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Pura vida/pura paja: el mito del buen tico
Pura vida/pura paja: el mito del buen tico
Pura vida/pura paja: el mito del buen tico
Libro electrónico295 páginas4 horas

Pura vida/pura paja: el mito del buen tico

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«Pura vida/pura paja: el mito del buen tico» cuestiona muchas creencias que los costarricenses tenemos acerca de nosotros mismos, las cuales hemos absorbido y manifestado a través de lemas, dichos, hábitos y tradiciones. Todas ellas representadas por el mito del tico «pura vida».
Nuestras frases más características, nuestra forma de hablar, la famosa hora tica, el modo en que criticamos, en que conducimos, en que nos desentendemos de nuestras responsabilidades, el tico achantado, el que anda con rodeos, las chambonadas, la cultura del serrucho, el acoso hacia la mujer, la filosofía del mínimo esfuerzo y mucho más están presentes en este texto.
Su objetivo no es rastrear el origen de esos mitos ni acudir a hipótesis para dilucidar las razones que han configurado nuestro comportamiento y cultura. Su interés es, más bien, mostrarnos los efectos de esas creencias en nuestra cotidianidad, y ejercer en el lector el pensamiento crítico y el desarrollo de su conciencia ciudadana. «Pura vida/pura paja» desbarata ese mito del buen tico, con el propósito de animar al lector a rediseñarse como costarricense.
Luego del éxito de su primer libro «Que te vaya mal (de la mejor forma)», Rodrigo Villalobos vuelve a hacer gala de su particular estilo cargado de humor y reflexión para sumergirnos en el análisis de los comportamientos negativos más característicos de los ticos. «Pura vida/pura paja: el mito del buen tico» es un espejo cuya imagen puede hacernos reír o causarnos horror, pero que, sin duda, no nos dejará indiferentes.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 sept 2020
ISBN9781005215309
Pura vida/pura paja: el mito del buen tico
Autor

Rodrigo Villalobos

Rodrigo Villalobos ha sido locutor, presentador de televisión, periodista y comediante.Desde su adolescencia ha estado involucrado en diversos medios de comunicación, como radio y televisión, donde destaca por su facilidad de palabra, energía y agudeza.Ha cursado estudios en filología española, periodismo, producción audiovisual y comunicación de masas.Actualmente es uno de los referentes del stand up comedy tico.

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    Lilibro bueno...repetitivo..pudo ser mas corto...tal vez para que no se hiciera corto...a veces mas ruido que nueces..otras muy acertado..pero no aburrido...a pesar de la asquerosa e irrespetuosa portada...

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Pura vida/pura paja - Rodrigo Villalobos

Estaba en mi segundo año de la universidad y, como parte de los Estudios Generales, matriculé el Seminario de Realidad Nacional: Educación, Hombre y Sociedad. En aquella clase de la que al principio ni entendía bien de qué se trataba, nos mandó la profesora a sacar unas fotocopias de un pequeño ensayo llamado «El concepto del pobrecito salado» de un tal Pierre Thomas Claudet. Y digo «un tal», porque no sabía ni quién era el autor ni por qué, pese a su nombre en apariencia extranjero, logró captar tan bien el espíritu costarricense en ese pequeño texto. La lectura de esas poquísimas páginas me causó una conmoción muy positiva: tenían la respuesta a una inquietud que yo cargaba conmigo. Ya sabía cómo definir cierta forma de ser muy particular del tico.

En aquel entonces yo trabajaba en un canal juvenil de videos musicales. Eran los tiempos en los que nuestra audiencia se dividía entre emos de pelos encerados y chillones y amantes de un nuevo género que llegaba para quedarse: el reguetón. Era yo, pues, presentador de videos musicales (un VJ, que llamaban, como para ponerle un nombre tuanis al oficio de pararse frente a una cámara sin técnico, hablar con voz perezosa, en un fondo que parecía un búnker de droga, con lentes oscuros para disimular la tanda de la noche anterior y presentar videos de artistas que me importaban poco o nada, mientras abajo aparecían mensajes de gente que había pagado ¢250 para poner su número para hacer amigos). Aquel trabajo me permitió vivir unos meses, sacudirme un poquitico la imagen de niño de Recreo Grande (contra la que en aquel entonces luchaba a modo de rebeldía hacia mi pasado), ahorrar dinero para el bebé que venía en camino y pagarme la universidad, a la cual llegaba con solo cruzar la calle.

Me habían dado el horario que nadie quería: 6 a. m. La justificación para abrir dicha franja de programación era que, mientras los colegiales se alistaban para ir a clases, pondrían el canal para ver sus videos musicales y enviar los benditos mensajes de texto, que cuantiosas ganancias le dejaban al dueño del canal en una época en que ni siquiera imaginábamos algo llamado WhatsApp.

Los desafortunados adolescentes que encendían sus pantallas en busca de su dosis musical se topaban con un no muy animado presentador que, ante la falta de interacción de un público que apenas se estaba despertando o lo haría por ahí del mediodía, sentía que era una gran idea aportarle a la juventud un espacio de reflexión sobre la realidad actual. Dejaba de lado yo los chismes sobre la vida de los cantantes famosos y, sabiendo que ni mi jefe me veía, me aventuraba a editorializar mis reflexiones sobre política, el sistema educativo, los valores, recomendaciones literarias, personajes de la historia y otro poco de ñoñadas de las que nunca sabré si algún joven prestaba atención. Hasta que una vez, un profesor de un curso de Filosofía Política que yo llevaba también en Generales, me dijo que su hijo estaba mirando el canal y él logró escuchar una de mis reflexiones. Me invitó a seguir creando esos espacios. Aquella exhortación me animó mucho, aunque luego entendí que era una clara señal de que algo estaba haciendo mal: un señor se estaba interesando por ver un canal de adolescentes.

Sin embargo, aquel tipo de dinámicas eran para mí un imperativo, ya que me enfrentaba a nuevas ideas que me llenaban de luz y pasión. Creía que podía aportar alguito aprovechándome de ese espacio televisivo. Entendí que quería ser un comunicador que ofreciera algo más que solo entretenimiento. Quería combinar ambas. Creía profundamente en que era posible generar reflexión sin acudir a posturas presumidas y lenguajes solemnes que solo les interesaban a los viejillos.

Sin saber cuál fue realmente el fruto de mis esfuerzos morales en aquel canal (poco o ninguno), pronto conseguí otro trabajo donde aquella oportunidad tan valiosa era imposible: me tocaba presentar canciones en radio con apenas treinta segundos de tiempo. No había espacio ni interés para otra cosa: la música apremiaba. Así que me dejé mis diatribas intelectualoides para un blog que casi nadie leyó. Todavía no era mi momento para hablar, pero sí para escuchar.

Hace un par de años, me volví a encontrar el texto de Thomas Claudet que tanto me había divertido e impactado. La luz de aquellos pocos párrafos me seguía acompañando desde nuestro primer encuentro y fueron interiorizados en mi espíritu sin que yo lo recordara. Compré el texto completo en la Feria Internacional del Libro 2018 justo cuando estaba empezando a escribir este.

De hecho, mirando en retrospectiva, las enseñanzas de mi madre que compilé en mi primer libro Que te vaya mal (de la mejor forma) coincidían mucho con el llamado de atención que Thomas Claudet hacía sobre eso que él definió como la cultura del pobrecitico: lo último que mi madre hubiese querido es que sus hijos fuéramos unos pobrecitos.

Por eso, aprovecho para reconocer que le debo al libro de Thomas Claudet el tono y espíritu de este. Las inquietudes son propias, pero ahora veo que también ese autor las había tocado en los demás artículos que yo no había leído aquella primera vez. Admito que, al enterarme de las coincidencias de mi manuscrito y su texto, decidí dejar de continuar con mi tarea. Creía que no tenía sentido escribir acerca de lo que ya alguien mejor que yo había hecho de una forma más sucinta y provechosa. Sin embargo, luego entendí que, sin que esto le quitara vigencia al texto de Thomas Claudet, cada generación tiene sus propias inquietudes y necesitan ser expresadas para su época. Por esa razón, retomé el emprendimiento. Considero este libro un indigno, aunque honesto, heredero. Algunas ideas pueden ser muy similares a las de Thomas Claudet y a las de otros autores antes de él, como Yolanda Oreamuno, Carmen Naranjo o José Marín Cañas. Sí, en algunos aspectos seguimos enfrentándonos a los mismos desafíos y continuamos tropezando con las mismas piedras. En otros, tenemos nuevas formas, nuevas piedras y nuevas batallas.

Es obvio que no soy el único que hace reflexiones sobre los temas que aborda este libro, ni seré quien mejor lo hace. Confío en que este libro será tan solo una puerta para que el lector pueda acceder a mejores libros, mejores mentes y mejores conclusiones. Yo solo puedo mostrar mis inquietudes tal como las veo y hacer los comentarios que mi visión subjetiva y limitada consideren más atinados con el afán de que sean del disfrute del lector. Y de provecho también. Pero, sobre todo, que le permita generar sus propias reflexiones y le invite a seguir mirando, reflexionando y mejorando.

INTRODUCCIÓN

Los países, estados, pueblos, son ficciones. No existe en el planeta una división natural de las naciones, las fronteras son inventos que nos creímos y nos dan cierto orden. Más allá de la discusión que podemos tener acerca de si son justas o no las fronteras, por ahora solo me interesa resaltar que no existen más que como convención. Así pues, no hay diferencia racial entre un costarricense y un australiano: ambos pertenecemos a la raza humana. Sin embargo, está claro que, aunque nuestra biología sea similar, nuestra historia no lo es. Es decir, nuestro pasado dejó de ser el mismo muchos años atrás. Nuestros ancestros en común desaparecieron y nuestros destinos tomaron rumbos diferentes. Nos une nuestra condición humana, pero nuestra construcción histórica y social es heterogénea.

A la mayoría de los que habitamos este terreno al que llamaron Costa Rica nos tocó nacer aquí, no lo escogimos, sino que nos fue impuesta esa elección. Quizás nos sentimos a gusto con ella o tal vez no, pero desde entonces nos han llamado costarricenses. Otros no nacieron aquí, sin embargo, han pasado gran parte de su vida en esta tierra y escogieron portar en su identidad el título de ciudadanos de este país. Otros fueron dado a luz acá, aunque por diversas circunstancias partieron a otra nación y adoptaron el gentilicio de allá y se rigen bajo sus leyes y adoptaron su cultura.

El hecho de ser llamados costarricenses e identificarnos popularmente como «ticos» no es un asunto genético o que forme parte ineludible de nuestro ser. No es una característica innata como el tener el pelo negro, padecer una enfermedad hereditaria o pertenecer a la especie Homo sapiens. Así entonces, ¿por qué motivo nacer en Costa Rica o vivir en ella es el factor principal para ser llamado «tico»? ¿Qué estudio científico demuestra que, en el instante en que uno respira el aire de este lugar, su estructura se transforma en la de un tico y por tanto debe hablar, comer, pensar, parecerse y comportarse como un tico? Ninguno, claro está. Porque ser tico es algo cultural, es decir, algo que un grupo de personas que se autoidentifican como ticos (o les enseñaron a autoidentificarse y nunca se lo cuestionaron) decidieron ser.

Los seres humanos no nos caracterizamos únicamente por nuestras condiciones biológicas, sino que lo cultural juega un papel igualmente importante. La cultura es todo lo que hacemos, todo lo que somos (o pensamos que somos), la manera en la que actuamos como sociedad, nuestro modo de interactuar con otros seres a los que llamamos semejantes, la manera en que asumimos nuestra condición de mortales, nuestras creencias acerca del universo. Todo eso es parte de nuestra cultura. Cómo nos saludamos, cómo reaccionamos ante un determinado comportamiento de otro, qué cosas preferimos comer, qué hacemos en nuestro tiempo libre, cómo decidimos formar pareja con alguien, quién pensamos que creó el planeta en que vivimos, cuáles días vamos a trabajar y cuáles descansamos, qué fechas del calendario decidimos celebrar de una manera especial, cómo conformamos nuestra familia, cuáles seres humanos pueden recibir privilegios respecto a los demás. Todo lo que hacemos es un asunto cultural. En nuestro caso, ser ticos es un asunto cultural; no existe el gen tico.

Por tanto, cuando nos identificamos a nosotros mismos como ticos, quiere decir no solo que nos consideramos costarricenses, es decir, ciudadanos de un Estado soberano llamado Costa Rica, sino que, al decirnos ticos, queremos dar a entender que asimilamos las características de este engendro imaginario, este ser conceptual y las asumimos como propias para actuar en consonancia con ellas. En otras palabras, cuando uno dice que es tico significa que se representa a sí mismo como tal y por tanto se comporta de acuerdo a ese concepto. O sea, para decirlo en tico, que en la jupa de uno le metieron la idea de: «Yo soy tico, por tanto, tengo que actuar como uno». Si uno se identificara a sí mismo como chino, entonces quizás comería con palillos, tomaría té y no sería cafetero, desayunaría pancitos al vapor y no gallo pinto, se sentaría de cuclillas en la acera sin reparo alguno y su visión del mundo sería taoísta o confucionista o budista o comunista o todas mezcladas, todo eso para ser así un buen chino. Ser tico es un asunto cultural, y la cultura es una cuestión heredada y aprendida y, como tal, se puede revisar, rechazar, desaprender o modificar. Pero no es algo que sea indefectiblemente así como lo hemos vivido, aunque llevemos siglos pensando que somos eso que decimos ser.

Entonces, ¿de qué se trata este libro? Bueno, de que hay muchas cosas que no me gustan de los ticos, aunque yo mismo me identifique como uno. A lo mejor es solo que soy un tico un poco incómodo, pero me gustan ciertas actitudes ni ciertos comportamientos que tenemos. No porque reniegue totalmente del lugar del que vengo o la cultura en la que me he criado, sino porque no me como ese cuento de que tenemos que ser así porque así somos los ticos y punto. Me parece una postura bastante facilista, complaciente, mediocre y, lo peor de todo, peligrosa. Porque, aunque algunas características de nuestro ser social puedan parecer meras curiosidades culturales dignas de las anécdotas de un turista observador, lo cierto es que otras nos están pasando factura y nos impiden desarrollarnos como una sociedad sana. ¿Todo por qué? Porque llevamos décadas creyendo que ser ticos es ser así y nada podemos hacer para cambiar, como si fuera nuestro destino.

No somos esto o lo otro; nos comportamos de esta o estotra manera, por tanto, se pueden modificar dichos comportamientos, se puede cambiar de actitud, se puede cuestionar el modo en que hemos sido (no es «el modo de ser»).

Este libro no tiene como objetivo rastrear el origen de por qué somos como somos ni acudir a hipótesis antropológicas y beber de fuentes históricas hasta llegar a épocas coloniales para, quizás, dilucidar las razones causales que han configurado nuestro comportamiento y cultura. Si escribiera un libro que asegure que el tico es así y asá y se comporta de esta forma porque históricamente sucedió tal o cual cosa, simplemente va a servirle a más de uno para reforzar prejuicios e inconscientemente responder a ellos.

¿Qué quiero con este libro? Incomodar a los cómodos, desbaratar ese mito del buen tico (que además raya la superficialidad), no con el afán de sustituirlo por otro mito del mal tico (tampoco la violencia), pero sí para que nos cuestionemos qué tan ciertas son las concepciones que hemos hecho de nosotros mismos, que no nos conformemos con ese asunto del «país más feliz del mundo», que revisemos qué actitudes debemos cambiar si queremos mejorar como sociedad, que busquemos de qué forma podemos impactar en nuestros propios hábitos y cómo podemos proyectar esa energía en los que están alrededor de nosotros para arreglar algunos asuntillos pendientes que llevamos arrastrando por generaciones. Si usted tampoco está cómodo con el cuento que nos hemos comprado acerca del tico, si usted también sospecha que esa leyenda del tico pura vida a veces no es más que pura paja, vayamos juntos y pongámonos a cuestionar. Tal vez algo bueno logremos sacar de este asunto.

MITOS FUNDACIONALES

Toda cultura, toda nación, religión y civilización se ha fundado en mitos. Los mitos le dan un sentido a algún proyecto nacional o imperial. Es una suerte de explicación (racional o no, pero explicación, a fin de cuentas) ante un universo sin significado. Generan cohesión entre sus miembros, haciéndoles sentir parte de un algo más grande que ellos mismos, de algo que los trasciende y les da propósito en un mundo carente de él. Un puñado de extraños se convierte, gracias a los mitos, en miembros ficticios de un algo que los une, ya sea una lengua, un territorio, una religión, antepasados, intereses o prejuicios¹.

Por ejemplo, fue una serie de mitos hábilmente elaborados y que encontraron un terreno fértil en la indignación nacional lo que le permitió a Hitler y al Partido Nacionalsocialista Obrero llegar al poder en Alemania y plantarle cara a toda Europa. Una nación que se creyó blanca, aria, superior y destinada por Dios a implantar su modelo al mundo logró, movidos por el poder del convencimiento, cosas increíbles en todo el sentido de la palabra, tanto ejemplares como monstruosamente aborrecibles.

Cuando Augusto, primer emperador romano, sintió la necesidad de darle legitimidad a su recién inaugurado imperio, acudió al poeta Virgilio para que escribiera una epopeya que relacionara a los romanos, y más específicamente a él mismo, con el mito troyano, atribuyéndoles así un origen antiguo y legendario. Virgilio compuso entonces la Eneida, la cual tenía como objetivo mostrar a Roma como el sentido final de toda la historia antigua. Cuenta la tradición que en su lecho de muerte Virgilio pidió que destruyeran dicha obra porque se sentía avergonzado de su estilo inacabado, aunque hay quienes atribuyen dicho gesto a que quería desligar su nombre de los objetivos propagandísticos de Augusto. Sea como sea, es llamativo el interés del emperador en darle una base mítica a su proyecto político, una que convenciera al pueblo romano de aceptar su nueva realidad como si de un plan divino se tratara.

Casi todo nuestro modus vivendi ha requerido de algún mito fundacional. Son casi invisibles, pero en algunos casos no es difícil rastrear su origen. No necesariamente tienen una base religiosa pero sí quizás filosófica; en todo caso es siempre ideológica. Todo es discurso, toda nuestra realidad (o lo que entendemos por realidad, pues no accedemos verdaderamente a la realidad, sino a una percepción, muy permeada de discursos), nuestro comportamiento, nuestra estructura social responde a algún discurso².

Con esto no quiero decir que los mitos sean necesariamente algo malo. De hecho, son muy necesarios, como mencioné, para dar cohesión y sentido a la existencia. Pocas cosas deben ser tan duras de llevar como una vida sin mitos (si tal cosa existe), una vida carente de sentido y sin ninguna ley. En mi caso personal, que suelo coquetear con la idea de que la vida realmente no tiene objetivo alguno y que el mismo se lo damos nosotros, sé también, y admito, que conservo bastantes mitos. La ventaja es que soy consciente de que los he conservado con total uso de mi voluntad (o mi conveniencia); no los mantengo porque crea que son la verdad o porque sean parte fundamental de mi pasado y sea incapaz de renunciar a ellos, sino porque quiero y me son provechosos. Por esa razón digo que los mitos no son, per se, algo negativo. Solo nacieron para ser útiles y convenientes, aunque en algunos casos sirven como instrumento de objetivos que muchos consideramos perjudiciales, injustos, incorrectos, falsos o negativos, según el lente de nuestros intereses o creencias. En ese caso, entendiendo que todo es discurso y se basa en algún mito o premisa, es importante darse cuenta que todos responden a los intereses de alguien, ya sea persona, institución o Estado.

Esto que llamamos Costa Rica también es un mito. Es probable que si uno va a la ONU y pregunta si existe Costa Rica le digan que sí, que es una nación afiliada y que se ubica en América Central, limitando al norte con Nicaragua y al sur con Panamá, al este con el Mar Caribe y al oeste con el Océano Pacífico, que su territorio marítimo es todavía más extenso, que sus ciudadanos habitantes son unos 5 millones y nos reciten buena parte de esa información que nos enseñaron en Estudios Sociales. Pero no por eso deja de ser una idea, un concepto, un mito. Todos los países lo son, las fronteras lo son, las costumbres lo son, las culturas también.

Decimos que los nativos de Costa Rica son los costarricenses, a quienes coloquialmente llamamos «ticos», pero ¿qué es un tico? ¿Qué lo caracteriza? ¿Cuál es el denominador común del tico? ¿Es su tierra, sus costumbres, su lengua, sus dichos, sus tradiciones, su comida, su música? ¿Existe el tico (un único tipo)? ¿O existen los ticos (de diversos tipos)? Si existen ticos y estos son diferentes, entonces ¿qué es lo tico? ¿En qué consiste la tiquicidad? ¿Qué es lo que constituye a un tico? ¿O es el tico un mero concepto? Si es un concepto, ¿cuál es? ¿Cuál es la definición del tico? ¿Cuánto mide, cómo habla, a qué huele, cómo se ve, cómo suena, en qué cree, qué come, qué dice, qué hace? ¿Qué lo convierte en un tico? ¿Lo tico lo trae en la sangre, lo aprende, lo hereda, se lo regalan?

¿Vemos cómo eso que llamamos «tico» no es una realidad absoluta sino un concepto, una abstracción, una idea?

Entonces, si se trata de una idea, de un concepto, de un mito, y por tanto de discurso, podemos entonces analizarlo, desmembrarlo, discutirlo, revisarlo: deconstruirlo³. Es menester entender primero nuestros mitos; algunos podremos rastrearlos desde su origen, mientras que otros se pierden en la nebulosa del pasado; pero sí podemos observar y entender sus consecuencias en nuestra forma de vivir. El primer paso es identificarlos, y al hacerlo, podremos decidir si conservarlos o modificarlos para construir, sí, un nuevo mito; pero uno más consciente, más fresco y más útil para nuestros nuevos objetivos. Porque es necesario tener objetivos nuevos, ya que los desafíos siempre están renovándose. No nos sirve quedarnos estancados repitiendo los mismos discursos rancios que no nos

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