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Pícara Historia De Las Memorias De Don Hilario, Hombre Con Talento Poco, Menos Ingenio, Y Sin Más Designio Que El De Sus Sueños Y Su Fe Por Encontrar La Felicidad Primera Parte
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Libro electrónico561 páginas8 horas

Pícara Historia De Las Memorias De Don Hilario, Hombre Con Talento Poco, Menos Ingenio, Y Sin Más Designio Que El De Sus Sueños Y Su Fe Por Encontrar La Felicidad Primera Parte

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Desarrollada en la segunda mitad del Siglo XIX e inicios del XX, esta novela picaresca pero dramtica est fundamentada en una Felicidad que buscaba a travs de su vida, Don Hilario, cuyas memorias narradas por l mismo se ajustan a un muy vulgar, pero florido lenguaje norteo autntico y lleno de vocablos populares actualmente ya desaparecidos, contrastando con un castellano fino y clsico hablado por Don Andrs, hombre muy acaudalado pero exiliado de Espaa que viene a refugiarse en el pueblo donde Don Hilario viva, de quien se hace amigo y a quien convence para recorrer juntos el mundo con el afn de buscar esa Felicidad misteriosa que ambos nunca logran encontrar y que finalmente descubren que jams la encontraran en el exterior, sino en el interior de s mismos, donde nunca se imaginaron, y que finalmente vienen encontrando antes de morir este par nacidos ambos a la misma hora del mismo da del mismo ao, uno en Mxico y el otro en Espaa. Novela escrita en prosa rimada.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento24 ene 2011
ISBN9781617643514
Pícara Historia De Las Memorias De Don Hilario, Hombre Con Talento Poco, Menos Ingenio, Y Sin Más Designio Que El De Sus Sueños Y Su Fe Por Encontrar La Felicidad Primera Parte

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    Pícara Historia De Las Memorias De Don Hilario, Hombre Con Talento Poco, Menos Ingenio, Y Sin Más Designio Que El De Sus Sueños Y Su Fe Por Encontrar La Felicidad Primera Parte - Felix Cantu Ortiz

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    Copyright © 2011 por Félix Cantú Ortiz.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso:  2010941568

    ISBN:                          Tapa Dura                            978-1-6176-4352-1

                                       Tapa Blanda                          978-1-6176-4350-7

                                      Libro Electrónico                 978-1-6176-4351-4

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia.

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

    Para ordenar copias adicionales de este libro, contactar:

    Palibrio

    1-877-407-5847

    www.Palibrio.com

    ordenes@palibrio.com

    324093

    Dedicatoria

    Primero que nada, he pensado que esta historia a Dios sea dedicada, a quien hablo y nunca dice nada . . . Y el lector ha de preguntarse, que entonces para qué dedicar algo a alguien que nada ha de decir, ni responder . . . Pero a juzgar por lo que en el silencio le pido, y por las ideas que a mi mente llegan consecuentemente en cascada, que he usado para acomodar y adornar en letra rimada sobre papel o en algún programa de computadora usada, sin descanso, hasta ver terminado lo que a Dios en silencio vine a pedir, es tan seguro que esa voz tan callada, que parece que no es, pero sí es, que parece que no está, pero sí está, que parece que no escucha, pero sí, es la que me haya dado todo lo que he necesitado para hacer esto que hice. Y lo que hago es porque Él así lo dicta y dice. No hago menos que agradecer, y es por esto que le dediqué este cuento, ¿será por mi particular convicción personal? Total, y a fin de cuentas, porque yo así lo quise.

    Segundo, para los que, no olvidan su procedencia, a dónde van y de dónde vienen, y considerando del Creador la presencia, reparten bendiciones y con ello obtienen más que satisfacciones para su alma, alcanzando la alegría que les da esa calma, que saben que está en el dar al prójimo la ayuda que necesita, y en la dádiva, se asienta que tienen el Cielo ganado, sean jinetes celestiales, soldados de Dios, ángeles terrenales, o caballeros andantes, que estando en la Tierra, enfrentan una guerra que a su alma tiene en pugna y en dos divide, una no menos dominante, la de ellos, y la otra, la parte anhelante que es de Dios. Guerra que los conforta, a sabiendas que la parte que a Dios posee, es la parte que a la otra soporta y a fin de cuentas a su ser y alma reconforta. Sea pues para los esforzados por la felicidad de esta forma encontrar, dedicada también esta historia.

    Tercero, para los que lo han intentado y han caído pero que no se cansan de intentar, y para los que han querido pero no se han decidido.

    Finalmente, para todos los hombres de mi familia en el pasado y presente: abuelos, padres, hermanos y cuñados que han sido las bases y los brazos fuertes para que nuestras familias tengan soporte y sigan adelante.

    Advertencia

    Sin estudios ni conocimientos sobre los principales cimientos que una persona debe de tener como para atreverse a escribir alguna historia o novela que se pueda concebir, y después plasmarla en papel, para luego dejar que otros la puedan ver, y si acaso, leer, es algo así como ofender las mentes de los talentos privilegiados de algunas excelentes personas y grandes genios, que se han dedicado y preocupado, ayer, hoy y siempre por mejorar los estándares, las leyes y los reglamentos de todo eso de las cuestiones del escribir, además de cuadrar con las normas literarias, y las técnicas de la escritura, de la ortografía y de las reglas gramaticales. Y si a eso le agregamos que el arrogante, pedante, ignorante y aspirante a escribiente, tiene un poco menos que casi nada de cultura sobre las obras maestras de la gente que a esto ha dedicado toda su vida y ha puesto su alma entera para el logro de lo que intentó hacer, y pudo lograr de una plena y angelical manera, y que perdura por siempre y para siempre, entonces el pobre e insignificante aspirante a escribiente, con su falta de prudencia, y por consecuencia, de respeto, no hace más que manchar la obra y el honor de aquellos que realmente vale la pena apreciar y a sus obras admirar. Considero que es un grave pecado, una aberración, un atrevimiento y un desdén de osadía bien cargado, además de ser una falta de cordura, y ya en honduras, es simplemente lo que puede llamarse el comportamiento de un sinvergüenza. ¿Qué más podría ser? Además, el que escribe, ¿qué obtiene en recompensa? Nada, sólo crítica de los que realmente saben, y ofensa tras ofensa . . . Por esto, cuando Hilario insistía en escribir esta historia, yo rotundamente me oponía y le decía que sus ímpetus de ansiedad tranquilizara, y que no osara poner una pluma sobre papel, so pena de romper todo lo que llegara a escribir. Pero le valió de poco la advertencia, y al poco tiempo descubrí en su insistencia no menos de cinco o seis cientos de hojas escritas, y todas al estilo de su incompetencia. ¿Y qué hacer, azotarlo, recriminarlo, o todo lo escrito borrarlo? ¡Ah qué Don Hilario! Opté por así dejarlo . . . Sólo le rogué y le imploré a Dios que lo perdonara . . . Y del libro que escribió, que también se apiadara . . .

    El Autor

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    Capítulo 1.

    Cartas entre Hilario y su

    amigo, el cordobés

    En donde se narra que Hilario quiere terminar de escribir la singular historia que versa de su vida, y como ya desde hace tiempo ha comenzado, algunas cosas se le han pasado, y otras olvidado, y por no poder aplicar el idioma del perfecto español como hablado por Don Andrés, no ha podido acabar. Y para continuar desde donde la ha dejado, ayuda pide a su amigo el cordobés que ya a las Españas ha regresado. Historia que tiene mucho que ver con él, y que desde las Españas le ha estado respondiendo a las cartas que aquél le ha estado escribiendo. Y esto está sucediendo por allá en los años de mil novecientos y treinta y tantos, cuando ya Don Hilario y Don Andrés empezaron a envejecer . . . Y nada de tristezas por haber llegado a la edad avanzada, es sólo el hecho de haber llegado, por lo que oportunidad tendrán de terminar de escribir la famosa y Pícara Historia de las Memorias de Don Hilario, Hombre con Talento Poco, Menos Ingenio, y sin más Designio que el de sus Sueños y su Fe por encontrar la Felicidad.

    Antes de empezar y primero que nada, es conveniente mencionar que en las Españas, en buenos tiempos se daba que Carlos III, expedía la Real Ordenanza del Correo Marítimo, el mes de enero de por el año de mil setecientos setenta y siete, modelo de todo un avanzado sistema de correos en sobre, con paquetería o sin paquetería, que comprendía toda la normatividad de aquella época existente. ¿Y cómo sabría el soberano Don Carlos la grandiosidad que en el futuro esto traería?

    Dicho documento lo elaboraba Don José Gálvez, Marqués de Grimaldi, quien al frente estaba de la Superintendencia General de Correos y Postas, con sede en Madrid. Id y estableced el correo marítimo entre tres continentes: Europa, América y Asia-Filipinas, aprovechando la Nao de China que comunicaba a Manila, con el puerto fluvial de Sevilla, donde se asentaba la Casa de Contratación de Sevilla, a través de su paso por Acapulco, la Ciudad de México y Veracruz. Ciudades en donde se concentraba todo lo que en México se iba y lo que llegaba de aquellos otros continentes.

    Y para más información a los que aquí lean, aunque sea por accidente, en el año de mil ochocientos cincuenta y siete, y no es que lo tenga muy presente, pero por esas fechas yo andaba naciendo, y si no naciendo porque nací en el cincuenta y cuatro, ya estaba creciendo en mis primeros años de este cuento épico, al promulgarse la primera Constitución Liberal de México, se reafirma el hecho, de que el servicio de correos es y seguirá siendo del Estado un atine muy derecho y se toman las medidas necesarias para fortalecerlo y facultarlo a realizar en su provecho convenios internacionales bilaterales, que facilitaran el libre tránsito hacia otros países de las correspondencias entre los países tales.

    La primera estampilla mexicana, que mostraba la efigie de Don Miguel Hidalgo y Costilla, se puso en circulación el primero de agosto del año anterior a la declaración que se menciona en el párrafo anterior. Y todo esto que aquí sucedió, fue despuecito de que se asentaran todas las discrepancias que se causaran por los movimientos de los ideales nacionales, o sea después de unos treinta o cuarenta años de que la Independencia de México se promulgó.

    Alrededor de unos sesenta años más tarde de que todas estas cosas pasaran, durante la época de la Revolución Mexicana, el correo se mantuvo como la principal vía de comunicación metropolitana, sobreviviendo a todos los problemas que el movimiento armado trajo a la sociedad mexicana, tal que durante los primeros años de la postrevolución, en mil novecientos treinta y dos, se unificaron en una sola administración, el correo y los telégrafos, creándose en adelante la Dirección General de Correos y Telégrafos con sede en la Ciudad Mayor.

    Y en todo esto, en estos tiempos, los que entre estos continentes se comunicaban eran dos gentes que habrán de tener mucha importancia para esta historia. Pero en el transcurrir de la enviada de una carta y la llegada de otra, era una larga trayectoria, que sin haber escapatoria, un par de meses se tardaba en que a uno la carta le llegaba, y otros dos meses en que la carta contestada se retornaba, y para hacer las cuentas muy claras y sin tanto argumento, una carta en que iba y venía hasta cinco meses se tardaba.

    De esta forma y al saber de esta tregua la tardanza, se vivía con la angustiosa esperanza de recibir la respuesta de lo que uno fuera a escribir, y tanto era la angustia que hasta se pensaba que uno se fuera a morir antes de terminar esta historia de escribir. Y para aprovechar el mandado, era menester que el parlamento en la carta escrito, estuviera bien cargado, no sólo unas cuantas líneas, porque para formar una larga conversación, había qué esperarse un montón, en lo que carta iba y en lo que carta venía.

    Y siempre el asunto consistía en si uno de los dos se moría . . . Por eso, el que esto aprovechaba, muy ampliamente escribía, pero no es el caso de lo que aquí se presenta, porque ya fue recortado y acomodado a lo que aquí se argumenta, y lo aclaro para que no se vayan a sentir engañados con lo que hace unas líneas apenas hube comentado acerca del escribir bien cargado sobre el papel de las cartas a enviar y recibir. Y para aprovechar mejor el ir y venir, estos escritores de cartas, escribían una por cada semana, método con el que aseguraban la llegada de una carta en cada fase de la Luna con respuesta atrasada, por supuesto, pero con eso aseguraban la llegada en cada semana de por lo menos una carta enviada y al mismo tiempo recibida y allegada.

    Y a propósito, y metiéndonos ya en este cuento, Hilario a su amigo Don Andrés, el cordobés, le escribía:

    -Querido Caballero:

    He perdido contacto con Su Majestad, por motivos que no puedo mencionarle por ser de mucha necedad, pero no dude que si no lo he contactado, por lo menos mi cabeza al pensar en Usted, dos que tres veces se ha detenido, y si a bien vuelve a pasar, es cuando en Usted vuelvo a pensar . . . Ai tiene Usted que si por su gusto, me diera de repente un susto, y viniera a verme, después de haber estado tanto tiempo tan ausente, vaya que lo reconocería, ¿cómo es que el tiempo pudiera tan pronto haberse pasado?, y a pesar de tanto que ha pasado, somos los mismos, sólo que el cuerpo es el que puede haberse absorto y achicado, y de antemano lo sabría, que aunque viejo o anciano, yo reconocería lo que vería; sí, siempre lo reconocería, aunque ando un poco falto de vista, y en general un poco falto de todo, y también de aquello que siempre saltaba a la vista y que era mi carta de presentación, se ha quedado sin moción, sólo sirve para lo que sirve, pero lo bueno es que todavía para eso sirve, y todo lo demás, pues sirve, sí, pero con dificultades, pues a estas edades, ya hasta es difícil dar un paso sin que al darlo quiebres o una taza o un vaso, pues al ir caminando es fácil que uno se agarre de una mesa y con la tembladera, al agarrarte de ella, se mueve toda la madera, y empiezan los quiebres y desquiebres, es por eso que me paso la mayor parte del tiempo sentado, y a veces acostado . . .

    Me la paso leyendo mis libros regalados, digo, los que antes eran rentados, pues después de que se murió Don Marcelito, aquél agradable viejito que los libros semana tras semana me rentara, y aunque la renta era cara, como quiera se los rentaba, sus hijos se dieron a la tarea de regalármelos todos, ya ahora que él ya no estaba, librito tras librito que él rentaba, y como conmigo era con el que más negocio se procuraba, pues a merced de sus bondades, les dijo antes de morirse que a mí me los regalaran todos esos libros que él guardaba, y como a lo dado no se le busca el lado, ahora pues gracias a Don Marcelito, tengo muchos libros para leer y leyendo me la paso, y mucho tiempo también me la paso escribiendo esta historia que no he terminado, y al escribirla seguido me acuerdo de Usted, pues extraño esa prosa que siempre estuvo muy sabrosa y revoltosa, y que Usted ya sabe, uno cuando la goza es porque la goza, al igual que todas las cosas . . . De tal manera mi vida ha sido después de que Usted se hubo ido, y me pregunto sobre Usted, ¿Cómo mi Caballero habrá sobrevivido . . . ? Reciba saludos de su más grande admirador y un ferviente servidor y amigo . . .

    Hilario, el de mucho ombligo.

    Una vez llegada la carta al destino a donde iba, el receptor la abría con bastante alegría y mucho entusiasmo, al saber que su amigo le escribía, y a apurarse había para contestar la misiva, pues a sabiendas de las tardanzas, había que enviar escritas sus remembranzas . . . Y así el cordobés escribía la carta que esa semana debía . . .

    -Mi querido amigo pollicero, escudero y pendenciero:

    Que ha de saberse que el que no haya habido un seguido corrido de nuestras aventuras, no implica dejadez, ni desidia ni otra clase de olvido. Ni a vos os recrimino el silencio sentido y acaecido. Tenéis mi apoyo a las duras y a las maduras, contad con este paladín de vuestra causa. Humana causa que hago mía, y en la medida de lo posible tenedme informado de vuestro estado. Escribid día a día, lo que acontece, y si a bien llenáis un buen pedazo de papiro, enviádmelo de inmediato, para saber de vos y tener un buen respiro. Me preguntáis cómo he sobrevivido, y os contesto: ¡A rastras, como buen caballero, pero dispuesto! Muy malo de esto, malo de aquello y malo de otras cosas más, pero bien dispuesto y puesto para cualquier buen gesto. Después de que a vos hube dejado, y el mar hube cruzado, me regresé a mi tierra natal, amada y apasionada, a vivir mi vida al lado de mi tía Aurora, que yo creía viva, a quien había dejado la casa chica al cuidado, la que estaba de la Mezquita de Córdoba a un lado.

    La Tía había muerto desde hacía tiempo; sin embargo, Elena, única hija de mi tía, y por lo tanto mi prima, al cuidado de esta casa se había quedado y desde que yo llegué, muchos cuidados me dedicó, y mucho se esmeró, de manera que pronto conmigo se encariñó, y pronto conmigo casarse quiso . . . Pero a mí el amor con ella nunca me nació, y a mis años, pues menos que apareció . . . Aunque dicen por allí que el viejo ya no se enamora, pero yo contradigo eso y mejor digo que el que no se enamora no es porque está viejo, sino porque no le nace el amor, y ya veis vos, que últimamente a buscar amores no me he dedicado, sino a buscar lo que ya hubimos aclarado que buscaríamos y en nuestros largos caminares, no encontrásemos. Sin embargo ya en la quietud de nuestros últimos años es posible que se dé, es cuestión de insistir y de esforzarse un poquito, y de tantito en tantito, es posible que se salte un brinquito hacia donde uno quiere ir, pues Diosito, en la espera siempre está de que uno las puertas de su corazón le abra, y una vez que Él se dé cuenta, con la intención basta y sobra, pero de esto os hablaré más tarde, para no hacer de ello tanto alarde, porque aunque no lo quiera, he llegado alto, pero me contengo porque soy un cobarde.

    En fin, de esa confusión de que si por viejo no me enamoro, o que por enamorarme no estoy viejo, o si sí estoy viejo, total que este casamiento nunca se dio, pero ella como quiera conmigo a vivir se quedó y me cuidó, y como de mí se ha encargado, y a saber ella es la única familiar que Dios me ha dejado, es a ella a quien todo heredaré, pues de mis 3 hermanos he de mencionaros que nada supe mientras el tiempo pasaba cuando aquí no estaba y ahora que aquí estoy, de ellos no he sabido nada . . .

    Cuenta mi prima Elena, que mi tía Aurora a ella le contaba que mi hermano el Cura fue mandado a las Italias, y por allá habría de morir muy cerca del Papa y de sus sandalias . . .

    Del revolucionario, que ya nada se supo, es de suponerse que murió, o por lo menos lo borraron del escenario, pues mucha gente murió en tanto movimiento político que en España se ha estado dando, y si pensamos en el tiempo que mi hermano en eso mucho estuvo trajinando, y muy bien metido, pues está muy claro que para estos tiempos ya haya sucumbido. Además, ellos nunca se comunicaron, ni parece que una visita hayan hecho a ninguna de las dos casas en donde vivíamos, y sin saber nada más de ellos, pues hay que considerar lo que no nos gusta pensar.

    De mi tío Jerónimo Ruiz, el hermano mayor de mi Padre, el que en Madrid me recibiera y me diera protección cuando de Córdoba yo hube huido cuando me pasó lo que me pasó, pues no sabía qué con su cuerpo había pasado, cuando lo del atentado en que murieron él, mis suegros y el papá de Marianela. Encontré sus cuerpos y me dediqué a hacerles unas tumbas dignas, y los mudé al lado de Eloísa.

    De Beatriz, mi querida hermana, de ella sí se supo que murió de una cólera que agarrara en uno de los viajes en los que acompañara a su marido a las Filipinas, y como descendencia no dejara, pues la única familiar que me ha quedado es Elena, mi prima, quien ahora es mi amiga, mi hermana, mi enfermera, mi secretaria, mi cuidadora y mucama, pero no mi esposa, ya os he dicho que para qué, pues ni como esposa la voy a ver, y esposa nunca la voy a hacer, vos sabéis, de esto que funcionar no va a poder, y además, vos sabéis a lo que me he de dedicar, que es buscar a Dios y a Él siempre amar, por eso, mejor todo lo demás, y todo al mismo tiempo, y la quiero como todas y cada una de las formas en que aparece para atenderme, como os lo he dicho. Y como os sigo diciendo, estoy consciente que con todo lo mío se va a quedar, ¿pues a quien más se lo podría yo dejar? Aunque hay que considerar que antes de morirme, he de construir unas capillas para orar, y eso no se me ha de pasar . . . Ay, ay, ay, que así pasa el tiempo, y tan presto pasó, como vos habéis dicho, igual yo os digo que yo me la paso en mi lecho, sin poder andar ni caminar, ni mucho menos correr, y todo esto a mis pesares, pues quisiera recorrer todo aquello que en nuestros tiempos recorriéramos y que en nuestras cabezas hubo quedado como el más bello recuerdo de nuestras vidas y nuestros andares.

    Mi querido Don Hilario, mi gran amigo, mi hermano y compañero de mis mentiras y de mis verdades, he llegado a los tiempos en que vivo de mis recuerdos y de mis soledades, ya más remedio no me queda, y decidme vos en qué puedo ayudaros, que haré lo que pueda . . . Quedo de vos y a vuestra merced. Andrés el cordobés, que a veces las cosas las veía al revés.

    A lo que Hilario contestaba a su vez . . .

    -Mi Querido Caballero:

    Mucho os he extrañado, y de saber que Usté está allá, donde ha estado, mayor es mi mal estado, pues mi mente solita se ha empeñado pensar en marañas y en una sarta de petrañas[1] que no puedo deshacer, pero una cosa me queda por hacer, y es remover todo eso que me quiere corromper, pues es bien a su saber, que en ese camino ya me lleva Usted un buen campo adelantado. Pues a veces me veo a mí mismo y ¡Ay Dios lo que veo . . . ! Veo puras oscuridades en mi mente y en mi corazón, voy con el Padrecito y me da la solución, me dice que no hay mejor manera que la oración, y lo hago, y he llegado más lejos de lo que se puede pensar, pero a medida que avanzo un poco, es mayor la negrura que se me mete en el coco, y Usted sabe que en este pobre corazón, eso de luchar contra la propia razón, como que me da mucha comezón, y me distrae y acaba por desmotivar de mi mente todo aquello que digo que me atrae y que acaba por desobedecer . . .

    Por ello le pido ayuda Señor Caballero, y quien si no Usted para quitarme todo ese mugrero que a mi cabeza trae como un vil pendenciero, y cuenta ha de darse, que por seguir adelante en este mundo matraca[2], que de hacer sus necesidades, ya que cuando hay que ir, pos hay que ir, nadie se escapa, pues bien, y dejando el traca-traca[3] de los momentos cuando hay que hacer caca, y volviendo a la razón, regresando a la descripción, le cuento que éste, su escudero tan bribón, no ha podido escribir aquello que a Su Majestad y a sabiendas de cumplir, no he podido involucrar, y por lo mismo, la historia se ha parado de contar, pues me hacen falta sus encuentros, me hacen falta esos momentos de apegada amistad y abnegada lealtad entre Usted, Caballero, y su humilde y rastrero escudero.

    Entérese que el cuento, ése que sigo sin terminar y que es muy necesario acabar, y justo el pendiente viene a quedar en las narraciones de nuestras aventuras, que por ser tan bravas, nobles y puras, es necesario acabarlas de narrar . . . ¿Y quién si no Usted me ha de ayudar? Pues bien, en mi cuento menciono la historia de un hombre panzón, cuya vida ha sido sin razón, que ése soy yo, y con toda la razón en la búsqueda de la felicidad, que de niño creía que la encontraría y no la encontró, por lo que creyó que encontrar dicha fortuna, sería al casarse, por lo que buscó de mujer hacerse, y ella fue la que mejor pudo encontrarse, pero pronto ella murió, realmente no le duró el tiempo necesario para saber si encontró o no encontró lo que en el matrimonio esperó, y luego con el Padrecito del pueblo consulta y le pregunta que dónde la felicidad se puede encontrar, sin obtener respuesta a su afrenta . . .

    Como era un poco lento y de cabeza hueca, y eso es lo bonito del cuento, que como tenía la cabeza seca un parecido le da a Sancho Panza el de Don Quijote de la Mancha, o si no a Sancho, al mismo Quijote, que al parecer el de la cabeza hueca era él, pero que en su proceder procedía sin querer como aquél que no quiere proceder y al proceder en su actuar puras lecciones de la vida daba y mucha filosofía promulgaba, pero alejándonos de esta comparación, la historia continúa cuando Hilario el Panzón, o sea yo, que así se llamaba el cabezón, busca en libros la razón de la sinrazón de su existencia, que como decía Don Quijote sobre los requiebros intrincados de Feliciano De Silva[4], que no cuadraban con lo que Hilario decía, pero le gustaban por lo intrincado y lo desacomodado de las palabras en juego, que juegan con el pensamiento sin llegar a un razonable entendimiento, y encuentra que a fin de cuentas la felicidad se encuentra donde nadie ha de preocuparse por encontrarla, y por lo tanto al no saber encontrarla nadie intenta buscarla, que es dentro de sí mismo, de lo cual no entiende ni un comino[5], así que decide seguir su camino tratando de intentar nuevas formas de vivir, para luego poder encontrar lo que por mucho tiempo lo ha logrado persuadir, y ai[6] tiene Usted que decide, ser amante de mil mujeres, y al paso del tiempo él no las pide, sino que solitas vienen, lo buscan y le sacan a lo que van, y a sabiendas que era súper-dotado, y eso se sabía en todo el condado, pues era famoso por su retazo y lo bien que estuviera pesado, y lo estaba.

    Todas las damas querían con él enredarse, pero como a él no le gustaba pensar en casarse después de haber vivido casado y no encontrar lo buscado, a un arreglo llegaba con todo el cuartel de mujeres que lo amaban, y ese arreglo paraba en que nunca ni una huella de su hombría en ellas dejaría, que si lo hacía un compromiso encima lo encubriría, y de allí pa’l[7] real que eso no quería pos[8] la felicidad buscaba y no era cosa de regresar a donde no la hallaba, o sea volver al matrimonio donde él sabía que no se encontraba, y por eso, él buscaba nuevas formas de hallarla, por lo que pensaba que allí ni pa’qué[9]. De manera que un día, en su taller donde atendía, a gente que llegaba a componer y a arreglar carrozas, carretas y carretones, llega a su puerta un señor español, en carroza fina, de viajero, y era también soltero, como él, pero con mucho dinero, y ese viene a ser Usted. Se le veía un hombre de bien, y al platicar con Hilario de sus vidas que llevaban recién, se identifican y se pronostican que pronto amigos de bien se harían, pues muy bien se acoplaron a las pláticas y a todo lo que hablaron, y en estos asuntos le propone irse de viaje juntos, disfrutar y vivir aventuras, y a hacer muchas travesuras y tener muchas emociones suaves y duras, que juntos vivirán y disfrutarán hasta más no poder. Total que si la felicidad había que buscar, pos a echarle todo el entusiasmo y a disfrutar.

    Era el año de mil novecientos, cuando esta historia de las aventuras comienza sus cimientos, y pos como ha de ver estoy detenido en el proceder de esos dos señores que juntos se salieron un día a disfrutar y la felicidad encontrar, que a saber, no he escrito nada d’ellos[10], pues me hace falta su entender, y en entender lo que voy a hacer, le pido su experiencia, con su canto, y su manera de loar, seguro que me puede ayudar a terminar esta historia que tengo que acabar . . .

    Quedo de Usted sin más que hablar. Hilario . . .

    -Amigo mío, cuya cabeza es hueca sin par:

    Este mes no habrase de pasar en que tenga que comenzar a proceder lo que vos me venís a pedir, que es un placer corresponder a tan grata petición, que en la carta devolviendo, devolviendo también las gracias a vuestro buen tratamiento, cuando en vuestra presencia tan grata me vi y como un conde siempre me sentí, sin menos recordar que como caballero fui a ser tratado y vos como mi escudero vino a proceder, sin ser en realidad ni el uno escudero ni el otro caballero, sino simplemente fue el arreglo pronosticado y por el par de camaradas aceptado, cuyos sueños en ambos se enmarcaban siempre en las aventuras que buscaban y en precisar que lo que buscaban era una cierta felicidad que no encontraban y en remontándose a tiempos remotos, oscuros e ignotos quisieron vivir en sus nuevos tiempos como un caballero y un escudero, cada quien a como lo había leído o se los habían platicado de lo cual sus sueños estaban atestados . . . Quedo entonces pendiente por seguir escribiendo lo que pueda según me lo permita mi vejez.

    Vuestro amigo el cordobés.

    Contestación de Hilario:

    -Gracias por la nadita[11] que me escribió, amigo cordobés, yo que deseaba que me escribiera mucho en vez, pero de todas formas, habrá de ver que no por eso lo he de castigar sin escribirle; al contrario, he de hacerlo porque necesito que lo que voy a contar de esto que he de escribir, sea una relación entre dos a la par, y debe ser un español y un indio como el que de Usted es amigo sin par, o sea yo, que en adelante desde que le conozco con Usted las penas mitigo y mitigaré si es su voluntad entender lo que haré . . . ¿Y de ai, cómo la ve? ¿Será capaz de ayudarme a hacer esta historia? Que para su buena memoria, ya le mandé una muestra de lo que llevo planeado y escrito, en cartas anteriores, a razón de que Usted lo lea y lo relea y descubra alguna azalea[12] de versos ya formados por nosotros en tiempos pasados, vea, lea y chicolea[13] lo que Usted a su venia desea, así que la historia sin terminar de contar le mando para que en tanto en esta Cuaresma lea y vuelva a leer, y ya que esté preparado, y se esté acordando y aceptando, se decida a ayudar y me diga cuándo . . . cuándo . . . cuándo . . .

    Por si Usted lo quiere saber, si Usted me ayuda, nuevamente será tratado como un conde . . . Igual que como una vez fue tratado. Me tiene Usted con la panza al suelo tirada[14], y vaya que es una señora panza, y por ser tan grande, también es bastante lo que está esperando su consuelo, que si no me lo da me amuelo, y si no me da lo que ayudarme ha, o si sí lo ha, con ello me matará, pero no de pena ni tristeza, sino de alegría que me dará fortaleza, de saberme encaminado por su sabia labia[15] que es de gran grandeza . . . Y espero un día, mi labia sea igual de sabia como su labia . . . Y si Usted lo permite, juntamos su labia y mi labia, y siendo así, pos cuál pelea y cuál rabia . . . Que una vez unida la labia, en lugar de contradictoria, verá que se hace jaculatoria, como si fuera una breve oratoria, tan ferviente que verá que es conveniente. Pronto se dará, y Usté verá que me verá porque me verá por allá en las Españas, donde Usté[16] está . . . ¡Lo prometo! Si es que muerto no me quedo antes de que a Usted lo vea.

    En algún capítulo habré a narrar la vida de un hombre nacido en 1854 en el mes de marzo, en Córdoba, España . . . El cual será Usted. Misma cosa que Usted me contará y el nombre del cuál, Usted se lo pondrá, si ha de ser Andrés, pues Andrés ha de ser pero de parte de Usted lo debo saber . . . Como es coincidente con las fechas en que Hilario naciera, pueda que sean muy semejante uno del otro, pero cada quien en su país se desarrolla a su manera, aunque entre ambos hubiera distancia severa. Y por la manera de cómo éste viviera, de las Españas a los cuarenta y tantos años sería expulsado, o retirado o ido, la verdad quién sabe cómo le habrá ido, por eso que lo escriba se lo pido, y esto sucediera cuando el Siglo XX apenas estaba por comenzar. Como todo esto que ha pasado aún no me lo ha contado, pues es menester que se apresure a dictarme lo que nunca de Usted supe, y se ha de suponer que fuera por cuestiones políticas o revolucionarias de las épocas en las que esto se viviera. Tampoco sé ni cómo nace ni qué es lo que hace, desde su nacimiento hasta los cuarenta y tantos que crece, lo que sí deseo y espero es que sea algo muy típico de la gente española de aquellas épocas en que su persona aparece. Y lo principal de todo el titipuchal[17] de cosas que Usted advirtiese, es que debe tener palabras muy de antaño, típicas y usuales por los cordobeses.

    De alguna manera me habrá de contar de donde le procedió lo rico y acaudalado, que tenga tanto dinero y posesiones de su lado, pero soltero al igual que Hilario, y sin hijos, y tan cabezudo como Hilario lo era, con eso de querer encontrar una felicidad de la que ambos ya de viejos se extasiaron, pero que en la búsqueda la loquera les provocaba y sabrá Dios si realmente encontraron soluciones para llegar a donde querían llegar, y verá Usted que eso no lo he de adelantar, sino hasta que el lector llegue a los últimos capítulos donde lo habrá de descubrir, y creo que no será sino hasta una segunda parte, porque lo que antes ha de contarse, es bastante, bastante. Ya llegaremos a estas conclusiones más tarde, a ver si al propio Autor se le ocurre mencionar que por habérmelo dado a mí como responsabilidad, me trae con una ansiedad que no me deja respirar, pues eso de la felicidad buscar, no es una cosa tan fácil de concluir. Aunque le diré que yo ya lo tengo en la mente, porque como he practicado ciertas prácticas, se me viene a la mente de repente, sólo he de reinsistir para al Autor sugerir que lo considere y que no se ofenda porque a mí se me ocurrió primero, pero lo que no quiero, es que el lector se aburra por ser uno tan inclemente de escribir el final tan de repente, por eso, como decía antes, esperaremos contarlo hasta después si es que el lector es realmente paciente y le interesa que se lo cuente.

    En capítulos posteriores se van a encontrar y van a armar muchos líos entre ambos tíos, con sus confusiones y locuciones, lo malentendido del lenguaje y las traducciones que entre ellos van a hacerse y confundirse, pero al final van a quedar siendo muy amigos, y más amigos que antes, de manera que en el siguiente capítulo a ése, o sea después del siguiente punto y aparte, Don Andrés, o como quiera que se vaya a llamar el cordobés, invita a Hilario para juntos viajar y así juntos, intentar la felicidad encontrar, cosa que Usted y yo ya hicimos, pero lo que encontramos fue problemas y desdichas seguidas de despilfarre, pero que aquí me falta contar. Y los capítulos siguientes se harán de acuerdo a como esta historia se amarre. Pues ésta es la forma en la que espero que me habrá de ayudar, a escribir las bases de esta segunda parte de la historia que es lo que quiero yo contar . . . Y de esta primera, ya está por terminar.

    Su fiel amigo Hilario, enviándole hoy este breve sumario. Esperando respuesta de su amigo de origen árabe primario.

    Capítulo 2.

    Conversaciones entre Hilario y Don Andrés

    En donde se narra la sarta de cosas que Don Hilario le contaba de su vida y de sus aspiraciones y de la manera de cómo vivía, a Don Andrés, un cordobés que de España llegó. A México se embarcó y en Veracruz desembarcó, pero de su viaje desde las Españas hasta la llegada al pueblo donde Hilario vivía nada se narra, de eso ya se hablará después. Este capítulo sólo se aferra en describir lo que Hilario de su vida contaba a su amigo el viajero, que siendo tan viejero, al igual que Don Hilario, sus vidas por ello compaginaban y de alguna forma éstas se conformaban para hacer posible ciertos planes que en un futuro y en otros capítulos se irán a narrar. Por ahora nos debemos de conformar con lo que Hilario a su amigo ha de contar. Y en este chismoleo, nos enteraremos un poco de los gustos de Andrés, y algo de la manera de cómo le gustaba vivir, que éste también le contaba a nuestro protagonista. En vista de que esto es esencial en el desarrollo de este cuento, es crucial narrar aquí lo que ha de convenir contar, para luego seguir más contando.

    Si mis amantes me vieran, aquí en esta habitación, hablando y hablando, quizás no me entendieran, podrían pensar que por lo que digo estoy loco, pero la verdad, yo lo que hago es darle vueltas en el coco[18] a esta idea rara que bien no puedo entender, y si bien al frente me la coloco con el afán de tenerla presente, no doy con bolas[19] y lo que quiero es darle chicharrón[20], y poniéndome mucha atención con todo respeto, con toda humildad y con toda honestidad y sin nada que pueda esconder la pura verdad, que el Escritor escribió con esmero y con premura, con esfuerzo y con talento verdadero, intento encontrar una razón o al menos un palmo de explicación d’esto que en mi cabeza trae a esta masa gris y espesa[21] de una mesa a la otra mesa, preguntando y buscando y no encontrando, mientras que yo leyendo y a leer volviendo, a la vez que nadita entendiendo de aquello a lo que ni el pobre Autor puede dar respuesta: a esta oscuridad mía que los sesos me oscurece no dejándome ver con claridad lo que pudiera ser aquello que por años y años, y aunque parezca una necedad, fuera la razón de la no razón de mi existencia, como dijera alguna vez un tal señor llamado Dostoievski, y por allí lo tenía anotado para tenerlo presente, que: El secreto de la existencia no consiste en vivir solamente, sino en saber para qué se vive. Y si me has de preguntar la respuesta, pos claro que me cuatrapeo[22], pos por la respuesta es por la que me mareo y además me explota la testa[23].

    Todo esto le decía Hilario el norteño mexicano, a Don Andrés el cordobés, mientras le arreglaba su carroza en el taller de reparaciones de estas cosas, el cual le contestaba:

    -Pues he de deciros que en la testa lo que vos tenéis, así como vos os la veis, es semejante a lo que a mí me ha tenido mareado, pero ni penséis que me pongo desdichado, aunque toda la vida la desdicha me ha acompañado, y al parecer eso es lo mismito que a mí me ha jadeado[24] . . . Pero, habrase de ver, si amantes vos tenéis, ¿qué más vos a la vida le buscáis?

    -Te vuelvo a repetir que en eso de buscar la razón del vivir, no encuentro ciencia, en tanto que en verdad a mí ya se me agota la paciencia por encontrar y no hallar lo que quiero descifrar, esa cosa que en la testa se me ha metido desde que mi mente empezó a tener sentido, desde que piensa y medita, pero ni creas que mucho piensa o medita este coco, porque mi cabeza por estar tan chiquita entiende menos que muy poco, y ai te va lo que me parte el alma en tres, cuando debiera ser en dos pero como las cosas las veo a veces al revés y cortas por el doblez, por Dios que no hallo quién me ayude a hacer el desdoblez, pos sigo y sigo obstinado en encontrar lo que te digo que me ha obligado a preguntarme una, y otra, y otra vez, el dilema siguiente:

    ¿Qué es eso de vivir la vida?

    ¿Qué es eso de la felicidad?

    ¿Cómo es que viviendo la vida

    Es difícil encontrar la felicidad?

    Yo lo que quiero con ansiedad

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