:
Carlín, Mini y Luisa
PREFACIO
Victor Hugo Pérez Nieto, sin acento en la i de VICTOR, tal cual consta en mi nota de bautismo que coincide con el acta de registro civil, donde entre otras mentiras, consigna que mis padres presentaron a un recién nacido vivo
y salí más bien medio pendejo o a duras penas vivillo, pero de eso se vinieron a dar cuenta ya crecidito yo, por eso no corrigieron esa mentira, ni las otras, como donde dice que soy ciudadano mexicano, cuando a pesar que amo profundamente a México, en mi mundo no existen fronteras; si acaso debieran haber dicho marciano o selenita, ya de perdida lunático, pero solo mexicano me hace sentir como durazno en almíbar dentro de un frasco. Sí me gusta que mencionen que nací en Acámbaro, aunque dejé media infancia en el puerto de Veracruz de Ignacio de la Llave y la otra mitad en el primer congal a donde entré y marcó mi paso de puberto a adulto, que fue el extinto burdel Continental
a las afueras de Morelia, (todavía no se llamaban table dance esos templos del pecado y se les refería a ellos con su nombre original), cosa que también se debiera mencionar en el acta de nacimiento o por lo menos dentro del apartado de observaciones, para no olvidar donde perdió uno la virginidad.
Haciendo alusión a los nombres, a mi padre debió costarle un trabajo terrible escogerme uno, pues me puso el de él. No es que esté feo, pero a Víctor Hugo el poeta, lo relaciono con Benito Juárez el Mazón que se colocó al servicio de la Casa Blanca e impidió el desarrollo de las ideas de Michel Chevalier, para hacer de Latinoamérica una potencia capaz de frenar la expansión sajona. Me hubiese gustado más Heriberto, como mi abuelo quien sí era Juarista y colorado, sobreviviente del movimiento ferrocarrilero de 1959, pero que no me hace recordar desastres nacionales. Sin embargo cada quien juzga la historia como le plazca o la entienda, yo solo hablo ahora en relación con mi nombre y dejo los acertijos históricos para mis novelas.
Tengo 39 años y dice un tío que a los cuarenta se cae el trasero, se encoje la polla y lo único que crece es la panza, pero lo peor es que el hombre, bien hombre, macho, macho, termina por emputecerse. Estoy a tres meses de cumplir cuarenta y continúo sereno por dos razones: hasta el día de hoy no me ha dado por bailar good bye horses
en pelotas y envuelto en piel de mujer, además que a finales de este año también se acaba el mundo. Si los mayas aciertan, no alcanzaré a paladear el gusto de los supositorios sabor chocolate. Si se equivocaron, ya el día seis de enero les avisaré si pretendo poner las nalgas fuera del clóset.
Me gusta ver cuando las cumbres se pintan níveas en la Sierra Gorda, pero más me apetece cuando el invierno se quita su abrigo blanco, barre la nieve de la azotea y se pone tanga de hilo dental para recibir a la primavera, mi estación favorita. Me encantaría vivir en la República del Ecuador, pero en la mitad del mundo no existen estaciones, si das dos pasos para cruzar una línea pasas del invierno al verano en un solo segundo sin mirar la primavera que cabe apenas en medio paso. Triste realidad aquella, pero sentir en el Ecuador la primavera es más complicado que encontrar un político decente; tal vez eso me mantiene aún en México a pesar del clima violento que nos hace medio morir sobresaltados a diario, aquí donde desde hace años todos tenemos muchas historias de terror por platicar, sin darnos cuenta que el verdadero espanto estuvo en nuestra adaptación a la violencia, en la tolerancia que fue creciendo como resistencia a los antibióticos, hasta hacernos perder la capacidad de asombro y llegar al momento cuando como sociedad, rozamos el infierno con las plantas por haber olvidado crímenes que el estado de partido único cometió un día contra estudiantes, obreros y campesinos, pero hoy se han vuelto tan cotidianos e indistintos, que solo nos queda esperar ver cuando se mete un intruso a nuestro jardín para destruir lo que se llevó años sembrar.
Igual me gusta octubre (sobre todo si el otoño se pone temprano medias y comienza a bostezar hojarasca), por su luna regordeta que en más de una ocasión intenté cargar sobre mis hombros, hasta el día que un disco se me botó del espinazo y el médico me prohibió soportar cualquier tipo de peso, entonces también me deshice de temores, culpas e interdicciones sociales que cargaba sobre la espalda, así fue como comencé a escribir. Primero intenté ser poeta, o más bien dicho, creí serlo de niño, pero abandoné el oficio cuando descubrí que la poesía requiere más técnica que una operación de columna, además a esa luna regordeta que me inspiraba le dio por sentirse artista y volverse anoréxica, por eso comencé a buscar otros caminos.
De pintura poco entendía, sin embargo en música fui muy docto, hasta el día en que mi piano decidió pegar un salto de la camioneta de mudanzas y casi mata a una pareja ya de por si muerta de amor que estaba recostada en una banca haciendo no sé qué cosas, en el Jardín de las Rosas. Esa fue la epifanía de pelo largo con barba que me mandó a la escuela de filosofía y letras y a los enamorados al Hospital General sin un hueso sano, pero otra revelación materializada en un jalón de greñas de mi padre me sacó de ahí para raparme, rasurarme y me metió a la facultad de medicina. Soy un enamorado de la belleza, por eso amo a mi mujer, mas eso no me exenta de amar también a la mujer del prójimo como a Dios mismo, entonces decidí que sería cirujano plástico, para hacer más bello lo bello. De cirujano todavía tengo mucho, pero de plástico solo me quedó un condón que siempre cargo en el bolsillo izquierdo, por si acaso. Terminé dedicado a la traumatología y la ortopedia, con lo que subsidio el vicio de escribir, que más que un oficio es una enfermedad de necios, de la que nunca me pudieron vacunar las críticas y otras malas artes, como algunos premios literarios de los que he sido acreedor, pero que a la larga, pueden terminar por prostituirme el estilo al caer en las tentaciones de la plata.
Gusto en demasía del vino tinto, especialmente si se trata de un tempranillo de la Ribera del Duero, sin embargo no soy petulante, para mí la presunción te da una solemnidad tan ridícula como la que te daría un traje de casimir negro y corbata el domingo por la mañana, por eso al vino blanco y la champaña los comparo con jarabe contra la tos y la única vez que probé caviar regurgité pues me recordó el aceite de hígado de tiburón que me daba la tía Margot cuando niño, dizque con fin de curarme el empacho que me ocasionaba la mala manía que tenía de tragarme los papelitos donde escribía incipientes versos, para evitarles caer en manos de Maribel la vecina, el primer amor que tuve, tal vez de tanto jugar al papá y a la mamá en la alcoba y a quien estuvieron dedicados éstos, aunque no los leyó jamás por fortuna, no importó que se me haya tapado el fondillo con las diez libretitas de poemas, comidas sin condimentos.
También me considero pacifista mas no cobarde, al contrario soy adicto a los viajes y las emociones fuertes, sobre todo las más excitantes, como las que huelen a jabón chiquito y a alfombra de motel. Son pocas las cosas que callo y cuando guardo silencio no es por temor, sino por pecar de cortés. Y como intento ser buen cristiano, amo a Dios y