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La piedra del tiempo
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Libro electrónico251 páginas3 horas

La piedra del tiempo

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Información de este libro electrónico

Un viaje hacia las profundidades de la historia. La Piedra del Tiempo es encontrada por Jonás, quien en sus visitas a las minas y otros viajes por las ruinas arqueológicas del Perú, logra activarla. Gracias a ese descubrimiento, llega a convivir con los antiguos habitantes de cada lugar, apreciando las costumbres de los lugareños y la riqueza natural no afectada por el hombre. Un creativo relato, que fusiona realidad y ficción.

IdiomaEspañol
EditorialCreaLibros
Fecha de lanzamiento31 may 2018
ISBN9786124764967
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    La piedra del tiempo - Rafael Martínez Chávez

    Portada

    LA PIEDRA DEL TIEMPO

    Rafael Martínez Chávez

    logo_cl

    CreaLibros

    Lima, Perú. 2018

    La Piedra del Tiempo

    Primera edición digital

    Lima, Mayo de 2018

    © Rafael Martínez Chávez.

    ISBN Digital: 9786124764967

    Digitalizado y Publicado por CreaLibros Perú

    logo_crealibros

    +51 949 145 958. Lima, PE

    www.CreaLibros.com

    Prohibida su total o parcial reproducción por cualquier medio de impresión o digital en forma identica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, sin autorización expresa del autor.

    Índice

    Introducción

    Las Minas del Cuzco

    Intihuatana y La Piedra del Tiempo

    Soliloquio

    Nuevamente en Machu Picchu

    El Siguiente Viaje

    La Ballena y la Flor Dorada

    El Segundo Baktun

    La Ciudad Sagrada de Caral

    Vacaciones en Kotosh

    Moquegua y Tacna

    Las Minas de Ancash

    Visita a Cajamarca

    El Origen

    Pachacámac

    Ariquepay y La Orca

    El Viaje Inolvidable

    El Regreso de La Orca

    La Última Misión

    La Confrontación

    La Reconfiguración de la Piedra

    El Primer Viaje

    Epílogo

    Perú, país milenario

    ¿CÓMO convencer al mundo acerca de esta realidad? Es necesario convivir con ella, pero esas centurias ricas en tradición yacen escondidas para el común de los viajeros.

    Abundancia natural en sus tres reinos. Variedad de pisos ecológicos y microclimas hacen del país una maravilla en biodiversidad.

    ¿Podríamos traer esas épocas hacia el presente? No ganaríamos nada. La opción válida sería visitarlos en sus propios hogares, compartir sus inquietudes, sus costumbres, sus problemas. Sus actividades, sus comidas. Sus descubrimientos, hazañas de ingeniería y medicina. Sus sueños y esperanzas. Su sed de eternidad.

    Ese destino es más común de lo que crees. Quizás es parte del continente Latinoamericano, en dónde aún existe.

    Ahí es donde nace el poder de La Piedra del Tiempo. Podrás pasearte ‘en tiempo real’ por todas esas culturas. Vivir con ellos, conversar, intercambiar ideas. Bajo esta suposición, los peruanos no hemos cambiado casi nada. Te mostraré lo que todo peruano debería saber.

    Cinco mil años siendo alegres, bromistas, hospitalarios, generosos, luchadores, inteligentes, vencedores de la naturaleza… ¡qué más podemos pedirle al destino!

    Descubre eso que llevamos todos y prepárate para el gran viaje.

    Jonás

    El último servidor del Señor del Tiempo

    Las Minas del Cuzco

    Octubre 2011

    EN CAMINO por la carretera una mañana, mejor dicho por un camino afirmado hacia las minas de cobre, repasaba mentalmente lo que iba a ofrecer a mis anfitriones. Estaba satisfecho. Me habían ofrecido recibirme en las instalaciones de la mina porque siempre se interesaban en lo nuevo de la tecnología. Hacía mucho frío por las noches pues estaba entre las cordilleras de la sierra, pero eso no me preocupaba en absoluto. Ya antes me ofrecieron lo mismo y la verdad es que tenían excelentes condiciones. Sus sencillas habitaciones no tenían nada que envidiarle a las de los mejores hoteles del Cusco. Agua caliente, calefacción, cuartos alfombrados, cable, cinema, hasta los alimentos corrían por parte de ellos… De pronto todo ocurrió tan rápido.

    Instintivamente tuve que esquivar algo que se cruzó, algo que salió de entre las piedras del camino, era una liebre. Demasiado tarde. El duro golpe en la suspensión me volvió a la realidad de inmediato. Después de controlar y detener el vehículo, me bajé para ver los posibles daños ocasionados por el percance.

    Revisé cuidadosamente las ruedas. Nada. Aparentemente la suspensión no había sufrido, tampoco la dirección. Pero el sonido seco y profundo me hacía desconfiar. Contra qué, allí estaba la respuesta a mis dudas. Busqué por los alrededores sin éxito. Me acababa de dar cuenta de que ya no estaba en la trocha. Es que era tan similar al resto de la puna. Así era el tramo que arrancaba desde Arequipa hasta llegar a Espinar.

    Retrocedí hasta donde los rastros de las ruedas me indicaban que había salido de la trocha. Algunas piedras por ahí… algo llamó mi atención. Era una piedra con base casi rectangular. Había algunos símbolos que reconocí de inmediato, junto a otros más simples que nunca había visto. Aún así tenían cierta lógica. Pensé hasta que podrían representar algún sistema numérico. No eran números romanos pero sus semejanzas a medida que se ubicaban en círculos -como en un reloj- los hacían parecer consecutivos. Cada ‘número’ venía asociado a un símbolo.

    Nunca había visto algo similar. Quizás al pasar por la Ciudad Imperial alguien me pudiese indicar qué tenía entre mis manos. La base parecía haber sido cortada de la roca porque al intentar parar la piedra, ésta se inclinaba hacia un lado. Volviendo a las figuras y números, éstos estaban grabados en relieve adentro de unos agujeros ciegos encerrando a otros tres que se ubicaban en el centro. Eran unos trece los que los rodeaban, y al parecer, la razón de cada uno de los agujeros era ser recipiente de algo. Envolví cuidadosamente la piedra grabada en una tela, que encontré entre las herramientas del vehículo. Ya vería después qué podría ser y cuál era su significado.

    Llegué a la mina y me recibieron, ubicándome rápidamente. Las visitas no duran mucho y generalmente se terminan el mismo día. Mi labor consistía en pasearme por las áreas de mantenimiento y producción, luego por las superintendencias y jefaturas; atender a cada usuario tomando nota de cualquier pregunta o necesidad. Es fácil despertar la curiosidad de los técnicos cuando se les ofrece tecnología a la que aún no tienen acceso.

    Luego de sostener una agradable conversación y de haber pactado mi siguiente visita, me ofrecieron visitar el tajo para ver sus equipos en movimiento, a ver qué otras cosas más les podría ofrecer.

    Terminado el trabajo me despedí de los ingenieros, agradeciéndoles cortésmente por las atenciones recibidas y por la oportunidad de ser recibido en forma continua. Ya en mi habitación y después de preparar y enviar mi informe por correo electrónico, me puse a pensar acerca del origen de la piedra, que yacía en un rincón de la tolva de mi camioneta. Nunca había visto algo parecido a pesar de haber sido un estudiante promedio de la historia peruana. Las culturas antiguas me llamaban mucho la atención y si bien había reconocido casi todas las figuras, los que parecían números no tenían explicación alguna aún para mí.

    Al salir de la mina a la mañana siguiente, ya no regresé a la Ciudad Blanca sino que me dirigí directamente hacia el Cusco. Buscaría a algún guía que supiera del tema y le mostraría la piedra que encontré para saber su origen, importancia y posiblemente, su valor.

    Después de algunas horas de seguir el viaje por otras trochas más, ingresé por tercera vez en mi vida a la Ciudad Imperial. Divisé un obelisco con un cóndor. Recordé que durante mi segunda visita, en los años ‘90, había un acuerdo entre el alcalde y la autoridad militar para que antes de la inauguración del monumento los uniformados izaran e instalaran el cóndor de bronce en la cúspide, pero luego de un pleito entre ambas autoridades, éstos últimos se negaron a levantar el cóndor y respondieron que si el alcalde quería al animal en su lugar, lo subiera en burro. A pesar de ver al ave en su parte superior, nunca supe si el obelisco y su monumento de bronce quedaron tal como se pensó en un inicio.

    También me encontré con una enorme fuente de aguas en la que destacaba un enorme plato dorado con una cabeza de puma. Paccha de Pumaqchupaq o algo así. Luego estaba el monumento a Pachacútec, el gran guerrero Inca. Como no sabía a quién recurrir, me desviaba del asunto dando vueltas por los alrededores de la ciudad con la esperanza de encontrar una respuesta.

    Llegué a la plaza de armas en donde busqué algún lugar para merendar porque ya se había hecho tarde. Al salir del vehículo pude ver cómo era el comercio del lugar. Piedras de colores como chaquiras, lapislázulis y turquesas. Cristales de cuarzo y piritas también. Ponchos, chullos y chompas, al lado de artesanías de barro, réplicas de Machu Picchu en granito, adornos en oro, plata, otros metales y algunas cerámicas más elaboradas. Hice un alto.

    Pregunté si conocían a alguna persona que me pudiera instruir acerca de lo que los incas habían hecho en piedra porque deseaba llevarme a Lima algunas reliquias lo más reales posible. Me respondieron que volviera al día siguiente temprano para hablar con Yony. Él, dijeron, iba a responder a todas mis preguntas.

    Finalmente me ubiqué en un pequeño hotel con vista a la plaza de armas que era administrado por una congregación monjas. Mañana, mañana quizás sabría algo más.

    Intihuatana y La Piedra del Tiempo

    Octubre 2011

    CONOCÍ a Yony. No medía más de 1.65m y a pesar de tener contextura media, se veía algo robusto. Me preguntó si deseaba conseguir algún recuerdo, se veía interesado en vender pero sentí en él mucha curiosidad y algo de ansiedad. Es que las ventas me habían vuelto sutil en el trato con las personas. No sé, pero también sentía confianza. Rápidamente llegamos al tema. Como la piedra que aún llevaba en la camioneta no tenía más que un valor arqueológico porque no tenía nada de oro ni piedras preciosas, le expliqué afuera -mientras desenvolvía la piedra- cada detalle del lugar en donde la encontré. Él tampoco tenía idea de la procedencia de aquella roca y me confió que también le parecía extraña. Si bien concluí que las figuras en relieve eran copias de las líneas de Nazca, los símbolos más pequeños que representaban números consecutivos, no encajaban en el contexto de alguna antigua cultura del Perú. Luego de algunos momentos me dijo que una idea le daba vueltas pero no era muy clara. Me preguntó si disponía de tiempo y posibilidades de hacer una visita.

    Como el motivo de mi viaje había concluido ayer jueves y el sábado no hay labores, decidí retrasar mi retorno a Lima. Ya el lunes me reintegraría sin que alguien sospechase que me había tomado un día adicional Mientras asentía con la cabeza me decía que por un precio cómodo, hospedaje y alimentación, se ofrecía a ser mi guía en Machu Picchu. Estaría de regreso en el transcurso del domingo.

    Me arriesgaba a no retornar a tiempo a Lima pero me embargaba esa inquietud de saber el origen de la piedra. No podía esperar por lo menos otros tres meses en que posiblemente regresaría de visita. Le invité a desayunar y después nos enrumbamos directamente hacia nuestro destino. La carretera se encontraba en buen estado.

    Mientras manejaba escuchábamos un disco con la música country que me gustaba. Esta vez era ese cuarteto sueco, mi preferido para recorrer el Cusco. Luego de seguir por sus meandros, llegamos a Aguas Calientes; al Km. 110 del ferrocarril, es decir, a Machu Picchu.

    Después de comprar algo ligero para comer por si nuestra expedición se alargase demasiado y luego de dejar el vehículo en un lugar seguro, ingresamos a nuestra maravilla del mundo. Paseamos y paseamos mientras me decía el significado de cada lugar por donde pasábamos.

    Cuando llegamos al Intihuatana -o reloj solar- Yony hizo un alto.

    -Tayta, llegamos al sitio correcto.

    Sacamos la piedra de la caja que milagrosamente logramos introducir en las ruinas sin despertar sospechas y efectivamente la piedra parecía calzar en la parte superior del reloj solar.

    Miramos a nuestro alrededor y a pesar de que era un lugar algo apartado, aún había algunos turistas que rondaban por ahí. Esperamos pacientemente hasta que después de varios intentos fallidos, el lugar quedó desierto. No había manera de instalar la piedra en la cúspide del reloj sin pisarlo.

    Aprovechamos que por un lado la piedra tenía unas gradas talladas en la roca y subimos por ahí, pidiendo perdón a los Apus incas -deidades de los montes- por profanarlo con nuestras pisadas; logramos colocar la piedra en la parte superior. Debido a la erosión del tiempo, los filos de ambas piedras tenían cierto juego. Después de acomodarla lo mejor posible y de ver con cierto temor que nadie se acercaba ni nos veía, bajamos de la piedra y observamos que se encontraba completa por primera vez después de mucho tiempo.

    Noté cierta angustia en la expresión de Yony. Pasaban algunos turistas tomando fotos. En sus rostros había cierta extrañeza, la piedra ya no era la que figuraba en sus folletos, pero no podían explicarse porqué. Conversaba con Yony acerca de lo que podría ser la función de la piedra ya completa mientras esperábamos nuevamente que las personas desaparecieran del entorno.

    Luego de casi una hora parecía que se iban del todo. Yony me confió que tenía una medalla con una figura Nazca que se hallaba en la piedra. Era el símbolo que se encontraba apareado con el número trece, llevaba grabado la figura de la parihuana o flamenco e iba al centro superior del círculo que formaban las trece figuras -lo que serían las doce en un reloj- y me pidió que me acercara para ver si era correcto lo que aseguraba.

    Al estar casi trepados en la piedra acercó su medalla y la introdujo dentro de la cavidad que contenía ese primer símbolo. Se le resbaló de la mano y al contacto con su símil de la piedra empezó a salir agua como de un surtidor por la parte superior, a manera de fuente, abriéndose como un paraguas. Yo me preguntaba de dónde saldría el agua porque no había tuberías visibles, pero pronto descubrí que se trataba de alguna forma de energía. Luego el flujo se incrementó y empezó a brillar en un espectáculo multicolor. El chorro se hacía más y más turbio, siendo imposible ver a través de la cortina irisada que nos rodeaba.

    Al término del espectáculo lo que divisábamos a nuestro alrededor me dejó pasmado. Por alguna razón desconocida estábamos en otro lugar muy distinto y fuera del santuario Inca. Nuestro estupor no me permitía decir palabra alguna. Mientras Yony buscaba la medalla que se había consumido en el viaje, sólo murmuraba preocupado ‘era de oro, de oro’. A lo lejos divisamos una llanura inmensa y algo similar a un cuartel improvisado, incluso con algunas tiendas de campaña escondidas en unos promontorios, porque varios soldados salían y entraban, algunos a caballo. Mucho más lejos, dos ejércitos de caballería se encontraban en un combate encarnizado. No sabíamos qué pensar.

    Nos dirigimos al cuartel dejando atrás la piedra y mientras nos acercábamos, recordé en dónde había visto esos uniformes. Vimos una pequeña compañía de caballería acantonada y ansiosa de entrar en combate. Ya muy cerca escuchamos que llamaban a un tal Rázuri -de parte del General La Mar- que ingresó rápidamente al aposento principal. Se veía nervioso y preocupado.

    Adiviné no sin asombro de qué batalla se trataba y por qué había ingresado el oficial casi a la carrera. Mientras tanto, el otro ejército parecía más numeroso y también aprecié que en poco tiempo dominarían el lugar, haciendo huir al contendor.

    El oficial salió ya no preocupado sino contrariado. Se acercó a la compañía mirando al vacío, como si no hubiese comprendido algo. Ya estábamos cerca de él.

    Con mucha cautela pregunté al uniformado qué acción iban a tomar y si de todas maneras iban a auxiliar a sus pares porque estaban perdiendo la batalla. Molesto respondió que había recibido la orden de su superior de replegarse. Él no estaba de acuerdo y existía una gran probabilidad de que si cambiaba la orden, también su batallón sería diezmado. Le pedí que se tranquilice.

    En mi interior el asombro inicial se había transformado en emoción. Sí, era la Batalla de Junín. Casi doscientos años atrás. Mi pensamiento se bamboleaba entre la naturaleza del viaje al que nos había llevado esta ‘piedra del tiempo’ y la decisión que estaba a punto de tomar Rázuri. Yony no decía nada. Solamente miraba alternadamente al oficial y a mí. Se me ocurrió algo. Le aposté una moneda de oro a que cualquiera que fuese su decisión tendría éxito y que la historia lo recordaría como un bienhechor de la independencia. Noté que se sintió mucho mejor, aunque mientras me entregaba la moneda empezó a mirar nuestra apariencia. Yony estaba vestido algo con más cercano a lo que usan los pobladores del Cusco, pero yo tenía unos pantalones y una camisa que se usarían dos siglos después.

    Para tranquilizarlo y convencerlo de que cumpla con su misión, desvié su atención diciendo que no teníamos caballos y que necesitábamos que nos ayuden a regresar al pueblo más cercano. Estaríamos allí cuando terminen las acciones militares. Supongo que me creyó y luego de asimilarse nuevamente a la batalla se acercó al comandante de ese batallón; falseando la orden dijo: ‘Mi coronel, el general La Mar ordena que cargue usted de todos modos’.

    Al llegar el batallón de refresco al mando del argentino Isidoro Suárez, el ejército realista se vio sorprendido y luego se desorganizó completamente; no sabían de dónde había salido todo un regimiento. Ése fue su error, eran menos hombres de lo que calcularon. Poco a poco se divisaba cómo la caprichosa victoria iba cambiando de dueño, para posterior alegría de la causa americana. Esta historia está hermosamente relatada en una de las tradiciones de Don Ricardo Palma: ‘El Clarín de Canterac’.

    Le hice una seña a Yony para regresar a la piedra que nos trajo hasta este lugar. A pesar de no saber nada de aquella piedra, únicamente lo que habíamos visto, me atreví a acercar la moneda en un agujero distinto pero que según mi lógica nos permitiría regresar, era el que iba exactamente al centro marcado con una espiral, ubicado entre otros dos, el árbol a la izquierda y las manos a su derecha. Esperé a que Yony estuviera tan cerca como yo de la piedra para introducir la moneda en la cavidad central.

    De nuevo la fuente de agua, de nuevo los colores, de nuevo la ciudadela justo en el momento en que habíamos partido. Nadie alrededor. Retiramos la piedra con avidez; la introducimos en la caja, luego en la mochila que habíamos dejado cerca del reloj solar y procedimos a retirarnos. Teníamos mucho que conversar aunque Yony no mostraba el más mínimo interés en comentar algo acerca de lo había sucedido.

    Salimos de la ciudadela mientras le preguntaba con cuánto le podría restituir el valor de su medalla y lo convencía de volver después de almorzar para respondernos algunas preguntas obligadas. Yo deseaba explorar un poco más, al menos un par de veces más antes de retirarme y postergar el resto de los destinos labrados en la piedra, que por ningún motivo vendería ni revelaría su secreto hasta que pueda tener una idea más completa de su naturaleza y de su objetivo.

    Yony estaba de acuerdo. Ya más calmado porque le iba a restituir su medalla, se encontraba animado y dispuesto a probar de nuevo.

    Soliloquio

    Octubre 2011

    GUARDAMOS la piedra y nos alejamos del lugar. Buscamos algún hotel o restaurante en donde pudiésemos recuperar energías. Si algo sabemos los peruanos es que las comidas pueden cambiar según la región pero siempre son deliciosas. Mientras ambos terminábamos el almuerzo, me urgía pensar en todo lo que estaba ocurriendo y hasta dónde deberían llegar las cosas mientras estén bajo control.

    Me apresuré a decirle a Yony que iba a registrarnos en el hotel en donde almorzamos y que diese unas vueltas. Le dije que tenía unos pendientes que resolver en la web y que en una hora nos encontraríamos en la puerta del hotel. Se despidió. Hice un poco de tiempo para no parecer apresurado. Luego salí con aire tranquilo pero con un mar de preguntas sin respuesta que me aguijoneaban el interior. Hacía tiempo que no sentía estas emociones juveniles. Es que el descubrimiento de algo que no conocía pero que todo mi ser deseaba conocer y manejar a gusto, me dominaba sin poder encontrar la tranquilidad.

    -Bueno -me dije-, empecemos por lo primero que levantó alguna sospecha. Si me conozco bien podría decir que mi sentido crítico a veces no advierte de

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