National Geographic México

El ojo de QUIEN LO MIRA

La tecnología ha brindado a las personas el poder de definir la belleza. Los celulares permiten controlar mucho mejor la imagen e incluyen apps con filtros que se usan por diversión, entretenimiento y para modificar la apariencia.

A principios de los noventa, la definición de la belleza comenzó a relajarse gracias a la llegada de Kate Moss, de silueta delgada y una estética desaliñada. Medía 1.70 metros, por lo que era baja para las pasarelas. La adolescente británica no era particularmente grácil y carecía del porte noble que dotaba a muchas otras modelos de su aire majestuoso. El ascenso de Moss en los anuncios de Calvin Klein implicó una divergencia mayúscula frente a las gacelas de largas piernas del pasado.

Moss perturbó la industria de la belleza, pero seguía afianzada en la zona de confort de la industria: era blanca y europea, tal como las modelos de la cultura juvenil de los sesenta, como Twiggy, quien tenía el físico desgarbado y carente de curvas de un niño de 12 años. Los setenta trajeron consigo a Lauren Hutton, quien causó revuelo sencillamente porque tenía un espacio entre los dientes.

Incluso las primeras modelos de color que rompieron barreras no provocaron demasiada controversia: mujeres como Beverly Johnson, la primera modelo afroamericana que fue portada de Vogue en Estados Unidos; Iman, nacida en Somalia; Naomi Campbell y Tyra Banks. Tenían rasgos angulares y pelo largo. El cuello de Iman era tan largo y suntuoso que asombró a la legendaria editora de moda Diana Vreeland. Las voluptuosas piernas y caderas de Campbell eran –y aún son–legendarias. Y Banks saltó a la fama como la chica común y corriente en un bikini de lunares en la portada de Sports Illustrated.

WEK FUE UNA REVELACIÓN. Su belleza fue un fenómeno por completo distinto.

Llevaba sus apretados rizos rapados. Su piel, en apariencia sin poros, era de un color chocolate amargo. Su nariz era amplia; sus labios, carnosos. Sus piernas, larguísimas y superdelgadas. Todo su cuerpo era fibroso, extendido, como un muñeco africano de palitos, pero animado.

Ante la mirada entrenada para interpretar la belleza a través del lente de la cultura occidental, Wek desentonaba, y las personas de color no fueron la excepción. Muchos no la consideraban bella. Incluso a las mujeres que frente al espejo veían reflejados la misma piel negra, casi carbón, y los rizos igualmente apretados se les dificultó valorar a esta chica como portada de Elle.

Wek resultó transformadora, de manera abrupta e inmediata. Que Wek fuera celebrada fue emocionante, vertiginoso. Todo en ella era lo opuesto a lo que habíamos visto antes.

En la actualidad estamos en mejores condiciones que hace una generación,

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