Conquistando a su compañera: Compañeros de Zatari, Libro 2
Por Claire Conrad
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Aunque Hunter nació como un príncipe, el disgusto por el belicismo de su padre lo llevó a abandonar su derecho de nacimiento. Encontrar una pareja había sido la menor de sus preocupaciones, pero cuando su investigación sobre la desaparición de su hermana lo pone en contacto con una de las guerreras más famosas de Zatari, una mujer tan feroz como hermosa, instantáneamente él sabe que ella está destinada a pertenecerle. Domarla no será fácil, pero él disfrutará de cada momento del proceso...
Después de que su amiga más cercana fue secuestrada y Mira fue enviada a rastrearla y regresarla a su casa, lo último que ella esperaba era ser reclamada como compañera, y no por cualquier hombre, sino por un príncipe Delti, quien estaba llevando a cabo su propia misión. Sin embargo, desde el momento en que Mira pone los ojos sobre Hunter, no puede evitar desear que él la desnude, la azote hasta someterla y luego le enseñe a rendirse por completo ante la intensa y dominante forma de hacer el amor del guerrero. Pero, incluso si él logra dominar su cuerpo, ¿podrá este enemigo de su pueblo conquistar el corazón de Mira?
Nota del editor: Conquistando a su compañera es el segundo libro de la serie Compañeros de Zatari. Incluye nalgadas y escenas sexuales. Si dicho material lo ofende, por favor no adquiera este libro.
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Conquistando a su compañera - Claire Conrad
Conquistando a su compañera
Compañeros de Zatari, Libro 2
Claire Conrad
Índice
Acerca de Conquistando a su compañer
Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Fin
Libros de Claire Conrad
Autor biografía
Books by Claire Conrad (English)
Acerca de Conquistando a su compañer
Aunque Hunter nació como un príncipe, el disgusto por el belicismo de su padre lo llevó a abandonar su derecho de nacimiento. Encontrar una pareja había sido la menor de sus preocupaciones, pero cuando su investigación sobre la desaparición de su hermana lo pone en contacto con una de las guerreras más famosas de Zatari, una mujer tan feroz como hermosa, instantáneamente él sabe que ella está destinada a pertenecerle. Domarla no será fácil, pero él disfrutará de cada momento del proceso...
Después de que su amiga más cercana fue secuestrada y Mira fue enviada a rastrearla y regresarla a su casa, lo último que ella esperaba era ser reclamada como compañera, y no por cualquier hombre, sino por un príncipe Delti, quien estaba llevando a cabo su propia misión. Sin embargo, desde el momento en que Mira pone los ojos sobre Hunter, no puede evitar desear que él la desnude, la azote hasta someterla y luego le enseñe a rendirse por completo ante la intensa y dominante forma de hacer el amor del guerrero. Pero, incluso si él logra dominar su cuerpo, ¿podrá este enemigo de su pueblo conquistar el corazón de Mira?
Nota del editor: Conquistando a su compañera es el segundo libro de la serie Compañeros de Zatari. Incluye nalgadas y escenas sexuales. Si dicho material lo ofende, por favor no adquiera este libro.
Derechos de Autor © 2018 Tydbyts Media
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Publicado por Tydbyts Media
Conrad, Claire
Conquistando a su compañera
Diseño de Portada © 2018 por LJ Designs
Este libro está dirigido sólo para adultos. Los azotes y otras actividades sexuales representadas en este libro son solo fantasías, dirigidas para adultos.
Prólogo
Mira, planeta Zatari, Sala del Trono del Templo
—Octavia es una traidora. Lo prohíbo.
La Suma Sacerdotisa, la propia hermana de Octavia, se sentó en su trono de cristal y hablaba como si el hielo corriera por sus venas en lugar de sangre tibia y roja. El mensaje enviado por mi amiga de la infancia había sido extraño y aterrador. Pero ese no fue el mensaje que compartí con la Suma Sacerdotisa y los que se reunieron en su corte. Para ellos, yo simplemente era una tonta por pedir permiso para perseguir falsas esperanzas.
Esperaba que Octavia hubiera sido llevada en contra de su voluntad. Esperaba que renunciara a su nuevo compañero, un príncipe de Delti, y regresara con su gente. Esperaba que ella no hubiera sido la traidora que lo liberó.
—Debo tratar de encontrarla y traerla a casa.
Me dolía la rodilla debido a los largos minutos que llevaba presionándola contra el frío suelo de piedra. Mi cabeza ya no estaba inclinada, pero nuestra reina no me había dado permiso para levantarme, lo cual era prueba suficiente de lo irritada que estaba con mi solicitud.
—Ella nos traicionó a todos, Mira. He puesto un precio por su cabeza.
Bajé la cabeza para ocultar mi conmoción, mirando la punta redondeada de mi bota negra. La bota era de cuero flexible, con una cuchilla escondida en la punta. Yo era una asesina y una guardaespalda, no una princesa mimada. Las mujeres que estaban a mi alrededor con sus fluidas túnicas y suaves zapatillas debían su libertad a las guerreras como yo. No envidiaba sus comodidades, pero rechiné los dientes mientras trataba de comprender por qué la Suma Sacerdotisa de Zatari era tan inflexible, tan fría en sus creencias, hasta el punto de ponerle un precio a la cabeza de su propia hermana.
—¿Cuánto? —pregunté.
—Cincuenta mil créditos. —La voz era tranquila y serena, recitando la información para que todos pudieran escuchar.
Yo conocía bien esa voz, la había estado escuchando durante toda mi vida. Mi madre se sentó a una mesa elevada a la izquierda del trono junto a las otras ancianas presentes. Su larga cabellera rubia ahora estaba manchada de tonos blancos, pero todavía era hermosa, con cejas arqueadas, mirada inteligente y pómulos elevados. Sus túnicas blancas la identificaban como miembro del consejo de ancianas, una posición de poder que había mantenido durante muchos años.
Ella me había guiado bien estos últimos ocho, mientras yo me abría paso a través de las filas para convertirme en la guardiana más leal de la nueva reina. Había vivido durante los primeros años de mi vida en las afueras, en una granja cerca de la frontera. Tuve una infancia feliz, corriendo en los campos y jugando con mis paisanos, aprendiendo a cómo seguir el rastro, a cazar y a matar...
Mi madre había venido a buscarme cuando cumplí la mayoría de edad. Los primeros años habían sido difíciles. No lo recuerdo todo; los meses eran un extraño, caótico y doloroso borrón. Pero, con el tiempo, me ajusté a la vida en la corte. Cuando no entendía las complejidades de la corte, ella pasaba horas aleccionándome sobre el sutil arte de la política y el engaño. Ahora yo era toda una maestra gracias a ella. Y fue así entonces como mentirle a mi reina era tan fácil para mí como respirar.
—Entonces me gustaría tener su permiso para reclamar la recompensa.
Un silencio estupefacto se acumuló en la sala ovalada, pero mantuve la cabeza baja mientras esperaba que la reina tomara una decisión. Si ella me negaba el permiso, yo tendría que robar una nave y desafiarla. Y sería etiquetada como una traidora, una desertora.
Ese era un destino que estaba dispuesta a aceptar, de ser necesario. Tenía que saber si el mensaje de Octavia era cierto. Si sus palabras eran horribles verdades o repugnantes mentiras. Yo no podía creer que ella amara a un príncipe Delti. Ellos eran nuestros enemigos de sangre. Los reyes Delti habían esclavizado a mi gente. Nosotros nunca volveríamos a estar bajo su control. Nosotros no cedíamos ante los Delti, nosotros los asesinábamos.
Y nos asegurábamos de no follar con ellos. Acostarnos con ellos. Criar a sus hijos.
No amábamos ni a uno solo de ellos.
La idea era ridícula. Mas allá de lo comprensible. Y, sin embargo, el mensaje que había recibido de mi mejor amiga había sido muy claro: estaba enamorada y nunca volvería a casa. Y todo lo que yo conocía, todo lo que me habían dicho, toda mi existencia era una mentira.
No podía aceptarlo. La rastrearía, la miraría a los ojos y descubriría la verdad. Con el permiso de la reina o sin él.
—Puedes hacerlo, Mira. Trae a Octavia de regreso casa.
—Sí, Suma Sacerdotisa.
Me levanté con rapidez, agradecida por las horas de entrenamiento que me permitieron moverme libremente, a pesar de los largos minutos que permanecí arrodillada. Irguiendo la cabeza mientras me ponía de pie, me encontré con la mirada de la reina y vi la advertencia en sus ojos. Ella no era una mujer estúpida y yo sabía que debía regresar a casa con Octavia o simplemente no volver más.
Con una pequeña reverencia de su barbilla, la puerta de dos hojas detrás de mí se abrió, la media docena de guardias con la que yo había entrenado durante los últimos ocho años estaba preparada y me mataría con solo una palabra de los labios de la reina. De la misma forma en la que yo lo hubiera hecho hace unas semanas atrás.
¿Y ahora? Ahora todo había cambiado. Ahora yo necesitaba saber la verdad. Ahora debía encontrar a mi amiga y liberarla de cualquiera que fuera la trampa en la que el príncipe de Delti la mantenía. Octavia necesitaba regresar a casa.
Era tarde y no perdí tiempo en retirarme a mi suite para empacar para el próximo viaje. Octavia estaba en la base Lunar One. Ahí era donde debía ir a buscarla. Pero la base era un lugar peligroso, un lugar donde piratas y renegados se reunían bajo la atenta mirada de los guerreros Zatari, quienes controlaban el puesto comercial con una eficiencia despiadada y temida por todos los que lo visitaban. Las naves, tanto del planeta Zatari como Delti, viajaban a la luna Zatari para comerciar de todo, desde alimentos y especies hasta esclavos en el mercado negro en la bahía de los traficantes.
Yo había oído hablar de la base, pero nunca había estado allí, tampoco había tenido ganas de ir. Pero ahí era donde Octavia había sido vista por última vez, por lo que ese sería el lugar donde empezaría mi búsqueda.
El sueño tardó en llegar y, cuando finalmente cerré los ojos, soñé con mi madre, con una versión más joven. Pero en la extraña forma de los sueños, había dos copias de ella de pie frente a una joven que discutía con unas voces idénticas.
En mi sueño, cubrí mis oídos, pero nada podía detener el sonido de sus crueles palabras.
—Mátala. Ella nos traicionará a todos.
—No. No podemos matarla. Ella tiene nuestra sangre.
—¡Mátala!
—¡No!
Mis dos madres tomaron mis brazos y tiraron en direcciones opuestas; una con furia, observándome con desprecio y odio. La otra tenía lágrimas corriendo por su rostro mientras negaba con la cabeza; sus ojos estaban llenos de determinada tristeza.
—No. Ella debe vivir, pero no debe recordar...
En algún lugar a la distancia, una mujer joven gritaba, una mujer que pensé que era