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La Orquesta del fuego invernal
La Orquesta del fuego invernal
La Orquesta del fuego invernal
Libro electrónico164 páginas2 horas

La Orquesta del fuego invernal

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Información de este libro electrónico

En un presente distópico el hombre ha sido atravesado por su propia codicia. Encabezada por Ekrin y un grupo de camaradas se forma "La Alianza"; cuyo propósito es derrocar un gobierno tergiversado por su necitud a tal punto que ha generado una brecha, un abismo, el cual marginalizó al hombre de sí mismo. Impulsados por la angustia y la impotencia, quienes lideran "La Alianza" se enfrentarán a los líderes más altos que han llevado a la madre naturaleza a un punto de quiebre, prácticamente irretornable; solamente quienes logren deshacer el poder que "El Gobierno" ha podido adquirir serán aquellos que busquen de alguna manera darle a la naturaleza nuevamente el poder que ha sido nulificado por el hombre, impulsado por un racionalismo maltrecho.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 nov 2017
ISBN9781370724352
La Orquesta del fuego invernal
Autor

Felipe A. Matti

Philosophy student at U.C.A (Pontificia Universidad Católica Argentina). Right now: Pannaturalist, Vitalist and believer in God but nontheless in the importance of the seek of truth. Mission: Merge Philosophy and Literature, create a friendly environment where people can philosophically inquire its beliefs and surroundings, and to avoid any sort of difficult terminology and language where only someone who is guided and knowledgeable of the subject's terms could understand. We are here to think and be thought, hence we are always trying to uncarry that burden which is to face the question "How important are we? And why am I here? What is nature, how dominant am I in this realm, in this reality?". Things like this, are what befuddles the human being since he was asked "So, how was your day?".

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    La Orquesta del fuego invernal - Felipe A. Matti

    Uno no puede negar el vacío que le genera pensar lo insipiente que es cualquier tipo de resistencia a un cambio.

    Pero aquél vacío que nos impresiona las entrañas y agita nuestro pecho es la razón por la cual deseamos descubrir, que nos preguntamos qué hay detrás de las nubes; aunque sabemos que se encuentra el imperioso Sol. Aun así nuestra certidumbre tiembla y se despedaza cuando nuestras inquisiciones no tienen respuesta aparente, y es lo que aquí, observándolo todo desde mi paradero abrumado por las nieblas de la ignorancia, me sucede.

    Toda la vida nos han hecho pensar que el mundo matiza en un binarismo controlado, escaso caos. Que así como hay necesariamente un mal, no nos podemos escapar de nuestra encuadrada realidad de creatura. Pero es entonces cuando se nos ocurre que toda luz necesariamente existe donde no hay más que una gloriosa oscuridad, un bloque de nada que cubre el todo.

    Es posible que por ello pensemos que la luz a su vez genera oscuridad y pugna con su misma esencia al generar la sombra. Así como los reflejos selenitas se ven derrocados frente al fuego ardiente del saber humano.

    ¡Ah! Pero déjame confesarte querido amigo que no hay nada más fácil y magnífico en el hombre que la docilidad con la que se sube a un pedestal generado por el artificio que a éste no le es asequible; la simpleza con la que le creas una falsa cumbre y le dices, ‘adelante amigo, es toda tuya. No veo a nadie que la haya escalado antes, ¿o sí? Vamos, sube’. Como un imbécil con la vista perdida en el horizonte que oculta al Sol se subirá a duras penas, con los ojos desorbitados y el pecho apnético. Alzará los brazos de manera triunfante sediento de una gloria que solo se la pueden dar sus pares, quienes se postrarán y le darán reverencia como si de un héroe se tratase.

    Con una sonrisa sagaz no hará más que evitar el delatador claro de las nieblas que le muestran la farsa que su codicia y arrogancia han comprado. No se iluminará al ver la verdadera cima donde reinan los sabios, ni virará para observar sus símiles que han subido junto a él eones atrás, sus ancestros, las civilizaciones olvidadas que fueron perdidas en la conciencia de un ser que narra constantemente sin mirar atrás y sin reconocer su historia.

    Pero no hay que preocuparse, no hay que perder el aliento y estar cabizbajo porque la montaña ha comenzado a quebrarse, porque el hombre ha dado cuenta de que hay más mundo donde cunden las nubes que antes se creían bajas. Ya ha sabido bendecir a lo que va más allá de él mismo, y ha podido ver la farsa que se esconde detrás de quien dice ser el más fuerte entre los hombres. La erosión de la tierra ha comenzado, la razón ha perdido la primera escaramuza de esta batalla y los redoblantes anuncian en un ritmo que no cesará que el conquistador ha perdido la cordura y los cimientos de este nuevo mundo han de estar siendo reconstruidos, los pilares han de ser forjados en este helado presente y allí, en lo bajo, está quien lidera la guerra; flameando su bandera y gritando con su profunda garganta el fin de esta faceta de la humanidad.

    Es hora de reconstruir y derrocar; las guerras del agua han de estar llegando a su fin, y yo seré quien testificará ante ti, mi gran amigo, la secuencia que ha culminado en este hermoso suceso. Presta atención, que cuanto se olviden de esto que vivenciamos, serán mis palabras las que recordarán lo que pasó.

    Capítulo II:

    El frío calaba su piel y no había soplido que calefaccionara su cuerpo; sus manos, tras golpear estrendorosamente en ademán de aplauso, encontraron refugio en sus axilas.

    Es la primera nevada de muchas pensó, mientras bajaba su capucha y la ubicaba sobre su nuca, cubriéndose de la humedad y refugiando su mentón en el cuello lanudo.

    El amanecer se acercaba y el claro del cielo marcaba que las nubes iban a estar en las alturas, iban a permitir que la luz penetrase en el acogedor estudio, entonces decidió esperar en su estado somnoliento para poder comenzar a recorrer este nuevo refugio; por el rojizo color que el cielo había empezado a adaptar calculó que en unos diez minutos se iba a incorporar, entonces decidió tomarse un breve descanso.

    Una gota helada le roció la nariz, y Ekrin se balanceó para adelante y logró pararse con la ayuda de la húmeda pared que le servía de respaldo hace unos segundos. El amanecer había comenzado y tan solo disponía de unas horas para hacer un chequeo de su nuevo hogar.

    Hogar, pensó, qué palabra tan lejana, cómo había perdido sentido al decirlo.

    Con un breve sacudón, se libró de todo pensamiento. Comenzó por la puerta, recordaba su textura de la noche anterior, se veía fuerte considerando la fría humedad que reinaba en la ciudad, las rajaduras no iban a ser un problema, pero sí el vidrio ruidoso que se comenzaba a quebrar.

    ‘No resistirá el invierno, tendré que barricarla con algo’. Rápidamente viró a los costados y observó el amueblado del pequeño estudio, comenzó a bosquejar un mapa de su estructura mentalmente. ‘Es largo, pero angosto’. Era como una gran recta, con un corto ventanal el cual no conocía ya de vidrios, pero sí de clavos y maderas.

    ‘Quien fuera que estuvo aquí antes me hizo un gran favor’.

    La puerta se encontraba al extremo izquierdo del estudio, lo cual daba la desventaja en caso de que tuviera que partir de manera repentina. En el poco espacio restante se encontraba una heladera odorosa, la cual en su adyacencia chocaba con unas hornallas que tenían como techo una serie de alacenas. Todo lo restante encontraba reposo: una mesa que restaba de dos patas, una silla en igual estado, una biblioteca completamente destruida desnuda de estantes, y un hacha que descansaba en su lateral derecho.

    Rápidamente se balanceó sobre el hacha y la tomó fuertemente con su hábil diestra, la madera del mango estaba helada y lo obligó a dejarla caer, abrió su cazadora y embolsó su nueva adquisición frotándola con fiereza para calentarla, el filo estaba un tanto corroído por las goteras pero aun así era tan letal como útil para la calefacción. Al tomarla nuevamente la sintió un tanto ligera y se animó a probarla en la biblioteca. Un sagaz golpe afirmó el hecho de que aun luego de años de penuria su cuerpo seguía siendo poseedor de la fuerza que acostumbraba, su robusto antebrazo latía al saber que aun perduraba su esencia de antaño. El estruendo asustó a un grupo de ratas que se encontraban detrás de él, sospechoso las siguió con la mirada.

    ‘Si ellas siguen vivas aquí quiere decir que hay de qué comer’. Vio que se dirigían a un colchón putrefacto que emanaba un misterio que no se atrevería en averiguar. ‘Bueno, dormiré en los restos de la mesa’, pensó.

    De manera rutinaria el joven tomó su mochila y comenzó a evaluar qué sería lo que tendría que buscar en la noche. Observó que le restaban 3 latas de comida, las acostumbradas sábanas y solamente una botella de agua mineral. Miró su reloj de pulsera con atención, el minutero marcaba ya cuarenta minutos desde que se había levantado. Entre las rajaduras de las maderas que cubrían la única ventana a disposición, observó que el Sol ya se encontraba fuertemente brillando detrás del gris característico de las nubes cargadas con llovizna. A juzgar por la sombra supuso que disponía de unas cuatro horas para que comenzara a oscurecer, entonces tomó su mochila, se puso la capucha y cerró su cazadora.

    Momentos antes de salir, dio cuenta que aún no había pensado ningún sistema para que él solo sea quien pudiese entrar al estudio, pero como su tiempo se acotaba a cada rato que su cogito razonaba las posibilidades, desistió y se arriesgó a la buena fortuna.

    Al correr las maderas y abrir la puerta, una fuerte corriente de frio correteó por debajo de sus piernas, pero no le dio mucha importancia al hecho de que alguna ventana aun estuviese abierta. ‘Debe haber alguien más en todo este edificio’; sin saber que efectivamente a pocos pisos por encima de su primero, se encontraba aquello que cambió su vida por siempre.

    Al salir a las adoquinadas calles de su friolenta ciudad, frotó sus manos con fervor para mantener el calor. ‘Tendré que encontrar algo para prender el fuego esta noche’, concluyó. Frente a su edificio había una abandonada fiambrería, la cual luego de tres años de rebelión mucho no iba a poseer, quizás sí algunos instrumentos para utilizar en caso de defenderse pero ahora ya había poseído su nueva hacha, la cual recordó al tocarse la espalda y raspara delicadamente el filo que caía bajo su cadera sujetado a la mochila. Miró el reloj, tenía aproximadamente tres horas y media para poder realizar un buen scouting. Cruzó la vereda y comenzó a caminar bien pegado a la calle, no quería que ningún desesperado hombre quisiera quedar con sus pertenencias ni tampoco batallarlo en caso de que se dé la situación; encontró de interés un viejo almacén que aparentaba abandonado y con el ventanal abatido por alguna silla que yacía inmuta en las cercanías del lado de adentro.

    Sin pensarlo dos veces saltó sobre el vidrio roto y la dura goma de su suela chilló al tocar el piso de madera recubierto de polvo. Tres pasos con mucho cuidado fueron los que dio para no escandalizar a quien estuviese durmiendo dentro del lugar y alertarlo por el ruido del vidrio roto siendo aplastado por el peso de un hombre; Ekrin solo buscaba algo con qué prender el fuego y algún cesto donde poner la madera y algunos papeles que le quedaban. Afortunadamente, pudo marcar en su lista la búsqueda de encendedor, pues frente a un dormitativo y agonizante anciano se encontraba una pipa y una pequeña caja de fósforos; tomó los últimos y con mucha delicadeza se retiró.

    Aquella acción no le dio escalofríos ni tampoco conflicto moral, ya habían pasado tres años de que su sentido de la vida era más que sobrevivir. No podía explicar con su poca experiencia lo que algunos de la civilización perdida llamarían voluntad de vivir. Era lo único que le restaba al hombre, una esperanza en el vivir mismo, una desolación que día a día marchitaba todo rastro de felicidad, un gris eterno que carecía de primaveras y veranos; no tenía a nadie más que a él mismo, sabía que había quienes luchaban por un cambio, quienes se

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