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Corrupción
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Libro electrónico206 páginas2 horas

Corrupción

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Novela de literatura fantástica de suspenso e intriga, que explora en las bases del inicio de la corrupción.
Autor: Luis Felipe Cáceres Vizcarra
“Bendito crepúsculo, artista sin igual que usa la sangre para embellecer el firmamento. Yo soy tu gran admirador, el que te contempla y te imita; soy el que busca perfeccionar el lienzo de tu enseñanza; pero he de admitirlo, ¡como tú, ninguno! Tu pincel es la muerte del sol y su último aliento, tu destello. Comparte tu encarnizada locura, pues el gozo lo aprendí contigo, ¡Oh! Vehemente instante de placer en la belleza de tu aliento fresco, guarda mis secretos en el velo de la oscuridad y yo guardaré los tuyos en la visión de tus susurros. Maestro pasajero, endeble, pero perpetuo, te honraré con la sangre y esperaré tu regreso en el firmamento.”

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2021
ISBN9786124839504
Corrupción
Autor

Luis Felipe Cáceres Vizcarra

Luis Felipe Cáceres Vizcarra, nació en la ciudad de Lima-Perú (1984). Se crio y estudió la educación primaria y secundaria en la provincia de Huaraz-Ancash. Bachiller de la Universidad de Lima en administración de empresas, escritor, poeta, autodidacta y empresario.Autor de las novelas: “El Ángel del Árbol”, “El Ángel del Árbol en las Tierras del Viento”, “El Ángel del Árbol en el Mundo de las Sombras” y “Corrupción” obras que logran danzar entre la ficción, la reflexión y el entretenimiento. Además de los poemarios: “Reflejos del Alba I”, “Reflejos del Alba II” y “Reflejos del Alba III” que son regalos de poesía, pensamientos y fotografía.

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    Corrupción - Luis Felipe Cáceres Vizcarra

    Corrupción

    Luis Felipe Cáceres Vizcarra

    Editoral IPE

    Copyright © 2020 Luis Felipe Cáceres Vizcarra

    Corrupción

    Primera edición: Julio - 2020

    Copyright © 2020, Editorial Ipe E.I.R.L

    Editorial Ipe E.I.R.L

    Cuidado de la edición: Elizabeth Vizcarra & Natalie Bosshard

    Diseño de portada: Inkadesign Agency

    Abraham Lincoln 412, Pueblo Libre - Lima, Perú

    Contacto@luisfelipecv.com

        @Luisfelipecv1

    http://www.luisfelipecv.com

    Impreso en: Aleph Impresiones SRL

    Jr. Risso N° 580 Lince, Lima

    Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2019-06050

    ISBN: 978-612-48017-1-6

    Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso escrito del autor.

    Para ni buen amigo Felipe Pastor Cuadros, aquel que, entre los pestañeos de la luz, sigue señalando la corrupción.

    Contents

    Title Page

    Copyright

    Dedication

    Prólogo

    Hipocresías de la suerte

    Nueve y cuarenta

    Irresponsabilidad ideológica

    Miradas perdidas

    ¡Maten al perro!

    Mendigando amor

    Marionetas sin destino

    Candor fingido

    Predisposición artística

    Fantasmas del placer

    ¡Él no es así!

    Nadie se muere por amor

    Alimento de indecencia

    Prólogo

    La corrupción es el ángel caído que aguarda en silencio por una oportunidad, es el susurro escondido que antecede al veneno latente en las venas de toda la humanidad, es la infamia que se disfraza de víctima, luego de podrirlo todo a su alrededor, es el beso mortal de buenas noches y el tufo del día.

    Se propaga a vista y consideración de los que se ríen o de los que han decidido callar. Su aliada es la pereza, la codicia y el poder.

    Verdugo en el acto cruel. Bullicioso ante los ojos que han visto tu haber. Eres el monstruo que habita en todos y al que debemos vencer.

    Grandes obras has construido en el lomo de los incautos, pero su fatiga inminente también te hará caer.

    Corrupción, tus días estarán contados cuando los ojos internos se posen en ti.

    Hipocresías de la suerte

    El suave viento de primavera alegraba el ambiente con sutil frescura y el andar de los coches estremecía los cimientos del pequeño barrio de los Olivos. Los pasos presurosos de las personas sonaban al compás de sus rutinas y el jadeo predominaba en los que veían el retraso hacia sus centros de trabajo. Los minutos avanzaban y la mañana caliente despertaba el bullicio de los autos, cuyas bocinas mostraban el ímpetu egoísta. El silbato de un policía se unía a la orquesta y junto con el griterío de los transeúntes, imponía su utópica verdad.

    La calle Los Páramos se congestionó y un respetable abogado refunfuñando se abalanzó a la pista, no sin antes clavar una mirada asesina al bocinero cubierto de metal, el que devolvió la amarga ojeada junto con una mueca. En ese instante, el semáforo cambió de color y presurosos los conductores aplastaron el acelerador obligando a los cuidadosos a frenar bruscamente. Los transeúntes se quedaron contemplando el humo de los viejos carruajes a los que ya no realizaban el mantenimiento; y, mientras sus corazones empezaban a recuperar la calma, un grito agudo de una mujer en tacos elegantes se escuchó:

    –¡Avanza estúpido!

    Un taxista de mediana edad realizó un gesto de cortesía y se disculpó, respiró profundamente y con cierto nerviosismo intentó encender su vehículo, pero este realizó un sonido ahogado. Con una gota de sudor en su frente, luego de luchar por un instante, logró encenderlo. Miró de reojo a la víbora que lo fulminaba con la mirada, chasqueó los dientes y cuando al fin empezaba a avanzar, el semáforo cambió de luz obligándolo a frenar nuevamente.

    La mujer un poco más que histérica empezó a cruzar, no sin antes blasfemar a toda la descendencia del conductor. Al otro lado de la pista la esperaba un hombre impecable, de terno, cabello corto y con ciertas canas que le brindaban distinción, sujetaba un portafolio de cuero al igual que una gran sonrisa.

    La dama se transformó al ver al caballero. Devolvió la sonrisa y con pasos ágiles se dirigió hacia él.

    –¡Doctor Ostern! Lamento la demora, con este tráfico me fue realmente imposible… ¿Esperó mucho?

    –Descuide, doctora Carla, la espera no fue larga… –respondió manteniendo su sugerente coqueteo. –Mi oficina está en el segundo nivel. Por aquí, por favor. –Le indicó el camino.

    –Es bueno encontrar gente educada, justo hace un momento un cretino paró su carro en seco y casi me mata, luego el necio no quiso moverse obstaculizando todo el tráfico, nadie podía cruzar y encima parecía disfrutar su grosería.

    –Lo sé, hay gente insensata que se las ha arreglado para conseguir un brevete, pero no hablemos de cosas desagradables y cuénteme de su buena fortuna; escuché, por un amigo, que ganó un caso importante ante una multinacional y que en su estudio ya se habla de nombrarla como socia.

    –Fue un caso muy complicado, pero al final la decencia se impuso a lo burdo. Bien merecido lo tenían y pensar que bastó una pequeña prueba para derrumbar su torre de naipes. Indecencia es lo que quedó al descubierto.

    –Encontrar esa prueba sin duda fue una odisea –agregó Ostern, a la vez que presionaba el botón de llamada del ascensor. Contempló el tiempo de demora y continuó: –Aparentemente hay otras áreas de la transnacional Bagú que han quedado expuestas, como la del tráfico de especies.

    –Sí, el asunto se ha complicado en gran medida. Hay muchos intereses que han empezado a moverse… al igual que grandes cantidades de dinero. Sé que ya debe estar intuyendo la razón de mi visita.

    –Tengo una idea…

    El timbre de aviso del ascensor sonó de improviso y las puertas se abrieron.

    Salieron cuatro personas y un perro. Ostern hizo un gesto e ingresaron al ascensor. Sacó un pañuelo con bordado inglés y lo colocó sobre su boca. Subieron cuatro personas más, luego indicó que iba al piso número dos… pero en ese instante, el perro que se alejaba ladró opacando su indicación, por lo que, se vio obligado a presionar el botón, asqueado realizó un exagerado esfuerzo para hacerlo con la uña, evitando de esa manera que su piel tuviera contacto. Tras su éxito se paró firmemente, manteniendo el pañuelo a la altura de sus labios.

    Carla lo miraba embelesada y por simple reflejo empezó a jugar con su cabello.

    El timbre volvió a sonar. Ostern dio un paso largo y esperó a su acompañante.

    –Lo lamento, mi alergia aumenta en lugares cerrados, pase usted –señaló en dirección a su oficina.

    Al abrir la puerta sus trabajadores se desvivieron dándole los buenos días, a lo que él contestaba con un simple hola repetitivo, hasta que un joven se acercó llevando unos papeles.

    –Doctor; llamó Henry, quiere saber cómo va el proyecto de implementación…

    –Eso lo veremos después, por ahora tráenos dos tazas de café –respondió con audacia, sin romper su gigantesca sonrisa. Abrió la puerta donde su nombre ocupaba un lugar e invitó a Carla a sentarse frente a su escritorio.

    La oficina parecía una biblioteca por la cantidad de libros y manuales. La limpieza era notoria y se incrementaba con la potente luz blanca que ingresaba por sus ventanales.

    –Entonces, Doctora, ¿cómo puedo ayudarla?

    –Me agrada más la premisa de cómo podemos ayudarnos… Seré breve y no iré con rodeos, siempre y cuando esta conversación sea confidencial.

    Ostern levantó una ceja:

    –Comprendo –se acercó a la puerta de la oficina y la cerró, luego bajó una de las persianas. Su personal comprendía que no quería ser interrumpido, –la escucho. –Se sentó cruzando las piernas y entrelazó los dedos. Su mirada era penetrante, pero también incierta.

    –Sé que la transnacional Bagú ha solicitado una alianza estratégica con ustedes. Quería comunicarles que aceptar esa proposición sería de alto riesgo, considerando la cantidad de evidencias hacia sus malas prácticas y aún más por los nuevos casos que se están por abrir. Esto sin duda alguna llevará a la quiebra a su estudio, a nivel de nombre y prestigio. Doctor Ostern, lo tengo en gran estima y por esta razón me he tomado el atrevimiento de pedir esta cita. Bagú es un roble que está por caer, lo más sensato es sujetar el hacha en vez de quedarse en la dirección de su caída.

    Ostern frunció los labios y colocó los brazos sobre la mesa.

    –Le agradezco su interés en preservar la reputación de mi estudio, pero como verá, los rumores son solo despojos en el viento. En ningún momento hemos estado interesados en defender a Bagú, obviamente no somos ajenos a este caso. Lo andamos siguiendo con cautela, y como usted dice: tomar semejante riesgo es asumir erróneamente que un par de manos podrían sostener semejante imperio. Ahora que sabe nuestra posición, ¿está segura que es todo lo que anhelaba decir?

    –Usted siempre tan perspicaz –sonrió Carla –Usted tiene información valiosa como los contratos de Quesquén, los escándalos de la Viruda y el revuelo del Torino. Son casos supuestamente aislados, pero sé de buena fuente que están relacionados con Bagú. Lo que quiero decir es que tumbemos juntos ese árbol pestilente y que nos llevémonos el mérito. Hay momentos donde se debe danzar encima del cadáver para sustraer sus últimos frutos, usted me entiende.

    –Me está pidiendo que revele información confidencial, pero aún no logro ver el porqué hacerlo…

    –Lo explicaré de esta manera. –Agarró un pedazo de papel y dibujó seis ceros seguidos. –Si Bagú cae dejaré que usted escriba el número que considere adecuado delante de estos ceros –el corazón de Carla latía con locura, no era la primera vez que buscaba información recurriendo al dinero, pero en su condición actual se sentía atada de manos, no por los hechos que había recopilado diligentemente, sino por la falta de pruebas que corroboraran su información. Sabía que era una jugada arriesgada, pero no lo intentaría sin antes no haber analizado a su anfitrión. 

    Ostern se quedó impresionado ante la astucia de su acompañante y de inmediato un mundo de pensamientos brotó en su cabeza, un raudo análisis de los pros y los contras, las consecuencias y sutilezas que a partir de ese momento debería tomar; y, de forma lejana, casi invisible, la voz del rechazo que prefería ignorar; sin embargo, la codicia seguía dibujando más posibilidades que las ya presentadas. Estuvo a punto de dar una respuesta cuando el muchacho del café tocó la puerta.

    –Me impresiona –susurró Ostern. –Me gustaría discutir los pormenores el sábado por la noche. Haré una reserva en el hotel Clinton, no es buena idea continuar hablando de este tema aquí –sonrió de forma deslumbrante y se levantó para abrir la puerta.

    –Será un placer –respondió Carla con elegancia. Se acercó para despedirse y deslizó un papel en uno de los bolsillos de Ostern –nos vemos el sábado, doctor…

    Ostern volvió a sonreír, hizo una gran venia y se quedó contemplando la partida de Carla. Luego giró hacia el muchacho que llevaba el café y que también se mantenía embelesado: es hermosa, susurró el bribón.

    Ostern lo miró con desprecio e interrumpiendo el sueño de opio, preguntó:

    –¿Cuál era el encargo que tenías que darme?

    El muchacho se sacudió para recobrar la cordura –¡Sí! Llamó Henry, era sobre el proyecto de implementación…, dijo que usted entendería, que lo iba a esperar en el restaurante la Bistecca.

    –Gracias Jesús.

    –¿Hay algo más en lo que pueda ayudar? –Agregó el joven dejando las tasas de café en una pequeña mesa.

    –Sí, ve a archivos y diles que te impriman todas las carpetas de los casos de la Viruda, Quesquén y del Torino. Prioriza esas carpetas por encima de lo que tengas que hacer. Daré la orden desde mi oficina, tráemelas apenas las terminen de imprimir, y Jesús… gracias. –Agregó, no por el favor que le pedía, sino por ayudarlo a librarse de tomar una decisión apresurada. Aquí hay gato encerrado pensó Ostern, cogió el celular y marcó el número de Susana, una antigua colaboradora.

    –Hola Susan.

    –¿Ostern? Qué sorpresa más agradable.

    –Me da gusto saludarte Susan, ¿cómo está la familia?

    –Los chicos cada vez más grandes, ya el menor empezó la primaria. Le costó acostumbrarse, tal vez lo mimé demasiado; y el mayor no deja de sorprenderme, salió en primer lugar en su clase de dibujo.

    –Parece que tenemos un artista –interrumpió Ostern.

    –No hay duda al respecto –respondió Susana, –pero cuéntame, ¿cómo estás?

    –Han sido unos meses complicados y parece que van a durar un poco más, pero como solíamos decir a mal tiempo buena cara. Susan, ¿recuerdas que colaboramos en el caso de la Viruda?

    –Claro, es la fábrica en donde se encontraron órganos de animales enlatados y cubiertos con viruta, supuestamente iban a ser enviados al Brasil. Lo que nunca me quedó claro fue porqué las autoridades decidieron omitir esa información y solo mencionaron que se incautó productos en mal estado. Tampoco se encontraron los cuerpos de los animales, y al final todo quedó con una indemnización y con ello una victoria en un escenario poco pensado… ¿cómo hiciste para cambiar la información que se haría pública?

    –Hay muchas formas de contar la verdad, solo que algunas impresionan y otras generan un pequeño desdén, hmm.

    –Fue un caso inusual…, nadie creía que íbamos a ganarlo.

    –¿Recuerdas que encontraron una caja llena de documentos?

    –Lo recuerdo, pasé varias noches en vela revisándolos –respondió Susana.

    –¿Entre esos documentos encontraste algo que hiciera referencia a Bagú?

    –Nada explícito…, sin embargo, recuerdo que había una carta de Pinzón Álvarez, ese tipo matón que siempre hacía los recados, en ella ponía: Las aves blancas deben cumplir ya que las rapiñas están cerca Tal vez sea solo una suposición de mi parte, pero, en ese momento, lo pensé, y aún lo sigo creyendo…, el sello de Bagú es un halcón que vigila a una paloma.

    –Es muy subjetivo dar por verdad ese razonamiento, pero yo también lo creo… –agregó Ostern.

    –Si lo asumimos como verdad, ¿por qué Bagú se empeñaría tanto en destruir a uno de sus colaboradores?, porque fue Bagú quien nos contrató, ¿verdad?

    –Ya te dije que el cliente fue anónimo, pero hay algo que se está pudriendo y está cerca a estallar. Susan, si recuerdas algún detalle, por más pequeño que sea, por favor, házmelo saber.

    –¿Hay algo por lo que deba preocuparme?

    –No por ahora, estaré en contacto.

    Ostern divisó por el ventanal tratando de aclarar sus ideas, ¿A quién estás tratando de cazar, Carla? se preguntó en medio de la turbulencia de sus pensamientos y desde esa altura la vio salir del edificio, estirar una mano y parar un taxi.

    Por otro lado, Carla estaba con una terrible duda en su interior. Salió del edificio sintiendo un sabor agrio, un sabor a error, una sensación terrible, un descuido que podría traerle consecuencias. Comprendía que el simple hecho de que Ostern tuviera tiempo de pensar en su proposición ya la hacía menos viable, maldecía el instante en el que los interrumpieron y refunfuñaba por lo irónico, pues un café podría costarle aquel caso tan importante. Respiró profundamente antes de continuar y trató de consolarse repitiéndose que recién se mostraba una carta y que la partida estaba por empezar. Su metódico actuar le daba cierto resguardo. Divisó hacia su derecha y levantó la mano ante la

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