Doce días, una vida
Por Lluna Vicens
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En sus páginas, podrás descubrir situaciones cotidianas como las que la autora, o cualquier lector, se puede encontrar. Interrogantes que se nos abren en el transcurso de la vida, y para los que muchas veces no tenemos respuesta. Puntos de vista que Lluna Vicens comparte como otra forma más de ver el mundo.
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Doce días, una vida - Lluna Vicens
OBRA.
PRÓLOGO
He aquí un conjunto de textos inclasificables difíciles de encuadrar en un género específico. Lo que Lluna Vicens ofrece a los lectores que buceen en sus páginas es un conjunto de reflexiones, a veces sentencias, que adoptan la forma de relato o podrían inscribirse dentro de la prosa poética. Estamos ante una narrativa reflexiva que, a través de lo anecdótico, va a lo universal. Textos desgarradores, profundos, intimistas, que salen de las entrañas, en los que se puede escuchar el corazón de quien los escribe en su fraseado perfecto y rítmico. El universo literario de Lluna Vicens gira en torno a las emociones y los sentimientos, por eso podemos hablar de una prosa introspectiva con la que se conecta o no dependiendo de la sensibilidad del lector. Sus textos, de variadas dimensiones, precisan de una lectura lenta y pausada. Hay desgarro amoroso, hay pasión sexual, hay denuncia social, hay dolor y ternura, hay preguntas vitales sin respuesta y, sobre todo, una exquisita sensibilidad literaria. Escribir es preguntar, aunque no haya respuesta.
JOSÉ LUIS MUÑOZ
CAFÉ TORTONI
Había hablado miles de veces con ella, sentadas en el café situado en la Avenida de Mayo número 825 de Buenos Aires, el mítico café Tortoni, que debía su nombre a su homónimo parisino y demostraba, una vez más, esa idolatría que sentía por esa ciudad y por sus gentes.
Aquel café en cuyas paredes estaban las pruebas fehacientes de que miles de poetas y músicos habían amado y desamado en trasnoches eternas, habían volcado sus alegrías y penurias en alguna hoja de papel garabateada.
Ahí mismo, donde un poeta imaginó unos versos sobre balcones y flores.
Ese día, en medio de una conversación cargada de banalidades, le confesó que tenía miedo si alguna vez llegara a encontrar una persona con quien pasar el resto de su vida.
Planteó preguntas sin respuesta, o tal vez preguntas que ni deberían ser formuladas.
¿Cómo le contaría que, de vez en cuando, se rompía en mil pedazos sin motivo aparente?
¿Le haría daño con sus fragmentos al estallar, cuál cristal golpeado por una piedra?
¿Sabría cómo ayudarla a recomponerse?
¿Entendería su mutismo frente a una discusión, igual que una religiosa hace voto de silencio?
No era indiferencia, simplemente necesitaba procesar aquellas situaciones tensas, de las que solía huir.
No supe qué contestar, tal vez no quise hacerme cargo de esa responsabilidad, tal vez no quise reconocer que hablaba de mi misma.
A veces la realidad se nos presenta, y ante ella no existen ni preguntas, ni respuestas.
Tan sólo es eso, realidad.
PASADO
¿A quién no le gusta de vez en cuando mirar hacia atrás?
Mirar el pasado, pero no para torturarse. Tampoco tiene que significar que, si hubo algo que superar, se haya superado, o no. Hay heridas que parecen grabadas a hierro candente.
Dicen que cuando hacemos eso, es para aprender de los errores y equivocaciones cometidos con el paso de los años, para saber lo que no hay que volver a hacer.
Llegados a este punto, lo encuentro de una hipocresía monumental.
Retrocedemos en el tiempo, no una, millones de veces, comentemos errores y equivocaciones a diario; unas veces nos dejan el alma como si hubiéramos sido torturados por la Santa Inquisición, otras tan solo es un leve golpe y otras veces, un corte superficial. Atención a las primeras, porque precisamente esas serán las que repetiremos más veces en nuestra vida.
Pero es que no estoy dispuesta a renunciar a la vida, por ser perfecta a los ojos de nadie. Quiero poder llorar por amor, todas las veces que la vida me lo proponga, intentar estar siempre si alguien me necesita, seguir dejándome la piel por aquellos que son mi alimento y sacian mi sed. Al final del camino, es por ellos que sigo en pie.
Pero el principal motivo es por todo lo que me queda por aprender, vivir y compartir.
Vida, concédeme ese tiempo.
OLVIDO
Olvido tenaz, habitante de mentes presente en bibliotecas, cementerios, y pueblos vivos en países sin memoria, en sociedades sin tiempo, en historias mundanas.
Olvido cruel, de verdades inolvidables, de momentos, de sentimientos, de olores y gustos, de la felicidad y el desamparo.
¿Por qué invades mi mundo?
¿Por qué no me dejas ser?
Olvido, sanador de heridas profundas, de hechos aberrantes, de maldades sin sentido, de traiciones y deslealtades.
Cubrirás mi mundo, mi vivencia, con el suave manto de tu amnesia. Mañana no recordaré quién fui, ni sabré quién soy, y menos dónde voy.
Un sólo resquicio quedará libre de tu conquista, un sólo lugar será la torre donde no podrás llegar, un sólo soldado hará frente a tus ejércitos, un sólo músculo luchará por esa razón, mi corazón.
EVOLUCIÓN
Sentada en la cocina, mientras toma su té, se plantea una pregunta retrocediendo en el tiempo. Ahora ya no tiene aquella persona a la que podía plantearle ciertas dudas, la que con la voz de su experiencia le daba alguna respuesta.
¿Era tan difícil amar cuando era niña? ¿O es que tan solo se vuelve difícil con el paso de los años?
Ella amaba ahora de manera distinta, era cierto. Amaba quizás lo más difícil, aquello que no era perceptible a simple vista. Amar lo de adentro, en un mundo donde lo superficial se ha vuelto tan importante, donde el exterior pesa más que el interior, donde no se es consciente de que la belleza es caduca, donde los años abren surcos en el rostro como la tierra labrada, la piel se rompe como el suelo seco del desierto, y el cabello tiene reflejos de luna como en el río de La Plata.
Para ella, que era una observadora nata del comportamiento humano, que te miraba las pupilas y era capaz de verse reflejada en ellas, y retrocedía cuando algo de lo visto la asustaba, pero se quedaba prendada, cuando lo visto le acariciaba el alma.
Una loca de atar por arriesgarse a tener el coraje de los valientes, aquellos que aman a los demás por lo que eran realmente y no por lo que parecían ser.
FALTA DE COLORES
Ella, gris, seria, constante, cuadriculada, amante de lo estable, siempre exigente consigo misma, conformándose con lo que no deseaba, lo amaba, pero sabía que no era recíproco: lo de él era carne, pasión, costumbre y miedo.
Muchas veces intentó terminar, pero le faltaba el valor; él siempre lograba regresar, la besaba con tal pasión, gracia y delicadeza que nunca cerró la puerta.
Hasta que alguien le dijo: «Cuando te mueras, ya no van a importar tus miedos, ni tus excusas, ni tu exceso de ocupaciones. Manda al diablo, por un rato, tus obligaciones y temores. Ve y dile lo que piensas, abrázate a tus sueños, aunque los demás piensen que has perdido la cabeza, o que estás tensando demasiado la cuerda. Vuelve a ese lugar donde fuiste feliz, entrégate a ese proyecto tantas y tantas veces postergado por el qué dirán. Actúa, corre, vive, porque cuando te marches de este mundo solo te llevarás ese amor derramado, y no hay tiempo que perder. Ya no hay tiempo que perder».
OBJETIVOS DISPARES
Él.
Estaba convencido de que nada podía ser imposible, que en la vida lo que sobraban eran cobardes, que un mundo diferente podía ser posible, que la frase «ahora ya es tarde» era para los conformistas carentes de espíritu, a pesar de que su reflejo en el espejo le dijera que ya estaba restando tiempo. Que un instante se podía prolongar toda una vida, y una vida podía romperse en un instante. Sugestionado de que la risa era algo ceremonioso y hasta eso, había que tomarlo en broma, que la recompensa no era llegar al objetivo, sino haber sido capaz de disfrutar del camino, y descubrió que eso era a lo que todos llamaban destino.
Ella.
Siempre había pensado que el amor sin libertad, no era amor, sino más bien una condena, que con sueños se habían construido realidades; que perseguir a quien se había marchado, era perderse uno mismo, pero es que él nunca terminó de marcharse. Al igual que una mancha de vino envejecida por el tiempo sobre un mantel, se había convertido en su sombra. Un lastre que ya no tenía muy claro si quería llevar.
Ambos.
En común tenían el creer en la gente, en la que era capaz de sentir y hacer sentir, en las mentalidades abiertas que comprendían que, para esa igualdad que tanto se reclamaba, primero había que aceptar que todos somos diferentes. Atraídos por los sueños que duermen poco, en los locos que eran cuerdos, en los besos que se dan desde el alma y tardan en llegar a los labios, de aquellos cuerpos sin ropa. Respetaban a los que habían caído, porque esos eran los que volaban, como las gaviotas de aquella playa, como todos los que han desaparecido, los que andaban perdidos como ellos, eran los que se volverían a encontrar.
GESTOS
Aquí están. Tú no los aprecias, ni te das cuenta que te están delatando, que hablan por ti, tus gestos.
El rostro, ese espejo del alma con sus ojos turbios o estrellas del alba. Boca tensa, entreabierta o girando hacia el cielo. Manos descuidadas o extendidas como las alas de una gaviota. Tu columna encorvada y contrahecha, o como los dedos de Dios, esbelta y alargada.
Todo en nosotros, habla sin necesidad de volcar ni una sola palabra. Nuestros silencios, losas sobre los demás. Miradas perdidas, ciegas de sentimientos. Miradas tiernas, dos soles de bienvenida. Chasquido de lenguas mudas ante el asco, abatimiento del cuerpo que camina sonámbulo, ante tanto peso sin resolver.
Hablamos y hablamos, y no dejamos de hablar, aunque nuestras bocas no se hayan abierto, y nuestra garganta no teclee hacia las cuerdas.
Ayer me reprocharon tanto gesto enojado, y no supe qué contestar. La sonrisa helada sobre una rama pelada. Los ojos tan perdidos en las tinieblas, y las manos colgadas del precipicio de un cuerpo que se arrastraba.
¿Qué contestaría?
Tan sólo el silencio de mis palabras fue serio candidato de un Óscar a la mayor de las tristezas.
CORAZONES ROTOS
¿Habrá en algún lugar del mundo alguien al que no le hayan roto el corazón?
Creo que todos hemos pasado por alguna experiencia así, y esas situaciones no tienen edad.
A ella le partieron el corazón. La recuerdo con sus días buenos y malos, pero ahí seguía, con sonrisas y alguna que otra lágrima, pero seguía. A veces incluso a tropiezos, dando palos de ciego sí, pero ella seguía en pie.
Porque ser valiente no es luchar, ni aferrarse a alguien con todas tus fuerzas, o pasar las noches en vela llorando, esperando a que regrese, no, eso no es ser valiente.
Los verdaderos valientes son los que saben decir «hasta aquí», y poner fin a las mentiras, a la angustia, al sufrimiento, a ese cúmulo de cosas que llegan cuando el amor se va. Porque tarde o temprano todo se acaba, y es algo que hay que saber aceptar.
Los fuertes no son los que perdonan una y otra vez, los que hacen mil cosas por recuperar a quien han perdido, e intentan por todos los medios resucitar sentimientos que hace tiempo que están muertos.
Los fuertes de verdad son los que deciden marcharse. Los que aprenden a olvidar, aun sabiendo lo que eso cuesta. Los que se levantan de la cama solos, y afrontan un nuevo día con la mejor sonrisa, aún y estando triturados por dentro. Los que saben que si realmente quiere volver; volverá. Y que, si no vuelve, jamás habrá merecido la pena. Porque sentir dolor es inevitable, pero sufrir, es opcional. Y son de los que deciden no sufrir. De los que saben que merecen ser felices.
Y eso no significa que amen menos que los demás, simplemente tienen un secreto que han aprendido con el tiempo, y las decepciones: quererse a sí mismos por encima de cualquier cosa. Porque si no lo hacen, estarán perdidos.
Ya vendrán otros que los hagan vibrar de nuevo, porque tienen toda