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El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras
El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras
El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras
Libro electrónico279 páginas4 horas

El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras

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Literatura fantástica. Tercer tomo de la saga: "EL Ángel del Árbol"
Autor: Luis Felipe Cáceres Vizcarra
Pag: 355

Mi Ángel del Árbol,
Conozco tu silueta sin conocerla, te veo en cada atardecer, pero no logro descifrar el secreto de tu ausencia poco comprendida por el viento que aísla y da brote a esta sensación; que locura la mía, pues siento tu aroma que se escabulle en mis sentidos, que clase de agobio tan cruel, pero también placentero que irradia las fuerzas de este adormecido corazón; siento que coqueteo con el viento, que tomo tus manos mientras juego con tus cabellos que danzan con lisura atrayendo mi monótona atención, pero ¿será solo locura? Bello anhelo que me haces saltar de alegría, que guías mis pasos en tu placentero tormento... ¿Cuándo me enamoré de ti?, es posible esta coincidencia, que te sienta en cada respiro sin saber ¿quién? o ¿dónde vas? Ángel misterioso revela tu fragancia que ya este corazón no puede esperar más, mira que cada latido me va acercando a lo divino, mientras la fantasía me arrastra al cobijo de tu ironía que desvanece en la utopía de mi mente latente en el espejo torcido de esta extraña sensación. Ángel añorado, ¿realmente estas ahí?
Kailem Istramus

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 jul 2021
ISBN9786124801778
El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras
Autor

Luis Felipe Cáceres Vizcarra

Luis Felipe Cáceres Vizcarra, nació en la ciudad de Lima-Perú (1984). Se crio y estudió la educación primaria y secundaria en la provincia de Huaraz-Ancash. Bachiller de la Universidad de Lima en administración de empresas, escritor, poeta, autodidacta y empresario.Autor de las novelas: “El Ángel del Árbol”, “El Ángel del Árbol en las Tierras del Viento”, “El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras” y “Corrupción” obras que logran danzar entre la ficción, la reflexión y el entretenimiento. Además de los poemarios: “Reflejos del Alba I”, “Reflejos del Alba II” y “Reflejos del Alba III” que son regalos de poesía, pensamientos y fotografía.

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    El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras - Luis Felipe Cáceres Vizcarra

    El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras

    Luis Felipe Cáceres Vizcarra

    Copyright © 2023 Luis Felipe Cáceres Vizcarra

    El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras

    Segunda edición: Julio - 2023

    Copyright © 2023, Editorial Ipe E.I.R.L

    Editorial Ipe E.I.R.L

    Cuidado de la edición: Elizabeth Vizcarra & Natalie Bosshard

    Diseño de portada: Inkadesign Agency

    Abraham Lincoln 412, Pueblo Libre - Lima, Perú

    Editorialipe@gmail.com

    Redes Sociales: @Luisfelipecv1

    https://luisfelipecv1.gumroad.com

    Impreso en: Aleph Impresiones SRL

    Jr. Risso N° 580 Lince, Lima

    Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2019-06050

    ISBN: 978-612-48017-1-6

    Tiraje: 1000

    Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso escrito del autor.

    Para todos aquellos que siguen luchando con su propia oscuridad…

    La oscuridad clamó a la luz y la luz se camufló en la oscuridad. ¿A qué juegas?, preguntó la oscuridad. A las sombras, respondió la luz.

    Contents

    Title Page

    Copyright

    Dedication

    Epigraph

    Prólogo

    Rugido en decadencia

    Caprichos de la voluntad

    Polvo de esperanza en el manantial del tiempo

    Estertores de divinidad

    Sadismo frustrado

    Traición del miedo

    Anhelos oscuros I

    La purga, Anhelo incomprendido

    Instintos del miedo

    Anhelos oscuros II

    Rugidos del alba

    Anhelos oscuros III

    Atisbo de divinidad

    Los libres de las canteras

    Orgullo robado

    Tormenta oscura

    Sentencia irreal

    Anhelos oscuros IV

    Ilusiones

    Prólogo

    Hay batallas que nacen en los corazones perturbados, batallas que jamás fueron contadas, batallas que se prefieren olvidar, pues ni la más cruenta carnicería atrapada en los versos de la historia podría compararse a lo que ha quedado escondido, ni los fieros guerreros que domaron a las bestias y sus enjambres lo han podido superar; es así la magnitud del enemigo que se esconde en las propias entrañas invisibles de la mente y es desde ahí que desgarra sin piedad.

    Hay batallas que el corazón no ha contado, por recelo y aberración, pues los primeros demonios nacieron en las cunas de la mejor condición, junto a las caricias risueñas de la luz. Torpes fuimos al suponer que la gloria llegaría en el exterior. Cuando giramos hacia nosotros mismos, la bestia interna nos miró. Ahora solo hay terror.

    Hay batallas que debemos culminar antes de volver a empezar; batallas que se tragarán nuestra sangre, devorarán nuestro valor y teñirán de espanto toda esperanza, pero en ese fragor los guerreros verdaderos se alzarán…

    Tomo de las Sombras - El Caos 1, pág. 37

    Rugido en decadencia

    El cielo resplandece en esta extraña oscuridad y el aire se resiste a alimentar mi espíritu. Tal vez un inesperado rocío va ahogando la pena de lo que irradia felicidad. Un parpadeo y una muchedumbre, ojos cerrados en el camino de esta efímera impresión. ¡Qué extraño escalofrío!, parece que mi cuerpo ya no está, vuelvo a suspirar, pero no hay aliento que se lleve el cansancio que brota de lo más profundo. Vuelvo a esforzarme y mis pasos se transforman en el tormento del desvalido. Abro los ojos y nuevamente la hedionda muchedumbre vacila sus pasos, mientras se resisten a abrir la boca ante el agobiante sudor. Parpadeo y el cielo brilla… ¡Qué confort!… Si no fuera por el pesado calor. ¡Qué extraño para estas tinieblas! Vuelvo a parpadear y el averno desaparece para mostrar el cielo inefable que anhela elevar los brazos victoriosos de la osadía inolvidable. ¡Grita corazón! Me repito ante la pesadez y cuando mis fuerzas se juntan, el cielo cae mostrándome al gentío en su nefasto andar.

    ¡Grita…, ruge cuerpo adormecido!, que el cielo es una mentira en este lugar, ¡ruge con más fuerza!, ¡ruge espíritu indomable, no te dejes arrastrar al bullicio inaudito de la repetición!, ¡ruge alma caprichosa y obedece mi sentir!, ¡ruge mente cobarde y muéstrame lo que en verdad es!

    El pesado calor se va mermando. Siento que he caminado por días; pero ya, ¡basta!… es hora de despertar…

    En ese momento, el cielo que brillaba desapareció y los miles de almas adormecidas, chocaron con mi estático ser, dándome el golpe que me arrojaría a la reacción.

    Mientras rodaba en el lodo me volví a descubrir aún vivo, a pesar de haber sentido la vida desaparecer. Y al levantar la mirada un destello me mostró las nuevas tierras. Quedé extasiado, pero pronto el mar de almas que caminaban sin rumbo forjaría una temible impresión, que sería superada al instante, pues cuando mire atrás, el sol negro se mostró.

    –¿Dónde estoy? –Susurré ante el desconcierto y al fin mis ojos se aclararon por completo. La muchedumbre camina al norte, pero están dormidos, pues sus ojos son incapaces de abrirse, ¿pero adónde van y por qué?, me pregunté sin proferir palabra. Traté de inhalar, pero el aire era extraño, demasiado seco y falto de vida, sin embargo, mi cuerpo lo recibía con gran destreza, devolviéndome las fuerzas. Me levanté y traté de despertar a los errantes, pero la reacción de estos fue grotesca y agresiva, pues al primer intento sus rostros inexpresivos se transformaron en demonios consumados por la ira. Extrañamente sus ojos muertos se abrieron para luego continuar con su extraño andar. Quedé perplejo y tras una mirada extraviada sacudí el lodo de mis prendas, descubriendo que mi cuerpo aún estaba vivo. ¿Cómo es posible?, volví a susurrar al verme intacto, mientras destellos de la guerra parpadeaban con osadía en el recuerdo. A su vez, un aliento helado sacudió mis entrañas, dejando un extraño sentimiento que empezaba a arrastrarme al sueño errante, pero al percatarme de la trampa volví a despertar. En ese momento me sentí observado y una voz se deslizó en medio de la marcha silenciosa.

    –Los afortunados que caen duermen en silencio anhelando el abismo del retorno, sin embargo, su suerte radica en la incapacidad de ver la trampa que lentamente los transformará en alimento. Miserables víctimas del sueño.

    Busqué el origen de la voz seca y alargada, pero fue difícil encontrar la emoción que acompañaba a la duda de la locura.

    –Muéstrate extraño, que es mejor una palabra directa a una escondida. –Alcé la voz con la esperanza de ubicar una reacción entre los errantes que delatara al desconocido.

    –La palabra fue directa, errante caído, y la intriga ahora nace en mí, ¿quién te despertó?

    Preguntó el extraño con agudeza, pero nuevamente no pude ubicarlo.

    –¡Decidí despertar! –Respondí con cierto recelo que colindaba con la sospecha. La necesidad de obtener algunas respuestas no sopesaba el peligro. –A ti, ¿quién te despertó? –Pregunté.

    –Yo nunca he dormido.

    Su respuesta fue algo tajante, pero abría la puerta a la verdadera pregunta.

    –Entonces, puedes decirme, ¿dónde estoy? –Agregué.

    –Me agradas, errante caído, los pocos que son despertados colapsan al no comprender su entorno; pero tú mantienes la calma, como si ya fueras parte de este mundo, al cual puedes llamar: El Reino de las Sombras, ¿eso responde tu pregunta?

    –Te agradezco la respuesta, sombra. –Respondí.

    –No soy solo una sombra, soy un numa, podría decirse que soy alguien que se perdió. Sombras son los soberanos de esta tierra, en sus diferentes tipos.

    –¿Cómo puedes estar perdido si te acabo de encontrar, numa?

    –Eres extraño, caído, pero es algo más complicado que eso, digamos que estoy en contra del nuevo soberano de las sombras.

    –Comprendo, numa, eres una sombra que perdió su lealtad; sin embargo, así como estos errantes, muchos duermen con el pretexto de la obediencia y despertar suele ser una gran rebeldía.

    El numa resopló delatando ligeramente su ubicación.

    –En ese sentido, caído, los dos acabamos de despertar. ¿Cómo te llamaban en el reino de Ka o reino de los vivos? –Preguntó.

    –Kailem Istramus, ¿cómo debo llamarte?

    El extraño ser al fin se hizo visible. Llevaba una prenda larga parecida a un gabán, con capucha, que cubría su rostro, creando una sombra que ocultaba su mirada y quedando solo al descubierto su mentón gris.

    –Soy Arguelión, el numa. Las afinidades en la oscuridad son más fáciles de encontrar. Kailem, el caído, ¿qué razón tan poderosa te trae a las tierras oscuras?

    –Lo de siempre… No sé cómo explicarlo…, pero busco a mi Ángel del Árbol. –Respondí sin esperar una posible comprensión por parte del extraño ser, pero este no hizo pregunta que buscara esclarecer lo escuchado…; solo se cercioró de que la capucha lo ocultara mejor tirando de ella hacia abajo, luego respirando con cierta duda divisó hacia la izquierda, se detuvo en un pensamiento y agregó:

    –Es lógico pensar que aquello que no se halló en la luz será hallado en las tinieblas… Un buscador usa ese término como pretexto para al fin encontrarse, pero ya que decidiste buscar a tu Ángel, me encantaría ayudarte… –Sostuvo dejando sentir su sonrisa invisible.

    –Toda ayuda es bienvenida, pero me gusta ser recíproco…, también te ayudaré en tu camino. Parece que ya no estamos perdidos. –Agregué.

    El numa se rio pausadamente y tuve la impresión de que la risa era un elemento extraño en aquel lugar. No le di mucha importancia, pues mi intención no era volverme una sombra.

    –Caído, caminemos junto a la muchedumbre de errantes hasta que mis ojos vean y los tuyos comprendan que es una suerte haber podido hablar sin interrupción.

    –Entonces, el norte será el inicio… –Traté de continuar con la plática, pero Arguelión me hizo una señal y percibí a lo lejos unas extrañas presencias que atravesaban a la muchedumbre.

    Nos camuflamos entre los errantes y entendí con sorpresa lo que Arguelión había mencionado; pues un alma errante enloqueció en la fila y fue arrebatado del arduo andar, luego arrojado al fango. En medio del desconcierto y la desesperación, una de las presencias le rasgó la garganta y de inmediato el errante se volvió cenizas, para luego fundirse en el lodo. Sentí mi pecho oprimido ante la impotencia y descubrí que las Justas, las armas que me confió Siomac y con las cuales había luchado por sobrevivir, ya no estaban. Esto acarreó cierta nostalgia que se asemejaba a la sensación del desprotegido, sensación que me inundó por un breve momento.

    La amarga caminata continuó y las presencias que cazaban extinguieron a muchos errantes más, los cuales sucumbieron al desespero ante su cercanía.

    Una de las presencias atravesó la fila en la que me encontraba y su aspecto me aterró. Sentí el vientre retorciéndose, además, cierto asco. Un rechazo infundado me abordó, dejando un pensamiento inesperado en mi mente. Me hubiera encantado atacarlo, pero sabía que no era el momento adecuado.

    Pasadas un par de horas, los extraños seres de gran presencia se perdieron en el horizonte.

    –¿Qué es lo que son? –Pregunté y el numa Arguelión, pronto respondió:

    –Son reumors, asesinos que obedecen la ley a ciegas. Sé que conoces la muerte, Kailem, pero lo que sucede aquí se llama extinción, no tomes a la ligera la oscuridad. En principio, si observas la supuesta tierra, comprenderás que no es otra cosa que errantes extinguidos a través de todos los kalpas o tiempos. Tal vez ahora comprendas mejor el lugar en el que estamos, pues los errantes despiertos no son los únicos cazados, sino también los numas, los shanás, los hersuls y muchos otros. Cuando el sol negro se despide en el sur y hasta antes de volver a nacer también en el sur, es cuando los reumors descansan y los oscuros despiertan…, pero descuida, a estos soberanos no les interesa acercarse al camino de los errantes, sin embargo, te aseguro que, si en algún momento nos encontráramos con alguno, en ese instante, habrá acabado esta utopía.

    El viento seco y cargado de polvo me obligó a cubrirme, al mismo tiempo, la silueta misteriosa de una compleja ciudad se mostraba en el horizonte.

    –Observa, Kailem, es la ciudad del oscuro Mídar o lord Mídar… Es tiempo de separarnos del grupo, si logramos entrar será un buen refugio.

    –Espera, Arguelión, tal vez entendí mal, pero, ¿no mencionaste que las sombras cazaban a los numas? –Pregunté al percatarme de lo expuestos que estaríamos en el camino.

    –Y es verdad, pero ahora no luzco perdido –sonrió tenuemente e inició el anhelo de empezar.

    –Comprendo, supongo que es un misterio, –me reí de la ironía, mientras pensaba: Tal vez, si alguien me recogiera…, dejaría de ser un caído.

    Arguelión sonrió con disimulo y señaló un extremo de la ciudad.

    –En ese lugar encontraremos una entrada. –Dijo mirando a su alrededor y dando el primer paso fuera de la muchedumbre de errantes. –Vamos. –Me incitó a hacer lo mismo.

    Es curioso, pero separarse de la compañía silenciosa es tan penoso como separarse de un grupo bullicioso. Parece que la compañía no está ligada a las palabras, pero sí a la presencia o existencia de algo dentro de la inercia, aunque esta sea inmutable o dormida. Me detuve para contemplar el imparable andar y luego pregunté:

    –¿Qué será de ellos? –A lo que el numa respondió:

    –Es mejor no saberlo.

    "El conocimiento es una dicha y la ignorancia su ramera. Cuánto más conoces menos sabes, ya que el bullicio de las palabras entierra al susurro de la sabiduría."

    Moví la cabeza en señal de aprobación. Luego aceleré el paso y alcancé a Arguelión, quien no despegaba la mirada de la ciudad de Mídar. Ante mi sorpresa, otros espíritus errantes se desprendieron del gentío, guiados por extraños seres sombra, quienes envolvieron una especie de soga eléctrica en sus cuellos obligándolos a cambiar de sentido. Uno de estos se acercó a nosotros.

    Ish najal, numa, ish najal, errante –saludó con amabilidad, frenando con fuerza a los que llevaba sujetos con el látigo eléctrico.

    Ish najal, shaná, –respondió Arguelión, asimismo, agregó observándome: Es una sombra guía, son pacíficos.

    Saludé con una suave reverencia que agradó al shaná, quien imitó el gesto. Luego se dirigió a Arguelión.

    –Numa, me interesa lo que llevas –extendió la mano que sujetaba el látigo eléctrico y agregó: –los que tengo, por el que llevas.

    –No estoy interesado en el intercambio –respondió Arguelión.

    –Insisto, es un trato bastante justo, numa, o deberé tomarlos a los dos.

    –Pensé que eran pacíficos, Arguelión.

    –Yo también lo creí así, Kailem, –volvió a mirar a la sombra guía e increpó:

    –¡Shaná!, ¿¡por qué insistes!? Los dos tenemos el mismo valor, no es necesario intercambiar.

    –Ustedes dos son realmente extraños, ¿qué podrían estar haciendo dos conscientes en el baldío errante?, pero, sobre todo, ¿cómo despertaste a ese caído?, nunca he visto uno tan estable… Acepta el intercambio, numa, yo satisfaré mi curiosidad y tú tendrás paso a la ciudad. Lo considero un buen trato.

    Inevitablemente la justicia se ha convertido en un interés, pero para recuperar su cauce inicial, hace falta la capacidad de colocarnos en el lugar de otros.

    –¿Y dónde queda en esa justicia mi decisión? –Interrumpí, mientras trataba de observar los ojos profundos, oscuros y casi inexistentes de la sombra guía, la que parecía intrigada y algo más desconcertada. Finalmente, después de un suspiro, respondió:

    –Es la primera vez que un errante caído se defiende, soy un guía y no sé cómo lidiar con este ser, numa, acepta el intercambio.

    Sus palabras acrecentaron en convicción y la oscuridad de su mirar aumentó generando una extraña presión a nuestro alrededor.

    –¡No estoy interesado en el intercambio, shaná! –repitió el numa, luego se dio la vuelta y continuó su camino.

    Solo atiné a seguirle y pude contemplar a la sombra guía observarnos, mientras nos alejábamos.

    –Hasta los pacíficos están empezando a cambiar; Kailem, te pido que me ayudes a investigar, ¿por qué los susurros se han calmado y qué está generando estos cambios?

    En ese instante, el viento sopló de forma inusual, arrastrando por debajo de nuestras rodillas la esencia de algún desafortunado errante, que se transformó en polvo al ser tocado por la muerte y hasta podría garantizar, que al pasar, sentí su tormento y con ello mis instintos empezaron a volver.

    –Te ayudaré si accedes a ayudarme también. –Respondí y contemplé la interminable marcha de los errantes, junto al lodo de la tierra. En ese lapso fui interrumpido por el numa.

    –Me parece un trato justo. Respondió con gran seriedad, a lo que agregué:

    –A mí también… El shaná no deja de mirar hacia acá, empecemos por perderlo –musité.

    –No te preocupes que solo está evaluando su accionar. Los guías son sombras reflexivas y aún no considero que la violencia sea parte de su actuar.

    Sin embargo, la silueta de lo real puede superar lo esperado y antes de que retiráramos la mirada, el shaná apretó el látigo con violencia y los desahuciados que había atado se volvieron polvo. Observé por el rabillo del ojo y vi a las tristes cenizas ser recibidas por el lodo y al mismo tiempo al shaná, inmóvil, observando. El entorno suyo palideció dejando seco al viento. El numa dejó de avanzar y por inercia hice lo mismo.

    –Lo siento, Kailem, pero me he equivocado, ¡corre a la ciudad!

    Ni bien escuché las palabras del numa, empecé a correr con todas mis fuerzas; pero mis pasos eran lentos, comparados a los de él, quien pronto se resguardó en los arrabales. Por mi parte, vi la ciudad aún lejana. Divisé hacia atrás en medio del jadeo y mis ojos se inyectaron de terror al ver al shaná, convertido en la misma oscuridad, agitando el látigo y dirigiéndolo hacia mí. Me lancé a la derecha, logrando esquivar el flagelo impetuoso y el impacto retumbó como un chasquido que espantó y atrajo la atención de otras sombras guía. Disminuyó la velocidad, pero la oscuridad que lo envolvía se mantuvo latente. Sentí el corazón acelerado y cierta rabia con temor me inundó. No comprendía porqué mis instintos se alborotaban con tanto ímpetu y solo atiné a pensar que era la influencia del sol negro, así que me repetí varias veces: Ya es hora de dejar la cobardía. Dicho eso, finalmente, el kala traps se activó.

    –¿Qué pretendes, shaná? ¿Dónde queda la justicia o era solo habladuría? –Grité al recuperar el aliento.

    –Soy Yanael. Un errante no debería tener decisión, ¡la justicia es mantener el orden! –gritó y observó en varias direcciones, luego sacudió el látigo con brutalidad, tanta que parecía una tormenta de relámpagos.

    El polvo se elevó y pude ver cómo se descubría mi posición, entonces la mirada penetrante de la sombra se clavó en mí:

    –Tu osadía, caído, será solo un mal recuerdo que se borrará al transcurrir los kalpas… Ahora estás solo y por la ley de las sombras ya eres de mi pertenencia.

    –Te equivocas, Yanael, solo me pertenezco a mí mismo. –Invoqué el sidaré, pero este nunca se concretó y tuve que escabullirme otra vez para evitar el pesado látigo que se acercaba y de nuevo me sentí indefenso.

    –Invocas a las rocas donde estas no existen, tal vez sí seas inestable…

    –Si fuera inestable, ¿qué pasaría? –Pregunté con cierta esperanza.

    –Perderías mi interés y te volverías polvo.

    –Y si tú fueras el inestable, ¿quién te volvería polvo?

    Tal como lo dijo el numa, los shanás son sombras reflexivas y Yanael se detuvo en su cavilación, en ese instante, algo me sujetó…

    –Tranquilo, Kailem… No pensé que fueras tan lento. Felizmente se produjo esa distracción. Los shanás son seres poderosos, aunque los reumors lo son aún más. Descuida, toma tiempo acostumbrase a un nuevo cuerpo.

    –¿Un nuevo cuerpo? A qué te refieres, Arguelión.

    –Existen muchas dimensiones, en cada dimensión hay versiones de nosotros mismos, la mayoría de las veces esas versiones son solo errantes que imitan y hacen lo mismo que el original, en contextos distintos; pero ante determinadas circunstancias, hay errantes que se vuelven cuerpos en reposo, cuerpos que esperan y sirven al original cuando este desea usarlos. Obviamente el original tuvo que hacer algo para crearlos, pero por ahora digamos que es solo un merecimiento. Los errantes suelen ser cuerpos olvidados que aún guardan la luz que los creó; mientras que los espectros son los originales que no encontraron un cuerpo, ellos se mueven por inercia, no por voluntad. Son conscientes de estar atrapados en su diáfana prisión, mientras esperan algún retorno. Lo curioso contigo, Kailem, es que tu cuerpo estaba con los olvidados y que tú mismo decidiste venir a completarlo o tal vez alguien te ayudó, eso no lo sé… ¡Creo que ya puedes bajarte de mi espalda!, estamos en la ciudad de Mídar.

    –Gracias, Arguelión, –respondí –ya me estaba acostumbrando a viajar así. –Sonreí tratando de ver alguna expresión en mi interlocutor, pero Arguelión estaba absorto, contemplando la entrada de la ciudad de Mídar.

    El portón principal relucía con un color cromado y llevaba impreso algunos símbolos extraños. Reconocí uno que se encontraba en el mismo centro, pues se asemejaba al ojo que todo lo ve de la cultura egipcia, mundana coincidencia susurré. En cada extremo del portón había dos sombras que probablemente eran shanás, sin embargo, eran indiferentes a los que llegaban. Eran realmente imparciales.

    –Arguelión, ¿no deberíamos tener más cuidado? –Le

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