Un fin de semana blanco
Por Christy Lockhart
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Shane Masters estaba frente a la mujer que había jurado no volver a ver jamás. Pero Angie solo recordaba su amor y él no podía negar que su ex mujer seguía encendiéndolo con una sola mirada. ¿Podría Shane, en el espacio de un fin de semana, perdonar a su perdida esposa y reclamar la promesa de estar juntos para siempre?
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Un fin de semana blanco - Christy Lockhart
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Christine Pacheco
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un fin de semana blanco, n.º 1015 - septiembre 2019
Título original: One Snowbound Weekend…
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-432-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
El hacha que Shane Masters sujetaba se quedó en el aire. Sus ojos debían estar gastándole una broma.
Era imposible que su ex mujer estuviera luchando contra una tormenta de nieve para llegar hasta él.
Pero Hardhat, el labrador de Shane, ladraba advirtiéndolo sobre la presencia de un extraño y, dejando el hacha sobre el tronco de madera, Shane entornó los ojos para comprobar si estaba alucinando.
Golpeada por el viento helado, Angie seguía abriéndose paso entre la nieve.
Si su presencia no despertara recuerdos tan dolorosos, tendría que admirar su valor.
Pero Shane había jurado que no volvería a verla. Cinco años antes había brindado por aquella determinación con una botella de whisky y nunca había mirado atrás.
Cuando Angie estaba a solo unos metros se abalanzó sobre él y Shane, instintivamente, la tomó en sus brazos. Pero no estaba preparado para el escalofrío de deseo que lo recorrió al apretar aquel tembloroso cuerpo femenino.
–Gracias a Dios he llegado a casa –murmuró ella. ¿A casa? Shane se quedó estupefacto. Angie no había vuelto a Columbine en cinco años–. Creí que no podría dar un paso más.
Cuando ella apoyó la cabeza en su hombro, su pelo castaño cayó en cascada sobre la cazadora de Shane y algo en su interior se calentó.
Shane no agradecía aquella reacción; no quería mostrarse vulnerable con la mujer que había roto su corazón cinco años atrás.
Hardhat ladró y Shane se obligó a sí mismo a soltarla. Angie lo miró entonces, con una expresión interrogante en sus expresivos ojos azules.
Shane vio entonces el corte que tenía en la frente, de un rojo vívido en contraste con su pálida piel.
–¿Qué te ha pasado en la frente?
–No lo sé –contestó Angie, haciendo una mueca de dolor–. Debo haberme golpeado con el volante del coche.
–¿Qué coche?
–Nuestro coche. El que compramos en Durango –dijo ella, concentrándose, como si le costara esfuerzo hablar–. Tenías razón. Necesita una nueva correa del ventilador. No sé qué ha pasado, pero cuando me desperté… estaba en el arcén.
Shane se dio cuenta de lo que estaba pasando. Angie había sufrido un shock.
Todas las airadas palabras que había soñado decirle se secaron en su boca.
–¿Has tenido un accidente?
–Creo que sí –murmuró ella, insegura. Shane la tomó en brazos, suspirando–. Estoy bien.
–Ya –dijo él, caminando a duras penas sobre la nieve.
–Sabía que tú cuidarías de mí.
Shane apretó los dientes. Cuidar de Angie era lo último que deseaba hacer.
Levantando la mano, ella acarició el hoyito de su barbilla, como había hecho la noche que se habían descubierto el uno al otro, cuando él le había enseñado lo que era la pasión…
Pero Angie no tenía derecho a tocarlo, ni física ni emocionalmente, después de divorciarse de él para casarse con otro hombre.
Hardhat iba corriendo alegremente delante de ellos.
–¿Cuándo hemos comprado un perro?
–¿Qué?
–No recuerdo… –empezó a decir Angie. Algo más helado que la nieve recorrió la espina dorsal de Shane–. ¿Cómo se llama?
–Hardhat.
–¿Y por qué no sabía yo…?
Shane abrió la puerta de la cabaña. Al menos, Angie recordaría la casa. La había alquilado el día antes de la boda para tener un sitio al que llamar hogar, en lugar de la caravana en la que vivía con su hermana Sarah.
Había comprado la cabaña cuando Angie se marchó, no por nostalgia, sino para que fuera un recordatorio constante de que las mujeres rompían corazones y destrozaban hogares.
Una vez dentro, Shane cerró la puerta de una patada.
–Tienes que quitarte la ropa, estás empapada –dijo, dejando a Angie sobre el sofá y quitándose los guantes. Hardhat inmediatamente tomó uno de ellos y se lo llevó en la boca, triunfante.
–¿Dónde está Sarah?
Shane hizo una mueca. Su hermana llevaba dos años en la universidad.
–Con unos amigos –mintió.
Angie no dijo nada. Sus manos, heladas por la exposición a los elementos, temblaban mientras intentaba desabrocharse la cazadora.
¿Para qué habría ido a su casa? ¿Y cuántos kilómetros habría recorrido bajo aquella tormenta de nieve?, se preguntaba Shane. No quería que las respuestas le importasen, pero así era.
Ella temblaba de forma incontrolable y, apartando sus manos, Shane desabrochó la cremallera.
Y entonces, iluminado por el fuego que crepitaba en la chimenea, vio un colgante sobre su pecho.
Shane tragó saliva.
Sin poder evitarlo, lo levantó para mirarlo de cerca, recordando…
Había sido durante la cuarta cita. Él era joven, pobre, idealista. Ella era joven, rica y… diferente de otras mujeres.
A Angie le había encantado la hoja de álamo bañada en oro. Y para Shane, comprar aquella joya había sido el equivalente a comprarle la luna. Lo había dejado sin blanca.
Ella había protestado, diciendo que debería ahorrar para su nueva empresa y que estar con él era todo lo que necesitaba, pero él insistió en que aceptara el regalo.
Y, cinco años después, ella seguía llevando aquel recuerdo del tiempo que habían pasado juntos. Asombroso.
–¿Ocurre algo?
–¿Qué? –preguntó él, con voz ronca.
–Tienes el ceño fruncido.
–No me pasa nada.
Con una suavidad que no sentía por dentro, Shane le quitó la cazadora y cuando la miró, acurrucada en el sofá, temblando de frío…
Murmurando una maldición, echó dos troncos en la chimenea para avivar el fuego y después se puso de rodillas frente a ella. Sus zapatos estaban empapados y cuando le quitó los calcetines descubrió que llevaba las uñas de los pies pintadas de rosa. Angie nunca se había pintado las uñas de los pies…
Shane intentó apartar de sí aquellos pensamientos. Angie había dejado de importarle.
Tenía los vaqueros mojados y sabía que debía quitárselos, pero no pensaba hacerlo. Tomando una manta que había en el respaldo del sofá, se la puso sobre los hombros.
–Gracias –murmuró ella.
Shane revisó la herida que tenía en la frente. El corte no parecía profundo, pero había que limpiarlo.
–Tengo que llamar al doctor Johnson.
–¿El doctor Johnson? –repitió ella–. ¿Y el doctor Kirk?
–Se retiró –murmuró Shane–. Volveré enseguida.
Shane llamó por teléfono y le explicó la situación al médico, incluyendo el hecho de que Angie no recordase que estaban divorciados.
–Puede que Angie esté sufriendo amnesia postraumática –opinó el doctor Johnson.
Amnesia. Shane se quedó sin aire en los pulmones.
–Tiene que verla inmediatamente.
–Si intentas traerla aquí con esta tormenta te arriesgas a tener otro accidente.