Isabel: Historias de vida y otros recuerdos
Por Javier Martínez
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En sus personajes conviven los recuerdos de la infancia con los efectos devastadores del tiempo. Retratos de familia, la nostalgia, lo fantástico, el amor filial, la amistad, transitan por estas páginas con un estilo aparentemente sencillo, donde el lenguaje se enfoca desde la primera frase a establecer un tono y una atmósfera evocadoras de pérdida y destino.
Al leerlos nos convertimos en testigos de la complejidad de las situaciones humanas.
El texto final, cercano a la novela corta, nos habla tanto de las decisiones que moldean una vida y sus consecuencias como de la amistad. El autor propone cada relato con piedad y arte inusitados, haciendo de este libro uno que vale la pena leerse.
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Vista previa del libro
Isabel - Javier Martínez
Isabel
Historias de vida y otros recuerdos
Isabel
Historias de vida y otros recuerdos
Javier Martínez
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Presentación
De entierros y desentierros
El escarabajo de plata
El Piri y el Negro
El Parque de los Venados
Era viernes
La maravilla nunca vista
Mi tío Carlos
El doctor que curaba con dulces
El siervo de Dios
Embajadores del miedo
Feliz aniversario
La Mansión de la Media Luna
Los muchachos del barrio
Natasha
Isabel
D.R. © 2018, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO)
Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585
Col. ITESO, CP 45604
Tlaquepaque, Jalisco, México
www.publicaciones.iteso.mx
ISBN : 978-607-8616-20-6 (Ebook HTML)
Digitalización: Proyecto451
D.R. © 2018 Jorge Antonio Orendáin Caldera
Camarena 176a, colonia San Pedro, CP 45500
Tlaquepaque, Jalisco, México
orendain67@gmail.com
ISBN : 978-607-8475-40-7 (Ebook HTML)
Isabel. Historias de vida y otros recuerdos
Primera edición, 2018
D.R. © 2018, Javier Martínez
Dirección editorial
Jorge Orendáin
Diseño y diagramación
Sol Ortega Ruelas
Cuidado editorial
Antonio Caldeira y Eugenio Partida
Imagen de portada
Rafael del Río
Presentación
En los textos de Javier Martínez aparece siempre un aire melancólico. De inmediato se hace notoria la preocupación por lo humano que transmite una mirada reflexiva de la vida. Sus trazos narrativos provocan una impresión de aparente espontaneidad, donde, con mayor detenimiento, es posible observar un trabajo metódico. En sus personajes y situaciones el intento de felicidad convive con los efectos de la memoria, que se extiende formando preguntas sobre cómo cambiamos con el paso del tiempo y si existe alguna relación entre quienes fuimos en nuestra juventud y las personas en que nos convertimos después.
En textos como Era viernes, La maravilla nunca antes vista, Los muchachos del barrio, Mi tío Carlos o El doctor que curaba con dulces vemos la visión de la infancia, llena de mito y descubrimiento, donde el amor no está exento de temor. En textos como El Piri y el Negro asistimos a la crueldad gratuita y el destino vengador. En relatos como El escarabajo de plata o Feliz aniversario, lo mismo que en Embajadores del miedo, impera un misterio y un malestar kafkiano oculto en sucesos aparentemente triviales. En El siervo de Dios vemos un instante del aprendizaje de la fe, mientras que Natasha es un texto de aprendizaje de juventud. De entierros y desentierros es un texto que remiten al paso del tiempo y la memoria.
En el largo relato que cierra el libro, Isabel, asistimos a la vida de una mujer y su búsqueda, primero por adquirir una personalidad propia y luego por salir adelante y formar una familia en una tierra extraña, lejos de casa, una vida que podría ser la miles de mujeres y que al mismo tiempo se percibe como única y extraordinaria, mientras que el narrador de la historia, un sacerdote, a su vez deambula por las circunstancias de su propia vida, hasta que aparece la sombra de la muerte entre los dos, relato que el autor describe con la intimidad de una prosa casi pictórica, en un juego de escenarios y paisajes en donde se adivina que la vida sigue y seguirá siempre su curso sin aparente solución.
Impregnado de un tono autobiográfico, el conjunto de relatos explora las posibilidades de la literatura como una experiencia que nos permite ver, bajo la superficie de la vida, una verdad íntima. La visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo irunediato
, decía Rimbaud.
Eugenio Partida
De entierros y desentierros
Llegó temprano a la cita para la exhumación de los restos de su padre. Hacía más de setenta años que había fallecido y desde entonces nadie más fue enterrado en la cripta familiar. El cementerio municipal de la ciudad sufría un deterioro notable: talado de gran cantidad de árboles, montones de basura que se apiñaban por todas partes. Muchas propiedades a perpetuidad habían sido abandonadas por sus dueños que preferían la cremación, y en su lugar se construyeron tumbas que se sucedían en largas filas, unas tras otras, chatas, todas iguales, como habitaciones de interés social.
El cielo gris con nubarrones pronosticaba lluvia. El aire frío golpeaba la cara. Se abrochó el saco y se frotó las manos. Recorrió lentamente las abandonadas calzadas buscando la tumba de su padre. A lo lejos vio un par de jornaleros que colocaban andamios para empezar una inhumación. En la lápida aún en pie, se leía: Familia Fernández Maceira. La fosa abierta, como boca sin dientes, dejaba ver las antiguas cavidades que guardaban aún los restos abandonados de los antepasados; tenía mal aliento: aguas estancadas, quizá con animales muertos.
—Lo estábamos esperando —dijo uno de los hombres—. Ya está todo listo para subir la caja.
Junto a la tumba se encontraba una pila de escombro de la pared abierta. Las poleas giraron lentamente para sacar con cuidado el féretro de acero. Lo depositaron sobre el bordo de la fosa, con una palanca abrieron la caja. Apareció el cuerpo del padre como si lo acabaran de sepultar. El traje gris con la corbata azul, los brazos cruzados sobre el pecho, el rostro sonrosado y el pelo rubio ligeramente cano. Fue sólo un instante. Al contacto con el aire quedaron sólo partículas de polvo que se asentaron en el fondo del cajón. La visión lo conmovió profundamente. Recordó cuando era un niño de siete años y lo asomaron para que se despidiera de su padre. La misma imagen que acababa de ver. Sintió que el aire le traía las fragancias que nunca había olvidado, nardos y gardenias, que impregnaron las paredes de la casa con las decenas de coronas mortuorias. Cerró los ojos, creyó oír el chirriar de las ruedas de la carroza y los cascos de los caballos, enjaezados con mallas y penachos negros, contra el empedrado.
—Señor, ¿dónde ponemos los restos? —la voz ruda del sepulturero lo sacó de sus ensueños. Se estremeció y torpemente respondió:
—Se me olvidaron las bolsas en el carro, ¿podríamos llevarlos hasta allá en su carretilla?
Comenzaron el camino de regreso. El jornalero, por delante, con los pocos restos que lograron recoger, él de nuevo con la mente en el espacio, pensaba: Mi padre es ahora menor que yo, apenas llegó a los cincuenta; yo soy un anciano que pasó de los ochenta
.
Las nubes oscurecieron la mañana y suavemente bajó la lluvia con gotas que se confundieron con las lágrimas que anegaban sus ojos.
El escarabajo de plata
En el correo de esta mañana me entregaron un sobre cuadrado como los de las tarjetas de Navidad. ¡Qué extraño!
, pensé, pues estamos apenas en octubre y en los últimos tiempos casi no he recibido alguna de esas felicitaciones, con el internet parece que se acabó la costumbre de enviar tarjetas de Navidad y de escribir cartas.
El sobre en cuestión venía sin remitente, con mi nombre y la dirección escrita con una hermosa y cuidada letra de esa que se usa para etiquetar las invitaciones a las bodas. No recordaba ningún compromiso. Abrí el sobre. Apareció una tarjeta de un fino papel negro, sobre el que venía grabado en realce un escarabajo de plata del que parecía desprenderse un halo de fuego dorado. Me impresionó, me atrajo intensamente. Sentí un gran placer: los colores, la tersura del papel, el reflejo de la plata y ardor que despedía me dejaron fascinado. Desdoblé el papel y ¡oh!, sorpresa, no había nada escrito. Un rayo de inquietud me recorrió el cuerpo.
Sentía una especial sensación de placer al tocar con las yemas de los dedos el caparazón plateado del insecto, mientras imaginaba que las seis patas se movían ligeramente como si respondieran a mis caricias.
Un mar de compromisos ahogó mi tiempo durante el día: poner en orden la habitación de un colega desaparecido, revisar papeles, deshacerme de las cosas inútiles que encontraba: medicinas vencidas, ropa vieja, frascos vacíos de cosméticos y un sinfín de recuerdos acumulados durante los últimos sesenta años de su vida. Corregir trabajos de los alumnos de la clase de discurso oral y escrito que enseñó en la universidad, pagar facturas de las farmacias, atender llamadas telefónicas. Hice todo con la imagen impresa en mi mente del escarabajo y la tentación reprimida de volver a encontrarme con él y obtener respuestas a mil preguntas que se escocían en mi cerebro.
La fantasía construía las más descabelladas suposiciones. La combinación de oro y plata sobre el fondo oscuro, como si quisiera salir