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La novia prestada
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Libro electrónico162 páginas1 hora

La novia prestada

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Información de este libro electrónico

La tranquila existencia de Nick Claiborne, un guapo y moreno detective que había decidido no enamorarse de las mujeres, se vio amenazada de repente por su nueva cliente, Analise Brewster.
Analise no solo insistió en ayudarlo a resolver el misterio del pasado de su prometido, sino que su belleza le hizo olvidarse de su promesa de mantenerse soltero y de que ella iba a casarse con otro...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 ago 2020
ISBN9788413487342
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    La novia prestada - Sally Carleen

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 1999 Sally B. Steward

    © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    La novia prestada, n.º 1150- agosto 2020

    Título original: A Gift For the Groom

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-1348-734-2

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…å

    Capítulo 1

    LA MITAD inferior del ardiente sol había desaparecido detrás de las montañas cuando Nick Claiborne atravesó la pista del aeropuerto de Rattlesnake Corners, Wyoming. Allí lo esperaba su avioneta, a la que llamaba afectuosamente Ginny.

    Había volado desde Dakota del Sur esa mañana y pasado el caluroso día de junio buscando a una mujer que hacía veinte años que se había mudado. Ahora tenía que volar a Nebraska a seguir con la búsqueda.

    En cuanto hubiese despegado y tuviese a Ginny en el aire, solo con las estrellas, podría relajarse. Siempre le pasaba igual cuando lograba volar. Al ser detective privado, no tenía demasiado tiempo para hacer eso. Ese caso, aunque resultaba frustrante en otros aspectos, al menos le daba esa posibilidad.

    Caminando alrededor de Ginny, completó la revisión de rutina, soltó las sujeciones, y subió por el ala hasta la puerta… que estaba ligeramente abierta. Qué extraño. Siempre tenía tanto cuidado en cerrarla con llave…

    Abrió la puerta de golpe, preparándose para subir y sentarse en el asiento que, tras tantos años de uso, ya se le había amoldado al cuerpo. Pero pasaba algo raro… su avión no solía oler a madreselvas.

    —¡Hola! ¡Soy Analise Brewster! Usted debe ser Nick Claiborne.

    Nick se quedó cortado.

    —¿Analise Brewster? —repitió—. ¿Mi cliente Analise Brewster? —preguntó, como si pudiese haber más de una.

    —Así es. Me alegro de verlo. Se hacía tan tarde que temía haberme equivocado de avión, excepto que este es el único aparcado aquí.

    Ella sacó un par de delgados pies calzados con sandalias color turquesa y luego unas larguísimas piernas doradas que medían al menos una milla. Llevaba pantalones cortos que le daban un aspecto increíblemente sexy, y una blusa de seda color turquesa que se le amoldaba a los senos redondos.

    Tuvo que hacer un esfuerzo para mirarla a la cara.

    De pie frente a él, casi con su misma altura, a pesar de que él medía más de uno ochenta, ella sonrió indecisa. Sus labios generosos se abrieron para mostrar los blancos dientes.

    ¿Qué hacía mirándole los labios de esa forma a una mujer que lo había emboscado en su propio avión… una mujer comprometida?

    Ella tendió una mano delgada y él la aceptó automáticamente, demasiado aturdido para hacer otra cosa, los dedos cerrándose sobre la suave piel.

    —¿Qué hace aquí? ¿Cómo se subió a mi avión?

    —Recibí su fax anoche —explicó ella—. Llamé a su oficina esta mañana y le dije a su secretaria que pensaba encontrarme con usted aquí, pero parece que no ha recibido el mensaje.

    —No. No he recibido el mensaje. No he hablado con la oficina hoy —dijo Nick, mirando el desierto aeropuerto—. ¿Cómo llegó aquí?

    —Me fui en coche hasta Tyler esta mañana y alquilé un avión. Y cuando llegué aquí usted ya no estaba, pero el hombre de dentro me dijo que este era su avión y que usted volvería ya que había tomado prestada su camioneta porque no había coches de alquiler, así que yo… esperé. En su avión, para que no se me escapara.

    Ella hablaba más rápido aún que lo que recordaba por teléfono, pero los cables y circuitos telefónicos no le habían hecho justicia a su voz. Él carraspeó e intentó aclararse la mente también.

    —No comprendo qué hace aquí.

    Durante un momento, ella pareció confundida y miró alrededor como si se sintiese sorprendida de encontrarse allí. Luego su mirada retornó a él y volvió a esbozar la sonrisa.

    —Pues, para estar aquí cuando usted encuentre a la mujer que le tendió la trampa al padre de mi novio, por supuesto.

    —¿Por qué? —se cruzó de brazos él.

    —¿Por qué? —pareció estar nuevamente confundida—. Me parece obvio.

    —Pues a mí no, así que, ¿por qué no me lo explica? ¿Qué motivo podría tener para viajar miles de millas a ver cómo arrestan a una mujer?

    Ella le dio la espalda y se inclinó para buscar algo en el avión. Nick intentó no mirar su redondo trasero con los pantalones cortos, pero no pudo hacerlo.

    Ella se enderezó, sacando una bolsa de viaje, de la cual, tras buscar un poco, sacó una cámara.

    —Podría sacar una foto —dijo—. Tal como le he explicado, lo he contratado a usted como regalo de boda para Lucas, mi novio. Pero no se lo he dicho todavía, ya que es una sorpresa, así que podría tomar una fotografía para probarlo, ¿comprende?

    —No —dijo él—. No sé a lo que se refiere. Acaba de inventarse lo de tomar una foto. Todavía no me ha dicho por qué está aquí.

    Ella volvió a meter la cámara en la bolsa, se la colgó del hombro, elevó la barbilla en son de desafío y lo miró directo a los ojos.

    —Tengo que estar aquí.

    Sus ojos eran decididamente verdes, incluso en la oscuridad creciente. No eran gris verdosos como el musgo, ni azul verdosos como el océano, sino verdes como las copas de los árboles en el verano cuando los sobrevolaba. Sintió la necesidad de sumergirse en sus profundidades, de asegurarle que no le importaba por qué había ido hasta él, que se alegraba de que estuviese allí.

    Se llamó al orden mentalmente. No era su estilo dejarse dominar por las hormonas de esa forma. Estaba molesto de que ella estuviese allí, no contento.

    —Abbie Prather no está aquí —gruñó, irritado de la misma forma consigo mismo que con ella—. Se mudó en 1976.

    —¡Oh, no! ¿Quiere decir que la hemos perdido? ¿Qué vamos a hacer ahora?

    Ella parecía tan desolada que sintió un deseo irracional de tranquilizarla, de solucionarlo, de cuidar de ella.

    Era un detective privado, a quien había contratado, tuvo que recordarse. Recoger información, conseguir datos, eso era lo que hacía. No se involucraba en los problemas de la gente.

    —Nosotros… yo, no la he perdido. Tengo su nueva dirección en Nebraska. Me iré esta noche para allí en cuanto usted se meta de nuevo en su avión alquilado y se vuelva a Briar Creek.

    —Ah, pues bien, verá… —comenzó ella, sin mirarlo a los ojos— mi piloto se ha tenido que volver a casa porque es el cumpleaños de su hijo, así que me iré con usted a Nebraska y entonces estaré con usted cuando encuentre a Abbie después de todo.

    —¡No puede hacer eso! —protestó Nick, sintiendo que el pánico lo invadía. Necesitaba su tiempo solo. No podía tener a un cliente pegado a la nuca, y menos todavía un cliente de largas piernas doradas y labios llenos.

    —¿Por qué no? —preguntó ella.

    —Mire, señorita Brewster…

    —Analise. Tendríamos que tutearnos si vamos a ir a Nebraska juntos en ese avioncito de juguete.

    —No vamos a ir a ningún lado en ese avioncito… en mi avión —Nick se pasó los dedos por el cabello y negó con la cabeza—. Abbie Prather no es una amateur. Robó veinticinco mil dólares del banco donde trabajaba, falsificó registros bancarios para incriminar al padre de su novio y obtuvo documentación para cambiar su identidad por la de June Martin. Eso lo hace alguien que sabe cómo jugar el juego. ¿Qué le hace pensar que se ha quedado en Nebraska más que un par de años? Le dije cuando acepté el caso que era muy difícil porque era muy antiguo.

    Analise se cruzó de brazos, levantando con ellos sus pechos, que se levantaron y quedaron apretados entre ellos, con la sedosa tela de la blusa marcando cada curva. Él había pensado que la noche veraniega estaba refrescando, pero eso fue antes de que Analise se cruzara de brazos.

    —No hay ni motel ni dónde alquilar un coche cerca de Casper —le dijo ella con firmeza—. El hombre de la oficina me lo ha dicho. Así que, a menos que pretendas que pase la noche en esta dura y fría pista donde probablemente hay serpientes de cascabel, tendrás que llevarme a Nebraska.

    Nick se dio cuenta de que ella tenía razón. Sus planes de un vuelo pacífico y solitario para relajarse salieron volando. No tenía alternativa. Levantó las manos resignado.

    —¡De acuerdo, de acuerdo! Te llevaré a Nebraska y mañana harás planes de cómo volverte a tu casa.

    —De acuerdo.

    —Y no vas a seguir conmigo de aquí para allá detrás de Abbie Prather.

    —Ya he dicho que de acuerdo, ¿qué te pasa?

    No estaba seguro de creerla. Sentía temor e ilusión a la vez por volar a Nebraska con ella en su avión. Eso era lo que le pasaba.

    —Siempre que quede claro que no estarás presente cuando encuentre a Abbie Prather.

    Ella no respondió.

    —Para eso me has contratado, así que mañana no vendrás conmigo y listo —dijo él, subiéndose al avión. Se sentó en su asiento, pero ya no le resultó tan cómodo, como si la intrusión de Analise lo hubiese alterado físicamente. Ella entró y se sentó junto a él, cerrando la puerta. Qué extraño que nunca antes se hubiese dado cuenta de lo pequeña que era la cabina, lo cerca que su asiento se encontraba de el del pasajero. Se ajustó el cinturón de seguridad y comenzó el rutinario chequeo, haciendo un esfuerzo consciente para ignorarla.

    En cuanto el motor comenzó a rugir, Analise sacó una bolsa de patatas fritas de esa enorme bolsa de viaje, la abrió y comenzó a comerlas ruidosamente.

    —¿Podrías hacer menos ruido? No puedo oír el motor.

    —Perdona. Me pone nerviosa volar, así que trato de distraerme.

    ¡Genial!

    —¿Tienes una chocolatina o algo un poco menos ruidoso?

    —Supongo que no tendrás ese mal genio de aquí a Nebraska, ¿no?

    —Pues sí —le aseguró—, y peor todavía. Por cierto, nunca me dijiste cómo te metiste en mi avión. Estoy seguro de que dejé echada la llave.

    —La abrí con una ganzúa —le quitó ella el papel a una chocolatina—. Tuve un novio en la universidad que me enseñó.

    —¿Saliste con un criminal?

    —¡Por supuesto que no! Richard era un policía de la secreta. ¿Quieres una chocolatina? Tengo muchas.

    —No, gracias —masculló él. Se le habían agarrotado los músculos del cuello nuevamente y sentía el dolor de cabeza amenazándolo detrás de los ojos.

    Intentó concentrarse en las cosas que le encantaba de volar, especialmente volar por la noche: la sensación de libertad, de aislamiento y serenidad. Durante las siguientes ciento y

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