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La Magia de tu Amor
La Magia de tu Amor
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Libro electrónico134 páginas1 hora

La Magia de tu Amor

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Información de este libro electrónico

Es una chica encantadora, pero muy tímida, teme acercarse a la gente, porque su vida ha estado plagada de extraños accidentes.

Un giro del destino la lleva a trabajar en una empresa editorial, donde conoce gente que no solo la acepta y le toma mucho cariño, sino que al mismo tiempo la pone en el camino de encontrar a su verdadero amor.

Aunque haya sido el destino quien la ha llevado hasta allí, deberá aprender a amarse a sí misma. Solo así podrá defenderse y proteger su amor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 abr 2021
ISBN9781393286448
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    La Magia de tu Amor - Silvia Turcios

    El Despertar de la Magia

    silvia turcios

    Texto – 2020 silvia turcios

    Todos los derechos reservados

    íNDICE

    CAPÍTULO 1

    ESCRITORA

    CAPÍTULO 2

    LA ZONA DE CONFORT

    CAPÍTULO 3

    ENAMORADA

    CAPÍTULO 4

    ES MAGIA

    CAPÍTULO 5

    ENTRE AMIGAS Y BRUJAS

    CAPÍTULO 6

    MUNDO NUEVO

    CAPÍTULO 7

    CAPÍTULO 8

    CUESTIÓN DE HONOR

    CAPÍTULO 9

    CORAZONES ROTOS

    CAPÍTULO 10

    ¡AMOR Y MAGIA!

    EPÍLOGO

    TÍTULOS DE LA MISMA AUTORA

    CAPÍTULO 1

    ESCRITORA

    –E liana, don Roberto Valverde te espera en su oficina, desea hablar contigo –anunció Conchita, una señora de unos sesenta y pocos, delgada de facciones dulces y movimientos muy ágiles para su edad, su cabello blanco lo peinaba en un sencillo moño. Sus maneras eran atrayentes, todos en la oficina la querían mucho.

    Eliana alzó una mirada interrogativa por encima de su ordenador, era una chica de veintiséis años, piel trigueña, con rostro de hermosas facciones, labios gruesos y naturalmente sonrosados, cabello castaño lacio que usaba hasta los hombros, peinado hacia un lado y enormes ojos color ámbar, coronados por largas pestañas rizadas, muy hermosos, pero que reflejaban tristeza. Vestía jeans, aunque usaba zapatos formales de tacón mediano y chaqueta de color rosa pálido.

    –¿Para qué? –preguntó sorprendida.

    –No lo sé hija, será mejor que vayas y lo averigües tú misma –respondió Conchita, quien era la secretaria de las oficinas de la revista Temporadas, que era el lugar donde se encontraban.

    El corazón de la chica dio un vuelco, se puso de pie casi tirando su silla, era de mediana estatura con buena figura, a pesar de estar bastante delgada. Muy nerviosa, caminó rápido por los pasillos, tratando de no correr.

    ººººº

    −Vamos Eliana, tu abuelo te espera en su estudio −dijo su madre con la voz quebrada.

    La chiquilla estaba aterrorizada, temblaba mucho, no tenía idea de cómo había pasado ese accidente, aunque sabía por su corta experiencia de nueve años, que no le esperaba nada agradable.

    Tocó tímidamente a la puerta.

    −Pasa −tronó la voz de su abuelo.

    La niña entró con paso inseguro, con lentitud y se quedó de pie frente a él, cualquiera hubiera pensado que le haría una reverencia.

    −Te lo advertí, Eliana ¡Me has desobedecido! −rugió el hombre.

    La chiquilla no tenía ni idea de cómo había iniciado el fuego, estaba cenando con su familia, de seguro el candelabro había volcado, o las cortinas habían prendido solas, no se lo explicaba, pero sabía bien que no reconocer su culpa, era muchísimo peor.

    −Lo siento mucho, abuelo −dijo la niña con la voz en un murmullo apenas audible.

    −De nuevo has usado la maldad de tu corazón −sentenció el hombre.

    La niña solo bajó la cabeza, temblaba, pero sabía que lo que sucedería después era inevitable.

    − ¿Qué es lo que merece la maldad? −preguntó su abuelo.

    −Castigo −contestó sin dudarlo y sin levantar la cabeza.

    −Al cuarto de oración −ordenó el abuelo.

    La niña solo se resignó y caminó en silencio seguida por él. Era una habitación de paredes blancas, sin ventanas, tenía una cruz en la pared del fondo y en la pared de la entrada, había un clavo del que pendía un pequeño látigo.

    La pequeña, ya sabía lo que tenía que hacer, se puso de rodillas frente a la cruz, en el suelo. Aguantó el primer golpe sin un solo gemido, sabía que si lloraba o siquiera gesticulaba sería peor. Solo cerró los ojos, y se resignó al dolor, las lágrimas resbalaban por sus mejillas, pero se mantenía de rodillas, sin una queja, hasta que perdió el conocimiento.

    Cuando despertó en su cama, temblaba, pero esta vez de frío, se encontraba boca abajo, sentía la espalda en llamas, y su madre, con lágrimas en los ojos aplicaba pomada.

    −Debiste aceptar que fuera al internado desde el año pasado −escuchó decir a su abuela.

    −Es muy chica aun, mamá. No quiero que esté lejos −dijo Altagracia.

    −Pero esto no puede continuar así −insistió la abuela −además ese es el mejor lugar para alejarla de la maldad.

    −Pero...

    −Sin peros, Altagracia, gracias a tu padre, tu honor continúa intacto, bien sabes que divorciada, no podrías pertenecer al grupo.

    Altagracia se limitó a llorar en silencio, no quería separarse de su hija, ella misma había asistido ese internado de monjas y lo había odiado, pero jamás lo reconocería en público. Pero ahora, al ver a su hija desvanecerse otra vez y sin poder llamar al médico, decidió que estaría mejor allí, no tenía opción.

    ºººººº

    Eliana llegó a la oficina de don Roberto y se quedó parada frente a la puerta, pálida, petrificada.

    −Eliana, vamos hija −la apremió Conchita

    Tocó tímidamente a la puerta de Presidencia de la revista.

    –Buenos Días, Don Roberto –saludó Eliana –¿Quería verme?

    Roberto Valverde era un hombre mayor, probablemente unos sesenta y cinco años, alto y pasado de peso. De actitud afable, los años no parecían haber hecho mella en él y si no fuera por su sobrepeso se vería mucho más joven.

    –Sí hija, pasa, toma asiento –dijo cordialmente Roberto.

    Eliana se sentó tratando de ocultar su nerviosismo, pero Roberto era un poco distraído y no lo notó. Sobre su escritorio tenía los artículos que Eliana había escrito.

    –Tus artículos son excelentes, Eliana –dijo Roberto.

    Ella se ruborizó hasta la raíz del cabello, pero no pudo evitar sonreír nerviosamente, tenía más de un año de trabajar en la revista como editora, y hacía un mes Roberto le había pedido que escribiera unos artículos como prueba.

    –Eres muy buena editando –apuntó Roberto –pero pensé que alguien que ha estudiado literatura solo por pasión, podría ser una buena escritora, y, no me equivoqué. No por gusto estudiaste periodismo y también literatura.

    –Gracias, don Roberto –balbuceó Eliana.

    –¡Te felicito! Y a partir de este día trabajarás como columnista, escribirás artículos para la revista, ya avisé a Recursos Humanos, tu salario subirá acorde a tu nuevo cargo.

    –Muchas gracias –don Roberto –dijo Eliana, aún colorada, levantándose de la silla.

    –Sigue así, hija, tienes un gran talento, estoy seguro qué llegarás muy lejos –Eliana fue incapaz de hablar, se puso aún más roja, si eso era posible y solo atinó a asentir con la cabeza.

    Caminó de regreso a su cubículo, sentía que caminaba en el aire, se sentía irreal, como viviendo una historia de las que tanto le gustaba leer y escribir, iba recordando el tiempo que había pasado en esa empresa.

    ººººº

    Hacía veinte meses se había sentado en esa misma silla, frente a don Roberto Valverde, presidente de la revista Temporadas, aún era de los que le había pedido su currículo en físico, tenía la carpeta en la mano, durante la entrevista.

    –Bueno, eres periodista ¿Por qué estudiaste también literatura?

    –¡Los libros son mi vida! −había dicho sin dudarlo con los ojos iluminados −Me apasiona trasladar los pensamientos y los sentimientos por medio de la palabra escrita, puede ser que no sea muy comunicativa. Hablando, soy más bien tímida, pero con la escritura me abro al mundo –había contestado sonrojándose.

    Roberto había sonreído de manera paternal, había algo en esa chiquilla tímida que le despertaba ternura, su hoja de vida era impresionante y ella una chica encantadora, así que la contrató como editora.

    Roberto Valverde la presentó a Conchita, es decir Concepción Hernández, pero así la llamaban en la revista cariñosamente, ella había trabajado en la revista desde su fundación y seguía al pie del cañón, era el alma de las oficinas de la revista.

    Ella la llevó a la que sería su oficina y le presentó a sus compañeros de trabajo. En poco tiempo hizo una gran amistad con dos de ellos, Carmen Rodríguez de veinticinco años, también periodista que trabajaba como editora; era una muchacha alta, se veía fuerte, bronceada, tenía el cabello negro, rizado hasta media espalda.

    Román, de treinta y cinco años era un hombre delgado, alto y moreno, de carácter muy suave, estaba casado y tenía una hija de dos años, era hogareño y los amores de su vida eran su familia y la fotografía, trabajaba como fotógrafo para la revista.

    Eliana era tímida y reservada y siempre había tendido a aislarse, pero en Temporadas, al fin había encontrado en Carmen y Román dos amigos fieles y en Conchita una especie de madre sustituta. Esta mujer era una especie de madre para todos en la revista, aunque desde que llegó Eliana mostró un cariño especial por ella. Eliana era muy tímida y además no tenía familia.

    ººººº

    Llegó al área de oficinas y la estaban esperando Carmen y Román en el pasillo, Conchita llegó corriendo tras ella y la rodearon expectantes.

    –¿Qué pasó? –preguntó Carmen.

    –¿Qué te dijo? –interrogó a su vez ansioso Román.

    –Vamos, déjenla hablar –dijo Conchita.

    Eliana los miró a los tres, aún estaba sorprendida y su corazón latía a mil.

    –Ahora escribiré para la revista –dijo ruborizándose.

    –¿En serio? ¡Felicitaciones! –dijo Román.

    –¿Para eso te pidió los artículos? –preguntó Carmen.

    –Sí –dijo Eliana –aún no lo puedo creer.

    –Pero ¿Por qué no?

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