Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Troncosaurios Y Por Qués, Más Cosas De La Vida
Troncosaurios Y Por Qués, Más Cosas De La Vida
Troncosaurios Y Por Qués, Más Cosas De La Vida
Libro electrónico274 páginas3 horas

Troncosaurios Y Por Qués, Más Cosas De La Vida

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Jimena es la nueva Duquesa de Abrantera y ha tenido que trasladarse con sus hijos pequeos a vivir a Sevilla dejando a Eugenia en Madrid. En la madurez, contempla la vida con otros ojos. Pocas cosas consiguen sorprenderla del mismo modo que antes. Tan enamorada de Fernando como el da que se casaron y siempre atenta a sus hijos, ha cumplido una edad en la que empieza a plantearse el por qu de cuanto le ocurre a ella o a sus seres ms cercanos.
Con su caracterstico ingenio, Jimena comenta en esta obra las cosas de la vida de las que le gustara recibir explicacin y que ella debe procurar contestar en una novela que le encarga una editorial.



Amaya Morera es Licenciada en Derecho y Doctora en Historia Moderna.
Actualmente vive en Madrid donde compatibiliza sus investigaciones sobre mobiliario espaol con la escritura.
La pasin que siente por la Historia del Mueble slo es comparable con la fascinacin que le produce la vida que, segn ella, nunca dejar de sorprenderme.
Troncosaurios y Por Qus completa la triloga de cosas de la vida.



La autora ha cedido el 100% de los beneficios que obtenga por la venta de esta novela a los Proyectos de la Edad Dorada de la ONG Mensajeros de la Paz
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento15 nov 2012
ISBN9781463341893
Troncosaurios Y Por Qués, Más Cosas De La Vida
Autor

Amaya Morera

Amaya Morera es Licenciada en Derecho y Doctora en Historia Moderna. Hoy en día vive en Madrid donde compatibiliza sus investigaciones sobre mobiliario español con la escritura. La pasión que siente por la Historia del Mueble sólo se asemeja a la fascinación que le produce la vida que, según ella, “siempre me sorprende”. Troncosaurios y Por Qués completa la trilogía de “cosas de la vida”.

Relacionado con Troncosaurios Y Por Qués, Más Cosas De La Vida

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Troncosaurios Y Por Qués, Más Cosas De La Vida

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Troncosaurios Y Por Qués, Más Cosas De La Vida - Amaya Morera

    TRONCOSAURIOS

    Y POR QUÉS,

    más cosas de la vida

    AMAYA MORERA

    Copyright © 2012 por Amaya Morera.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Para pedidos de copias adicionales de este libro, por favor contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    426353

    Contents

    AGRADECIMIENTOS

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    VII

    VIII

    IX

    X

    XI

    XII

    XIII

    XIV

    XV

    XVI

    XVII

    XVIII

    XIX

    XX

    XXI

    XXII

    XXIII

    XXIV

    XXV

    XXVI

    XXVII

    XXVIII

    XXIX

    XXX

    XXXI

    XXXII

    XXXIII

    XXXIV

    A la vida por inspirarme,

    y al Jefe por permitirlo

    Si tienes un por qué para vivir,

    puedes enfrentarte a todos los cómos

    (Friedrich Nietzsche)

    AGRADECIMIENTOS

    Rozando la edad de los troncosaurios, la lista de agradecimientos se hace interminable. Son tantas las personas que me han acompañado, ayudado, inspirado y, por supuesto, aguantado en esta singladura, que enumerarlos uno a uno supondría seguramente olvidar a los más importantes. Me consta, sin embargo, que ellos saben perfectamente a quienes me refiero. A todos, ¡gracias de corazón!

    Con todo y con eso, al igual que la dedicatoria de esta novela, mi especial agradecimiento va dirigido a la vida por inspirarme y a Dios por permitirlo, sin pasar por alto la inmensa gratitud que siento hacia mis padres, cuyo ejemplo me enseñó a afrontar mis incesantes por qués

    I

    ¡Y una porra con los cuarenta! Lo complicado de verdad es acercarse a los cincuenta. Con treinta, me reía con mi hija Eugenia de los que habían cumplido medio siglo. Eran los troncosaurios, especie del Paleolítico, que, necesariamente, considerábamos a punto de extinción. Con cuarenta, tuve que transigir con mi forma de vestir. Fue Álvaro, mi amigo de la infancia, quien repasó mi armario obligándome a deshacerme de mis tesoros más preciados porque, según él, iba a ser el hazmerreír de media humanidad. Y, yo seguí, como siempre, sus recomendaciones porque, por algo, considero a Álvaro el Rey de la Estética,

    -Vale. Lo que digas. Le doy a Eugenia las minifaldas y las camisetas sin tirantes.

    Tampoco era para tanto. Si me apetecía recuperarlas, sólo tenía que sacarlas del armario de mi hija mayor, esa criatura que con sus 21 años me enfrenta diariamente a la realidad de que me hago mayor.

    Cerca de los cincuenta, la cosa se complica. Desde hace un tiempo me cuelgan unos pellejos horribles de los brazos. Del pecho, mejor ni hablamos. Nunca he sido Sofía Loren, pero mis tetas, aunque pequeñitas, eran firmes. Ahora, en vez de melocotones parecen higos chumbos flácidos y pesados que caen atraídos por el peso de la gravedad. Como siga a este paso, me rozan el ombligo. Y, eso que siempre he llevado sujetador. Estoy por encargar unos de esos especiales que me ha dicho mi amiga Sandra que acaban de inventar en EEUU, y que, al parecer, son una especie de soporte que se anuda tras el cuello. Me los pienso comprar en cuanto pueda. Aunque lo verdaderamente espectacular, es lo de la menopausia. Eso sí que es de antología. El ginecólogo me acaba de decir que estoy a punto.

    -Y tan a punto, -le he contestado.

    ¡Sabrá de lo que está hablando! Para él, todo se reduce a unos marcadores de no sé qué, que nunca he entendido. A ver si se entera, que lo que pasa, es que tienes las hormonas pegando brincos a ritmo de salsa. Si no estoy tristísima, estoy pegando botes de alegría. Nunca he sido un dechado de ecuanimidad, pero ahora me asemejo bastante a un tiovivo emocional. Además, en pleno mes de enero, me entran unos sofocos como si estuviera en el trópico. Me he convertido en una experta del abanico que me acompaña a todas partes. A este paso, aprenderé el lenguaje que idearon las españolas para comunicarse a través de sus varillajes. No contentos con todo ello, he visto expandirse mis caderas en amorfas protuberancias laterales que sólo consigo disimular con unas estupendas fajas que, lógicamente, también me ha recomendado Sandra. Aunque lo peor es el sexo. No me apetece nada. Tengo a Fernando, mi marido, a pan y agua desde hace meses. Hablaré con Sandra. Seguro que ella sabe de alguna pastilla para mejorar la libido. Además, tengo que acordarme de preguntarle al Jefe, por qué decidió castigarnos a las mujeres de esta forma. Yo no tengo la culpa, de que a la tonta de Eva le diera por coger la manzana dichosa. Que ni conozco a la tal Eva, ni me gustan las manzanas.

    -¿Qué piensas, mamá? -Eugenia acaba de entrar en el salón.

    -Que me hago vieja. Voy a cumplir cincuenta. ¿Te imaginas? C-I-N-C-U-E-N-T-A, -deletreo por si no se ha enterado de que tiene una madre que roza la senilidad.

    -Anda, calla. Estás estupenda. Ya me gustaría a mí. Además, eres Duquesa y las Duquesas tienen que ser señoras respetables.

    ¡Y a mi qué con las Duquesas! Nunca quise serlo y menos al precio que pagué por ello. Mis suegros murieron hace ocho años en un accidente de coche y, de sopetón, me convertí en Duquesa consorte. Y si lo de los cincuenta es complicado, lo de ser Duquesa se las trae.

    Al principio me hice la loca. Sí, sí. Muy bonito en teoría. Que si te recibe el Rey porque para eso eres Grande de España, que si un palacio, que si fincas, pero la verdad es que es una lata. Me resistí como un gato a mudarme a Sevilla donde están ese palacio familiar, los cortijos y las fincas de mi marido. El pobre Fernando se pasó más de tres años yendo y viniendo de Sevilla a Madrid en el AVE. Siempre encontraba una excusa perfecta para no abandonar Madrid. Que si el cole de los niños, que si en Sevilla hacía mucho calor para Leonor, nuestra hija pequeña, que si cómo íbamos a dejar sola a Eugenia antes de la selectividad. Lo que fuera, con tal de no ir. Al final, tuve que ceder. Tanto Álvaro como Félix, su marido, mujer o como quiera que se defina su condición en un matrimonio homosexual, me llamaron a capítulo,

    -Tienes que hacerlo, Jimena. Fernando está muy cansado. Deja abierto el piso de Madrid para que Eugenia estudie aquí. Que se quede con Anita. Así, tienes la excusa perfecta para volver cuando quieras, pero vivir, tienes que vivir en Sevilla.

    Así que, aquí estoy, jugando a ser Duquesa en Sevilla.

    No es que la ciudad no me guste. Al contrario, me parece maravillosa. Siempre hace buen tiempo y la gente es encantadora. Si acaso, demasiado encantadora para una catalana racional y metódica como yo. Toda mi vida he funcionado al ritmo exacto del reloj. Y, eso aquí como que funciona regular. Cuando llamo al fontanero, se descuelga con un voy en seguida, lo que, traducido, quiere decir que lo hará a lo largo de la semana. Lo mismo ocurre cuando quedamos con los primos de Fernando. Si hemos reservado a las nueve, sé que en realidad son las diez. Como vayamos a las nueve, no ha llegado ni el tato. Eso sí. Todo lo hacen con una inmensa sonrisa. Los catalanes seremos muy eficientes, pero francamente antipáticos. Aquí la gente derrocha simpatía por los cuatro costados aunque luego, a la hora de trabajar, lo hagan a su ritmo. Con todo, reconozco que en Sevilla se vive muy bien y lo del reloj, pues es cuestión de que te lo quites al llegar y te dejes guiar por el calor del sol. Cuando aprieta, paras y restableces la actividad cuando amaina. Y así, todos contentos.

    Pero, lo que de verdad me cuesta de vivir en Sevilla, es que todos me conocen. En Madrid pasaba desapercibida y hacía lo que se me antojaba en cualquier sitio. Aquí, no. Con el rollo de que soy Duquesa, no puedo comer por la calle, andar con un bote de Coca Cola en la mano, ni deslizarme por el tobogán con mi hija pequeña. Ni hablamos de pasear en bicicleta con ella a mi espalda. No, esas cosas no las hacen las Duquesas. Para eso tengo a Ana, la tía malvada de Fernando, que me lo recuerda a diario. Y, eso que la bruja se ha suavizado. Ya no me critica y tampoco se mete con mi forma de vestir. Claro, como la Duquesa soy yo, parece que me tiene que hacer la pelota. Bien mirado, tal vez lo de ser Duquesa no sea tan complicado y con lo tonta que soy, me estoy liando yo solita. Aunque a mi me gustaría seguir siendo la de antes y que mis suegros vivieran. Pero, ya se sabe, una cosa es lo que tú pides a la vida. Otra, bien diferente, lo que ella te depara. Así son las cosas de la vida, nos gusten o no.

    Fernando me agradeció tanto que le siguiera, que llegué a tener remordimientos por no haberlo hecho antes. Todo fueron piropos y halagos. Pero, tampoco eso es algo nuevo. Mi marido todavía piensa, después de quince años de matrimonio, que soy lo mejor que le ha pasado en la vida. Por mi, genial. No seré yo quien le saque de su error.

    Lo que sentí de verdad, fue dejar a Eugenia en Madrid. Sí, se quedaba con Anita, la filipina que tuviera mi padre y que se quedó con nosotros tras su muerte. También tenía cerca a Mónica y a Marion, dos de mis mejores amigas. Y, por supuesto, a Sandra, su futura suegra. Mi hija soltó la muñeca para empezar a salir con Guille, el hijo mayor de Sandra y de Edu cuando apenas contaba catorce añitos. Pensamos que era una cosa de críos, pero al paso que llevan, su noviazgo batirá el récord Guinness. Sólo esperan que Guille apruebe sus oposiciones a Abogado del Estado y se casan. ¡Mi niña casada! Y yo no he podido disfrutar diariamente de su juventud. Claro que la he visto. He ido cada mes a Madrid y ella baja con Guille a Sevilla siempre que pueden. Pero, no la tengo cerca como antes.

    Eugenia, la hija que tuve de mi primer matrimonio, es especial. Es una niña muy sensible, demasiado buena para este mundo dice siempre Fernando. Tiene razón. Puede ser debido a que se crió sin padre y porque el mío falleció cuando ella era pequeña, pero Eugenia siempre ha tenido un encanto que la diferencia de sus hermanos. Desde que murieron mis suegros, decidió llamar papá a Fernando y también nos sorprendió con otra cosa. Siempre se arrepintió de no haberles llegado a decir a Carmen y a Jorge lo mucho que les quiso. Por eso, ha decidido decírselo a todo el mundo que quiere. No se despide de nosotros con un mero adiós, sino con un te quiero. Y si no le respondes, insiste,

    -¿Me has oído? He dicho que te quiero.

    Y así, con la mayor naturalidad, va soltando te quieros por el mundo porque, lo cierto es, que Eugenia quiere a mucha gente. Y la gente le corresponde. Tal vez, porque hoy se necesitan más que nunca esos te quieros que tanto escasean. Parece que nos avergüence decirlo, pero a Eugenia no. Más bien, creo que le encanta. Que todo el mundo lo sepa y cuantos más, mejor.

    -Mamá, no me has dicho, qué te parece lo de Sonsoles.

    Sonsoles, la directora del centro donde yo impartía clases de historia del mueble hasta que nació Leonor, acaba de hacerle una oferta a Eugenia para que ocupe mi plaza,

    -No me gusta nada la que me enviaron de la Facultad, -me dijo el otro día por teléfono cuando llamó para saber, qué opinaba de su idea.

    -Siempre te he animado a que persiguieras tus sueños, Eugenia. Si quieres dar clases, sabes que te apoyamos. ¿Qué te voy a decir yo? Fueron los mejores años de mi vida. Además, no estarás sola. Álvaro, Mónica y Marion siguen trabajando allí y seguro que te ayudarán.

    No es que la vayan a ayudar, es que están como locos por que se una a ellos. Siempre han considerado a Eugenia un poco suya y pensar que ocupe mi lugar, es su máximo sueño,

    -Así nos libramos de la petarda esa, -fue el primer comentario de Mónica cuando se enteró.

    Me da pena mi sustituta. Desde el principio supe que sería rechazada por mis amigos. Daba igual lo que hiciera, simplemente no era yo, y con eso bastaba. No es que bastase, es que esa era precisamente su gran lacra. Pero, lo de Eugenia es diferente.

    -¿Os parece bien? -insiste Eugenia una vez más.

    -Es fantástico, -respondo sin vacilar.

    -Pues entonces, quería preguntarte otra cosa.

    Algo ronda en la cabeza de mi hija desde que hablara con Sonsoles. El camino no le resultará fácil. Va a tener que empeñarse para satisfacer las exigencias de mi antigua profesora.

    -Como sabrás, la oferta de Sonsoles tiene una condición. La plaza será provisional hasta que defienda el doctorado. -Eugenia me mira antes de continuar,- y quería saber, si tú podrías ser mi directora de tesis.

    -¿Se lo has preguntado ya? -Guille acaba de entrar. Ha estado en la finca con Fernando, aunque me da, que ha sido más para dejarnos hablar a solas que por una afición desmesurada por el monte y las vacas.

    -Sí, -respondo. -Tu novia acaba de pedirme que dirija su doctorado.

    -¿Cómo? -pregunta Fernando, que también se ha unido a nostras.

    -Lo que has oído, -contesto mirándole con dulzura. Sospecho que estaba al cabo de la calle. Aunque se haga de nuevas, si algo he aprendido con los años, es que Eugenia confía en él tanto como en mí. Seguro que ya se lo ha preguntado.

    -Bueno, ¿y qué? -Eugenia está deseando saber mi respuesta.

    -¿Estás segura de lo que me pides?

    A lo mejor Eugenia se cree que soy un genio, y todavía no se ha enterado que su madre está cerca de la demencia senil.

    -Pues claro, mamá. ¿Quién mejor que tú? Dice Sonsoles que todavía sigues siendo la mejor, y que por qué no amplío tu propia tesis.

    Me la quedo mirando. A lo mejor resulta que después de criar cuatro hijos, todavía mantengo mis facultades mentales intactas. ¿Por qué no probarlo?

    -Nada me haría más feliz. Me encantaría dirigirte.

    Y así, con casi cincuenta años, estoy a punto de cederle el testigo a mi propia hija. Seré un troncosaurio, pero envejeceré dignamente.

    II

    -Señora Duquesa, ha venido el Señorito Álvaro, -anuncia formalmente Julio, el viejo mayordomo de mi suegro.

    Me está cargando. Mira que le he dicho veces que no me llame Señora y menos Duquesa, que sigo y seguiré siendo la Señorita Jimena toda la vida, que la Señora Duquesa era Carmen. Pues no le da la gana. Que la Duquesa soy yo, le repite una y otra vez a Fernando. Y si me gusta bien; y sino, también. Luego hablaré con él otra vez para explicarle lo de los grados. Tampoco me gusta que llame Señorita a Leonor. Es una mocosa de nueve años. ¿En qué cabeza cabe que llame de Ud a una cría? También se lo repetiré. Podría negociarlo. Que me llame Señora, pero que tutee a la niña. Eso, que a mi negociar se me da muy bien.

    -Hágale pasar, Julio, por favor.

    Álvaro viene a menudo. Hace unos meses le pedimos que catalogase la colección de porcelana oriental de mi suegro para cederla al Museo de Artes Decorativas de Madrid. Y Álvaro, encantado. Con tal de trastear con sus platos y profundizar en sus propios conocimientos, es feliz. Y, de paso, se acerca a Sevilla siempre que puede.

    -Hola princesa. -Su saludo va acompañado de un beso y de un tirón de orejas que desagrada a Julio. Seguro que Álvaro lo hace aposta.

    -¿Qué te trae por aquí? ¿Te quedas unos días? -pregunto respondiendo a su tirón de orejas con un cachete en el culo para escandalizar a Julio.

    -Si me invitas, me quedo a dormir, -contesta dejándose caer en el sillón que hay junto a la ventana. Siempre ha sido su favorito.- Tengo que terminar con los cuencos Ming y, además, quería hablar contigo.

    -Ya sabes, dónde están los cuencos. Cuéntame de Madrid. ¿Cómo están todos?

    -Bien, -responde escuetamente.

    Por unos instantes se queda pensativo mirando el jardín. Le encanta. Siempre alababa las flores y la disposición de plantas de Carmen a la que le unía una sincera amistad. Todavía hoy me sorprende la naturalidad con la que mis suegros aceptaron la relación de mi íntimo amigo con mi padrino. Pensarían lo que fuera, pero no vacilaron en asistir a su boda. Fue un ejemplo de señorío. Uno de tantos.

    -¿Me cuentas, o qué?

    -La verdad es que traigo malas noticias de Félix.

    Félix es, además del marido o mujer o como quiera que se titule su posición en un matrimonio homosexual, mi padrino. Jamás conseguiré llamarles de la forma correcta, aunque sospecho que ni siquiera ellos lo saben. Era muy amigo de mi padre y a lo largo de los años, ha desempeñado un papel muy importante en mi vida.

    -¿Está enfermo? ¿Tiene algo? -pregunto angustiada mientras me imagino tragedias desoladoras. A lo mejor ha sido víctima de un asalto callejero. Eso, o una enfermedad terminal. Tal vez se trate de la esclerosis múltiple. Acabo de leer un artículo sobre esa enfermedad. Es trágica. Te vas paralizando poco a poco hasta que tus órganos dejan de funcionar por completo. Bueno, pues si está enfermo Félix, Álvaro le tiene que cuidar. Es su obligación. Vaya y que ahora se piense que lo puede dejar solo. Ya sabía que se casaba con un anciano. Hace quince años a lo mejor no se notaba tanto la diferencia de edad, pero ahora sólo hay que verles. Más que pareja, parecen padre e hijo. Me da igual. Uno apechuga con sus decisiones, cueste lo que cueste.

    -Sí, Jimena. Félix está enfermo.

    Ya está. Me acaban de dar el día. Esto me pasa por haberme quejado de que no tenía nada que hacer. Si lo que me gusta es aburrirme, dejar que las horas pasen ejerciendo de Duquesa. Hasta me he acostumbrado a ser formal. Sólo corro tras mis hijos por la parcela de casa. Prometo no volver a quejarme con tal de que lo de Félix no sea esa esclerosis horrible que he leído.

    -Tiene cáncer.

    ¡Gracias a Dios! No es la esclerosis. Pero, ahora que lo pienso, un cáncer tampoco es nada bueno. Es la palabra maldita. Esa que todos odiamos.

    -¿Cáncer de qué?

    Por poco que sepa de medicina, sé que hay algunos peores que otros. Tengo una conocida de Sevilla que ha tenido un cáncer de útero y está como una rosa. Lo pasó fatal, pero ahora está estupenda. Tanto, que a veces le digo que quiero pillar un cáncer como el suyo para estar tan guapa como ella.

    -De próstata, -es la escueta respuesta que recibo de Álvaro.

    Buf, ¡menos mal! No es de los horrorosos. Medio malo. Creo que se salvan todos. Si se pillan a tiempo, claro.

    -¿Desde cuándo? -Me aventuro a averiguar, si éste se ha

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1