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Sueños De Dragón
Sueños De Dragón
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Libro electrónico359 páginas5 horas

Sueños De Dragón

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Información de este libro electrónico

Una profesía de asesinato. Una elfa perseguida por dragones. Un hombre que arriesga todo para salvarla. Nachal es un humano que no debería tener sueños proféticos, es decir sueños de dragón. Sin embargo los tiene. Cada noche sueña con una elfa que atraviesa llamas corriendo en un intento de dejár atrás a Obsidian, el Dragón Rebelde. Cada noche la ve caer. La ve cerrar los ojos. Siente cómo su corazón late más despacio y luego se detiene. Cada noche, a través de la conexión del sueño, muere con ella. Es un círculo vicioso que no puede controlar y que lo está volviendo loco lentamente. Auri es una elfa que fue criada por un poderoso Rey humano con quien no comparte lazos sanguíneos. Quedó abandonada tras la muerte de su madre en la isla élfica de El`dell y desea forjar una vida entre los humanos. Su viaje la lleva a su tierra natal: un lugar donde hay una traición inolvidable y un milagro que podría salvarle la vida. Juntos, se ven envueltos en una conspiración en la que sus destinos están interconectados. En la que el amor nace como una consecuencia de un gran sacrificio, y el único camino hacia la victoria es atravesar llamas abrasadoras provenientes de un dragón.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 mar 2015
ISBN9781507102084
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    Vista previa del libro

    Sueños De Dragón - Dusty Lynn Holloway

    Cambio

    Sueños de dragón

    Las crónicas de la Luz y la Sombra

    Libro 1

    Otras obras de Dusty Lynn Holloway:

    Lazos de dragón (Dragon Ties)

    ~Dedicatoria~

    Este libro está dedicado a aquellos que se niegan a darse por vencidos. A quienes nunca dejan de luchar y siguen adelante aunque sientan que no pueden dar un paso más. Éste va para ustedes.

    Prólogo

    Duermes en mi sombra en busca de mi alma.

    Vives en mi corazón protegido y en paz.

    Eres parte de mi vida, para siempre.

    El rojo amanecer de la guerra colisiona con la marea. Desciende la oscuridad y las sombras cobran vida.

    Grito tu nombre. Te veo al otro lado del campo de batalla; me estás llamando. Hay muchos entre nosotros que nos separan.

    Alejo la mirada hacia el mar. Las olas avanzan. La marea se acerca, aumenta, crece, gana terreno.

    Elevo un brazo y observo el cielo. Silencio. Un susurro. Lágrimas que caen. Líquidas, recorren mi cara, se deslizan por mis mejillas sucias y mueren en mi ropa ensangrentada.

    Levanto mi otra mano. El tiempo se acelera y galopa al igual que mi corazón mientras espero el golpe final... pero no llega. He congelado el momento, y el arma blanca que estaba dirigida a mi corazón perfora el suyo.

    Los gemidos ahogan mi pecho mientras observo el metal que sobresale del suyo. Resplandece como el sol naciente. Sus ojos también están congelados; su mirada fija en la mía. No luce sorprendido. Caigo de rodillas y mis lágrimas se multiplican.

    Escucho tu voz. Aúllas, no, gritas. Es un grito de dolor y angustia, de desesperanza y terror. Tu grito se cuela por mis huesos y se filtra por mis venas. Permanece como un eco infinito en mi mente.

    Perdón.

    No me vuelvo para mirarte, sino que observo fijamente los ojos que están clavados en los míos. Dejo caer mis manos, y mi gesto es tan afilado como la cuchilla teñida de rojo que nubla mi visión. De mi cuerpo surge una explosión de luz que devora la noche y consume todo a su paso.

    Caigo. Él también cae. Sus ojos dicen todo lo que él no puede decir. Se cierran poco después, pero los míos se mantienen abiertos.

    Y entonces me alcanzas. Todos los demás están caídos sobre la tierra empapada de sangre, pero tú llegas a mí. Me pones boca arriba. Me tomas en tus brazos. Tus ojos lloran pero los míos están secos ahora. Mis ojos están secos.

    Todo va a estar bien, te digo en un susurro. Todo estará bien.

    Capítulo uno – Consciente

    Se despertó gritando a todo pulmón, como un toque de rebato al alba. Tenía la respiración agitada como si hubiera estado corriendo miles de kilómetros, y no lograba normalizarla. Cerró los ojos para concentrarse. Despacio. Despacio. Respira despacio. Inhala. Exhala. Despacio. Se le cruzaron imágenes del sueño como si fueran diapositivas proyectadas en su cabeza. Habían logrado derribar el muro que había creado para bloquearlas.

    Comenzaron a llover lágrimas sobre su cara y a perderse en su mata de cabello negro. Llevó una mano temblorosa hacia su cabeza y emitió un gruñido profundo.

    Desaparezcan. Por favor... desaparezcan de una vez.

    Las lágrimas comenzaron a mezclarse con el sudor.

    Estaba cansado. Nunca en toda su vida se había sentido tan exhausto. Noche tras noche soñaba con ella. Noche tras noche... Noches eternas. Intentó sumirse en un estupor adormecedor que lo aislara del resto del mundo y de los preparativos para las batallas de la inminente guerra contra Obsidian, pero no funcionó. Falló porque, por más intenso que fuera su esfuerzo corporal, su mente cedía lentamente.

    Los sueños volvían a aparecer, intentara lo que intentara.

    También intentó evitar dormir. Se mantuvo desvelado durante la mayor cantidad de días que pudo, pero le terminó costando caro. Cuando finalmente su cuerpo cedía ante el agotamiento, el sueño siempre era peor.

    Intensamente peor. 

    No se trataba de una batalla cualquiera, en la que una persona sin rostro moría en esa batalla. Lo que hacía que algo se estrujara en su interior era que sentía que conocía a esa elfa llamada Auri. Sentía que ella era parte de él, pero no podía comprender cómo.

    Sí entendía por qué corría en su sueño; no huía de algo, sino hacia algo. También comprendía qué era lo que la hacía pelear, llorar e incluso qué la hacía temblar. vio tantas cosas dentro de ella a través de los sueños que desearía poder ver por sí mismo al mirarse al espejo.

    Desde que aprendió a gatear supo que el estallido de la guerra entre los reinos era inminente. Por eso lo habían educado y entrenado implacablemente. De manera firme e inflexible. Su crianza la había disparado la necesidad, y se trataba de una necesidad que comprendía perfectamente. Su mundo pendía al borde de un precipicio. Un mínimo paso en falso, un informe de inteligencia erróneo o un fallo de cálculo provocaría el desplome hacia las rocas cuesta abajo. Las palabras honor, carácter, sacrificio y fuerza no se utilizaban a la ligera en su mundo; se demostraban. Eran cualidades que debían demostrarse. Una elfa había sido la encargada de moldear su carácter. Un dragón metamórfico había visto algo bueno en él. Auri le había dado forma al suyo por sí misma. A él le habían enseñado a ser fuerte, mientras que ella había tenido que aprenderlo sola.

    Necesidad. Qué palabra nefasta.

    Aún continuaba respirando fuerte, de a bocanadas, pero el ritmo de sus latidos había disminuido levemente. Todavía había lágrimas desplazándose por los costados de su rostro, pasando por su cabello hasta infiltrarse en las sábanas. Ya no podía soportarlo más. A veces sentía que estaba volviéndose loco. ¿Por qué otro motivo soñaría con muertes cada noche? Sólo un loco soñaría con su propia muerte y la de otra persona que conocía y quería mucho... pero que nunca había visto en toda su vida.

    Una mano se posó con suavidad sobre su hombro, pero era muy tarde cuando se dio cuenta de que se trataba de un gesto de consuelo, no de ataque. El acero de la daga que tenía en su mano chocó contra el de una espada a la vez que levantaba la vista para ver a su atacante. Observó el rostro y los ojos sobrenaturales que lo miraban desde arriba durante una pausa de confusión, y luego soltó la daga, que hizo un estrépito al encontrarse con el piso de piedra.

    Cerralys. Casi había matado al Rey.

    No le dijo nada, pero escondió la cabeza entre sus manos y mantuvo los ojos cerrados firmemente, temblando. Había estado a punto de acuchillar al Rey... Casi había asesinado a su padre.

    La cama rellena de plumas cedió un poco cuando Cerralys se sentó a su lado. Nachal, dijo con cuidado, como si hablara con alguien que estaba a punto de lanzarse de una cornisa. Me encuentro bien. No debes preocuparte.

    Nachal lanzó un ladrido de risa triste. Por poco te mato, respondió con un susurro ronco. Su garganta estaba irritada por los gritos.

    Escuchó la sonrisa en la voz del Rey, a pesar de que no había levantado la vista para verla con sus propios ojos. Por suerte tenía mi espada a mano.

    Nachal rió otra vez. Al hacerlo emitió un sonido que era mitad llanto.

    Sintió un par de manos cálidas posarse sobre sus hombros. No estás volviéndote loco, pequeño.

    Levantó la vista mientras, a su vez, se sacaba las lágrimas con las manos formando puños. Los ojos color azul profundo del hombre mayor tenían esa mirada tan sobrenatural y penetrante a la que se había acostumbrado a lo largo de los años. Esos ojos eran absolutamente únicos, y siempre podían detectar lo más profundo en él; podían ver en las profundidades de cualquiera. En ellos veía comprensión, tristeza, amor... y miedo.

    ¿Entonces por qué sientes miedo? le preguntó con timidez. Cerralys parecía no temerle nunca a nada. Había vivido mucho y había visto tantas cosas... pero esa era la primera vez que percibía en él ese sentimiento en particular, y eso lo inquietaba mucho más que el sueño. Sentía que el suelo debajo de sus pies se había vuelto inestable de repente.

    El Rey no contestó. En cambio, se trasladó para pararse frente a la chimenea fría. Nachal temblaba en la cama mientras observaba sus movimientos, similares a los de un halcón. El sabio hizo que se encendiera el fuego en cuestión de segundos con tan sólo un movimiento de muñeca.

    ¿A qué le temes?, volvió a exigir una respuesta en un susurro ronco. Formó puños con sus manos temblorosas debajo de la manta mientras esperaba.

    Tengo miedo de perder a mi hijo, contestó el sabio, finalmente, en un susurro.

    Nachal cerró los ojos. Sus músculos lo hicieron por voluntad propia; él no los controlaba. No podía mirar al Rey sin que le urgiera volver a comenzar a llorar.

    Y ya estaba cansado de llorar.

    Me perderás en algún momento. Soy humano y tú eres dragón. Nuestras expectativas de vida son considerablemente diferentes.

    La habitación quedó inmóvil. Silenciosa. Era como la calma previa al amanecer, antes de que apareciera la luz. Era una calma antinatural.

    Lo sé... respondió finalmente el sabio en voz baja.

    Nachal suspiró. Los dragones parecían poseer esa habilidad. Era como si la naturaleza reaccionara ante ellos. Por desgracia, eso era parte del problema. Lo siento, sabio. No me siento yo mismo esta mañana. Cerralys asintió pero no se dio vuelta, y Nachal pensó que debería intentar levantarse dentro de la siguiente hora.

    Por lo menos por diversión.

    Volvió a frotarse los ojos, estiró las piernas y gruñó mientras se levantaba. La habitación pareció inclinarse por un momento, y luego se acomodó sola. Arrastró los pies hacia la canilla en forma de delfín (un regalo de los elfos) y la abrió para que el agua helada se vertiera en el lavabo brillante y azulado. Cuando terminó de quitarse el sudor de su pecho desnudo, se arrastró como un viejo hasta el closet de caoba y rebuscó entre su ropa una camisa y unos pantalones limpios.

    No encontró nada. No permitía que nadie más que Cerralys entrara a su cuarto y, como se había concentrado tanto en borrar el sueño de su mente, no se había tomado el tiempo de bajar a lavar la ropa en la planta baja. Escogió algo del fondo del armario que estaba hecho un bollo en un rincón, lo olió, se encogió de hombros filosóficamente y se lo puso. Luego siguieron los pantalones, la camisa, las medias y, finalmente, las botas. Cuando terminó se volvió hacia el Rey. No se había movido. Seguía con la mirada fija en las llamas flameantes.

    Permanecieron de esa forma por un momento. Él observaba la espalda del Rey, mientas el Rey tenía la mirada perdida en el hogar, concentrado en sus más profundos pensamientos.

    No sé quién es, esa elfa con la que sueñas, pero sí sé que te necesita, Nachal. No puedes ignorarlo como si nada. Su voz sonaba tan cansada como el cuerpo de Nachal.

    No son nada más que sueños, por supuesto. No tengo un don especial. Tarde o temprano desaparecerán.

    Guardó silencio durante lo que tardan algunos latidos. No te crié para que fueras tan ignorante acerca de ti y de otras personas. Ella es real, pequeño.

    Si es real, envíale uno de los Luminari. Si se encuentra en peligro, un dragón la protegerá mejor que yo.

    "Ella te necesita a ti".

    ¿Por qué?.

    No lo sé. Las palabras sonaron suaves como un susurro de angustia.

    Nachal acortó la distancia entre ellos. "¿Me puedes decir lo que sabes?" le preguntó con tranquilidad. Nunca había visto a Cerralys así. Era muy inquietante.

    Sé que es de vital importancia: para ti, para mí, para Terradin, para la guerra... es algo muy personal. Es como si su destino y el de Terradin estuvieran conectados.

    Eso es... Nachal comenzó a decir que eso era imposible, y luego cerró su boca abruptamente. ¿Era realmente imposible? Suspiró mientras pasaba los dedos por su cabello oscuro. Probablemente no. ¿Algo más? preguntó amablemente.

    Hubo otro largo silencio. Esto no lo sé, sino que es algo que... presiento.

    En cierta forma, eso era aún peor. Si bien lo que sabía acerca de los reinos por lo general era acertado, su intuición no fallaba. Por lo menos no había fallado a lo largo de su vida. Eso era parte del motivo por el cual Nachal continuaba temblando por dentro.

    Por favor, rogó en un susurro.

    Otro lapso. Ese fue más largo. El silencio se convirtió en algo que iba y venía. La naturaleza se tomaba una pausa, contenía la respiración.

    Morirás por ella.

    Nachal suspiró. De alguna forma, sabía que terminaría así. Lo sé, le respondió desganado.

    Se dio vuelta en busca de su bolso.

    Lo encontró tras varios minutos de búsqueda entre todos los horribles montones de cosas en su habitación, y luego se dirigió a las puertas dobles que daban a su amplio balcón. El Rey estaba parado allí, con su largo cabello blanco ondeando en el viento en su postura fuerte e imponente. Había cambiado de forma, ahora era un elfo. Luego de varios años de estudio los dragones metamórficos adquirían la habilidad de cambiar a otra forma. Sólo a una porque se convertía en parte del maquillaje de su ser al igual que su mitad dragón.

    La mayoría de los dragones escogían una forma élfica porque, por naturaleza, compartían muchas características: gran fuerza, agilidad, vidas largas, y un lazo estrecho con la naturaleza, si bien de manera diferente. La tierra parecía reaccionar ante los dragones, especialmente ante los poderosos como Cerralys. Pero, ¿y los elfos? Ellos invocaban a la naturaleza, y ella respondía.

    Estaba comenzando a amanecer cuando se paró junto al Rey. Observaron cómo El Hall cobraba vida lentamente debajo de ellos. Los soldados comenzaban a entrenar en la muralla, practicando simulacros mientras esperaban al Rey. Su corte lo amaba. Todos lo hacían. Incluso el pequeño hijo adoptado que había cobijado bajo su ala una veintena de años atrás.

    El océano se encontraba justo debajo de ellos. El Hall estaba ubicado en la cima de un acantilado que tenía el Mar Eldrian a la izquierda y el bosque Du`lna a la derecha. Desde su balcón podía ver kilómetros infinitos de azul y de verde.

    Parado allí, pensó en Auri muriendo, y su alma se estremeció.

    Has estado vivo por tanto tiempo, has pasado por muchas situaciones y has perdido a muchas personas. ¿Se vuelve más fácil... perder a quienes amas... sobrevivir a todos?.

    Las olas empujaban con fuerza en la playa debajo, de repente sin sonido. Una gaviota pasó volando por sobre ellos, abrió su pico de par en par como si estuviera emitiendo un chillido fuerte, pero no se escuchó nada. Nachal se puso rojo debido a que tenía los ojos polvorientos. Los ojos de Cerralys brillaban. Eran dos rayos gemelos de luz pura. Algunas lágrimas brillaban en ellos. No, respondió en una voz suave. No se vuelve más fácil...

    Creí que el tiempo curaba todas las heridas-

    Cerralys soltó una risa irónica ahogada. No, dijo. No todas.

    Observaron trazos rosados de luz atravesar el cielo azul claro y brillante.

    El sonido volvió lentamente, suavemente.

    Amanecer: el comienzo.

    Capítulo dos – El mapa

    Cerralys se dirigió a hacia la muralla para entrenar a los hombres y dejó a Nachal rascándose la negra barba incipiente y observando, horrorizado, el desorden que había en su habitación. Había desparramados por todo el cuarto Tratados firmados entre todos los Reinos conocidos (y entre algunos desconocidos también). Aparecían libros cuyas temáticas variaban entre Relaciones Exteriores, geografía, escritura, aritmética, lenguaje élfico y de enanos (enormes volúmenes que lo dejaban visco con solo mirarlos), diversas ramas de ciencia, matemática, curación natural, cirugía, estrategia bélica e incluso compendios de historia natural respecto de todos los Reinos conocidos. Cada uno estaba lleno de anotaciones y había pedazos de papel intercalados entre sus páginas y desperdigados alrededor. Emitía suspiros mientras trasladaba montañas de papeles para poder llegar a su baúl, que estaba debajo del montículo.

    Los otros pocos espacios en los que no había libros y papeles estaban ocupados por pilas de ropa. Hacía tantos meses que no lavaba la ropa que ya había perdido la cuenta de cuántos habían pasado. Toda su ropa estaba sucia, y no se trataba de ropa con algunas manchas, sino ropa sucia con lodo y otras adherencias.

    Supuso que se debía a que había pasado muchos días entrenando empapado bajo la lluvia.

    Se puso algunas prendas de ropa asquerosas y comenzó a meter en su bolso todo lo que estimaba necesitaría por un período de tiempo indeterminado. Los últimos objetos que tomó fueron su arco de pino, su carcaj con flechas draconianas de acero, una daga que deslizó dentro de una de sus botas y, por último, su espada. Sostuvo la espada entre sus manos con delicadeza por un momento, pasó su dedo índice sobre el pomo irreproducible, y luego por la hoja de acero azulado.

    Se la había entregado el único Dragón Maestro Espadachín que existía: Cerralys.

    El término Maestro entre los dragones era un título que se le otorgaba a un dragón que había alcanzado un dominio sin igual de uno de los cinco estudios magistrales: vuelo, combate estratégico, furtividad, curación o transformación (también conocido como cambio de esencia). Los cinco Maestros estaban desperdigados por el territorio de Terradin, y cada escuela se encontraba en una ubicación remota y secreta. A lo largo de los años, Cerralys había dejado pistas falsas, carromatos repletos de indicios que llevaban al medio de la nada, y había llevado a aprendices que en realidad no lo eran hasta la escuela que habían escogido, para luego perderles el rastro y esfumarse con el viento.

    De todos modos, a pesar de todas las tácticas utilizadas para despistar, los habían atacado. Habían destrozado una de las escuelas. Todos habían muerto.

    Tiró de las tiras de su bolso para cerrarlo y se puso de pie rápidamente. Obsidian destrozaría a Auri también si no se apuraba. Se colgó el arco y el carcaj, calzó la espada dentro de la vaina en su cadera, cerró la puerta de su recámara y se alejó sin mirar atrás.

    Sus pies se trasladaron inconscientemente por las muchas escaleras y corredores hasta llegar a la muralla, y eso le permitió a su mente divagar con libertad. Se puso a pensar por adelantado en qué haría para mantener a salvo a la elfa que no conocía (y a quien debía encontrar primero). A su vez, pensaba en qué hacer con la infinidad de sentimientos confusos que lo inundaban. La respuesta a ambas dudas era la misma: no tenía idea. No sabía qué estaba haciendo, y mucho menos comprendía nada de lo que estaba sintiendo. Simplemente estaba actuando por instinto y bajo los consejos muy sabios, e imprecisos a la vez, de un dragón a quien había admirado y respetado toda su vida.

    Atravesó rápidamente el gran hall y frenó al salir para abrir una puerta a su izquierda (en la profundidad de un hueco escondido). Dicha puerta llevaba a un pozo de escalera oscuro que desembocaba en la Muralla Central (el sitio de entrenamiento de El Hall).

    Al llegar al fondo, abrió otra puerta y llevó inmediatamente una mano a sus ojos para protegerlos de la luz del sol que se reflejaba de lleno sobre su rostro. Al parecer, Cerralys había concluido con el entrenamiento de los soldados, ya que estaban posicionados en diferentes sectores de las partes superiores de El Hall. Ahora se estaba dedicado a entrenar a sus estudiantes, y su estudiante más joven estaba ubicado en el círculo interno, al igual que él.

    Stephen era un enigma. Era de contextura delgada, aspecto enjuto, cabello caoba y grandes ojos almendrados de color verde. Habían adquirido una conexión especial desde el primer día en que el Rey le había concedido a Stephen un lugar en la escuela. Había visto algo diferente en el muchacho... algo que los demás no podían detectar.

    Stephen también era humano (característica poco común entre los elegidos para entrenar con Cerralys).

    Estaban de pie uno muy cerca del otro; a unos treinta centímetros de distancia. El Rey atacaba a Stephen con una lentitud exagerada para enfatizar cada punto de ataque, y acomodaba la espada del muchacho en la posición correcta cada vez que no acertaba. Nachal permaneció observando en silencio su actuar durante varios minutos. Como nadie había notado su ingreso a la muralla exterior, depositó silenciosa y cuidadosamente el bolso junto a sus pies, se trasladó con sigilo hasta detrás de dos hombres desconocidos que estaban en formación alrededor del círculo, y escuchó abiertamente pero a escondidas la conversación que estaban manteniendo entre susurros.

    Instantáneamente lo asaltó un ataque de ira.

    No sé por qué el Rey malgasta su tiempo en éste murmuró el de cabello oscuro, sin quitar la mirada de lo que estaba sucediendo dentro del círculo interno. El chico es patético. Incluso desde aquí se ve que está temblando.

    El segundo asintió y ahogó una risita cuando Stephen dejó caer la espada en el centro del círculo. Hizo un ruido sordo al hacer contacto con el suelo.

    Nachal no lo pensó e instintivamente tomó y tironeó. Ambos salieron volando hacia atrás y aterrizaron sobre la tierra compactada y polvorienta de la muralla. Se movió para pararse sobre ellos mientras balbuceaban a ciegas y giraban las cabezas hacia arriba para poder identificar al agresor. Al verlo, ambos se quedaron completamente quietos.

    Se agachó junto a ellos para que nadie más lo escuchara: Deben demostrar respeto hacia todos aquí, les dijo en voz baja, con un tono de hielo. "Si no pueden hacer eso, entonces se marcharán". Los fulminó con la mirada por un momento y luego habló en un tono aún más bajo: ¿Comprendieron?.

    Asintieron casi al mismo tiempo. Examinó sus caras para asegurarse de que hubieran comprendido y luego tomó a cada uno con una mano. Tras ponerlos de pie de un tirón, se alejó. Podía sentir cómo lo seguían con sus miradas recelosas mientras se dirigía hacia el umbral del círculo.

    Un hombre mayor que había estado ubicado junto a ellos esperó a que Nachal llegara a donde se encontraba en ese momento y le dijo en un susurro: Son humanos, y son ambos nuevos.

    Eso explica un poco, le respondió Nachal con una media sonrisa mientras observaban la acción en el centro del círculo. Los humanos nunca sabían cómo interpretarlo; con los dragones parecía ser algo instintivo. Quizás era una cuestión de experiencia... ¿Cómo estás, Glines?.

    Glines era un dragón que probablemente era más antiguo que la misma tierra sobre la que estaban parados. Le sonrió. Me siento lleno de vida.

    Nachal rió y le dio unas palmaditas suaves en la espalda. Conserva ese sentimiento, le respondió inexpresivamente. Atravesó el umbral del círculo e ingresó al centro.

    Creo que voy a probar un turno en el círculo.

    Eso será interesante, dijo entre dientes Glines detrás de él.

    Cerralys dejó de hablar en cuanto Nachal se le acercó lo suficiente como para que pudiera escuchar lo que le estaba diciendo a Stephen. Miró hacia arriba y depositó las palmas sobre el pomo de la espada que estaba clavada en la tierra.

    ¿No deberías estar empacando?, le preguntó con un tono leve de diversión.

    Nachal rió. Ya terminé. ¿Me harías el favor de bajar a patadas mi ropa sucia hasta el cuarto de lavado? Mi habitación está empezando a oler mal.

    Cerralys hizo una mueca. No sé qué es más triste: que me pidas que haga algo que bien podrías haber hecho tú o que apenas estés comenzando a detectar el hedor pestilente que emana de tu habitación y se transporta por la escalera.

    Nachal hizo saltar del piso la espada de Stephen con un movimiento del pie. Aterrizó en el mismísimo centro de la palma de su mano. Estuve ocupado. No me percaté.

    Seguramente estuviste extremadamente ocupado, entonces... fue la respuesta seca de Cerralys.

    Nachal asintió sin prestarle atención, le devolvió la espada al muchacho y le dijo: Regla número uno: no permitas que nadie te intimide; ni siquiera el Rey.

    "Particularmente el Rey", acotó Cerralys en voz baja.

    Desenvainó su propia espada y se paró frente a Cerralys. Sus negras cejas se elevaron y casi se fundieron con el cabello caído sobre su rostro. Sonrió con determinación. ¿Por qué no si le demuestras lo poco que te intimida, Stephen?.

    Stephen parecía no estar precisamente de acuerdo acerca de lo de no sentirse intimidado. Todavía no has entrenado conmigo...

    Stephen negó con la cabeza y abrió de par en par sus ojos verdes.

    Ahora me parece un buen momento.

    Stephen suspiró. Como usted diga, señor, dijo resignado. Tomó su espada con cuidado, pero esa vez la tomó con fuerza, por temor a dejarla caer de nuevo.

    No la agarres tan fuerte, le aconsejó Nachal. Eso es, así. Ahora párate de esta forma. Lo acomodó con delicadeza en la posición que le estaba indicando. Es muy importante que mantengas tu espada en esta posición, pero que estés dispuesto a adaptarte al terrero y al estilo de pelea de tu oponente. Esta es la posición que se utiliza para un contrincante promedio, en un terreno promedio que no esté muy húmedo ni sea muy blando. Ajustó la posición de la espada mientras continuaba. Si la sostienes muy arriba, tu pecho y tu sección media quedan muy desprotegidos. Si lo haces muy abajo, ya sea de frente o de costado, la acomodó una vez más, no podrás proteger tu cara ni tu cuello.

    Stephen asintió y comenzó a imitar las posiciones estándar que Nachal le había enseñado.

    "Y ahora luchamos. Cuando te diga ahora, arremetes e intentas darle".

    Pero es el Rey, respondió Stephen en un susurro, asustado.

    No te contengas por eso, dijo Nachal con seriedad y giró hacia Cerralys nuevamente. En este momento es tu Maestro Espadachín, y es muy probable que te esté evaluando y te ponga una nota.

    Nachal atacó raudamente y sin previo aviso. Era su táctica preferida para utilizar contra Cerralys: combatir con una intensidad palpable y abrasadora desde el primer choque de espadas. Liberó de corazón y mente todas las frustraciones, el agotamiento y el miedo que había estado conteniendo todo ese tiempo, y las expresó a través de su espada.

    El sector de la muralla quedó en completo silencio.

    Retrocedió como un rayo justo a tiempo para esquivar por muy poco el filo que le pasó casi rosando la oreja con gran impulso. Luego se movió hacia atrás nuevamente con la misma agilidad y arremetió con otra lluvia de intentos, pero Cerralys se defendió ante cada uno de ellos con movimientos serpenteantes aún más rápidos que los de su adversario.

    Era demasiado rápido para él. Siempre le resultaba muy rápido.

    A medida que iba pasando el tiempo de combate, le resultaba cada vez más difícil el simple hecho de

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