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Que te vaya mal (de la mejor forma)
Que te vaya mal (de la mejor forma)
Que te vaya mal (de la mejor forma)
Libro electrónico197 páginas3 horas

Que te vaya mal (de la mejor forma)

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Que te vaya mal es una respuesta irónica a esa idea de que debe irnos bien solo porque así lo deseamos, a esa idea, tan mercadeable como falsa, de que nuestros sueños se cumplirán rematadamente porque son hermosos y son nuestros y creemos en ellos.
Que te vaya mal es un deseo bueno, porque al que le va siempre bien no aprende nada y no conoce la vida. Porque si nos va siempre bien vamos a sufrir cuando se nos caiga la venda y observemos el mundo tal cual es. Porque lo malo no es malo, solamente es.
Porque no siempre será un buen día. Así que por tu bien: que te vaya mal.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 jun 2020
ISBN9780463586723
Que te vaya mal (de la mejor forma)
Autor

Rodrigo Villalobos

Rodrigo Villalobos ha sido locutor, presentador de televisión, periodista y comediante.Desde su adolescencia ha estado involucrado en diversos medios de comunicación, como radio y televisión, donde destaca por su facilidad de palabra, energía y agudeza.Ha cursado estudios en filología española, periodismo, producción audiovisual y comunicación de masas.Actualmente es uno de los referentes del stand up comedy tico.

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    Que te vaya mal (de la mejor forma) - Rodrigo Villalobos

    Introducción (a ver si acaso)

    Un menú para llorar

    Que te vaya mal

    Hay que hacer algo

    ¿Por qué a mí?

    Tener hambre

    La importancia del no

    Miedo al no

    La mentira del éxito

    Yo quise, pero diay…

    Exitoso cuanto antes

    El hubiera no existe

    Todos son iguales

    No importamos tanto

    Los enemigos

    No sos tan genial

    Los talentosos y los desalentados

    El talento no basta

    No tengo experiencia

    Universidad patitos

    ¿Para qué se estresa?

    Andar refunfuñón

    El perol

    No cuente con lo que no tiene

    Culpa de todo

    Nos van a decepcionar

    Maldita gente feliz

    Nadie quiere a los honestos

    Tener la razón sirve de poco

    Hay que ser tolerante con la estupidez humana

    Una ayudita, por favor

    Apoyando el talento nacional

    Mi jefe no sabe nada

    El propio destino

    Aceptarlo todo

    El arte de renunciar

    Para finalizar (y dejamos de redundar)

    INTRODUCCIÓN A MANERA DE JUSTIFICACIÓN

    Este libro nació como una idea para una rutina de stand up comedy cuyo concepto surgió a raíz de mi despido de mi último trabajo como periodista en un canal de televisión. Al show le llamé No siempre es un buen día, no solamente en alusión a la experiencia de haber estado en un programa de televisión con un nombre similar, sino porque era una idea que me daba vueltas en la cabeza a cada rato mientras realizaba mis labores como reportero de dicha revista. Resulta que mi mente constantemente se entretenía con reflexiones siniestras sobre un concepto antagónico a dicho programa: una revista donde las cosas no fueran tan positivas siempre, en la que no siempre le creyéramos sin miramientos a los entrevistados, en la que criticáramos lo que no nos gusta y propusiéramos nuevos escenarios; en la que importaran menos las nuevas técnicas de esmaltado para uñas y las recetas para la tarde y se pudieran jugar más con otro tipo de propuestas.

    Sucede que, en efecto, no soy tan positivo como mucha gente piensa, pese a que me suelen reconocer por mi estilo alegre y desinhibido en televisión. Me gusta inyectarle energía a lo que hago, pero no soy un positivista sin remedio; soy, incluso, más entregado al pesimismo de lo que cabe esperar. Pero eso no me ha detenido para hacer las cosas. Aunque voy con miras a que puede que me vaya no tan bien, igual hago, porque es divertido, porque me gusta y porque sería una traición a mí mismo no intentar algo si realmente lo deseo.

    Así que cuando me despidieron, de alguna manera no fue una sorpresa ni una decepción. Ya sabía que eso podía pasar en cualquier momento. Creo que, si uno está preparado para lo malo, y esto sucede, no será tan catastrófico como aquellos que creen que pensando siempre positivo les pasarán, incondicionalmente, cosas positivas. Porque cuando a estos últimos les viene la crisis, muchas veces se quiebran porque no se prepararon para los tiempos malos.

    Es que hay que ser bruto para pensar que todo nos va a salir color de rosa (o el color que prefieran). Hasta las bestias saben que no es así. El alegre pajarillo revolotea sin parar, pero no porque esté en un puro güiri güiri, sino porque está moviéndose en busca de su alimento, preparándose para la escasez y porque sabe que camarón que se duerme, amanece en ceviche. Y aunque no hay ceviche de pájaro, uno nunca sabe qué tan dura estará la crisis que nos hará inventar un nuevo platillo a base de paloma (arroz con paloma podría llegar a ser el nuevo almuerzo de las fiestas de cumpleaños).

    Pero, como les decía no sé cuántos párrafos arriba (soy muy dado a la dispersión, así que espero que puedan acostumbrarse a mi estilo algo atropellado y desenfocado), al show le llamé No siempre es un buen día y sucedió algo que yo no esperaba en lo absoluto: algunas personas empezaron a contactarme para que yo llevara mi charla a sus comunidades (Suave un toque, ¿cuál charla?). Aun antes de empezar la gira, recibía mensajes en mis redes sociales y en mi correo electrónico con inquietantes testimonios de personas bien intencionadas y de buen corazón que me solicitaban visitar sus cantones para acercar este mensaje positivo a poblaciones abatidas por diversos flagelos, entre ellos la pobreza, el desempleo, la deserción escolar y la falta de oportunidades.

    Eso me dio durísimo porque no era para nada el objetivo de mi show. Yo simplemente quería recorrer el país, llevar un rato de humor y hacer, sí, ciertas reflexiones como es propio de mis stand up, pero nunca algo parecido siquiera a una charla motivacional. Así que varias veces aclaré que mi espectáculo no trataba de eso, sino que era solo un show de comedia con un nombre oportunista. Pero se sumaban nuevas solicitudes y ya sentía que no podía ignorar más esas inquietudes.

    Confieso que soy una persona bastante escrupulosa. Aunque al igual que casi todo el mundo me interesa ganar dinero, la verdad es que nunca he podido hacer nada para ganarlo que me haga sentir demasiado deshonesto. Incluso cuando estuve muy metido en la religión y me dedicaba a las prédicas, no soportaba que alguien me preguntara: ¿Cuánto cobrás por una charla?. Me parecía horroroso tener una respuesta para esa pregunta, porque era algo que yo hacía simplemente por el gusto de compartir un mensaje. De manera que cuando desistí de la religión, lo único que se me hizo difícil fue desligarme de mis convicciones de fe, no así del dinero, ya que afortunadamente este último no fue nunca mi motor (ni tampoco había hecho dinero); y digo afortunadamente porque sé que es un imán muy poderoso, tanto que habrá quién sabe el diablo cuántos cabrones lucrando con una fe que ellos creen solamente porque les engrosa la billetera.

    Entonces, cuando me pedían llevar mi show a las comunidades más vulnerables bajo el razonamiento de que eso es lo que necesitamos acá, lejos de verlo como un voilá! comercial, lo vi como una oportunidad de darle algo más de contenido a las risas que quería generar. No es fácil porque entre los comediantes de hueso colorado existe esa idea de que la comedia debe ser valorada por la comedia en sí, es decir, sin otro propósito que no sea el de hacer reír, y que cualquier pretexto para moralizar es una traición al divino don que el soberano Momo nos había dado a nosotros, inspirados poetas y bendecidos con el don de la lengua aguda y el ingenio saltarín. Así que me lo pensé mucho para teñir el show con tintes de autosuperación.

    Finalmente dije: Que se vayan al carajo. Porque lo cierto es que un comediante debe ser fiel a sí mismo. Y la verdad es que, más allá de las peticiones de estas buenas personas, yo no puedo abordar nada en la vida sin sacarle algo para aprender; no digo que una enseñanza o una moraleja, porque me parece pretencioso y grosero para con los demás decir que les traigo una buena nueva, pero sí me gusta al menos dejar inquietudes y que cada cual ponga su cerebrito y corazón a trabajar y saque sus propias conclusiones.

    Luego se me prendió el bombillo y dije: Bueno, ¿por qué no sacás un libro?. Eso coincidió con la invitación de mi editora Evelyn Ugalde a publicar un texto. Y aquí estoy, dándole al teclado sin tener plena certeza de qué diablos quiero dejar en la gente. Así que como soy un hombre más de dudas que de certezas, vengo a dejar sobre vos, querido lector, una descarga de inquietudes y no-conclusiones, que tal vez nos sirvan para salirnos de esa idea de querer echarnos a morir porque las cosas no nos salen como queremos.

    INTRODUCCIÓN A MANERA DE PREMISA

    Nos dijeron que soñáramos en grande, que creyéramos en el poder de nuestros sueños, que éramos especiales y únicos, que el mundo era mejor porque estábamos en él, que somos el resultado de millones de años de evolución, que le dábamos sentido a la historia, que éramos la esperanza del mundo, que el universo conspiraría a nuestro favor, que si hacíamos uso del secreto universal las leyes atrayentes nos favorecerían; nos invitaron a comernos el mundo… y nos dio indigestión.

    Porque el mundo no es como nos lo pintaron, porque nos hablaron solo de lo bueno, porque nos evitaron las caídas, porque nos sobaron demasiado rápido los golpes, porque nos lo dieron todo, porque nos dijeron que éramos príncipes, porque nos cuidaron demasiado, porque nos creíamos sabios, porque sacamos un título, porque corrieron por nosotros, porque nos costó poco, porque nunca nos dijeron que no, porque el no es para cobardes, porque las oportunidades son para quien las quiera tomar, porque no supimos fracasar. Porque les creímos demasiado.

    Este libro pretende ser una bofetada a ese positivismo infantil que te ha hecho pensar que los sueños se cumplen con solo desearlos fervientemente; que la buena voluntad, la pasión, el talento y las ideas son suficientes para alcanzar lo que nos hemos propuesto. Que las cosas buenas le pasan a la gente buena porque esa es la ley que rige el mundo. Que tus días pueden ser perfectos solo por tener pensamientos bonitos.

    Mal utilizado, este libro puede servir como un recopilatorio de pretextos, como un listado de razonamientos por los cuales no cumpliste tus sueños. A los mediocres todo les sienta bien.

    En un mundo que predica la resiliencia, esa capacidad para reponerse de las dificultades, creo necesario encarar al lector con algunos de los desafíos que aparecen en nuestro día a día, desde retos externos hasta miedos propios. No con el afán de rechazarlos ni tampoco amarlos como sufrientes mártires, sino para comprenderlos, aceptarlos, asimilarlos y aprender la lección que nuestras adversidades nos ofrecen.

    INTRODUCCIÓN (a ver si acaso)

    ¡Que cumplas diez mil años más!. ¡Que todos tus sueños se hagan realidad!. ¡Que la vida te dé solo cosas buenas!. Todos los días nos bendecimos los unos a los otros con frases bienintencionadas pero ridículas, huecas e irreales. Nadie puede cumplir diez mil años, ni aunque lo deseemos con todo el corazón o se lo merezca por ser una gran persona. Nadie cumple todos sus sueños, porque los sueños son inagotables y cuando hemos cumplido uno nuestro ego ya quiere dos más. La vida no te puede dar solo cosas buenas, porque ella no trabaja solo para vos: es empleada de demasiadas personas y debe cumplir infinidad de expectativas. Demasiado yang, demasiada luz y color, demasiado positivismo. Vivimos ignorando una parte de la vida, una que no nos gusta, pero está ahí: operando, manifestándose y dándonos por la madre. Lo negativo ¿es tan negativo?

    No pretendo encender las alarmas de la paranoia y la profecía autocumplida, esa en la que nos repetimos solo lo malo con todos los peores escenarios y al final, subconscientemente, nos entregamos a la tarea de cumplir esas profecías. No es un llamado al autosabotaje. Es más bien un recordatorio para que cuando nos pase (ojo que dije cuando y no si nos pasa) podamos asimilarlo mejor. Claro, No es lo mismo verla venir que bailar con ella, decían los abuelos, pero es peor si ni siquiera sabíamos que la condenada estaba invitada al baile (o se coló). Al infortunio hay que aceptarlo: entender que es parte de este juego de azares, destinos y decisiones que es la vida.

    Claramente este libro podría terminar aquí (ya concluí, empezando no más. Lo bueno, si es breve, doblemente bueno… excepto en el sexo… bueno, depende), pero como la editorial jamás me aceptará un simple discursito corrongo, vamos a mostrar algunos ejemplos de cosas que he aprendido a punta de güevazos (porque sí que me los he llevado: no siempre he vivido en un recreo grande ni tenido un buen día). Algunas de las claves de esta perorata puede que sean muy personales, otras creo que son bastante universales. Acá les va y que cada uno agarre para su saco.

    UN MENÚ PARA LLORAR

    Tengo dos hijos: uno de 11 y otro de 4. Salir a comer con el menor es una lucha. Solo le interesan los menús de niños, los cuales ni siquiera se come completos. Es un problema comer en algún sitio donde no haya pollito y papitas con juguete porque prefiere no comer. Y peor si el plato tiene un vegetal. Se quiere morir, la vida no tiene sentido y qué asco de mundo. Un mundo lleno de vegetales es la cosa más espantosa que alguna mente diabólica pudiera haber creado.

    De niño yo no tenía ese problema porque simplemente los menús de niños solo existían en un lugar y a ese lugar se iba una vez al año para el cumple y listo. Así que me tocaba comer lo que comían los adultos. Mi papá pedía un entero de arroz cantonés y tres platos. Y empezaba a servir. Nada de quejas porque el plato tiene verde o el camarón tiene caca: Se lo come porque eso alimenta. Y punto. Eso no significa que en mi casa no sufriera horrores en el momento justo en que a mi nariz llegaban los vapores del mondongo cocinándose. Quería meterme en un hueco y salir al otro lado del mundo. Claro que luché contra mi mamá por no comer su horrible picadillo de chayote (tal vez no era tan malo, no sé por qué nunca lo logré con el de ella). Pero se comía lo que había porque esta casa no es restaurante.

    Pero como a los niños de ahora se les complace en todo, tienen el paladar tan alterado por sabores intensos que comer comida de adulto se les hace una blasfemia para sus sensibles lenguas sacrosantas. Obviamente estoy generalizando, habrá algún niño raro al que le guste la ensalada o las verduras, pero sí noto en los niños de ahora una baja tolerancia a la frustración. Y no lo noto solo en los niños.

    Muchas personas crecen y al momento de enfrentarse al mundo sufren un shock abrumador. Porque el almuerzo de realidad que les sirvieron no corresponde a la foto del menú que vislumbraron cuando eran más jóvenes. Quizás de niños sus padres intentaron no solamente partir los pedazos grandes sino, incluso, masticarlos por ellos. Se topan ante la mesa con aquel platillo de realidad cruda. Revisan el menú y la foto dice: Imagen con fines ilusorios. Y no encuentran un gerente al cual reclamarle por aquella estafa. Marchan entonces por la vida frustrados, irritados, amargados, desilusionados por haberse esforzado en vano. Desde entonces todos los combos del restaurante incluyen unas papitas tiesas de decepción, una hamburguesa de planes desarmada y un vaso de ácido con refill incluido. Caminan encorvados por el malestar vocacional y podrían morir de diarrea de propósitos.

    Para que esos pobres pacientes no mueran, habrá que recetarles ubicatex en variadas dosis. Tal vez así podrán digerir y hasta disfrutar su cruda realidad, ya sea que se las sirvan fría o caliente. Pero claramente no siempre

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