Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La Butaca De Mimbre
La Butaca De Mimbre
La Butaca De Mimbre
Libro electrónico343 páginas4 horas

La Butaca De Mimbre

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Sentmonos en la simblica butaca de mimbre y disfrutemos de
esta novela-testimonio por la que decursan altos valores y anhelos
humanos, espirituales y sociales. El principal protagonista de esta
apasionante historia siempre movido por la bsqueda de la verdad
y la paz nos narra vvidamente diferentes momentos de su vida,
entre ellos, algunos donde corri graves peligros en escenarios de
la Segunda Guerra Mundial y varias historias humanas, en las que
prevalecen un elevado respeto por la mujer y el amor.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento28 abr 2014
ISBN9781463382223
La Butaca De Mimbre

Relacionado con La Butaca De Mimbre

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La Butaca De Mimbre

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La Butaca De Mimbre - Giustino Di Celmo

    Copyright © 2014 por Giustino Di Celmo & Luis Hernández.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014906543

    ISBN:   Tapa Dura                  978-1-4633-8224-7

                 Tapa Blanda              978-1-4633-8223-0

                 Libro Electrónico     978-1-4633-8222-3

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 14/04/2014

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    618114

    CONTENTS

    PRÓLOGO

    1

    2

    3

    4

    5

    6

    7

    8

    9

    10

    11

    12

    13

    14

    15

    16

    17

    18

    19

    20

    21

    22

    23

    24

    25

    26

    27

    28

    29

    30

    31

    32

    33

    34

    35

    36

    37

    38

    39

    40

    41

    42

    43

    44

    45

    46

    47

    48

    49

    50

    51

    52

    53

    54

    55

    56

    57

    58

    59

    60

    61

    62

    63

    64

    65

    66

    67

    68

    69

    70

    71

    72

    73

    74

    75

    76

    77

    78

    79

    80

    81

    82

    83

    84

    85

    86

    87

    88

    89

    90

    91

    92

    93

    BIBLIOGRAFÍA

    Al maravilloso pueblo de Cuba

    Que tanto lucha por la justicia y el amor

    Agradecemos al protagonista principal de este libro la disposición de contarnos su vida y aceptar que la escribiéramos.

    A Matilde Serrano, por el apoyo moral que siempre nos brindó para iniciarlo.

    A Graciela Laganá, por confiar desde el primer momento en nosotros para hacerlo, por ayudarnos a pasarlo en su computadora, y por su acuciosa y respetuosa corrección de estilo.

    A L.Pérez por su maestría al timón.

    A D.Bravo por su sazón.

    A nuestras esposas, por el estímulo constante de su paciencia y su cariño.

    A nuestros hijos y hermanos.

    A la Revolución cubana por estimular a toda costa la cultura.

    Los autores

    "LO PROPIO DEL AMOR ES EL ERROR […]

    SE HA DICHO: EL ERROR ES HUMANO; Y

    YO DIGO: EL ERROR ESTÁ ENAMORADO."

    VICTOR HUGO.

    Vivimos en un mundo de símbolos, y un mundo de símbolos vive en nosotros. Cada uno de ellos es la cifra de un misterio, el único modo de decir aquello que no puede ser captado o aprehendido de otra forma, y no están jamás explicados de una vez por todas. Se ha dicho, incluso, que lo simbólico ha de ser de nuevo descifrado, lo mismo que una partitura musical no lo está jamás de una vez y por todas, sino que reclama una ejecución siempre nueva.

    Juan Eduard Cirlot

    "Entonces, dónde estabas?

    Entre qué genes?

    Diciendo qué palabras?"

    Pablo Neruda

    PRÓLOGO

    "La suprema dicha de la vida es la convicción

    de que se es amado."

    Víctor Hugo

    […] Algo canta entre estas palabras fugaces.

    Pablo Neruda

    Querer prohibir a la imaginación que vuelva sobre una idea, es lo mismo que querer impedir al mar que vuelva a la playa.

    Víctor Hugo

    Cada terrícola tiene su propia vida. Nuestro planeta es mucho más pequeño de lo que parece. La historia no es un camino pre—establecido. La suerte no es un simple azar. El tiempo está lleno de amores.

    Estas y muchas otras verdades las ha evidenciado el protagonista principal de La butaca de mimbre, la novela—testimonio que ponemos a su alcance.

    Los nombres, incluso de los protagonistas, son ficticios, pero importan más las páginas tormentosas de esta obra donde se perfila lo esencial de una apasionante existencia.

    La trayectoria vital sacude vigorosamente los prejuicios anticuados que obstaculizan el camino de cualquier persona de estos tiempos, y lo hacen imposible de llegar a la meta, como el intento de explicar a una persona que no puede oír, los matices de la V Sinfonía de Beethoven.

    A través de los visillos de la puerta de sus vivencias, se pueden apreciar las virtudes de la personalidad de este hombre, un italiano del mundo, que nunca rechazó los más delicados y tentadores desafíos del amor.

    Siente una sugestiva tranquilidad de espíritu que no se aprecia con frecuencia en muchos seres, no obstante los años que ha vivido. Posee una notable memoria, que no es agua jabonosa donde se derriten sus más espléndidos recuerdos.

    Nació frente a un mar tan cercano, que parecía derramarse en todas las calles de su ciudad, a los 13 años se mudó para otra desde donde también se veían las olas. Un proverbio le otorga todavía la belleza natural que tiene: "Vedi Napoli, e poi muorì": [Ve Nápoles y después muérete].

    Lo que a su modo cuenta este personaje principal y real, se lee y se escucha con el asombro con que se conocen las experiencias de un peregrino alucinante, que regresa cargado de sueños de los santos lugares.

    Para él toda remembranza es legítima y válida, menos mantenerse al margen, en la incógnita infernal de los seres olvidados e ignorados.

    Creció, esperando que asomara el espejo del mar a través de la ventana del cuarto, arrullado por su quedo rumor, que era un runrún azul.

    Aunque acumula en su andanza humana muchos más éxitos que fracasos, demuestra en su singular relación, que tiene la rara lucidez de los que se enfrentan con fuerza al ímpetu de su destino.

    Él explica en La butaca de mimbre los más relevantes pormenores de sus pasos por la vida, con la misma agudeza que pone el pintor experimentado cuando concibe sus bocetos, y no oculta la certidumbre de que si el cántaro da en la piedra o la piedra da en el cántaro, mal para el cántaro.

    No es él de esos que han vivido tan paralizados en el pasado que no se les ocurre pensar en lo que tienen por delante.

    Hay seres que esconden muchas asignaturas pendientes de los exámenes impuestos por la vida y siempre están lamentando su falta de mundología, pero ese no es el caso de nuestro testimoniante.

    Nos habla de las emociones más hondas de su existencia, como si estuviera tendido en el diván de su casa, conversando con su almohada. Narra contradictorias peripecias, trueque de almas, nostalgias amorosas y, en ocasiones nimias ridiculeces e ingenuidades inevitables, pero ninguna de ellas mengua ni un ápice la grandeza del sobrehumano esfuerzo que ha hecho para recoger los frutos de su siembra cotidiana de tanto tiempo.

    Maravilla apreciar cómo algunas de las experiencias amorosas más intensas, que ahora recuerda en detalle, surgieron cuando todavía estaba sentado en los pupitres del colegio.

    Reconoce también que a distancia se puede tener una visión más objetiva y menos superficial de los acontecimientos pasados, lo que se percibe, sobre todo, cuando se refiere a las mujeres que marcaron sus más internas preferencias.

    Con un casi solemne chirrido de bisagras, se abre la verja del libro de su vida, y en él nos hace el recuento oportuno y sabio de sus años más convulsos y desaforados.

    Ha sido un hombre siempre acompañado, pero a veces piensa en voz alta, como el que accede a esa curiosa costumbre inalterable de las personas solitarias.

    Hay cuestiones de tal alcance en su relato, que quizás de momento no las comprendamos con toda profundidad, pero es que, como reza un proverbio: Dios escribe a veces derecho, pero con renglones torcidos.

    Generalmente la soledad nos pone una fugaz almendra amarga en el corazón, pero en realidad no todos servimos para místicos.

    Somos en verdad débiles granzas que empuja el torrente del tiempo, sombras que arrastra el olvido, mas el quid de la vida o la fórmula del éxito, radica muchas veces en no poner para el largo viaje todos los vasos de cristal en la misma canasta del carruaje.

    El tiempo no solo nos destruye, sino que nos llena de injurias. Sin embargo, nuestro testimoniante se ha burlado del tiempo, por ser en ese sentido tan distinguido como un aristócrata ruso de la época de los zares, aunque ha trabajado y trabaja todavía más que un mulo alquilado.

    Cada uno disfruta a su manera de su particular mundanidad, y aunque en ocasiones las cosas pasadas nos provocan una indefinible tristeza, el hombre es más inteligente que las palomas y estas, cuando llueve o el aire frío sopla más duro de la cuenta, se refugian a tiempo en los cálidos aleros de las casas cercanas.

    Nuestro narrador no ha temido escarbar en sus llagas, ni resucitar sus más espinosos recuerdos; y es de esos hombres generosos que son capaces de enseñar a caminar bien a una pobre mujer, con un libro en la cabeza que no debe caerse, para que aprenda a andar derecho, sin encorvarse nunca.

    Nos habla en estas páginas con la voz más modulada y devota de su registro; y es oportuno decir ya que con una agilidad casi felina, nos abre el zurrón de sus recuerdos, lleno de interesantes sorpresas inimaginables.

    Es discreto, porque, por ejemplo, no menciona nombres reales de mujeres, pero, en cambio, no se ha quedado con muchos secretos en su alma.

    Como todo testimonio novelado, su huella vital aparece aquí a saltos, pero en él está la rica savia de su infancia, su barrio natal, su adolescencia, su marca de familia, la dura experiencia inicial de la Segunda Guerra Mundial en varios frentes internacionales y lo que —parafraseando la conocida y admirada obra del poeta chileno Pablo Neruda— puede llamarse Veinte dilemas de amor y una pasión multiplicada.

    Aquí empieza la historia marcada y resumida bajo el símbolo que le da título: La butaca de mimbre.

    Es sencillamente el hilo conductor de los pasos de un hombre que ha recorrido y recorre muchos caminos y su más importante equipaje es el AMOR, ese sortilegio universal que une a las personas de todas las edades, tamaños, sexos, idiomas, razas, nacionalidades, costumbres, ideologías y creencias.

    Justamente el AMOR es el eje invisible y sabio que hace que los seres humanos no se vuelvan animales irracionales, ni en las más difíciles circunstancias.

    El AMOR abre puertas, sube cimas, acorta y sobrepasa distancias, lima asperezas, elimina diferencias, resuelve discordias, se sumerge en las profundidades, levanta pesadas cargas, vence obstáculos al parecer insalvables, alivia dolencias, alienta esperanzas y vuela como las aves más veloces, acompañado siempre por la infinita música de las ilusiones.

    El AMOR hace que la esencia humana, la inteligencia, la amistad, la nobleza, la buena voluntad, la sinceridad, la honradez, la hermandad, la gratitud, la verdad y la paz, prevalezcan por sobre los demonios, los odios, las guerras, las venganzas y las maldades del mundo.

    La butaca de mimbre es, a grandes rasgos, la cicatriz del alma de un hombre que solo siente el íntimo orgullo de haber existido y existir con AMOR, la sublime palabra que encierra los mejores valores del cerebro humano.

    Sentémonos todos imaginariamente en esta butaca, meditemos en el destino del ser humano que habitó y habita la Tierra, en el que está muriendo y naciendo ahora mismo en todos los puntos cardinales del planeta, y en el que deberá nacer en el futuro.

    Sentémonos en esta butaca simbólica y leamos el libro de la libertad, la justicia social, el patriotismo, el internacionalismo, la solidaridad, la independencia, la soberanía, el bienestar de los seres humanos, sus derechos, sus aventuras maravillosas y reales, su salud, su médico, su maestro, su escuela, su techo, su familia, su cultura, su esperanza, su fe.

    Acérquese usted a este experimento práctico de laboratorio filosófico y sociológico que es la vida, —hasta ahora desconocida—, de este hombre, lo que se le ofrece en La butaca de mimbre.

    Lea con avidez esta enervante historia y, al terminar la última página, podrá decir, con sinceridad, si alguna de estas experiencias se parecen a las que usted ha vivido.

    Los autores.

    1

    […] Por qué se me vendrá todo el amor de golpe, cuando me siento triste, y te siento lejana.

    Pablo Neruda

    "En aquel momento empezaba la tercera guardia, y en Belén la mañana amanecía sobre las montañas del este, pero tan débilmente que en el valle todavía era de noche.

    "El guardián situado en el tejado de la vieja posada, tiritando de frío, estaba escuchando los primeros sones con los cuales la vida, despertando de nuevo, saluda al nuevo día, cuando vio una luz que ascendía por las colinas en dirección a la casa.

    "Al principio supuso que sería una antorcha llevada por la mano de algún viajero; inmediatamente después, pensó que sería un meteoro; sin embargo, el punto luminoso fue creciendo hasta convertirse en una estrella.

    Aterrorizado rompió a gritar y pronto todos los que estaban entre los muros de la posada subieron al tejado. El fenómeno con un movimiento irregular, seguía acercándose. Poco después, la posada y sus alrededores aparecían iluminados por un resplandor intolerable.

    Hasta ahí había leído cuando me cayeron de pronto unas flores en el libro, provenientes de la terraza. ¿Anuncio? ¿Símbolo? ¿Casualidad? ¿Atrevimiento?

    Yo estaba en una desconocida ciudad antigua, con nombre de personaje celestial: San Ambrosio. Había estallado la Segunda Guerra Mundial, y fui enviado a la frontera entre Francia e Italia.

    En este sitio, casi perdido en el mapa europeo, nuestra unidad militar ocupó varios edificios, para alojar a la tropa completa. Al pelotón que yo mandaba, se le dio albergue transitorio en una edificación moderna, a la entrada de esa localidad, en un garaje grande, sobre el cual se alzaba una amplia terraza de igual tamaño.

    Recuerdo claramente que había allí un estrecho camino al lado del garaje y que el edificio que convertimos en campamento poseía dos plantas.

    Por la noche me sentaba en una cómoda y añeja butaca de mimbre, justamente en el camino que llevaba a la residencia que estaba pegada al referido garaje, y allí leía escapado del mundo, como si no estuviéramos movilizados militarmente y la peligrosidad de la guerra fuera solo una simple pesadilla de mala noche.

    Cuando llevábamos en ese lugar una semana, y mientras leía ensimismado, ocurrió eso que jamás había sospechado ni en sueños.

    De momento no hallé una explicación medianamente lógica al hecho aquel y pensé que por una circunstancia casual esas flores se le habían caído a alguien. Sí recuerdo en forma transparente que eran unos tulipanes preciosos, en mi imaginación negros.

    Como para mí había sido algo accidental, digamos, no lo comenté con ninguno de los soldados ni sargentos de mi pelotón. Yo creo que ni siquiera lo hablé con mi propia conciencia. Diría que ni con mi Ángel de la Guarda.

    Pero la vida es testaruda, y a los tres días volvió a suceder lo mismo: otras flores, esta vez unos gladiolos, los veo en mi mente como azules; cayeron sobre las páginas abiertas de la novela que estaba leyendo, que era Ben-Hur del escritor norteamericano Lewis Wallace (1827—1905), el célebre relato de evocación romana.

    Era una novela mítica, una de las obras fundacionales de la narrativa estadounidense moderna, historia que ha apasionado a millones de lectores de todo el mundo, a lo largo de más de un siglo.

    De esa obra —publicada en 1880— se hizo una versión teatral y se filmaron dos películas: una en 1925 y otra en 1959.

    Claro que ya no me pareció casual el hecho —aunque sí simbólico— y enseguida miré hacia arriba, con ojo de militar acuartelado, y descubrí al instante a una mujer que sonreía de su fina audacia, como esperando que yo la descubriera.

    No hizo ni un solo gesto para ocultarse. Ni siquiera intentó el simulacro de esconderse. Y cuando se percató con absoluta seguridad de que ya yo la había visto bien, entonces se ocultó inmediatamente, sin abandonar su preciosa sonrisa.

    Aquella mujer tenía como ocho o diez años más que yo. Así comenzó nuestra relación inesperada, y pronto supe que era una sensible señora que sobresalía, entre otras virtudes, por ser una excelente pianista. Vivía allí en uno de los apartamentos de la planta alta del edificio que habíamos ocupado en la vorágine de las primeras semanas de la guerra.

    Las palabras iniciales de nuestra amistad se abrieron de ese modo singular en que los dos nos conocimos: ella mirando hacia abajo, y yo mirando hacia arriba.

    Esta atrevida mujer, Olga, estaba en ese momento casada con un hombre bastante recio de carácter, una persona muy dominante, un militar, un jefe italiano fascista, quien se encontraba lejos, en funciones propias de la situación bélica reinante.

    El nuestro fue un sublime romance a escondidas. Una relación furtiva, tensa e impresionante, por su grado de clandestinidad. Si aquel jerarca se hubiera encontrado de pronto conmigo en su propia alcoba, me hubiera descargado su pistola en el pecho, sin la menor vacilación, tal como se aplasta a un insecto.

    Pero, afortunadamente, el alto oficial no pudo sorprenderme nunca con Olga. Él se ausentaba de su casa mucho tiempo y yo me quedaba con ella en los ratos que podía, con la excusa pública de escuchar su música al piano.

    2

    Los incidentes que van a leerse no fueron todos conocidos.

    […] Lo que de los hombres se dice, ocupa en su vida, y sobre todo en su destino, tanto lugar como lo que hacen.

    Víctor Hugo

    En 1940, cuando yo estudiaba en un instituto en Nápoles, Italia se sumó a la Segunda Guerra Mundial, junto a Alemania y Japón.

    Se cumplían ya los primeros 20 años de mi vida. Me reclutaron militarmente muy pronto y después de un riguroso entrenamiento que solo podía ser asimilado en esas circunstancias y a mi edad, me mandaron al vestíbulo mismo del infierno, a combatir como carne de cañón a la primera línea, en los batallones de asalto.

    Yo era hasta ese minuto un muchacho bastante noble, pero el rigor y la impiedad del entrenamiento que me dieron me transformó la personalidad totalmente, de modo tan negativo y tan brusco, que no me reconocía ni ante el espejo, ni ante mi propio yo.

    Siempre que reflexiono sobre esta etapa de mi existencia, me pregunto cómo una persona puede ser violentada en sus más íntimos sentimientos, tan criminalmente y en un tiempo tan corto.

    Casi me vuelvo filósofo al meditar seriamente en este asunto y llego a la conclusión de que me salvó mi código genético.

    Permítaseme apartarme unos minutos para abordar el aspecto técnico de lo que deseo explicar.

    Existen perfectamente comprobadas ciertas preprogramaciones del comportamiento de los seres vivos. El hombre preprogramado es una realidad irrebatible, quiero decir, que está dirigido por programas hereditarios.

    Dicho de otro modo, el ser humano viene al mundo realmente dotado de una serie importante de preprogramaciones. Después ocurre un complejo proceso de adaptación como determinantes esenciales de su conducta. Es algo similar, —salvando las lógicas diferencias—, a lo que se ha podido apreciar en la actuación de los animales.

    Una mariposa, por ejemplo, se eleva por los aires inmediatamente después de haber salido del capullo. La araña, sin previo entrenamiento, construye una red. Un pato empollado por una gallina clueca, al nacer, busca el agua y la comida en el charco. Nunca se le ocurriría, como a la gallina, picotear para encontrar los granos. Evidentemente su conducta tiene resortes innatos, transmitidos por la herencia.

    En rigor no son innatos los modos de comportarse, sino las estructuras orgánicas que le sirven de base: células nerviosas, órganos de los sentidos, órganos realizadores y sus correspondientes conexiones.

    Cuando menciono el vocablo innato o el concepto de adaptaciones, esto es lo que quiero decir: Por ejemplo, un pájaro criado aislado del ruido, entona el canto de su especie, por reflejo incondicionado que nos permite preguntar de dónde vino y de quién lo aprendió.

    Yo insisto en este apasionante fenómeno del comportamiento humano del recién nacido, como respirar y tragar, mientras se alimenta por succión en el pecho de su progenitora. La criatura realizará movimientos de locomoción, si se le conduce erguido por una superficie. Si a las pocas semanas se le coloca en una bañera, y se le sostiene por la barbilla, hará movimientos de natación con una perfecta coordinación cruzada.

    Esos niños lactantes pueden agarrar una cuerda con las manos, gracias a sus fuertes reflejos de presión. Igualmente con un movimiento pendular automático de la cabeza, buscan el pecho de la madre, sonríen y emiten sonidos guturales.

    Incluso las adaptaciones a que me refiero determinan el modelo de los movimientos del rostro. Todo eso explica el hecho de que los niños que nacen ciegos y sordos, criados en la oscuridad y el silencio permanentes, ríen y lloran como nosotros, pese a no haber podido copiar estos modelos de conducta de ninguna persona.

    Por último, el caso del niño de cinco años, sordo y ciego de nacimiento, con muñones en vez de manos, por lo que no puede obtener mediante el tacto ningún tipo de información sobre la mímica de los semejantes, y que, sin embargo, ríe como una muestra de satisfacción ante esos estímulos. ¿Quién se lo enseñó? ¿De quién aprendió a hacerlo?.

    Me desvié un poco del tema de la guerra con esas parrafadas científicas, biológicas, pero para expresar que si mi herencia familiar progenitora no es noble, sana y generosa —de mis abuelos y padres— yo termino convertido en verdugo fascista, con excelentes calificaciones. ¡La sangre me salvó!

    3

    Oíd como yo razono

    "[…] ¡Edad adorable!

    Las mejores verdades son las más sencillas.

    Víctor Hugo

    Si hay algo a lo que yo no sepa resistirme, es a la tentación natural de contar con detalles la historia.

    Existen millones de cosas que nunca llegamos a entender completamente, por más que nos expliquen. Sin embargo, voy a contarles muchas de mis gratas ilusiones, y una buena parte de mis grandes tormentos.

    Una de las sensaciones —que me dolerá perder cuando llegue a ese largo túnel de paz que es la muerte—, es el recuerdo de la ciudad de Salerno, a orillas del golfo del mismo nombre, en el tobillo oeste de la bota que es la península itálica. Da justamente al impresionante y legendario mar Tirreno.

    Yo puedo renunciar a lugares de mi memoria, sin ningún remordimiento, pero no podría decir eso mismo del sitio exacto de la geografía italiana donde nací, el viernes 24 de diciembre de 1920.

    Hablo de una pintoresca ciudad portuaria del sur de Italia donde también nació mi madre, Juana, aunque en 1899. Allí precisamente, además, están Sorrento, en el golfo de Nápoles, con miles de historias, célebre por sus paisajes. Y Amalfi, también ciudad portuaria, en el Golfo de Salerno, donde nació Flavio Gioja, uno de los italianos que más vinculado estuvo a la tabla de salvación de todos los

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1