Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Rasgando el velo de Isis: La otra tierra
Rasgando el velo de Isis: La otra tierra
Rasgando el velo de Isis: La otra tierra
Libro electrónico441 páginas3 horas

Rasgando el velo de Isis: La otra tierra

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Es probable que dentro de nuestro planeta, mil quinientos kilómetros por debajo del suelo que pisamos, haya mucho más que lo intuido por Jules Verne.

Un trabajo de investigación, ensayo y novela donde ciertos pasajes del antiguo testamento, determinados mensajes y números ocultos en las relaciones dimensionales de la pirámide de Keops y en el calendario Maya, y un enjuiciamiento del relato bíblico acerca del diluvio universal, son algunas de las interesantes cuestiones analizadas.

Un trabajo que, tras exprimir con implacable exégesis el libro de la creación, descubre entre otras primicias:
A) Que el ser humano no fue la primera especie racional que existió en nuestro planeta.

B) Que además de las zonas pobladas conocidas, en nuestro mundo existen otros hábitats con gentes similares a nosotros.

C) Que el arca de Noé fue posible como tal construcción naval, pero no pudo salvar a tantos animales como está escrito.

D) Que la mitología está fundamentada en la presencia de unos seres poderosos a quienes la humanidad tomó por dioses.

Un trabajo donde la exhaustiva exposición de sorprendentes revelaciones y un rosario casi interminable de datos, hipótesis y descubrimientos invitan a meditar y hacen sentir como se conmocionan los marcos referenciales con los que vemos, juzgamos y ponderamos nuestra civilización.

Un trabajo con un objetivo: difundir la evidencia de que un mensaje transcendental para el ser humano fue depositado en las sagradas escrituras del pueblo judío durante su éxodo por el desierto de Sin. Un mensaje hábilmente velado para los frívolos, pues ellos miran sin ver y oyen si escuchar.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento4 may 2016
ISBN9788491125044
Rasgando el velo de Isis: La otra tierra
Autor

M. Audije

M. Audije (Cáceres, 1943). Escritor y marino con larga trayectoria en la armada, siempre mostró interés por diversas materias (culturas, paleontología, geología, astronomía, ecología, etc), obteniendo resultados como el hallazgo de dos hachas neolíticas, un meteorito orientado, yacimientos fosilíferos marinos, plegamientos calizos cerrados. Éste, es el segundo volumen de su obra Rasgando el velo de Isis.

Relacionado con Rasgando el velo de Isis

Libros electrónicos relacionados

Historia para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Rasgando el velo de Isis

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Rasgando el velo de Isis - M. Audije

    © 2016, M. Audije

    © 2016, megustaescribir

          Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda           978-8-4911-2503-7

                 Libro Electrónico   978-8-4911-2504-4

    Contenido

    AGRADECIMIENTOS

    PRIMERA PARTE

    PRÓLOGO

    INTRODUCCIÓN

    CAPÍTULO I El DIOS CREADOR Y EL DIOS HACEDOR

    CAPÍTULO II HOMBRES Y HUMANOS

    CAPÍTULO III LA EXPULSIÓN Y EL DESTIERRO

    CAPÍTULO IV EDÉN, EL MUNDO DEL HOMBRE

    CAPÍTULO V UNA SINGULAR GEOGÉNESIS INTERNA

    CAPÍTULO VI TAU. AREA RESTRINGIDA

    CAPÍTULO VII IXÁL, FUENTE DE VIDA

    CAPÍTULO VIII LOS HABITANTES DE EDÉN

    CAPÍTULO IX LA CORTEZA TERRESTRE

    CAPÍTULO X EL JARDÍN

    CAPÍTULO XI LA ETNIA QUE PUEBLA EL JARDÍN

    CAPÍTULO XII UNO -- CUATRO -- SEIS

    CAPÍTULO XIII ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

    SEGUNDA PARTE

    PROLOGO

    CAPÍTULO XIV BIN NANG, MI MAESTRO

    CAPÍTULO XV HACIA UNA REVOLUCION ONTOLOGICA

    CAPÍTULO XVI LA NOTICIA

    LLAMADAS DEL TEXTO

    ILUSTRACIONES

    SOBRE EL AUTOR

    A mi mujer y mis hijas

    AGRADECIMIENTOS

    A Nang, elegido de los devas, y a Bin Nang su hijo y mi admirado maestro, exploradores de inaccesibles cumbres y abismos insondables, porque, gracias a ellos, hoy conocemos mejor el mundo donde nos hemos manifestado.

    A mi gran amigo John Waterman, excelente hidrogeólogo que vive a caballo entre Ciudad del Cabo y Madrid, por el interés mostrado ante esta revolucionaria ...¿teoría?.

    A Kank Tian, mi puntual taxista nepalés, quien, con su V8, no se arredra ni ante difíciles caminos ni ante las inclemencias del monzón.

    A José Luis Muiños, Jefe de la Sección de Astronomía del Real Observatorio de la Armada española, por la amable atención que siempre me presta.

    A Samuel, mi gran amigo sefardí, que me enseñó a leer entre líneas en los libros del antiguo testamento.

    Para la investigación en los libros del Antiguo Testamento se han consultado traducciones al castellano de versiones en latín y en griego.

    La transcripción de los versículos incluidos en el texto es parcial y se limita a lo preciso para poder analizar su contenido.

    El autor

    PRIMERA PARTE

    PRÓLOGO

    El origen de las fantásticas noticias divulgadas por este libro fue Katmandú, cuando, en el hotel donde me alojaba, unos alpinistas franceses hablaban del Jeti.

    Un tema de conversación bastante frecuente entre los montañeros occidentales que llegan a Nepal para medirse, a través de sus fuerzas y su osadía, con el Everest o el Annapurna. En aquella interesante charla, además de al Jeti se mencionaba a otras criaturas que vivían en el subsuelo de la gigantesca cordillera de los himalayas.

    Así, atraído por sus comentarios y aguzando los oídos para no perder detalle, llegué a saber cuál era la fuente de tal información. Se trataba de un rumor que venía de mucho tiempo atrás y que, por lo fabuloso, al propiciar la mezcla de testimonios verdaderos con otros que no lo eran tanto, había devenido en una historia-leyenda donde discriminar era poco menos que imposible.

    Mordí el anzuelo, no cabe duda, porque ya han pasado más de cuatro años desde que me comprometí a explorar en las difusas fronteras que separan al mito de la historia y a la realidad de la ilusión. Y, al morderlo, me sumergí en un universo de ocultas realidades que mezclado con el nuestro lo viene condicionando desde los albores de la Humanidad.

    En mis indagaciones, tuve suerte al encontrarme con alguien que protagonizó alguno de los acontecimientos que narro en este libro o que conoció de primera mano dónde, cuándo y cómo tuvo lugar el sensacional descubrimiento que motivó la exploración que me ocupa. Un descubrimiento al que solo encuentro parangón con el imaginado por Julio Verne en su fascinante Viaje al centro de la Tierra.

    Debo decir que a sabiendas de que, quienes escudriñamos la maraña de los rumores fantasiosos, urgimos conocer sin reticencias lo sustancial de aquello que se nos muestra como fascinante, decidí exponer desde el principio del relato lo más relevante de mis descubrimientos y después entrar a narrar, de forma más o menos novelada, cómo fueron sucediéndose mis averiguaciones y cómo conseguí la inestimable ayuda que me facilitó avanzar en este enigmático asunto.

    Tengo plena seguridad en que, el hecho de anticipar algunas conclusiones, en absoluto mermará el interés del lector por conocer cómo di crédito a cuanto dijeron Bin Nang, el páter Lotario o Samuel, fuentes de las que obtuve buena parte de la información que expongo, y otras personas que irán apareciendo a lo largo de los volúmenes que integran esta obra. Fueron sus convicciones, las que me indujeron a pensar en una avanzada civilización antepasada de la nuestra o a considerar posible que la nuestra esté siendo protegida por otra en la ejecución de un proyecto que para nosotros resulta inescrutable.

    Una particular exégesis de ciertos pasajes del Antiguo Testamento discerniendo entre los orígenes del hombre y de la Humanidad, determinados mensajes y números trascendentales ocultos en las relaciones dimensionales de la pirámide de Keops y en el calendario Maya o un enjuiciamiento del relato bíblico acerca del diluvio universal,... son, entre otras, interesantes cuestiones que se alumbran en esta documentada obra de impredecible extensión.

    En este primer volumen de Rasgando el velo de Isis, desfilan lugares de Nepal tales como Banepa, Pokhara, el lago Phewa y, por supuesto, Katmandú, donde, si me acompañáis, os conduciré de la mano por el bullicioso Thamel para que respiréis la atmósfera agridulce de los puestos de comidas y, sorteando el enmarañado tráfico de bicicletas, tempos y triciclos, admiréis coloridos tapices, delicados bordados, las preciosas alfombras de Thailing, la bonita alfarería de Thimi y magníficas tallas de madera, amén de piedras semipreciosas, molinillos de oración, banderas de plegarias, budas esculpidos en jade, estatuillas de la diosa niña Kumari y una inacabable variedad de rosarios japa mala.

    En Katmandú, conoceréis a Tian, el simpático taxista que, en su viejo Ford V8, me llevó de un lado para otro durante mi estancia en Nepal y también al desvergonzado Kazy, un buhonero por culpa de quien me vi metido en un peligroso asunto.

    También os presentaré a Manjusri, el lama que fundó Katmandú, y a Gorakhnath, el Gurú que creó la orden de los aguerridos Gurkas y, en una reencarnación posterior, la de los Kanphatas (homólogos de aquellos monjes soldado que, en Occidente, constituyeron órdenes militares y de caballería tales como la Hospitalaria de Malta, la del Santo sepulcro de Jerusalén, la de los Caballeros Templarios, la de Alcántara, la de Santiago,...). Dos famosos personajes, sin duda, que viven en la leyenda. Pero, sobre todo, conoceréis a los Seres, de quienes, aun viviendo en el mito, esta narración da testimonio de que han existido.

    Este trabajo, es una exhaustiva exposición de sorprendentes revelaciones y un rosario casi interminable de datos, hipótesis y descubrimientos que, además de enriquecernos, hacen pensar y sentir cómo se conmocionan los marcos referenciales con los que vemos, juzgamos y ponderamos este mundo.

    INTRODUCCIÓN

    Cuando leemos el Génesis nos da la impresión de que Dios Creador tardó demasiado tiempo en completar su Obra. Y no solo eso, sino también que, atendiendo al orden en que sucedieron los acontecimientos, advertimos incompatibilidad entre algunos de ellos y las condiciones geológicas o climatológicas en que acontecieron.

    Hacer críticas a ese libro, no parece que sea difícil. Pero, ¿son acertadas tales críticas? Hagamos una reflexión acerca del concepto Crear: ¿Acaso el acto de crear, obtener algo de donde nada hay, está sometido al tiempo?

    ¡Por supuesto que no! Sin embargo, atendiendo al libro de la Creación, a Dios le llevó algún tiempo dar forma a los cielos y a la Tierra.

    Nuestro planeta, cuando aún estaba en tinieblas, fue objetivo de la voluntad divina para convertirlo en un mundo habitable. Con este propósito lo sometió a un programa de habilitación a lo largo de seis días en los que, a partir de las tinieblas y de establecer la frontera entre el día y la noche, delimitó las jurisdicciones del agua, del aire y de las tierras secas.

    No enjuiciaremos la duración de los seis días invertidos en tan inconmensurable obra, pues, para atajar cualquier comentario, sirva el hecho de que aún estamos en el día séptimo y desconocemos hasta cuándo durará. No obstante, aquellos días no tuvieron la misma duración y, por evidencias, cabe juzgar que los dos primeros fueron los más largos.

    No dudaremos de que la luz fue creada en el día primero, tomando como argumento que tanto el Sol como la Luna no aparecieron hasta el cuarto día de la Creación, pues, esa luz, primer acto de la voluntad creadora, pudo obedecer a determinadas circunstancias meteorológicas, que, mediante una generación masiva de cargas eléctricas, causaran la ionización de la atmósfera y la aparición de los fotones necesarios para hacerla luminosa.

    Ni calificaremos de imposible que la germinación de las semillas y su evolución en la diversidad de especies vegetales, suceso que según el relato tiene lugar durante el tercer día, solo sea factible con la colaboración del Sol; puesto que, aun con la ausencia del Sol, que no fue creado hasta el día cuarto, la semillas germinaron y evolucionaron en hierbas, plantas y árboles. ¿Se trata, entonces, de otro error? Probablemente no, considerando que la luz creada en el día primero pudo ser suficiente para activar el proceso de germinación y propiciar que surgieran arcaicas formas vegetales.

    La enrarecida atmósfera inicial, pasó de ser densa y estanca a la luz, situación descriptible como una noche sin final, a un estado que, progresando a traslúcido y después a transparente, terminó por ser permeable a la radiación solar. De tal manera que, aunque en principio solo se tratase de insinuaciones diurnas y no de lo que ahora conocemos como días, tras un periodo de tiempo indeterminado, el grado de luminosidad fue creciendo y haciendo que el día y la noche estuvieran tanto más diferenciados cuanto más limpia iba tornándose la gasificada envoltura del planeta.

    De esta manera, a causa de esa depuración, tanto el Sol como la Luna y las estrellas, se irían viendo con mayor nitidez.

    Fue un bombardeo de cometas, lo que catalizó la decantación de la corrosiva masa gaseosa enfriándola y favoreciendo que se iniciaran las primeras reacciones foto químicas en los fluidos licuados sobre la plástica corteza terrestre.

    Así, aunque tímidos y alternando con gases, a causa del calor desprendido de aquellos suelos primigenios surgieron los primeros núcleos de vapor de agua. Después, enfriadas por la baja temperatura atmosférica, las nubes generaron las primeras lluvias que cayeron sobre la superficie terrestre originando la formación de lagos, ríos y mares. Y en estos suelos hostiles, la vida intentó una y otra vez, hasta conseguirlo, prender y arraigarse en su forma más simple.

    Apenas enraizados en la roca viva, como pueden hacerlo los líquenes, o en cenizas volcánicas, surgieron las primeras manifestaciones vegetales. Y tras ellas, toda esa incontable progenie que ha venido a cubrir las tierras secas, los lechos fluviales y los fondos oceánicos diversificándose en plantas, árboles, algas,... a través de formas sin par, con colores inimitables y olores indescriptibles.

    El hecho de que el Sol iluminara aquel escenario propició esta eclosión del reino vegetal y creó las condiciones ambientales adecuadas para que seres más complejos, los del reino animal, pudieran surgir y evolucionar hasta lograr nadar, reptar, caminar o volar.

    Transcurrían los días cuarto y quinto cuando el mar se pobló de una incalculable variedad de vivientes y las aves revolotearon en el cielo. Y no obstante estar desarrollándose con éxito el Proyecto Génesis el entorno natural aún no era adecuado para constituir el hábitat del ser excepcional que habría de señorearlo. Un hábitat donde todavía tendrían que operarse profundas transformaciones durante un periodo de millones de años.

    Así, en tanto que aquel enmarañado puzle iba configurándose según los procesos y los ritmos marcados por la Naturaleza, Yhaveh Dios acondicionó un lugar protegido de las inclemencias climáticas y de las convulsiones geológicas para que el futuro señor de la Creación, acompañado de animales irracionales y provisto de plantas y árboles frutales con que alimentarse, comenzase a vivir en este mundo.

    Ya tendremos oportunidad para hablar de tal señor y del protegido lugar. Mas, por el momento, el destilado obtenido de esta breve y limitada exégesis, podría resumirse en una sospecha:

    ¿Son auténticos esos errores detectados en el Génesis o fueron introducidos ex profeso para que generaciones futuras investigaran qué se esconde tras el velo de Isis?

    Al comenzar el día sexto, los únicos animales que existían eran los del mar y los del aire, pues, los de las tierras secas aún no habían sido creados.

    Dios dijo... Produzca la tierra vivientes de cada especie: bestias, sierpes y alimañas terrestres. Y así fue. Hizo Dios las alimañas terrestres y las bestias y toda sierpe del suelo de cada especie: y vio Dios que estaba bien. Luego dijo: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, a nuestra semejanza y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres y en todas las sierpes que serpean por la tierra.

    Creó Dios al ser humano macho y al ser humano hembra, y les ordenó: Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en las aves de los cielos y en los peces del mar y en todo animal que serpea sobre la tierra. Y vio Dios lo que había hecho y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: Día sexto.

    Al día siguiente, el séptimo después de que cielos y tierra fueran creados y primero de la existencia del ser humano, Dios descansó dando por terminada su función como creador.

    Ese día, la pareja de humanos, macho y hembra, se encontraría rodeada de otros vivientes. Todo les sorprendería. Cada ser que vieran por primera vez, animado o no, lo convertirían involuntariamente en referencia o arquetipo al que recurrir en un intento de dar respuesta a futuras e interminables preguntas o para construir explicaciones elaboradas con torpes razonamientos.

    La inteligencia del ser humano primitivo había evolucionado hasta rayar en las fronteras de lo irracional. Era más despierto y perspicaz que otros animales con los que apreciaba tener alguna semejanza y que, como él, caminaban erguidos en aquel mundo todavía humeante. Su cuerpo, como el de aquellos, estaba cubierto de pelo y tenía un apéndice que prolongaba la columna vertebral en la región del coxis. [1].

    Raíces, hierbas, plantas o frutos le servían de alimento. Así, es lógico pensar que no se asentase definitivamente en ningún lugar. En su vagar solo se detendría donde encontrar comida fuera fácil y allí permanecería mientras ésta no escaseara o hasta ser espantado por peligros naturales.

    No se tienen pruebas de que este humano primitivo, el ser creado en la superficie de la Tierra, desarrollase su inteligencia hasta el punto que le permitiera subsistir llevando una vida sedentaria. Es más, la búsqueda de su evolución y continuidad hasta enlazar con el homo sapiens, aún sigue abierta. En definitiva, los antropólogos todavía no han encontrado el eslabón perdido.

    ¿En que nos apoyamos, para sospechar que hay continuidad en la evolución de un simio aventajado hasta convertirse en un ser racional?

    ¿Hubo otras especies que también evolucionaban hacia lo que llamamos hominización? ¿Se extinguieron esas hipotéticas especies? [2]

    ¿Existe la posibilidad de que se produjese un cruce genético entre esos simios evolucionados que constituían la especie humana originaria y alguna especie racional? De ser así nos encontraríamos ante ese eslabón perdido que imaginamos como transición evolutiva, puesto que el accidente responsable de la aparición del homo sapiens sapiens habría sido esa intrusión genética en el genoma de la Humanidad primitiva.

    La finalidad de este trabajo, es detectar la presencia de ese eslabón perdido mediante la búsqueda de vestigios anacrónicos en la historia de nuestra civilización.

    CAPÍTULO I

    El DIOS CREADOR Y EL DIOS HACEDOR

    ¿Es el Génesis un libro criptografíado? / Los siete hitos de la Creación / Lo de Dios no es hacer, sino crear / En tanto que Crear es intemporal, Hacer conlleva la noción de Tiempo / Ptolomeo I y setenta y dos masoretas ancianos, acreditan la traducción del texto original del Génesis.

    Si por lo general es complicada la interpretación del Antiguo Testamento, la del Génesis en concreto, y particularmente la de su primer capítulo, resulta poco menos que laberíntica.

    Dios va creando de acuerdo con unas prioridades y según un método que, por sus pautas, en absoluto pasa desapercibido.

    Antes que nada, dice cuál es su propósito. Después, lo cumple o consiente que se cumpla. Y, por último, ve si le satisface el resultado.

    Día Primero: Hágase la luz, y la luz se hizo.

    Día Segundo: Haya un firmamento. Y lo hubo.

    Día Tercero: Júntense las aguas. Y se juntaron las aguas dejando ver lo seco. Produzca la tierra hierbas y árboles. Y surgió la vegetación.

    Día Cuarto: Haya en el firmamento celeste luces que alumbren la tierra. Y así fue.

    Día Quinto: Bullan las aguas de vida. Y las aguas se llenaron de animales vivientes.

    Día Sexto: Surjan animales vivientes en la tierra. Y una gran diversidad de animales pobló la tierra. Y dijo Dios: Hagamos al ser humano. Creó, pues, Dios al ser humano macho y hembra. Y díjoles Dios: Sed fecundos y multiplicaos. Vio Dios todo cuanto había hecho y que todo estaba muy bien.

    oooooooo

    En total, la Creación puede ser resumida en siete hitos:

    La luz, la atmósfera, los mares, la vegetación, la radiación solar, la fauna marina y el ser humano.

    Siete hitos que, mediante las pertinentes actuaciones, van marcando el proceso del Proyecto Génesis.

    Si nuestra civilización hubiese de habilitar un planeta con el fin de poblarlo, lo haría según las mismas fases que estableció Yhaveh Dios para acondicionar la Tierra:

    En primer lugar, haría la memoria del proyecto marcando objetivos y establecería las prioridades.

    Después, actuando sobre el entorno troposférico del planeta, crearía el clima adecuado a las necesidades determinadas.

    Por último verificaría los resultados y los aceptaría o no, lo que, en nuestro argot técnico, equivaldría a rechazar o aceptar las certificaciones de obra.

    Establecer las condiciones idóneas para el nacimiento y la evolución de la vida, tal como se narra en Génesis, es algo muy distinto al acto de crear. Pues, en tanto cualquier proceso lleva su tiempo, un ser creado se manifestará de inmediato en determinada realidad dimensional procedente de la nada y, por ende, de la intemporalidad, mostrándose en la forma y estado de evolución que imagine el Creador.

    Mirando con lupa el primer capítulo del Génesis observaremos que además del verbo crear, una capacidad exclusiva del Creador, aparecen el verbo hacer y otros verbos que comunican la ejecución de procesos.

    Cuando es utilizado como acción divina, el verbo hacer es sinónimo de crear, pues, las acciones de Dios, el Hacedor por excepcionalidad, no están sujetas al tiempo. Bajo tal consideración, en el texto del primer capítulo del Génesis, el término hagamos puede ser traducido por creemos.

    Para las diversas actuaciones complementarias de la Creación se han utilizado esos otros verbos de acción, que definen transición de procesos consumados, en curso o de futura ejecución, empleados en sus correspondientes formas temporales por quienes escribieron el relato.

    Valgan de ejemplo, en cuanto a la exclusiva facultad creadora, las siguientes citas sacadas del primer capítulo del Génesis:

    En el principio creó Dios los cielos y la tierra / Haya luz, y hubo luz / Haya un firmamento e hizo Dios el firmamento / Haya luceros en el firmamento celeste e hizo Dios los dos luceros / Y creó Dios los grandes monstruos y todo animal viviente / Hizo Dios las alimañas terrestres / Hagamos al ser humano y creó al ser humano.

    Y, he aquí otras, donde el tiempo juega un papel imprescindible:

    Y apartó las aguas de por debajo del firmamento / Acumúlense las aguas / Produzca la tierra vegetación / Bullan las aguas de animales vivientes / Crezcan las aves en la tierra / Produzca la tierra animales vivientes / Formó al hombre con polvo del suelo.

    La diferencia es diáfana: Crear no es un proceso, sino una manifestación ajena al Tiempo. Las demás expresiones verbales: apartó, acumúlense, produzca, bullan, crezcan, formó, etc., al implicar procesos, están sometidas al fluir del Tiempo.

    Es importante tener clara esta diferencia antes de leer el pasaje de la Creación, a fin de analizarlo en profundidad y captar el mensaje que encierra.

    Para refutar esta observación podría salirse al paso argumentando que la redacción es flexible y está condicionada por cómo se tradujo la lengua vernácula en que fue escrito el sagrado texto. Ciertamente debe admitirse tal posibilidad y aceptar que, de ser así, de nada valdrían las conclusiones vertidas en estas líneas. Pero tal posibilidad hay que desestimarla al considerar lo que en tiempos ocurrió...

    Ireneo Obispo de Lyon (San Ireneo, 130-202 a.C.), cuenta en su obra Contra las herejías que antes de que los romanos establecieran su gobierno, cuando los macedonios aún poseían Asia, Tolomeo, hijo de Lagos, deseando adornar la biblioteca que había construido en Alejandría con los mejores escritos procedentes de todo lugar, pidió a los sacerdotes de Jerusalén que tradujeran sus Escrituras al griego.

    Así, le enviaron setenta y dos ancianos, los más competentes que tenían en el conocimiento de las Escrituras y de ambas lenguas, a fin de cumplir con el propósito de Dios.

    Temiendo que pudieran conspirar para ocultar en su traducción el verdadero sentido de los sagrados textos, Tolomeo los separó diciéndoles que tradujeran todos los libros. Al terminar se presentaron ante él y, comparando sus correspondientes traducciones, Dios fue glorificado y las Escrituras fueron reconocidas como de origen divino porque todos decían las mismas cosas con las mismas palabras y frases desde el principio al final. De esta manera, incluso los paganos que estaban presentes supieron que las Escrituras habían sido traducidas con la inspiración de Dios. [1]

    Insisto en la importancia de advertir la diferencia entre crear y hacer porque los dos conceptos obedecen a poderes bien distintos. Pues en tanto los dos, en virtud de su sinonimia en relación con Dios, pueden ser utilizados para definirle como creador y hacedor, el segundo únicamente es aplicable cuando se alude a las acciones ejecutadas por seres racionales, por otros seres vivientes o por la Naturaleza.

    Claro que, en cuanto al surgimiento de la especie racional, nos hallamos ante una gran duda: ¿También para este caso, considerando que es Dios quien interviene, son sinónimos crear y hacer?

    Porque, repito, ¿Qué es crear? ¿Acaso no es obtener algo de donde nada hay?

    Sin embargo, el hombre fue formado del barro de la Tierra. Y, formarlo, llevó tiempo.

    Obviamente,... algo no cuadra.

    CAPÍTULO II

    HOMBRES Y HUMANOS

    Los primeros seres racionales de nuestro planeta, no fueron los humanos / ¿Era andrógino, Adán? / ¿Fue Eva una clonación modificada de Adán?

    Y dijo Dios:

    Hagamos al ser humano a nuestra imagen, a nuestra semejanza....Y creó, Dios al ser humano..... Génesis (I -- 26, 27).

    Cuando Dios toma esta determinación, en el día sexto, los animales ya están poblando las aguas, el aire y las tierras secas. También han brotado ya las plantas y están dando fruto los árboles, como se dice en Génesis (I -- 29, 31):

    ...la hierba de semilla y todo árbol que lleva fruto de semilla, para vosotros servirá de alimento. Atardeció y amaneció: día sexto.

    Los humanos fueron creados y, como consta en Génesis (I -- 21, 22, 23, 24, 25), también lo fueron los grandes monstruos del mar y todo animal viviente, los que serpean, los que viven en las aguas, las aves aladas, las alimañas terrestres, las bestias y toda sierpe del suelo.

    No obstante, el texto de Génesis (II -- 5, 6, 7, 8, 15) induce a pensar que la sagrada escritura se contradice:

    ...aún no había arbusto alguno del campo ni había germinado ninguna hierba, porque Yhaveh Dios no había hecho que lloviera sobre la tierra, ni tampoco había hombre que labrara el suelo. Pero de la tierra brotaba un manantial que regaba toda la superficie del suelo. Entonces formó Yhaveh Dios al hombre con polvo del suelo y le insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente. Después plantó Yhaveh Dios un Jardín al oriente, en Edén, y puso allí al hombre que había formado para que lo cuidase y lo labrase.

    ¿Qué versión admitimos? Ésta o la de Génesis (I -- 26, 27, 28, 29, 30):

    Hagamos al ser humano a imagen nuestra, a semejanza nuestra.... Creó Dios al ser humano a su imagen, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra lo creó. Y bendíjolo Dios, diciéndole: «Sed fecundos, multiplicaos, henchid la tierra y sometedla... Y le dijo Dios: «Os he dado toda hierba de semilla que existe en la haz de la tierra y todo árbol para que os sirva de alimento... Y a todo animal terrestre, a las aves del cielo a las sierpes de la tierra, la hierba verde les doy como alimento...

    Si, ¿con cuál de las dos?, porque son esencialmente distintas... [1]

    Distintas, porque, según Génesis (II - 7), el hombre es formado o generado, hecho o construido, a fin de cuentas, a partir de la materia. Claro que, quien formó al hombre con polvo del suelo, acto muy diferente a crearlo, no fue Dios, sino Yhaveh Dios.

    Al releer con atención los diez primeros versículos del Génesis, se observa que describen una Tierra insólita, procelosa, yerma, inhóspita, letal.... Así era la Tierra en el segundo día de la Creación. Y en tales momentos, cuando todavía no existía ningún ser viviente, ni vegetal ni animal, Yhaveh Dios tomó polvo del suelo y mojándolo con el agua del manantial que brotaba de la tierra formó a un ser racional al que llamó hombre.

    Resulta, pues, que, al comenzar el séptimo día de la Creación, día en que aún nos encontramos, en lugar de una sola especie racional, la del ser humano, que fue creado en el sexto día, hay otra más, la del hombre, que fue formado en el día segundo.

    Existe una notable diferencia entre estas dos especies racionales, pues, en tanto que la del ser humano fue creada a imagen y semejanza de Dios, en ningún versículo está escrito que la imagen y semejanza del ser llamado hombre tenga a Dios como modelo.

    Ambas especies, aunque una fuese creada y la otra formada desde la materia, tienen en común su capacidad reproductora desde la propia carne. Pero en este aspecto cabe señalar una diferencia, pues, mientras que la hembra del ser humano es creada a la vez que su macho, la hembra del hombre aparece en escena algún tiempo después de que aquél fuera formado. Detalle muy significativo, pues, indica que, inicialmente, el habitante del Jardín vivió sin otra compañía que los animales del campo y las aves del cielo que Yhaveh Dios había formado, como a él, del suelo.

    Génesis (II -- 19, 20):

    Y formó del suelo a los animales del campo y a las aves del cielo llevándolos ante el hombre para ver cómo los llamaba y para que cada viviente llevase el nombre que le diera el hombre.

    El hombre nombró a los ganados, a las aves del cielo y a los animales del campo, mas no encontró una ayuda adecuada para él.

    La curiosidad empuja a preguntar cómo sería la especie hombre puesto en el Jardín a fin de que lo cuidase y lo labrase, pues parece lógico pensar que necesitase ayuda en sus ocupaciones y, no obstante, vivía solo. Efectivamente, desde la óptica racional resulta difícil admitir que no tuviera congéneres ni descendencia que le ayudasen y le dieran compañía. Sin embargo, el texto del Génesis es claro e inequívoco al no mencionar ninguna hembra que fuese formada con él.

    ¿Cómo explicar esta circunstancia?

    ¿Acaso, el primer hombre, era andrógino?

    En principio, un viviente con capacidad de auto reproducirse, podría ser una buena hipótesis para explicar la perpetuación de su linaje. En cambio, en la especie humana, la dificultad en perpetuarse no existía en absoluto, puesto que Dios la creó macho y hembra.

    Una circunstancia, por cierto, el hermafroditismo, que no es raro encontrar en algunas especies vegetales y, aunque en raras ocasiones, en algún espécimen humano. [2]

    Pero, obviamente, el hombre, aquel jardinero pensante y supuestamente andrógino, no fue la solución. Algún contratiempo debió de presentarse, pues, del proyecto inicial que solo contemplaba la presencia del hombre, se pasa a un plan alternativo donde se prevé la necesidad de procurarle una compañera semejante a él.

    ¿Qué pudo ocurrir?

    Cuesta trabajo aceptar que el hombre andrógino necesitase ayuda.

    Y, ¿qué clase de ayuda?, cuando se bastaba a sí mismo para ser padre y madre. Cuando era como la propia tierra de la que había sido formado o, incluso, el culmen de la manifestación de nuestro planeta, a la vez madre y padre Naturaleza.

    Quizá, la dificultad estuviera en esa singular naturaleza que lo caracterizaba. La descendencia de un hermafrodita viene a ser la clonación de si mismo. Una clonación en la que el código genético, lejos de enriquecerse, sufre la natural degradación endogámica aunque, por interacción con factores externos, pueda sufrir alteraciones beneficiosas que persistan durante generaciones.

    En consecuencia, en el Jardín habría proliferado una población de seres hombre tan parecidos entre ellos que, a sí mismos, les habría resultado difícil distinguirse de los demás.

    ¿Qué nivel pudo haber alcanzado esa semejanza? ¿Transcendería la identidad de las proporciones anatómicas, de los rasgos, de los gestos, del color de la piel y del pelo, de los ojos,... hasta rayar en la capacidad analítica, en el carácter o en la conducta?

    De haberse alcanzado tales límites, el hombre, por mucho que se multiplicase a través de su descendencia, siempre habría sentido el peso de una enorme soledad. Y cuanto más despertase, cuanto más alto fuese su nivel de conciencia, tanto mayor y menos soportable habría sido ese sentimiento.

    Pero con todos sus inconvenientes, la soledad, no habría representado un obstáculo insuperable. Es más, al no haber tenido otras referencias en cuanto a rasgos faciales, estatura, color, etc. que le distinguiesen de sus congéneres, puede que ni se hubiera planteado la circunstancia de encontrarse solo. Pues, ¿quién podría refutar que la soledad no es sino la inevitable consecuencia de la individualidad y que no se acusa tanto más cuanto mayor es la diferencia entre los caracteres genéticos de los miembros de una especie?

    Sin embargo, lo que sin duda habría supuesto un grave problema, habría sido su decadencia biológica. Al principio, la degeneración podría haberse manifestado como brotes esporádicos de desviaciones anatómicas o fisiológicas independientemente de su distancia en el árbol genealógico. Luego, iría aumentando la frecuencia de estos casos. Con el tiempo, los descendientes con taras habrían llegado a ser habituales. Los seres hombre ya no serían fuertes, sino cada vez más débiles e indefensos. Y un estigma muy particular, una lacra, probablemente, los signos externos de la senilidad, caracterizaría la degeneración de aquella especie.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1