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La Verdad De Gabriel
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La Verdad De Gabriel

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El obsesionado comportamiento tico de Miguel en su ejercicio profesional como abogado, solamente le permiti percibir a la justicia, como la dama ciega que equilibra su balanza con el peso exclusivo de la VERDAD, sin embargo, tan loable convencimiento, lo alej completamente de la senda exitosa.
La sensacin y percepcin de vida que nos pertenece todos, fue entonces interrumpida sorpresivamente en Miguel e incorporado al dulce y hermoso despertar que representa la promesa inequvoca de Vida Eterna. En esa insuperable, nica e inmejorable dimensin, fue invitado a participar como fiscal acusador, para el juicio del milenio, al que seria sometida esa VERDAD, por ausentarse reiteradamente entre los hombres.
El juicio requera presentar un caso que pudiese considerarse emblemtico y representativo, un caso donde el uso de la mentira fuese reiterado y sin escrpulos, para desplazar y anular a la VERDAD y consentir a la avaricia y al engao colectivo. Sin duda alguna, la manipulacin del mercado petrolero y sus derivados, cumplan con cada uno de esos requisitos.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento30 nov 2012
ISBN9781463343279
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    La Verdad De Gabriel - Antonio Lategana

    Copyright © 2012 por Antonio Lategana.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

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    ventas@palibrio.com

    ⁴³²⁷⁶¹

    INDICE

    Capitulo 1 Mi Llegada

    Capitulo 2 Mi Misión

    Capitulo 3 El Caso

    Capitulo 4 El Juicio

    Capitulo 5 Lo Inesperado

    CAPITULO 1

    Mi llegada

    Un fino rayo de luz iluminó y dio calor a mi cara para avisarme la entrada del alba. Desperté complacido y sin sobre saltos, la dulzura de aquellos halos luminosos, se sintieron como una caricia maternal para dar comienzo al nuevo día. Con tranquilidad y sosiego inusitado para mi temperamento, fui incorporando mi conciencia al entorno; el espectáculo era simplemente digno de un Oscar a la mejor fotografía. Sobre el horizonte lejano, cuál felino en posición de cacería, asomaban los primeros rayos de luz matutina, provocando un espectáculo de colores solamente comparable a una danza de láser previamente programados con la mejor de las coreografías, casi se podían percibir sus giros sobre el entorno amarillento y esférico de un sol aún pali deciente, sus constantes y rítmicos movimientos, provocaban en mí, una paz interior jamás percibida.

    En su suelo, se extendía un inmenso mar de vegetación de baja altura, parecía sembrada con orden topográfico, la gran masa estaba compuesta por filamentos verdes y amarillos intensos, sumamente tupida, pero que a su vez, dejaban escapar sistemáticamente, capullos abiertos de grandes y multicolores flores. Por si fuera poco, aquella inmensa alfombra, mecía fina y suavemente sus cúspides al compás del viento que parecía acariciarlas. Para completar la perfección, mis sentidos fueron invadidos por un leve aroma a pasto recién cortado que armonizaba equilibradamente con una dulce melodía, cuyas notas escapaban de un alta voz colocado en la parte superior de la cabina y que ambientaban el exquisito panorama descrito.

    Efectivamente, me encontraba en una extraña cabina de tren o más bien, de un súper tren. Solo la imaginación de Michelangelo, pudo ser la responsable de la decoración de aquella unidad, la visión exterior estaba proporcionada por un gran cristal que integraba en una sola pieza el espacio de ventanas y el resto del cuerpo de la cabina, finamente enmarcado en una estructura tubular que parecía fabricada en oro puro. Sobre mi cabeza podía percibirse el azul del cielo, con sus destellos de nubes algodonales, pero no se trataba de un cristal, se trataba de una pintura, tan finamente lograda que tardé unos segundos en percibir la diferencia. Complementaba la unidad, un cálido color cobrizo claro, propio del material metálico, que a su vez proporcionaba un ambiente de inmaculada pulcritud.

    Allí estaba yo, relajado, sin síntomas de cansancio aparente, mi mente solo ocupada por el deleite que proporcionaba el entorno. Hubo muchas preguntas que ni siquiera llegué a plantearme: ¿A que parte me dijo?, ¿Dónde me encuentro?, ¿En que momento tomé esta unidad?…………., todo transcurrió sin preguntas, sin dudas, sin sobre saltos, la naturalidad de la situación fue asumida de manera espontánea, mejor aún, por primera vez en mi vida, sentía una sensación única de optimismo absoluto, vigor inusitado y acompañado de un sentimiento un tanto difícil de describir con palabras, pero que podría asimilarse a un repentino amor por las situaciones y circunstancias por venir.

    Casi como sorpresivamente, pude darme cuenta de que estaba elegantemente trajeado, más bien, el termino correcto sería, impecablemente presentado, lo que de ningún modo alteró para nada mi estado anímico con cuestionamientos adicionales, simplemente las dudas iban tomadas de la mano con una primeriza sensación de naturalidad que anulaban posibles situaciones sorprendentes.

    En pocas palabras, me sentía bien, cómodo, relajado y con mi mente invadida en su totalidad por una curiosidad absoluta por los lugares y situaciones que esperaba ir descubriendo en ese inesperado viaje.

    El mismo cristal que permitía deleitar mis ojos de la belleza exterior, me permitió divisar el acercamiento de la unidad a la ciudad que presumí intuitivamente, sería mi destino de llegada. La aún débil luz del día, se encargaba lentamente de anular los puntos luminosos, propios del alumbrado citadino, pude entonces entender, que se trataba del despertar de una inmensa ciudad como jamás había soñado visitar en persona, grandes y esbeltas edificaciones apuntaban con sus agujas terminales, hacia un cielo evidentemente apresurado en mostrar su azul intenso, el acercamiento a sus periferias, permitía percibir la gran explosión de vitalidad que estaba por comenzar en aquella hermosa metrópolis que únicamente había podido intuir en tomas de películas televisivas, pero que siempre permanecieron ancladas en mi mente, como lugares de obligatoria visita. Fue entonces cuando el tren a mediana velocidad, comenzó a hacer su entrada definitiva en la esplendorosa ciudad, no sin antes atravesar un majestuoso e imponente puente metálico, que evidentemente terminaría en su propio corazón.

    Repentinamente, un sonriente uniformado se asomó a la puerta de mi cabina, para avisarme que en pocos instantes llegaríamos a nuestro destino final. Tomé un pequeño equipaje correctamente colocado en la sombrerera de la cabina y que presumí además sumamente convencido que era de mi propiedad.

    Bajando las escalerillas, pude darme cuenta que entraba en una inmensa estación ferroviaria, impregnada además con su usual bullicio y dinamismo, gran cantidad de personas apresuradas en su caminar llenaban los andenes, todas las direcciones estaban tomadas por el vigor mañanero de hombres y mujeres que aparentemente dispuestos, se aprestaban al comienzo de sus rutinarias vidas; por primera vez en mis años, percibía en cada una de aquellas personas, una extraña paz espiritual, evidenciada por una multitud de caras sonrientes, que solo transmitían una agradable sensación de satisfacción y felicidad colectiva. Comencé a sentirme contagiado por ese mismo placentero sentimiento e incorporé inmediatamente en mi rostro una radiante y expresiva sonrisa, en el mismo instante que una amable frase de bienvenida, acompañada por un buen y feliz día, interrumpió mi placentera exploración preliminar del lugar. Nuevamente se trataba de un sonriente uniformado que al tomar mi equipaje, invitó a seguirlo para mostrarme el camino. Así lo hice, una vez más confiado y tranquilo, mi corta caminata solo se vio interrumpida por la pregunta de mi amable acompañante, relacionada con mi apetito mañanero, que al responder con afirmación de deseos de tomar desayuno, hiso que su cara se volviese a iluminar, como reflejando satisfacción por mi deseo y muy seguro de si mismo dijo: entonces sígame Señor, lo conduciré al Fogón de Los Dioses, estoy bien seguro que será de su agrado.

    Efectivamente, a muy cortos pasos, abría sus puertas un colorido y refinado local que se auto presentaba en un inmenso cartel luminoso, como El Fogón de Los Dioses. Mi gentil acompañante solo se retiró al haberme acomodado confortablemente en el placentero lugar, no sin antes recomendarme probar, unos deliciosos panecillos de hojaldre que se presumían la especialidad de la casa. Al percibir que los servicios del impecable servidor, habían finalizado, inmediatamente traté de encontrar en alguno de los bolsillos del traje, algo de valor monetario que recompensara su amabilidad, por lo que al percatarse de la intención, sin opacar su sonrisa, el uniformado me refirió de no preocuparme al respecto, haciendo la salvedad que todo estaba previamente dispuesto y programado para una feliz y económicamente despreocupada estadía. No me restó más que agradecer su amable atención y despedirlo con un efusivo apretón de manos, mientras mi voluntario servidor se presentaba como Pedro, el encargado de recibir a los nuevos como yo.

    Apenas pude, incorporé mi conciencia al refinado y bellamente decorado local, simplemente digno de su nombre. No pasaron muchos segundos, cuando fui interrumpido en mi estado de curiosidad, por una fuerte voz masculina que, luciendo un reluciente y deslumbrante blanco en su atuendo, a la vez que acomodaba los cubiertos me dijo: Bello día Amigo; definitivamente si, respondí, ¿Además de los panecillos, que otra cosa puedo servirle? - Solo después de un corto titubeo producido por la sorpresa, al darse por sentada mi escogencia, solicité que se acompañara con un cappuccino fresco y espumoso.

    Lo ordenado llegó casi de inmediato, me sorprendió el aroma inconfundible a hojaldre recién horneado, efectivamente, el sabor de aquella fresca masa, me retrajo inmediatamente a los años de mi infancia, en donde las mañanas comenzaban con el fresco deleite de aquellos apetitosos bocados, que solo la abuela María podía consentir, gracias a su descendencia francesa y a su fino sentido de la justa cantidad.

    Disfruté de aquel manjar y en ese disfrute, bailaron estrechamente, la evocación de años pasados, la fina fragancia y el delicado gusto.

    Nuevamente tenía ante mi, al delgado y amable caballero, que parecía salido de algún comercial alusivo a un detergente blanqueador de ropas, preguntándome si los panecillos habían satisfecho mis expectativas, por lo que mi respuesta estuvo representada por una elocuente sonrisa de consentimiento y un: vaya forma de comenzar el día, que por la euforia y el entusiasmo puesto en la frase, provocó en mi interlocutor una expresiva mueca de satisfacción.

    Al solicitarle la cuenta por el consumo, mi gentil servidor replicó de seguida: ¿Todavía no le han suministrado la tarjeta verde Señor? Creo que la expresión de extrañeza ante el planteamiento hiso reaccionar al amigo mesero con una frase para él lógica, precedida de una pequeña carcajada: comprendo, es Usted recién llegado, pues tenga la mejor de las bienvenidas, esto pasa hasta en las mejores familias, su guía debe haberse retrasado unos minutos, tenga paciencia, no tardará en llegar y por cierto, no tenga cuidado con la cuenta, todo está en orden, le deseo un feliz día. ¿Una pregunta Señor, como haré para reconocer a mi guía? Pues que eso no ocupe su preocupación, él sabrá reconocerlo, respondió el mesero, al mismo tiempo que se retiraba para continuar con sus rutinas.

    Mientras esperaba a mi desconocido guía, llamó mi atención, el sonido inconfundible de un corto beso proveniente de la mesa contigua, se trataba de una joven pareja que daba rienda suelta a su aparente novato amor, entre caricias faciales, tiernas sonrisas y miradas absortas, imaginé que estaban expresándose ilusionadas promesas de amor eterno. Al Darse cuenta de mi mirada entrometida, no quedó otra cosa, que intercambiar sonrisas de complacencia por la situación. En ese mismo instante, la pequeña y embarazosa situación, fue interrumpida por una repentina voz que desde mi espalda apuntó: Bienvenido Señor Méndez, debe disculpar mi demora, pero precisamente, mi gran satisfacción reside en soñar un poco más en las mañanas; no sin antes tener su mano extendida en señal amistosa y para no diferenciarse de los demás, con gran sonrisa, me hiso saber que podía llamarlo David. Inmediatamente, consentí el amable saludo y traté de incorporarme de mi asiento, pero con generoso gesto, David pidió que siguiera sentado y cómodo.

    Se trataba de un hombre de unos treinta años, de aproximadamente 1,80 metros de estatura, de unos 82 kilos, tez blanca y cabello castaño que además ocultaba sus ojos con oscuros cristales solares, hacía gala de un fresco pero no menos elegante traje color crema claro, adornando su solapa con el cuello de una fina camisa azul. Inmediatamente después de tomar asiento a mi lado, desplegó su portafolio sobre la mesa y sin abandonar su sonrisa mientras extraía algunos documentos me dijo: debemos llenar algunos formalismos Sr. Méndez, espero no le moleste, no llevará mayor tiempo. Mientras esto ocurría, me sentí gratamente complacido por la inmejorable organización que se iba evidenciando con el transcurrir del tiempo, lo que realmente me intrigaba, era la idea de que aquel evento hubiese podido ser planificado desde el eficiente pero informal Bufete donde prestaba mis servicios, por lo demás, seguía aceptando las cosas con la mayor de las naturalidades y sin perturbación alguna.

    David: Bueno Sr. Méndez, debemos llenar algunos datos personales, para lo cual necesitaré de su ayuda.

    -Deslizó un reluciente bolígrafo dorado del interior de su chaqueta e inmediatamente dio curso al cuestionario:

    David: ¿Dígame, su nombre completo es Miguel Antonio Méndez Dubuc?

    Miguel: Así es, para servirle,

    David: ¿Su fecha de nacimiento es el 24 de Marzo de 1.961?

    Miguel: Está en lo correcto.

    David: A ver, a verrrrrrr, ¿Nació Usted en Valle de La Pascua, Venezuela?

    Miguel: Si Señor.

    David: Seguimos, vamos a hacerlo mas fácil, iré anotando en voz alta, si tengo algún dato incorrecto por favor interrúmpame. Casado con María Angélica López, de profesión ama de casa, dos hijos, Miguel Antonio y María Alejandra de 14 y 11 años respectivamente, graduado en Leyes en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas en el año 86. Solo una pregunta para mi curiosidad Sr. Méndez, ¿Proviniendo Usted de una familia humilde y de escasos recursos, como pudo cursar sus estudios en una Institución privada y además lejos de su hogar?

    - Esa pregunta, arrancó una nostálgica sonrisa de mis labios, me remontó a los años más difíciles para mi subsistencia.

    Miguel: Pues mire Usted, vendía azúcar en un mercado popular de Caracas para pagar mis estudios, mi padre me ayudó muchísimo con lo que pudo y además disfruté de una beca del Ministerio de Educación.

    David: Si, tengo entendido que fue Usted un brillante estudiante, continuemos pues…, regresó a Valle De La Pascua, donde permaneció por espacio de un año sin actividad profesional, luego se mudó a Puerto La Cruz, invitado por unos antiguos compañeros de estudio, que ya para ese momento, ensayaban un prototipo de Bufete de Abogados.

    - Entre risas, afirmé el planteamiento, al recordar que el famoso Bufete lo constituía un garaje anexo a la casa de habitación de uno de mis compañeros, también recordé que fueron muchos los intentos fallidos para aproximar el espacio disponible a un ambiente de oficina.

    David: Bien, a ver, a ver….,

    -Dejó escapar algunos murmullos de sus labios y continuó.

    David: Evidentemente, al no tener éxito en el novato intento de Bufete, se vio obligado a solicitar empleo en Hernández Lara y Asociados, donde presta sus servicios en la actualidad.

    Miguel: Está en lo correcto Sr. David.

    David: Dígame solamente David, se lo agradezco infinitamente. Miguel, ¿Puedo tutearlo?

    Miguel: Pues claro que si.

    -Sin despegar la vista de su formulario prosiguió.

    David: ¿El Bufete te encargó de 46 diferentes litigios, de los cuales solamente hubo éxito en 21, cierto?

    -Fue entonces cuando salí casi instintivamente a la defensa de mi gestión, procurando con angustia que no fuese descalificado en la supuesta nueva misión a enfrentar, que por lo demás desconocía en su totalidad, pero que definitivamente intuía como la más importante de mi carrera.

    Miguel: Te diré David, los casos que se perdieron, jamás hubiesen podido ser exitosos con el uso de la verdad y………

    David: por favor Miguel; interrumpió mi guía; no te esfuerces en explicaciones, eso lo sabemos y particularmente entiendo, que es precisamente por tu obsesionada defensa de la verdad, que te encuentras con nosotros.

    -Una vez más, miró detenidamente su formulario, realizó algunas anotaciones adicionales, levantó su mirada descubriendo sus ojos de los cristales y con la alegría y satisfacción de quien da por terminada una tarea, indicó: Bien Miguel, hemos terminado, de corazón te deseo lo mejor que pueda desearse

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