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Salvada: Salvada, #1
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Libro electrónico295 páginas4 horas

Salvada: Salvada, #1

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Información de este libro electrónico

“Un apasionado cuento de amor durante la guerra de Iraq.”

 —“Eckhart lo golpea a uno fuera del ring con esta gran historia.” RT Book Reviews

 —“¡Raptado! Está bien, así me tienes desde la primera página”Katy M.

 —“Dios bendiga a nuestros hombres en uniforme! Se necesita una tragedia horrible, pero real y muestra cómo el amor puede ser un verdadero sanador. ¡Necesitamos más hombres como el Capitán!” Reviewer, Spring Hale

“Al crecer soñé de que algún día me enamoraría, me casaría y formaría una familia. Entonces, una noche me llevaron. Pero sobreviví, escapé y fui salvada. Eric no me vio como algo dañado. Él no vio a mi bebé como un monstruo. Él me protegió, me mantuvo a salvo ... me salvó.”

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 feb 2019
ISBN9781547568611
Salvada: Salvada, #1

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    Salvada - Lorhainne Eckhart

    Salvada

    Información sobre Derechos de Autor

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    Este libro electrónico tiene licencia para su disfrute personal solamente. Este libro electrónico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, compre una copia adicional para cada destinatario. Gracias por respetar el trabajo duro de este autor.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, los lugares y los incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o lugares, es una mera coincidencia.

    SALVADA COPYRIGHT © Lorhainne Ekelund, 2013, All Rights Reserved

    Originally titled The Captain’s Lady

    COPYRIGHT © Lorhainne Ekelund, 2008, The Captain’s Lady All Rights Reserved

    Salvada

    La serie Salvada

    Lorhainne Eckhart

    Translated by

    Claudio Valerio Gaetani

    Translated by

    Silvia Ruiz

    www.LorhainneEckhart.com

    Contents

    Salvada

    Prólogo

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Capítulo Trece

    Capítulo Catorce

    Capítulo Quince

    Capítulo Dieciseis

    Capítulo Diecisiete

    Capitulo Dieciocho

    Capítulo Diecinueve

    Capitulo Veinte

    Capitulo Veintiuno

    Capitulo Veintidós

    Capitulo Veintitrés

    Capitulo Veinticuatro

    Capitulo Veinticinco

    Capitulo veintiséis

    Capitulo Veintisiete

    Capitulo Veintiocho

    Capitulo Veintinueve

    Capitulo Treinta

    Capitulo Treinta y Uno

    Capitulo Treinta y Dos

    Capitulo Treinta y Tres

    Epilogo

    Siguiente en la serie Salvada, desaparecida.

    Lee un extracto de DESAPARECIDA

    About the Author

    Salvada

    La serie Salvada

    Un relato apasionado de amor durante la guerra de Iraq.

    Eckhart te deja maravillado con esta gran historia.

    RT Book Reviews

    ¡Me atrapaste! Está bien, Katy, me cautivaste desde el inicio.

    Katy M.

    Dios bendiga a nuestra milicia! Aborda una tragedia horrible, pero real y muestra cómo el amor puede ser una forma real para sanar. ¡Necesitamos más hombres como el Capitán!

    Reviewer, Spring Hale

    Al crecer soñaba que algún día me enamoraría, me casaría y formaría una familia. Entonces, una noche me llevaron. Pero sobreviví, escapé y fui salva. Eric no vió el daño en mí. Él no vio a mi bebé como un monstruo. Él me protegió, me mantuvo a salvo... Él me salvó.

    Prólogo

    Al norte del Golfo Pérsico

    Hubo un momento justo al amanecer, en que la oscuridad se separó rápidamente, de forma muy similara abrir una cortina abriéndole paso al nuevo día. En una mañana típica, esto era acogedor, una señal de un nuevo viaje que esperar, pero para Abby, hoy bien podría ser el último día del resto de su vida. Ella lo sabía, lo sentía hasta el tuétano, pero también tenía esperanza.

    Mientras miraba los destellos naranja y amarillo brillantes en el borde del agua, se preguntó si quizás hoy sería diferente, quizás y hoy tendría una oportunidad, quizás y hoy finalmente lo lograría. Había llegado tan lejos en contra de todos los pronósticos, así que solo necesitaba esperar un poco más. Apoyó su cabeza contra el lado rígido de lancha la lancha neumática y se estremeció por debajo de la abaya oscura, húmeda y pegajosa por su propio sudor. Estaba tan húmedo, el aire denso y pesado, que se le dificultaba respirar mientras vislumbraba las millas y millas de agua abierta, aún sin tener nada a la vista. Con suavidad palpó con su lengua la comisura de sus labios inflamados y agrietados. Sentía tanta sed que habría hecho cualquier cosa por una taza de agua fresca. Era doloroso, horrible, tener tanta sed, porque era en todo lo que podía pensar. Tener a la vista millas de agua abierta únicamente la provocaba. ¿Cuánto tiempo podría permanecer sin agua antes de que su cuerpo comenzara a desfallecer? El rocío que se adhería al costado lanchade la lancha brillaba como un puñado de diamantes, y, similar a una mujer hambrienta lo lamió con su lengua y se atragantó por el sabor a sal. Volvió a dejar caer su cabeza hacia el costado.

    Se sentía tan cansada. Había vivido atemorizada por tanto tiempo, que aquello se había convertido en su compañero constante, manteniéndola alerta, despierta al instante, como si su alma supiera que no era seguro dormir. Como de costumbre, lo sintió salir de la nada, el zumbido que la atravesaba, manteniendo su cuerpo y mente al borde de la razón. Ella no podía descansar, aunque lo necesitaba. Abby se asomó por el costado, sus ojos le ardían entre las sombras, y con los ojos entreabiertos, se preguntaba si estaría viendo cosas. ¿Estaba viniendo él por ella? ¿Era eso un lancha en el horizonte? Se pasó con fuerza las palmas de sus manos por los ojos y volvió a mirar, y por un minuto dejó de respirar, moverse , pero no pudo detener el ruido sordo de su corazón. Tenía una mente propia y retumbaba tan fuerte en las paredes de su pecho, que creyó que se le fracturarían las costillas. Esperó y volvió a parpadear.

    —Es tan solo agua. Vamos, agárrate. Le dolía al hablar, pero ella necesitaba creerlo. No obstante, aquellas palabras de valor no la convencían del todo, porque tan solo era cuestión de tiempo, y el tiempo jugaba a su favor, hasta que él la encontrara. Sabía que él la buscaría hasta los confines de la tierra hasta encontrarla. Él nunca dejó ir lo que era suyo, nunca.

    Abby no tenía la menor idea de dónde se encontraba, mientras flotaba sin ningún remo. Estar a completa merced de las olas únicamente significaba una cosa más de la que no tenía el control. A cada minuto que el sol se elevaba más alto, podía sentir el calor elevarse. A la intemperie era tan intenso, elevándose como si alguien hubiera encendido un horno, acumulándose lentamente hasta sentir que desbarataba sus pulmones mientras luchaba por cada respiro del aire que era tan denso y húmedo que incluso juraría que a un cuchillo se le dificultaría rebanarlo. De la nada, una fuerte ráfaga de viento sopló desde el noroeste, bamboleando la lancha hacia arriba y sobre las olas, y por un momento la brisa fue inesperada y bien recibida. Luego, la lancha rebotó con mayor rapidez, más alto, moviéndose a través del agua y estrellándose al caer en tanto que el agua golpeaba los costados, lo cual la despertaba para recordarle que aún no estaba a salvo. En cualquier minuto, él podría aparecer en el horizonte y no había ningún lugar para esconderse. Tal vez haya sido ésa la razón por la que ella no pensaba mientras se dejaba caer y se acurrucaba sobre su costado. Un punzazo ardiente se le clavó entre las costillas, disparándole fragmentos de fuego que la atravesaban, y se mordió los labios, brotándole sangre mientras luchaba por no gritar. —No te muevas, quédate quieta y estarás bien—, se susurró a sí misma y jadeó resoplos de aire. A pesar de que no había nadie que la escuchara respirar, seguía sintiendo miedo.

    La destreza por la que había sobrevivido, mantenerse siempre en guardia, no la dejaba quedarse quieta, así que se asomó de nuevo, con los hombros tensos y contracturados severamente que le comenzaba a palpitar la cabeza,. En este momento, no podía pensar en el mañana, solo en el presente, porque su futuro no era nada tangible: era una partícula de cenizas que podía desintegrarse en un instante. Ella acarició con sus manos secas y agrietadas su vientre redondo y parpadeó para contener las lágrimas. En esos momentos, su futuro no se parecía nada al esperado para una madre y su hijo. Tendría que haber sido un momento mágico cuando Abby soñabacon sostener a su pequeño bebé, susurrándole su amor mientras planificaba su futuro. Pero, ¿qué posibilidades de un futuro podría tener su hijo?

    Si es que fuera un niño. Para una niña, no existía esperanza. Ni aquí, ni ahora. —Un día a la vez, Abby—. Se desvistió de la abaya oscura y tquitó con sus manos el algodón azul pálido de su vestido suelto. El frente estaba salpicado de sangre, y no podía recordar si era la suya.. Si no lo era ... podría muy bien venir a desear estar muerta. Su cuerpo parecía seguir a su mente puesto quecomenzó a temblar y no podía detenerse. Éste tenía demasiada adrenalina y ella reconocía que su lucha o su instinto para volar habían sido todo lo que la hacían mantenerse huyendo por tanto tiempo. Mientras alzaba la vista hacia el cielo azul, se preguntaba acerca de lo inevitable y si tendría el coraje para saltar al agua cuando llegara el momento. ¿Podría hacerlo y permitir que el peso de la abaya la halara a lo profundo? Ahogarse sería mejor que la alternativa, si es que llegara a tener el coraje de hacerlo, de terminar con su vida y también con la de su bebé.

    —¿Cómo sobreviviré a esto?— Deslizó su lengua por encima lo inflamado de su labio inferior. Estaba partido, y ella saboreó la sangre reseca. —Puaj—. Ella lo tocó con sus dedos, y altirar de ellos hacia atrás, se quedó observando la sangre fresca. Se presionó la boca con su puño. —Shh—, susurró, pero estaba tan cansada que no creyó poder permanecer despierta por mucho tiempo. Sin embargo, debía mantenerse despierta y vigilante, aun cuando no tenía ni idea de qué hacer si veía su lancha. Le dolían los ojos y juraría que arena le cubría la esclerótica desus ojos. Cuando los cerró, el interior de sus párpados le razguñaba los ojos como cristales rotos. Cerrarlos parecía casi peor, pero sus párpados se volvían tan pesados que le dolía mantenerlos abiertos, así que se dio un minuto, y luego otro, hasta que el calor y una luz brillante la rodearon, y por un momento se sintió en paz. Volvió a respirar una vez, y otra vez, hasta que no hubo nada más.

    Capítulo Uno

    Las alarmas sonaron y zumbaron una y otra vez, cada vez más y más fuerte. Retumbaron las pisadas que subían la escalinata y las escaleras en tanto las luces de emergencia destellaban por los pasillos. El navío destructor de quinientos pies se había abierto camino a través de las aguas del norte del Golfo Pérsico, y el rugido de los motores versus el poder del agua golpeteando y vibrando contra el casco de acero tenía todos sus instintos zumbando y listos para reaccionar al instante. La velocidad de este barconavío podía permitirles con facilidad atrapar con facilidad a su enemigo. El capitán Eric Hamilton apoyó su mano sobre la pared mientras agachaba la cabeza mientras caminaba sobre el puente de su barco, el navío estadounidesnse Larsen. Conforme Hamilton se movilizaba, lo tomó todo y su tripulación prestó atención. El gritaba, comandaba y ordenaba y nunca consideró si podría herir los sentimientos de alguien. Esta era la Marina de los EE. UU.y el no consentía a su tripulación. El esperaba lealtad, y su tripulación haría lo que él esperaba de ellos o se encontrarían con el lado equivocado de un hombre al que muchos temían. Curiosamente, el saberse temido por su tripulación no le molestaba en absoluto.

    Para cuando terminó de cruzarel puente, los vellos de su nuca se le habían erizado como alambres filosos que le provocaron un escalofrío, una advertencia que lo mantuvo en alerta. Era una advertencia que le había salvado la vida una y otra vez, una advertencia con la que vivía, y juró morir antes que ignorarla. La tripulación estaba nerviosa, alerta. Siempre podía notar el cambio en sus voces. Gritaron más alto que la alarma que seguía zumbando una y otra vez, con los ojos muy abiertos. Con una reacción instintiva ante el chasquido de sus dedos, su tripulación que saltó como uno solo para responder. Eric podía sentir la adrenalina de todos ellos bombeando. Todos estaban en sus estaciones. A pesar de que la humedad había alcanzado su punto más alto a esa hora tan temprana del día, sabía que las gotas de sudor que rodaban por su espalda y le empapaban la camisa eran por estarse adentrando a lo desconocido.. Esta maldita guerra a su alrededor lo mantenía entusiasmado y con la adrenalina aumentándole como una inyección de cafeína fuerte. Él vivía para esto y no podía imaginarse de otra forma. Para él, esto era lo normal. Él amaba esto, la vida y la muerte, el poder en sus manos y bajo su mando.

    Para cuando llegó a las ventanas que abarcaban el ancho del puente, le habían puesto los binoculares en la mano. Hasta ese momento, él no había dicho una sola palabra, puesto que sus oficiales sabían sus papeles y funciones.

    —Capitán, hay una balsa justo al lado de estribor. Desde aquí no puedo distinguir si hay algo o alguien en ella. El teniente comandante Joe Reed se acercó por detrás. El hombre era el buen amigo de Eric y el actual Segundo Comandante de este despliegue.

    No necesitó volverse cuando alzó los binocularesbinoculares y dirigió la vista sobre la lancha negra que parecía vacía a primera vista, mientras se bamboleaba sobre las olas. Por un momento, se sintió mareado, y el pulso aún le latía más fuerte y más rápido cuando la idea del navío bombardero estadounidense Cole se le vino a la cabeza. No, no podría ser de nuevo eso. Él no dejaría que eso sucediera.

    Le echó un vistazo a Joe, quien estaba a su lado. —¿Hacia qué rayos nos estamos dirigiendo?—

    Joe sacudió la cabeza. Él nunca era alguien que hablara sin que fuera su turno o por suposiciones Joe era la mano derecha de Eric y la mayoría de las veces era la voz de la razón entre él y la tripulación, y casi para todos los demás.

    Eric levantó los binocularesbinoculares una vez más y se le quedó viendo fijamente a la lancha negra. Él no sabía qué esperar.

    —No tenemos ningún informe de una embarcación en peligro en el área, Capitán—, anunció el Oficial de Comunicaciones.

    Eric entrecerró los ojos, pensando. —¿Qué hay de los barcos pesqueros?—, espetó.

    —No, señor, no hay informes—.

    Volviendo a mirar una vez más a su primer oficial, temió por lo que tenía que hacer. —Envíen a un equipo de rescate para verificarlo—, vociferó mientras le pasaba los binocularesbinoculares a uno de los miembros de la tripulación y se alejó del puente, analizando cada paso, y dirigiéndose directamente al punto de lanzamiento de la embarcación. La tripulación se apresuraba a su alrededor, golpeando los pies contra la cubierta. . Todos ellos conocían sus roles, lo que se esperaba y no habían dudas. Joe corrió a su lado, y observaron cómo el pequeño y rígido casco de la embarcaciónde rescate, con su tripulación a bordo, caía al agua y aceleraba en direcciónhacia la lancha.

    En ese momento, los latidos de su corazón se estrellaba dentro de su pecho, tan fuerte y recio que miró a Joe, preguntándose si acaso él podía escuchar los fuertes latidos que retumbaban en sus oídos. Gotas de sudor le corrían por la frente, la espalda, debajo de sus brazos, y la camisa de manga corta color café claro se le pegaba a la espalda.

    En ocasiones, odiaba no saber, porque tenía que pensar rápido y responder igual de veloz. Su trabajo era una relación de amor-odio, de hecho, un matrimonio, el único que tendría y sin el cual nunca podría vivir.

    —Entonces, ¿qué piensas?— Joe se apoyó en la barandilla, mirando fijamente al equipo, y luego se llevó un par de binoculares a los ojos.

    —No lo sé, maldición. Ojalá lo supiera. No me gusta enviarlos de esta forma. Quizás me tuve que haber ido.

    —No es su trabajo, Capitán. Usted debe permanecer en el barco. Deje que los hombres hagan lo que necesitan hacer. Ellos están entrenados para esto; tu no. .—

    Eric sabía que Joe tenía la razón, pero nunca lo admitiría. No le gustaba que nadie le dijera lo qué debía hacer, incluido Joe. Esta actitud era un desafío en la Marina y había metido a Eric en más problemas de los que podía contar.. —Tal vez sea así, pero aquí todavía sigo siendo el capitán—, afirmó, principalmente porque él siempre tenía la última palabra, y alargó la mano y le arrebató los binocularesbinoculares a Joe.

    —Tienes razón, Capitán, lo eres, y por ello, necesita liderar a la tripulación de este barco—.

    Esta vez, Eric solo miró a Joe. Joe debió haber retrocedido, disculparse, pero cuando Eric se dio vuelta, también supo que Joe era el único que nunca reaccionaba con temor ante él, el único que podía hablar con él de esa manera y salir bien librado. Volvió a levantar los binoculares y estudió, sin poder hacer nada a esa distancia, como el equipo de tres hombres se aproximaba y luego aseguró la lancha. Si algo salía mal, no había nada que pudiera hacer desde allí. Esta parte era la que realmente odiaba, mientras esperaba con inquietud el intestino se le estrujaba con fuerza y la tensión le anudándose a lo largo de sus hombros hasta que estuvieron tan contracturados que su cuello le comenzó a palpitar.

    La radio que Joe sostenía crepitó: —Hay alguien aquí dentro;una mujer, y ella está en muy mal estado—.

    Eric no sabía qué pensar, pero también sabía que con la situación hostil en el área, esto podía ser cualquier cosa. Le quitó la radio a Joe. —Si es un cuerpo, no lo toquen—. Podría ser una trampa. Verifiquen si hay cables o cualquier cosa fuera de lo común.

    La línea chasqueó con estática. —Capitán, ella todavía está respirando. No veo nada en ella, —siseó la voz en tono grave. . Eric le asintió con la cabeza a Joe y le entregó la radio.

    —Tráiganla devuelta. Aseguren la lancha —, ordenó Joe.

    Eric observó la escena mientras dos miembros de la tripulación levantaban un cuerpo. Él sabía que los otros tripulantes estarían buscando cables o trampas, cualquier cosa inusual. Luego la trasladaron hacia la pequeña y rígida embarcación de rescate.

    —Alguien traiga al Teniente Saunders a la cubierta—, le gritó Eric a un miembro de la tripulación. En este momento, se sentía agradecido de que el Teniente Larry Saunders, el Oficial Médico Superior de la compañía Vincent Carrier, estuviera aún a bordo y hubiera programado esa semana para entrenar a los médicos del hospital a bordo. —¡Súbanla a bordo!—

    Las tripulantes gritaban y trabajaban mientras que otro equipo bajaba para asegurar la lancha. La tripulación rondó, las manos se extendieron, y el equipo bajó a una mujer a la cubierta. Eric observó y estudiaba la escena, pero no podía creer lo que estaba viendo. Estaba empapada y llevaba pues un pesado vestido azul como saco. Estaba descalza, y era un desastre total. Una manta la cubría.

    —Retrocedan. ¡Déjenme pasar! —El Teniente Saunders era un hombre fornido, de mas o menos una estatura promedio. Era mucho más bajo que Eric, quien medía más de seis pies. Larry empujó por entre toda la testosterona, apiñándose alrededor de la joven. —Necesito algo de espacio aquí—, dijo en voz fuerte mientras se ponía de cuclillas junto a ella.

    —Todos los que no necesiten estar aquí, regresen a sus estaciones—, le gritó Joe a la tripulación, que empujaban y abarrotaban a la mujer.

    Eric se acercó y se paró justo detrás de Larry, estudiando su rostro. Parecía joven, y tenía los ojos cerrados, pero eran los moretones en su cara, su labio inflamado y agrietado, con sangre seca encostrada, lo que le hizo enojar.

    Ella echó la cabeza hacia un lado. —Ohhh—, murmuró. Sus párpados se tensaron mientras luchaba por abrirlos.

    —Tranquila, tómalo con calma.— Larry apoyó su mano sobre su hombro mientras ella movía su cabeza hacia un lado, parpadeando, sus ojos mirando hacia el cielo y luego aferrándose a Eric. Por un minuto, parpadeó y alzó su brazo. Cuando intentó de moverse, gritó.

    —No te muevas. ¡Necesito una camilla aquí! —gritó Larry.

    Eric la miró a ella y a sus grandes ojos, que parecían confundidos y en pánico, como si no pudiera entender nada.

    —¿Do…dónde estoy?— Su voz estaba seca y garrasposa, y luego tosió.

    —Tráiganle un poco de agua—, le dijo Eric a un marinero. Se puso de cuclillas a su lado en tanto el doctor se retiraba. Eric rozó su mano sobre el hombro de la mujer cuando ella se le quedó viendo con los ojos desorbitados desde los ojos azules más increíbles que jamás había visto en su vida. —Va a estar bien.—

    —¿Eres un ángel?—, le dijo ella.

    ¿Que demonios? Eso no era lo que él esperaba. Antes de que pudiera responder, una voz engreída gritó desde el grupo de marineros detrás de él, —Oh, ese definitivamente es un nombre con el que nunca lo habían llamado..— Varios otros se rieron entre dientes y Eric estuvo tentado a patearle el trasero a algunos, aunque no podía descifrar cuál de todos ellos lo había dicho.

    Se cubrió la rodilla con el otro brazo y se pasó una mano por la mandíbula, sintiendo el vello erizado que aún necesitaba afeitarse. —Soy el capitán Hamilton de la Marina de los EE. UU. Estás a bordo de mi barco, el Navío estadounidense Larsen. Recuperamos tu lancha de la proa a estribor. ¿Puedes decirnos de dónde vienes, qué hacías ahí afuera?

    Ella entrecerró los ojos que parecían tan frágiles. —¿La Armada de los Estados Unidos, la Armada de los Estados Unidos?—, preguntó en una forma que casi suplicante mientras las lágrimas le brotaban y trazaban un camino por los lados de su rostro. Ella se las secó y luego su nariz. —¿En verdad, estoy a salvo?—

    Eric miró por encima del hombro a Joe, que también la observaba. Era obvio que él tampoco sabía qué hacer con ella. Su mano le temblaba, así que Eric la tomó entre las suyas para tratar de calmarla, y ella se aferró con fuerza de una manera que lo sorprendió para alguien en tan malas condiciones. —¿Cuál es tu nombre, cariño?—

    —Abby. Mi nombre es Abby —, dijo, su voz seca y áspera.

    —Abby, estás a salvo y bajo la protección de la Marina de los EE. UU.—

    —Capitán, por favor—. El teniente Saunders se movió a su otro lado. —Abby, toma un trago de agua—. Él le levantó la cabeza y se llevó la taza a sus labios. Ella intentó engullirlo, pero Larry se lo quitó antes de que se lo tragara todo. —Despacioooo ahora. Tómatelo con calma o te vas a enfermar —.

    —¿Cuánto tiempo estuve ahí afuera?— Ella se escuchaba sin aliento.

    —Esperaba que tú pudieras decírmelo—, dijo Eric, mientras ella lo seguía buscando, con sus ojos puestos en él. Ella negó con la cabeza, y entre sus cejas aparecieron unas arrugas . Obviamente ella estaba pensando. Eric le miró a los ojos, estudiándola para ver si esto era un truco, un juego.

    —No lo sé. No podía permanecer despierta. —Su voz tembló, y ella luchó por apartarse y sentarse.

    —So, no te muevas.— Eric le bajó los hombros. —No, solo recuéstate quieta, Abby—.

    —Abby, tengo que bajarte y echarte un vistazo, asegúrarme de que estás bien—, dijo Larry. Dos tripulantes pusieron una camilla al lado del capitán, y él se apartó

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