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El Caminante
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Libro electrónico257 páginas4 horas

El Caminante

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Todos me reciben como se nunca hubiera salido de allí, pero saben que soy un caminante y no tengo parada obligatoria. Navego sobre fuertes tempestades y días imprevisibles. Vivo como un barco a la deriva. Mi camino es sin destino. Soy un caminante y me gusta quedarme entregado al sabor del viento. No uso brújula.

(…)

Me dijo que los campesinos trabajan de diez a doce horas por día en las plantaciones de arroz y en las haciendas de té que quedan en medio de una depresión alrededor de un peñasco a lo largo de un terreno accidentado; trabajan debajo de un sol tórrido que algunas veces pasa de los cuarenta grados Celsius. Trabajan descalzos con un pantalón doblado hasta la altura de la rodilla para mojarse solamente los pies, pisan descalzos dentro de las plantaciones, colocan las semillas de arroz o té, con los pies sumergidos en el fango.
IdiomaEspañol
Editoriale-galáxia
Fecha de lanzamiento24 ago 2016
ISBN9788584741274
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    El Caminante - Marcos Torres

    Brasil.

    Caminos Abiertos

    Era una noche lluviosa como esas noches de un verano muy intenso. Después llega el amanecer del día siguiente y la lluvia continua cayendo para aliviar un poco el calor. Viernes de carnaval y la ciudad está en plena juerga por sus cuatro lados. Thoth se da cuenta de esa agitación al volver de comer en un restaurante cerca del lugar donde está hospedado. Necesita dormir, aun sabiendo que va a ser un poco complicado, debido al intenso bullicio producido por la juerga del carnaval y por el pasa-pasa de los transeúntes andando de un lado para otro haciendo mucho ruido. Ya es cerca de medianoche y tiene que dormir, pues tiene que despertarse a las tres de la madrugada. Al amanecer todo tiene que ser muy rápido: tomar un baño y una taza de café para espantar el sueño; después enseguida tomar la maleta y bajar la ladera del centro histórico, sentido pelourinho¹ para tomar un microbús frente al Elevado Lacerda, pues todos los itinerarios habituales de la ciudad habían sido cambiados en función del carnaval. Esos microbuses son aquéllos que van directo para el aeropuerto, facilitando la vida de quien va a viajar de avión en esas ocasiones, así como la de Thoth y, claro, de miles de otros pasajeros y moradores de la ciudad.

    El vuelo sale a las seis de la mañana, pero él tiene que llegar una hora antes para hacer el check-in a las cinco de la mañana, por tanto, una hora antes de lo previsto. Duerme un poco inquieto y con insomnio, debido al ruido excesivo que la ciudad tiene toda la noche. El insomnio se debe a todo el ruido que la ciudad tiene en esos días de fiestas de carnaval, a lo que se une la agitación del día anterior. Y todo eso sucedió por miedo de perder el horario del vuelo, porque después de perdido el horario programado es muy complicado conseguir un nuevo horario en otro vuelo en las compañías aéreas, principalmente en época de carnaval, cuando es un verdadero trastorno conseguir una transferencia para otro horario y continuar viaje.

    Toma el equipaje en una mano y en la otra un pequeño maletín para las necesidades más urgentes. Junto con ese maletín lleva siempre a mano un libro para pasar el tiempo dentro del avión durante el vuelo, que surca las nubes del cielo, mientras el destino no llega. La calle está oscura, decenas de personas pasando con sus disfraces de carnaval, otras volviendo para sus casas, casi cayéndose, de tanto cansancio del día anterior; gente con cara de quien desea una cama a cualquier precio lo más rápido posible. El hambre ya fue absorbido por el cansancio, y muchas veces, por el consumo excesivo de diferentes bebidas; por el movimiento del cuerpo que acompaña las músicas por un período de aproximadamente cinco o seis horas en medio de un montón de gente frenética y bulliciosa; y por muchas noches seguidas sin dormir, como es habitual en esta época de carnaval callejero.

    Thoth sigue por el centro histórico en medio de calles estrechas y casas coloridas, así como caserones con sus arquitecturas coloniales del siglo XVIII y con algunas pinturas que fueron influenciadas por la cultura europea. Todo eso dejado por los portugueses y preservado por el Instituto del Patrimonio Histórico Cultural de la ciudad y, es claro, por algunos de sus moradores más antiguos, naturalmente. Llegando al final de la ladera que da acceso al pelourinho, lugar donde se concentra la mayor cantidad de edificios históricos por metro cuadrado enclavados en la ciudad alta; entre la Bahía de Todos os Santos y los barrios adyacentes, que también forman parte del centro histórico, y en medio de edificios de lujo que se encuentran en el centro comercial de la ciudad y próximo a la playa entre laderas, calles y avenidas que separan geográficamente la ciudad alta de la ciudad baja; él sigue en dirección a la parada de ómnibus que lo llevará al aeropuerto.

    Thoth baja hasta el final de una ladera para tener acceso a la otra que lo llevaría de hecho al centro histórico y al pelourinho; y hace la conexión que da acceso al Mercado Modelo, lugar donde se concentran los microbuses que llevan pasajeros para el aeropuerto y las playas más distantes del centro de la ciudad. Aun de lejos era posible ver del otro lado el pelourinho: calles, laderas y callejones y todo un frenesí y parrandas que allí estaban siendo movilizados por el carnaval; se podía ver diversas manifestaciones culturales y artísticas como en los antiguos carnavales de los años 50 y 60. Ese era un tiempo cuando todo sucedía en medio de la calle y al aire libre para todo el mundo ver y participar libremente; era posible oír las antiguas marchas de carnaval que poco se oyen hoy en día y en pocos lugares; la capoeira² en el medio de la calle; los grupos de percusión invadiendo calles y laderas tocando al compás del latido del corazón; teatro a cielo abierto; maculêle³, que es una danza rival africana donde los contendientes se enfrentan con cuchillos y pedazos de madera, en una danza tribal mágica y graciosa; palcos armados en las plazas para recibir los cantores y tocadores de guitarra y percusión. Pero nada de eso pudo ver, pues siguió en otra dirección y tomó otro rumbo; algo inesperado sucedió y Thoth Fênix fue directo para el aeropuerto.

    El carnaval de hoy es muy diferente de aquél de la Edad Media en tiempo de François Rabelais. En la Edad Media la risa era parte vital de la fiesta del rey momo y tenía una gran importancia dentro de la sociedad; mientras limitaciones de la juerga de hoy esconden la cara de un hombre degenerado y vil. Hoy las palabras son cambiadas por las imágenes y los gestos en un teatro casi desprovisto de significado, ocultando el lado más nefasto de una sociedad escondida detrás de la máscara de pierrot; al contrario de los tiempos medievales en que la risa, la comedia y la sátira daban un tono a la juerga en le fiesta del rey momo; aunque en la fiesta del rey Baco la situación fuese muy parecida con la de ahora, ya que allá ocurrían algunas bacanales tal como ahora.

    Hace décadas era un carnaval hecho por el populacho; el pueblo se entregaba a la alegría en una tentativa de desconectarse por algunos instantes de una vida ordinaria que daba cierto tedio, y se entregaba al sabor de los deseos, mientras la burguesía permanecía sentada en los sillones viendo el desarrollo de los acontecimientos; más tarde iba para los clubs disfrazada con máscaras y fantasías. Una forma de esconder su verdadero rostro. Hoy el carnaval es como un producto vendido en los estantes de los supermercados. La alegría se vende como mercancía. La diversión tomó otra coloración.

    Antes el carnaval era muy diferente de éste de ahora; en un pasado distante en que la sátira y la risa eran los elementos que daban el tono del carnaval en tiempos medievales; semejante al grande apogeo de las marchas de las décadas pasadas que conducían el carnaval entre callejones y laderas, calles y avenidas, en las décadas de los cincuenta y los sesenta más precisamente; en una época en que todos compartían el mismo espacio y las personas desfilaban en el mismo espacio sobre el mismo suelo. La entonces fiesta del rey momo fue disipada por el viento y cambiada al sabor del tiempo, de acuerdo con el condimento conforme a la receta.

    Todavía era muy temprano y la noche aún dormía. Mientras todos estaban eufóricos, el cielo ofrecía una leve neblina y una fina llovizna que lloraba de lo alto de una torre de iluminación en medio de la avenida abarrotada de gente. Thoth no es muy bueno en quedarse masturbando demasiada melancolía o cierta morriña. Él ve el mundo que viene a partir de una mirada difusa; le gustan otros aires en una selva virgen más allá del Atlántico, a ser exprimido por una multitud eufórica y en constante devaneo. Thoth es un extranjero que nunca había visto algo como aquello. El frenesí era general.

    Thoth podría presenciar todo lo que sucedía libremente en medio de la calle, todo ese carnaval callejero como antes: si un imprevisto no ocurriese. Al ir para el otro lado de la calle y el inicio de la otra ladera que da acceso al Largo Terreirode Jesus, donde hay una para de ómnibus urbano, paró un poco para descansar, pues la parada del microbús que lo llevaría al aeropuerto quedaba en la parte baja de la ciudad, frente al Elevado Lacerda; y a pesar de que el equipaje no era muy pesado incomodaba y le dolía la mano cuando quedaba mucho tiempo a la altura de la cintura y con los brazos en ángulo de noventa grados. Justo en el intervalo de ese descanso estaba la parada de ómnibus urbano que llevan a los pasajeros para diversos barrios de la ciudad; a diferencia de los microbuses que ya tienen un itinerario específico. En ese mismo instante de descanso, más o menos por vuelta de las tres y media de la madrugada, venía pasando un ómnibus que no iba exactamente al aeropuerto, pero llegaba bien cerca. El reloj ya daba las cuatro horas de la madrugada; en pleno carnaval, con la flota de ómnibus reducida, el lugar donde iba a tomar el microbús que lo llevaría directo al aeropuerto quedaba aproximadamente a unos quince minutos de distancia de donde estaba.

    En esas horas de situaciones inesperadas, lo mejor era garantizar e ir enfrente, pues no hay tiempo que perder. Él tomó ese ómnibus que minutos después lo dejaría a pocos metros del aeropuerto. En el trayecto fue observando los lugares por donde pasaba y, absorto en sus pensamientos, intentaba desesperadamente entender: ¿Cómo podría estar pasando por situaciones tan diversas en tan poco tiempo? Hacía pocos minutos estaba en medio de miles de personas; eso sin contar con las otras miles entre laderas, calles y avenidas; según las estimativas de los órganos oficiales de turismo eran dos millones de personas amontonadas, dándose codazos unas a las otras entre cuatro o cinco calles y avenidas de una ciudad que tiene una población total de tres millones de habitantes; o sea, el total de los juerguistas era casi igual al número de habitantes de la ciudad; todos estaban en busca de una felicidad pasajera y frenética. Thoth estaba en medio de un contraste; hace pocos minutos estaba dentro de una gran multitud, ahora estaba delante de calles y avenidas desiertas y sombrías absorto por un tiempo que temía que no pasara camino del aeropuerto.

    No había ni un alma en aquellas avenidas y calles estrechas, grandes dunas de arena blanca tan desiertas o poco habitadas como las montañas heladas del Polo Norte, de la Antártica o Groenlandia. Con lo que él no contaba era que iba a ser dejado en una avenida fría y vacía, peligrosa y, según las informaciones de personas que iban pasando por el lugar, frecuentada por ‘ladrones’ y ‘carteristas’. Todo eso a pocos metros del aeropuerto. El problema es que el acceso era difícil hasta la entrada del aeropuerto, por eso tendría que conseguir otro medio de transporte si no quería ser asaltado en el medio del camino a aquella hora de la madrugada en una avenida lúgubre y sombría. De repente un joven se aproximó: era delgado y larguirucho, y le dijo: "¡Señor! Le recomiendo tomar otro transporte, un taxi, un motoboy, y salir de aquí lo más rápido posible, porque no es recomendable quedarse por aquí por mucho tiempo. La situación aquí es ‘negra’. Tome aquella moto y siga su camino". ¡Voy a tomarlo, sí, muchas gracias! Respondió Thoth. Le indicó al motoboy el destino, acordaron el precio y el motociclista lo llevó al aeropuerto.

    En medio de tanto pavor consiguió respirar un poco mejor y pensar con gratitud por la gran bondad de aquel joven. Cuando se fue no supo cuál fue el destino del muchacho, para dónde fue y ni de qué manera; sólo quedó inmensamente agradecido por su acto de bondad y coraje; a final de cuentas, en un lugar como aquél nadie sabe quién es quién, ni aun lo que puede suceder. La bondad y la maldad están en todas partes. La verdad es que el muchacho sólo ayudó a un pobre hombre, moribundo y aterrado de tanto miedo, que no sabía que hacer ante aquella angustiosa situación. En verdad ayudó a alguien que necesitaba de su ayuda y eso ya era bastante. No necesitaba más de otras explicaciones y justificativas que la gente siempre procura para algunas situaciones que huyen de nuestro control, del tiempo y del espacio.

    El aeropuerto estaba tranquilo; parecía un día común como cualquier otro, aunque la ciudad estuviese en pleno carnaval. Pocas personas aguardando sus vuelos. Al lado había una banda de percusión de Música Popular Brasileña que estaba aguardando el vuelo con sus instrumentos musicales, conversando, ajustando algún detalle de la presentación o simplemente charlando sentados en las butacas del zaguán del aeropuerto. Todos conversando al mismo tiempo sobre diversos asuntos y ciertamente sobre detalles del próximo show que irían a hacer en cualquier lugar en cualquier ciudad.

    El tiempo estaba caliente y el horario avanzado; después de algunos minutos alguien avisa por el altoparlante que el vuelo para São Paulo se iba a atrasar un poco debido a demora al colocar los equipajes en la aeronave o algo parecido. Finalmente, después de algunos minutos todos ya estaban acomodados y la aeronave despega para São Paulo.

    Después de pocas horas el avión aterrizó en la selva de piedra. El aeropuerto era un verdadero frenesí; gente agitada andando de un lado para otro; entra, sale, embarca, desembarca. Personas viendo las últimas noticias en el notebook, leyendo un periódico o simplemente tomando café caliente con tostadas o pan de queso, un jugo de naranja o de frutas, o hasta una sopa caliente.

    Había gente llegando de todos los rincones del mundo: surfistas con grandes planchas, extranjeros de varios lugares del mundo, hombres de negocios buscando realizar buenas transacciones comerciales. Algunos de los parientes de las personas que aguardaban, llegaban de viajes internacionales a la espera de abrazos, intercambio de cariños y afectos; matando la morriña de padres e hijos, parientes y amigos, en verdaderas demostraciones de aprecio y una mezcla de aprehensión y alegría contenida; como aquella del padre que espera por el hijo que no ve hace muchos años o algo parecido, no se sabe con seguridad.

    Algunas personas todavía no se habían dado cuenta que estaban en Brasil; o sea, una tierra tropical y caliente, principalmente en esa época de verano tan intenso; ellas todavía conservaban su estilo europeo o usaban ropas de frío; vestuarios típicamente usados en el invierno o en lugares con temperaturas permanentemente muy bajas: camisas por dentro de blusones, chaquetas y pantalones con zapatos de cuero, camisas de manga larga con cuello cerrado; mujeres con botas de cuero, pareciendo aquellas botas usadas en estaciones de esquís en los Alpes Suizos, Holanda o en los países fríos de Escandinavia y la Cordillera de los Andes o en la Patagonia y, hasta inclusive, en el Polo Norte, donde los esquimales las usan para protegerse del frío, del hielo, de las tempestades de nieve y de las avalanchas.

    Personas amontonadas dándose codazos unas a las otras en frente de la salida de desembarque; parecía que estaban angustiadas y afligidas buscando alguna noticia o confirmación del vuelo de parientes queridos y amigos; miraban unas veces para las puertas automáticas de desembarque, otras para los paneles luminosos que se encuentran en frente de la salida; esperando la llegada de los vuelos de sus parientes y amigos, la angustia parecía interminable.

    Del lado de fuera del zaguán del aeropuerto taxistas ávidos por una buena carrera en busca de turistas y moradores de la ciudad. Allá afuera el sol está muy caliente; Thoth permanece aguardando a un amigo que va a llevarlo para la Pérola do Atlântico⁶. La ciudad de Guarujá fue llamada por los nativos y visitantes por ese nombre: Pérola do Atlântico; ciertamente por ese lugar ser tan valioso como una perla de verdad; según algunas fuentes ese nombre se deriva de dos palabras indígenas: gu-ar-y-ya, que quiere decir camino estrecho de un lado a otro y guaru-ya, que quiere decir vivero de sapos y ranas. También era conocida como guaibê por los indios, que significa bejuco de amarrar.

    La ciudad está agitada como de costumbre, un entra y sale de carros con sus bocinas enfurecidas; personas esperando en las salidas de emergencia y parando en las aceras esperando parientes y amigos que vienen a buscarlos para sus destinos. El amigo de Thoth acaba de llegar: un hombre de estatura baja, fácil sonrisa, buena conversación, con cabellos canosos, típicos de la media edad, una barbilla afilada con un hoyito en el medio, usa gafas Ray-ban y viste una bermuda con bolsillos a los lados y una camisa mínimamente bordada con un pequeño cocodrilo. Intercambian algunas palabras y después toman la carretera. El trayecto es bonito. Toman una carretera larga y sinuosa, Anchieta-Imigrantes, siguiendo por la Serra da Mantiqueira. Un lugar lindo donde la naturaleza se encargó de armonizar todo para los ojos más atentos y

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