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La comedia de Eusabio
La comedia de Eusabio
La comedia de Eusabio
Libro electrónico91 páginas1 hora

La comedia de Eusabio

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Una pequeña obra de teatro que continúa con la expansión del vitalismo trascendental; esta vez acompañada por una introducción y un ensayo los cuales versan sobre un componente sustancial y capital en el sistema: el ridículo. Dicho elemento sobrepasa al absurdo y muestra la hilacha de la realidad en su máxima expresión, el límite que confiere y reserva el silencio del lenguaje pero que éste mismo muestra. En cada sección del libro se reconocerá una reflexión sobre el ridículo y toda su participación en el vitalismo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 feb 2020
ISBN9780463616963
La comedia de Eusabio
Autor

Felipe A. Matti

Philosophy student at U.C.A (Pontificia Universidad Católica Argentina). Right now: Pannaturalist, Vitalist and believer in God but nontheless in the importance of the seek of truth. Mission: Merge Philosophy and Literature, create a friendly environment where people can philosophically inquire its beliefs and surroundings, and to avoid any sort of difficult terminology and language where only someone who is guided and knowledgeable of the subject's terms could understand. We are here to think and be thought, hence we are always trying to uncarry that burden which is to face the question "How important are we? And why am I here? What is nature, how dominant am I in this realm, in this reality?". Things like this, are what befuddles the human being since he was asked "So, how was your day?".

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    La comedia de Eusabio - Felipe A. Matti

    Introducción

    Hay un suceso de lo más curioso y es el breve momento en el que resuelvo, luego de combatir grandes batallas conmigo mismo y más aún con las bravas e indómitas palabras, sentarme y enfrentarme al hostil, cruento y azaroso papel en blanco. No más de una vez hablando con amigos discutimos si realmente había un método detrás de nuestros escritos, si hubiéramos de requerir algún tipo de ritual, criterio, o solamente orden tras el cual nuestras ideas confluyeran con la misma sublime dulzura como lo hacían, a nuestros ojos, en el papel lleno de máculas que llamamos pensamiento. No sin honda reflexión es que le solicité a mis ocurrencias que fueran despacio para indagar respecto al tema, a saber, si verdaderamente había un método detrás de mis párrafos, a los cuales siempre he mirado con recelo; imagino, similarmente a como un pintor debe inspeccionar el relieve del lienzo que ha escogido mancillar con la nobleza de su sensibilidad, la rugosidad y el trazo de una brocha tímida que desorienta a quien, como yo, poco y nada sabe de técnicas de pintura y demás destrezas; de la misma manera, supuse, había detrás de mi constante e intensa necesidad de escribir algún tipo de método ¿no es acaso esa la demostración de todo lo que seguirá más abajo en este pequeño escrito? Pues bien, aunque ignoto en ese entonces, logré percatarme de la avasalladora ferocidad y audacia con que las letras abrasan a quien se les acerca. Su actitud vil y su fervor que vitupera constantemente me fueron una revelación poco grata. Las letras tienen una exigencia que pocas veces he visto en las artes. La escritura es demandante. Al igual que el músico, el pintor, el escultor, el actor; todos los caballerosos artistas, sean cuales fuere, el escritor necesita practicar.

    No solo se trata de practicar, se trata de encontrarse a uno mismo y oírse por primera vez, y al momento de hacerlo, uno se odiará con tanta intensidad que querrá quitarse la garganta para nunca más pronunciar palabra alguna. Como un cantante compungido y afiebrado, la voz resquebrajada resonará y errará todas las notas y cada una de ellas, y el yerro será intolerable para la audiencia ¡Cómo puede ser! ¡Pero si había tanta promesa de futuro y habilidad increíble! Desafortunadamente, el entrenamiento requerido es tan silencioso como aislado.

    Muchas veces quienes se interesan en cuestiones de filosofía, pensamiento, reflexión; y demás nombres con el que nadie quiere directamente llamarse filósofo (o mejor sujeto que se preocupa innecesariamente por aquello que es innecesario preocuparse, pero aún así piensa necesariamente de todo ello); muchas veces, digo, solemos atajarnos preventivamente de las críticas y denigrar a nuestras intrigantes resoluciones y sentencias como meras intuiciones. Pero, cargando con celeridad y sin conmiseración alguna por nuestras almas, los jinetes del mundo literario no presentarán diplomacia sino más bien una escaramuza de gran intensidad. La intuición reposa en algo, y es, en señalar una salida al mar pero no ir hacia ella. Quienes muchas veces se defienden de sí mismos como de otros en que solamente han hecho presente algunas de sus intuiciones, lamentablemente creo yo, atesoran demasiado a un innoble y embelesado músculo que (aparentemente) gobierna los reinos de los artistas: el orgullo. Pues bien, mucho hay que reprocharle a dicho monstruo, quizás el cariño con el que malcría a pequeño corazón, quizás más bien los asperjados argumentos con el que delibera que uno debe defenderse ante los ataques, simulando que es él el centro de ellos y no, más bien, lo que uno ha hecho. Es entonces que me vi resuelto a divorciarme lo más que pude de llamar a mis pequeñas cosillas escritas compendio de intuiciones, arcón de pequeñas ideas y demás palabrerías que reflejan la pantomima de todo este angustiante asunto.

    Sin embargo, tal muralla tiene una nobleza que debemos sacar a relucir, y es que prontamente bajo la práctica y la sutileza del ejercicio, puede servir como lo hace la humildad. Obviamente, no entraré en juegos estratégicos donde de llamarse uno humilde, qué bridas y qué estribos carga, sino más bien, el del orgullo y la soberbia. Pero no hablo de mí, en estas líneas me serví del asunto del método y demás para decir otra cosa, puesto que si he de tener una manera de escribir la reservo para mis manos y mis más allegadas personas con quienes puede que comparta tan desolador y desamparado paisaje como la turbación de mi mente cuando se decide, por fin, a escribir. Me refiero en este caso a esos autores quienes con suma humildad ha de ocurrirles una muy grave peripecia, cuyo augurio es oscuro y ominoso. Tengo en mi poder una frase cuya riqueza encapsula y abriga todo lo que estoy queriendo indicar brutamente, quién la ha dicho fue un profesor cuyas clases con mucho agrado asistí y apunté esta afirmación que esconde mucha verdad: Cuando uno reflexiona no está el pensamiento exento de aventuras, si es honesto solamente sabe dónde comienza pero no dónde termina. Los detalles de quién lo ha dicho, cuándo y en qué clase, por momento los resguardo.

    El autor honesto, quien ha sufrido de sí mismo heridas muy graves y ha estropeado a su orgullo, está condenado a un futuro tan gris cono desanimado. Ciertamente, luego de ahondar con sosiego y presteza a las reflexiones que su mente encomienda y su corazón encamina célebremente, puede que no llegue más que a su punto de partida. Puede, que las palabras le fallen y le desestimen. Cuando mencioné que la escritura es de las más atroces criaturas me refería a que lamentablemente no puede resumirse el amor como sí lo hace el afectuoso y apasionado beso de unos amantes, no puede la tristeza, la pena, congoja, júbilo, emancipación, unción de Dios, adjunción con la Naturaleza transcribirse en el suave, feroz, grueso lenguaje de la música; en la escritura no está esa capacidad de elevar al más afligido pobretón, cuyos ánimos se perturban cada vez más, con el solo gesto de un abrazo. No, la escritura muestra sus dientes y garras y no perdona ni una sola vez.

    Se burla del bruto, se apena del amable, hiere y destroza al soberbio, estorba al perezoso, llora del amado, golpea al agobiado. El prójimo es para la escritura una bestia, y en sus torcidas comisuras, su joroba encorvada y postrada sobre un escritorio, los abultados dedos y

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