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Misterio En El Pueblo
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Libro electrónico327 páginas5 horas

Misterio En El Pueblo

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Un polica al iniciar su turno de patrullaje, se encuentra con alguien de su pasado, un pasado que no logra olvidar y que lo atormenta. Instantes despus le brinda ayuda a una Seora en la carretera, la extraa actitud de la Dama que es la misa de la persona con quien nuestro protagonista se cruzo anteriormente, le genera sospechas que su instinto policial le exige investigar. Al terminar su turno de patrullaje nuestro protagonista de nombre Gerardo decide aprovechar su tiempo libre para visitar el Pueblo de donde es originaria la Seora de la carretera. Gerardo descubrir una realidad inimaginable que estremecer a todas las Personas de la localidad. Una historia tan atroz que habr personas que harn todo lo posible por mantenerla en secreto.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento27 nov 2012
ISBN9781463344122
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    Misterio En El Pueblo - Ismael Perez

    Copyright © 2012 por Ismael Perez.

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    434869

    G erardo se dirigía a la estación mientras la tarde caía sobre el oeste de la ciudad. Debía realizar el turno nocturno de 12 horas que como policía federal había hecho durante los últimas 2 semanas y aunque no le molestaba trabajar de noche no podía evitar sentirse contento de que se tratara de su ultimo día de trabajo nocturno ya que durante todo el mes siguiente tendría el turno de día, por lo que ya podría dormir toda la noche en la comodidad de su cama en su pequeño pero agradable departamento en una zona de clase media de la ciudad. Gerardo Martínez había sido policía federal los últimos 12 años y a sus 33 años de edad ya era todo un veterano, que hacia recorrido 7 estados del país ya que sus obligaciones de policía federal así lo exigían y aunque le agradaba conocer diferentes regiones del país ya sentía la necesidad de establecerse en algún sitio y formar una linda familia con alguna chica de preferencia parecida a Sofía, su novia de la preparatoria con quien tuvo una relación sentimental durante 2 años y con quien fue muy feliz a pesar de las dificultades que representa un noviazgo adolescente.

    La tarde era tranquila en la ciudad, el cielo estaba despejado y la temperatura era de unos agradables 24°C, el transito no era pesado y Gerardo conducía su auto compacto mientras escuchaba música clásica que le servía para relajarse antes de una jornada laboral en la que como siempre, cualquier cosa podía suceder en cualquier momento como aquel día que preferiría olvidar.

    -Ya pasaron 4 meses – pensó Gerardo mientras se detenía en un semáforo en rojo en la avenida principal de la ciudad. El semáforo se puso en verde y Gerardo volvió a pisar el acelerador antes de que el automóvil de atrás empezara a sonar el claxon.

    El auto compacto de Gerardo avanzaba por la ciudad cuando de pronto un joven, de apariencia adolescente cruzo abruptamente la calle sin percatarse de que el semáforo estaba en verde, Gerardo piso freno bruscamente provocando que las llantas traseras de su auto rasparan el pavimento provocando un chillido tan sonoro que hizo que todos los transeúntes que caminaban cerca levantaran la cabeza rápidamente para averiguar donde había sido el incidente.

    Gerardo con el pie en el freno y las manos en el volante, por un momento había dejado de prestarle atención a la música clásica que tanto lo relajaba, su corazón se había acelerado al estar a punto de arrollar al adolescente. Pero eso no fue lo que le corto la respiración. – No puede ser - dijo Gerardo en voz alta – es idéntico-

    Gerardo solo pudo ver al joven por unos segundos pero eso fue suficiente para darse cuenta de que el joven, alto, delgado, de piel blanca y cabello negro era muy parecido al de aquella noche de hacía 4 meses cuando ocurrió el incidente que aun permanecía muy fresco en su memoria y que aun lo atormentaba como si acabara de suceder. Los claxons de los automóviles empezaron a sonar y Gerardo miro por su espejo retrovisor dándose cuenta de que atrás de el había una larga fila de autos con conductores impacientes por seguir avanzando. Gerardo giro la cabeza hacia su izquierda para tratar de localizar al joven pero no lo logro. Probablemente se había confundido entre la demás gente, los vendedores ambulantes y los arboles.

    Gerardo puso el pie en el acelerador haciendo que los claxons se apaciguaran uno a uno hasta que la circulación volvió a la normalidad y los transeúntes siguieron su camino.

    El auto compacto llego a la estación y Gerardo se estaciono en el lugar de siempre junto a la camioneta de su amigo Martin que se había convertido en su mejor amigo en la estación y el único que sabía lo mucho que a Gerardo le atormentaba el incidente de 4 meses atrás.

    Gerardo bajo del auto sin apagar el radio, porque al apagar el coche el radio también lo hacía y se dirigió hacia la puerta de entrada donde al momento de abrirla encontró a Martin que iba saliendo después de terminar su turno. Ambos amigos se saludaron aunque esta vez Gerardo no lo hizo con la efusividad de siempre ya que seguía pensando en ese joven y su increíble parecido con el de aquella fatídica noche por lo que después del saludo continuo caminando hacia su casillero para quitarse su ropa de civil y ponerse el uniforme azul que tan orgulloso lo hacía sentir desde la primera vez que lo uso cuando era un novato recién salido de la academia y aun tenía mucho por aprender.

    Gerardo Martínez de pronto se convirtió en el Sargento Martínez para todos en la estación al ponerse el uniforme con el rango en los hombros y su apellido al frente y cuando le toco el turno a los grandes botas negras recordó los días de su niñez cuando con sus amigos jugaba a policías y ladrones en el parque de su pueblo natal. Siempre escogía ser policía a diferencia de su amigo Manuel que prefería ser ladrón lo que algunas veces hacia que el juego se convirtiera en pelea ya que por ningún motivo iba a permitir que los ladrones se salieran con la suya y en ese momento el Sargento Martínez sonrió levemente al darse cuenta de que la pasión por ser policía había estado con el siempre.

    Gerardo termino de amarrarse los largos cordones de las botas y cerro su casillero para dirigirse con Ximena la despachadora para reportarse en servicio como lo hacían todos, no sin antes detenerse frente a un gran espejo al final de los casilleros donde reviso que su uniforme estuviera impecable para no ser blanco de un fuerte regaño del teniente que siempre estaba al pendiente de todo.

    Gerardo no puedo notar que la camisa del uniforme estaba mas holgada del lado derecho que del izquierdo así que la acomodo con la mano derecha y entonces reviso su pistola solo para comprobar que no tenía ningún problema por lo que con toda confianza se dirigió con Ximena al tiempo que saludaba cortésmente a los demás policías que iban y venia con uniforme y sin uniforme ya que era la hora de cambio de turno.

    -Que tal Ximena, voy a empezar mi turno- le dijo Gerardo a la guapa despachadora morena de pelo muy rizado a quien ya había pensado en invitar a salir algún día pero por cuestiones de horarios y temor al rechazo no había podido hacerlo.

    -Buenas tardes Teniente- le contesto Ximena mientras tecleaba en la computadora dando de alta la patrulla y el radio del Sargento Martínez.

    Gerardo continúo su camino hacia la salida de la estación y al abrir la puerta giro su cabeza para ver a Ximena dándose cuenta de que Ximena lo miraba fijamente por lo que el Sargento, con la emoción de saber que la despachadora tal vez podría corresponderle le soltó una sonrisa al tiempo que levantaba su mano derecha a la altura de su rostro en señal de saludo que fue un gusto que Ximena respondió de la misma manera.

    Gerardo salió de la estación algo emocionado y se dirigió a su patrulla. Mientras caminaba, la emoción de Ximena fue poco a poco sustituida por la incertidumbre del joven al que estuvo a punto de arrollar unos minutos antes.

    -¿Sería su hermano?- se pregunto Gerardo pero luego recordó que aquel joven de hacía 4 meses no tenia hermanos por lo que intento tranquilizarse así mismo.

    -Seguramente solo fue una coincidencia- se dijo Gerardo llego a su patrulla pintada de negro con blanco con los escudos de la Policía Federal en las puertas, una torreta azul y roja en la parte superior y una gran defensa de metálica negra en la parte delantera que la protegía de un accidente o al menos esa era la idea.

    El sargento Martínez abrió la puerta izquierda de la patrulla y agacho la cabeza para no golpearse mientras se introducía en ella. Se sentó en el cómodo pero algo gastado asiento del conductor y recargo su espalda contra el respaldo sintiendo la comodidad de un asiento que solo el usaba por lo que todo el asiento estaba amoldado a su cuerpo.

    Por un momento pensó en Ximena y sonrió de imaginarse en una cita con ella asistiendo al cine o tal vez en un tranquilo café charlando sobre sus vidas y su decisión de unirse a la policía que en su caso había sido totalmente respaldada por su padre pero no por ser su madre quien temía por su vida al realizar un trabajo tan peligroso como el de un policía que cada día pone su vida en riesgo. Aunque finalmente su madre acepto la decisión al ver que policía era todo lo que siempre había querido ser.

    Después de unos minutos de relajación Gerardo encendió su patrulla y encendió la radio mientras se colocaba el cinturón de seguridad. Acomodo la palanca de velocidades en R mientras avisaba por radio que ya se encontraba de servicio entonces la suave voz de Ximena se escucho en la patrulla.

    -Enterado teniente Martínez- dijo la despachadora Gerardo casi sintió la decepción por no tener permitido usar el radio de las patrullas para conversar con Ximena pro las reglas eran las reglas y no las iba a romper en especial cuando el castigo por socializar por radio era de 2 semanas de suspensión sin sueldo.

    -No necesito vacaciones aun- pensó Gerardo mientras colocaba la palanca de velocidades en D y pisaba lentamente el acelerador para salir del estacionamiento de la estación y dirigirse hacia su zona de patrullaje en la autopista de 140 kms de la ciudad al estado vecino en un tramo que se consideraba bastante tranquilo para patrullar tanto de día como de noche así que si nada extraordinario sucedía, tendría una noche tranquila y solo tendría que esperar el amanecer para irse a su departamento a dormir todo el día y despertar solo para comer algo, previamente calentado en el microondas. Mientras conducía por las calles de la ciudad, el Sargento Martínez volvió a pensar en ese joven que resultaba extremadamente parecido al de 4 meses antes y entonces recordó que en una revista de curiosidades que le había prestado su amigo Martin había leído que rodas las personas tienen un doble exacto en alguna parte del mundo, así que pensó que tal vez este era el caso y se tranquilizo un poco pero esa tranquilidad se acabo al considerar que las posibilidades de que aquel joven tuviera a su doble en la misma ciudad eran prácticamente nulas por lo que volvió a repasar los datos de ese joven hacia 4 meses.

    -17 años, madre soltera, sin hermanos, ni tíos- se dijo Gerardo ¿Cómo era posible que el joven que había estado a punto de atropellar fuera algún familiar del otro? Era una pregunta para lo que no tenía respuesta. Pero era una respuesta que necesitaba para tratar de entender lo que había sucedido.

    La noche ya estaba cayendo y el transito se hacía más pesado debido a todas las personas que salían de su trabajo y se dirigían a su casa a descansar y dormir. El Sargento Martínez llego al último semáforo antes de llegar a la autopista que recorriera durante toda la noche y piso el freno ya que la luz estaba en rojo. Su mente no podía dejar de pensar en ese joven y en ese momento no se le ocurría que podría hacer para averiguar su identidad.

    La patrulla avanzo un segundo después de que la luz del semáforo se puso en verde por lo que los conductores de los demás vehículos no tuvieron tiempo de mostrar su típica impaciencia cotidiana. Gerardo tomo la salida 6 a la autopista en la que patrullaría toda la noche tratando de apartar su mente en ese joven para poder concentrarse en realizar su trabajo, de la mejor manera posible, como siempre la hacía desde que se unió a la fuerza 12 años antes cuando dejo la comodidad de su hogar para entrar a la dura academia donde debió soportar el rudo entrenamiento de 1 año impartido por curtidos instructores que algunas veces parecía que gozaban al ver a los cadetes desplomados en el suelo después de una sesión de ejercicios en la que debían mostrar una fuerza casi sobrehumana para poder realizarlos.

    El Sargento Martínez ya se encontraba patrullando en la autopista de 140 kms que sería su lugar de trabajo durante la noche y todo transcurría en calma con algunos vehículos circulando que con sus luces delanteras iluminaban la noche haciendo el trabajo de Gerardo un poco más fácil ya que al iluminarse la autopista podría revisar visualmente a los vehículos para comprobar que no hubiera ningún ilícito como la falta de placas o las luces traseras rotas. Después de 10 horas de monotonía, Gerardo empezaba a sentir el cansancio empezaba con esos molestos bostezos que aparecen cuando una persona siente aburrimiento.

    - Solo 2 horas mas y me voy a dormir- pensó Gerardo después de lo que sería otra jornada tranquila o quizá demasiado tranquila pero entonces sucedería algo que lo cambiaria todo.

    La patrulla avanzaba por la autopista mientras el tráfico matutino, con los primero rayos del sol, se hacía más pesado cuando a lo lejos, quizá a 2 kms, el Sargento Martínez diviso un pequeño auto compacto rojo detenido a un costado de la carretera conforme la patrulla se acercaba, Gerardo empezó a distinguir que a un costado del auto estaba una mujer que se encontraba de pie como le hacen las personas que requieren de ayuda.

    Sin embargo, esta mujer que vestía un vestido gris largo con zapatos de tacón y una pasoleta negra en la cabeza parecía no hacer gestos de solicitar ayuda y en lugar de ello parecía está muy tranquila o incluso indiferente ante la situación. Gerardo detuvo su patrulla 4 metros detrás del coche rojo de la mujer como lo indicaba el entrenamiento y después de quitarse el cinturón de seguridad procedió a girar la llave del encendido para pagar el motor y entonces, sin dejar de ver a la mujer, abrió la puerta de la patrulla con su mano izquierda y salió del coche, por un instante sintió que las piernas no le respondían después de 10 horas de estar sentado en el asiento pero esa sensación pronto se desvaneció y pudo caminar sin problemas.

    - Buenos días - expreso el Sargento Martínez mientras revisaba visualmente el coche para tratar de encontrar el problema.

    - Buenos días - le contesto la mujer en un tono seco e hizo pensar a Gerardo que la mujer tal vez no necesitaba ayuda y solo se había detenido para esperar a alguien.

    - ¿Tiene algún problema? - pregunto Gerardo mientras continuaba revisando visualmente el pequeño coche rojo.

    - La llanta delantera derecha esta ponchada – le contesto la mujer con la misma frialdad en que le había contestado la misma pregunta.

    Entonces Gerardo dijo dejo de ver el coche para ver el rostro de la mujer quedando sorprendido de lo que veía. La mujer blanca de unos 45 años, tenía una expresión demasiado seria, mucho más seria de la que tenía aquel instructor de la academia al que los cadetes apodaban cara de piedra.

    La mirada de la mujer era fría y sus ojos no parecían reflejar ninguna emoción ni ningún sentimiento que era algo bastante extraño en una mujer cuyo coche se había averiado a la mitad de la carretera. Gerardo recordó a muchas de las mujeres en las mismas circunstancias que había ayudado y no recordó ninguna que tuviera una expresión tan fría como la de esa mujer.

    -Por favor abra la cajuela- dijo Gerardo con un gesto de amabilidad en el rostro para tratar que la mujer se sintiera un poco más tranquila pero no funciono. La mujer sin mencionar palabra alguna, metió la mano derecha a su bolso de mano y saco unas llaves luego las introdujo en la cerradura de la cajuela del coche girándola hasta que se escucho un clic y la cajuela se abrió.

    Gerardo se acerco a la cajuela, y después de levantar el tapete tomo la herramienta necesaria para cambiar la llanta y entonces se dirigió a la parte delantera derecha del coche.

    - ¿De dónde es usted? - Le pregunto Gerardo a la mujer tratando de entablar una conversación para intentar romper el hielo de un silencio que ya se había vuelto muy incomodo.

    - Del pueblo de la Farmacéutica – contesto la mujer con la misma frialdad que había mostrado desde la llegada del Sargento Martínez.

    - ¿Trabaja usted ahí? – Pregunto Gerardo, al tiempo que giraba la herramienta en forma de cruz para aflojar la llanta averiada.

    - Mi hija trabaja en la farmacéutica – responde la mujer con una expresión de seriedad que ya hacía sentir muy incomodo a Gerardo.

    El Sargento Martínez quita la llanta averiada y coloca la nueva cuidadosamente para luego pasar a apretar las tuercas con la herramienta en forma de cruz al tiempo que pensaba en la extraña actitud de la mujer así que pensó que tal vez la mujer podría tener algún problema del que no quería o podía hablar por lo que decidió desistir en su intento de romper el hielo y dedicarse únicamente a terminar de cambiar la llanta para entonces regresar a su patrulla y completar su turno.

    -Ya esta señora, la llanta ya esta lista – dijo Gerardo mientras tomaba la llanta averiada con sus manos para llevarla a la cajuela y entonces decidió mirar a la mujer a la cara solo para ver algo que lo dejara helado. El rostro de la mujer parecía no tener vida, su tez blanca en realidad era de un color grisáceo como el de un cadáver. Su mirada no expresaba ninguna emoción y parecía que los ojos eran los de una de esas muñecas que tanto le gustaban a su sobrina, cuando Gerardo se dirigió a la cajuela del coche la mujer camino a tras de él y Gerardo, fingiendo que veía un autobús que iba circulando, pudo ver una postura extremadamente rígida en la mujer como si sus articulaciones no funcionaran normalmente por lo que se sintió aun mas intrigado por esa extraña mujer.

    - ¿Y cómo son las cosas en el pueblo de la farmacéutica? Pregunto Gerardo con un interés de policía y ya no para tratar de romper el hielo intentando averiguar algo sobre la mujer y su comportamiento.

    - Normales – contesto la mujer sin mostrar ninguna expresión en su rostro ni en su cuerpo con la misma mirada vacía que había tenido todo el tiempo.

    - Ya puede continuar su camino – expreso Gerardo – Maneje con cuidado – le dijo el Sargento mientras se dirigía a su patrulla con la incertidumbre que le había provocado la actitud de la mujer. Cuando entro en la patrulla alcanzo a ver a la extraña mujer caminando hacia la puerta delantera derecha con la misma rigidez excesiva que no era natural en una persona.

    Gerardo encendió la patrulla y entro a la ya congestionada autopista mientras el coche rojo de la extraña mujer se perdía entre el transito matutino que como todos los días a esa hora ya era insufrible con todas las personas dirigiéndose a su trabajo y escuela mientras los rayos del sol lo iluminaban todo.

    Gerardo se sentía muy intrigado por aquella mujer porque su actitud y aspecto no lo había visto jamás en ninguna otra persona. Ni siquiera en las personas con problemas graves con quienes había tratado en sus 12 años de policía. Las últimas 2 horas del turno transcurrieron sin novedad y Gerardo se dirigió a la estación para dejar la patrulla y cambiarse de ropa para ir a casa. La patrulla entro al estacionamiento de la estación y el Sargento Martínez descendió para dirigirse a la puerta mientras otras patrullas llegaban con los policías visiblemente cansados tras una noche de patrullaje, mientras otros policías vestidos de civiles llegaban para iniciar su turno.

    Gerardo entro a la estación y después de reportarse con la despachadora, casi lentamente que Ximena no trabajaba las 24 hrs para poder verla cada vez que iniciaba y terminaba su turno. El Sargento Martínez camino hacia su casillero para quitarse el uniforme pero en especial las botas, que siempre lo lastimaban los pies al final de cada turno para volver a ponerse sus cómodos zapatos deportivos. Una a una Gerardo se quito todas las piezas del uniforme para entonces ponerse la playera roja y el pantalón de mezclilla azul en que había llegado 12 horas antes.

    Entonces camino hacia la salida y se dirigió a su coche para dirigirse a casa a dormir y descansar sin embargo no podía dejar de pensar en esa mujer y lo mucho que deseaba averiguar la razón de su comportamiento así que al subir a su coche decidió que en lugar de dirigirse a casa, iría al archivo de la ciudad a averiguar algo sobre ese pueblo de la farmacéutica, ya que era lo único que había logrado averiguar de la mujer y su entrenamiento policial le había enseñado que cualquier detalle que lograra averiguar sobre un sospechoso era una línea de investigación que debía seguirse hasta comprobar o descartar la sospecha.

    El archivo de la ciudad era un edificio antiguo color ladrillo con adornos en mármol hechos figuras de gárgolas y arriba de la puerta de entrada tenía el escudo de la ciudad mientras un guardia armado vigilaba los escalones de la entrada.

    Gerardo saludo al guardia con un gesto con la mano derecha y abrió la puerta del archivo para luego entrar y dirigirse a la sección histórica de los pueblos cercanos en medio de anuncios avisando las diferentes secciones del archivo. Gerardo llego a la sección que buscaba y se sentó frente a una pantalla plástica que abajo tenía unos pequeños botones para adelantar y retrasar los periódicos que se encontraban en su interior con información de los pueblos cercanos a la ciudad que el Sargento Martínez buscaba así que con su dedo índice de la mano derecha empezó a oprimir el botón de adelantar para tratar de encontrar algo sobre el pueblo de la farmacéutica que le sirviera de cualquier manera posible.

    -Tiene que haber algo- pensó Gerardo mientras oprimía una y otra vez el botón de adelantar sin encontrar nada relevante por lo que al no encontrar nada interesante empezó a sentir el cansancio propio de un turno de trabajo de 12 horas pero en ese momento apareció un periódico con un titular: Farmacéutica libre de acusaciones de experimentar con personas enfermas. Al leer detenidamente la noticia, Gerardo encontró que 30 años atrás la farmacéutica fue acusada por un ex trabajador de realizar experimentos con personas enfermas para tratar de descubrir ingredientes activos que fueran capaces de regenerar órganos a punto de morir para de esa manera literalmente revivir los órganos y que así la persona no necesitara un costoso y complicado trasplante. Gerardo continúo leyendo la noticia y descubrió que según el ex trabajador anónimo, muchas de las personas tratadas con estos experimentos murieron y la farmacéutica jamás se hizo responsable y después de un juicio, no se encontraron pruebas que confirmaran las acusaciones de ese ex empleado.

    Gerardo se sentía aun mas contrariado, ¿Cómo podría la actitud de aquella mujer tener relación con una acusación a la farmacéutica de hace 30 años? No tenía idea pero con la información que acababa de leer su curiosidad había aumentado y en ese momento su cuerpo olvido el cansancio de una noche de trabajo por lo que el Sargento Martínez decidió averiguar mas sobre la farmacéutica porque su instinto policial ya no le permitiría ir a casa a dormir.

    Gerardo salió del archivo de la ciudad decidido a ver al pueblo de la farmacéutica a tratar de averiguar algo de alguien en una tarea que no considero difícil ya que aquellas acusaciones habían sido hechas hacia 30 años por lo que alguien en el pueblo no tendría problema en platicar con el por lo que con el ímpetu alimentado por su afán por conocer la verdad se dirigió a su coche para conducir al pueblo, que se encontraba a 80 kms de la ciudad.

    Gerardo conducía por las calles de la ciudad, ya que se encontraba abarrotada por el transito matutino y el sonido de los claxons irrumpía los aun tenues rayos del sol. El Sargento Martínez se sentía intrigado por conocer la farmacéutica pero en un alto, en un semáforo en rojo de pronto su mente le hizo recordar aquella noche hace 4 meses atrás con aquel joven de 17 años cuyo rostro aun tenía muy presente en una imagen que por más que intentaba, no lograba borrar de su memoria y entonces recordó el incidente de poco mas de 12 horas antes, cuando estuvo a punto de arrollar con su coche a ese joven que lucía idéntico al de esa noche.

    -Ese muchacho tenía una postura demasiado erguida – pensó Gerardo – Tan erguida como la de la señora – se dijo así mismo al tiempo que reposaba en su mente la imagen del joven, caminando frente a su auto y la señora de la llanta averiada y descubrió que lucían exactamente igual por lo que su incertidumbre creció hasta el punto de sentirse ansioso de llegar al pueblo a obtener algunas respuestas que calmaran su curiosidad aunque sabía que nada de lo que hiciera calmaría su sentimiento de culpa por lo sucedido con aquel joven aquella noche que era un sentimiento que lograba sobrellevar realizando su trabajo de la mejor manera posible tratando de ayudar a las personas para intentar compensar ante la vida y ante sí mismo la muerte de aquel joven. La mañana era como cualquier otra en la ciudad, los automóviles con conductores ansiosos ocupaban las avenidas y los claxons se escuchaban en todo el entorno cotidiano. Gerardo circulaba en su coche convirtiéndose en un elemento más de la ciudad aunque sus pensamientos eran muy diferentes al del resto de los automovilistas.

    -¿Por qué se interesaba tanto en aquella señora de actitud extraña que solo había visto durante algunos pocos minutos?- se preguntaba así mismo -¿Por qué el joven que por poco atropellaba el día anterior le resultaba tan parecido a esa señora?- eran preguntas que tal vez no tenían respuestas pero de alguna manera sentía que yendo al pueblo de la farmacéutica estaría cumpliendo con su labor de policía y el juramento que había realizado cuando se graduó de la academia.

    Entonces entre el entorno cotidiano de calles abarrotadas de automóviles, peatones por las aceras y edificios grises y fríos, apareció una escuela primaria con niños descendiendo de los coches de sus padres y dirigiéndose a la puerta de entrada con su uniforme impecable y su mochila cargada de libros, en ese momento Gerardo recordó los días de su infancia cuando en sus cumpleaños y navidades siempre pedía que le regalaran pistolas y placas de juguete para poder usarlos en los juegos de policías y

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