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Desde mi alero
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Desde mi alero

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Diccionario de actualidad.

Utilizando cada una de las letras del diccionario se han seleccionado palabras cuyo significado, contenido y relación con la rabiosa actualidad son definidos, comentados y/o criticados . Todo ello entrelazado mediante amenas charlas con un viejo profesor y amigo del autor.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 dic 2019
ISBN9788418104886
Desde mi alero
Autor

Roque Gámbaro Royo

Roque Gambaro Royo es profesor universitario desde hace ya más de 36 años, algunos más ejerciendo la abogacía y disfrutando escribiendo pese a sus limitaciones, amante de la libertad, crítico de lo malo e implacable con quienes pretenden destrucción y ruina para la sociedad, sigue firme a los auténticos ideales de justicia, libertad e igualdad. Le trae al pairo ser vilipendiado. Su respuesta a la necedad será, sencillamente, la indiferencia. Enemigo de dictaduras y nacionalismos, no renuncia a su derecho a la libertad de expresión, llama a las cosas por su nombre y no cejará en el empeño de aportar su granito de arena para evitar que el problema de España siga siendo de cultura pues esta, como bien diría Santiago Ramón y Cajal, es llave maestra que abre la puerta a progreso y libertad. Su sexto trabajo acredita entusiasmo por la Literatura. En éste género, como en otras expresiones artísticas, priman pasión, satisfacción personal, y no otros aspectos efímeros.

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    Desde mi alero - Roque Gámbaro Royo

    Prólogo

    No esperaba el honor de prologarte, mucho menos luego de haberlo solicitado educada y cortésmente a importantes personajes del mundo de la literatura y del periodismo. Después de haber sido ninguneado y haberte contestado solo uno declinando la invitación —no se lo tengas en cuenta, recuerda que quien quiere de esta vida todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos—, me llegó tu petición, que acepto de buen grado; y aquí estoy, cumpliendo el cometido encomendado.

    Desde mi lejanía, conociéndome solo por la lectura —no es poco—, he querido devolverte el favor de haber tenido algunos de mis libros entre tus manos, pues, no te quepa duda, para cualquier escritor, poetas incluidos, la mejor paga es saberse leído. Es un honor.

    Considero que el que hayas utilizado cada una de las letras del rico abecedario de nuestra lengua castellana para elaborar tu obra a base de disertar, criticar y ensalzar puntuales palabras, otrora bien aprendidas, ahora denostadas en muchos casos, ha supuesto una labor investigadora original e interesante.

    Haber entrelazado con elegancia tus sinceros comentarios y opiniones —ocasionalmente mordaces, pero generalmente acertados— con imaginadas tertulias y consejos de tu «viejo profesor», otorgan al texto un aire de frescura, denotando sincero agradecimiento a quien, supongo, fue tu maestro en el ámbito de la Filosofía del Derecho, el cual, sin duda, dejó su indeleble huella en tu forma de entender la vida, forjando en ti una sana manera de vivirla, disfrutarla, compartirla. Tan es así que hubo momentos en los cuales las conversaciones llegaron a parecerme reales. Hubiese sido un halago participar en esas tertulias con don José, a quien, estimo, rindes un sentido homenaje; esto te enaltece, pues el agradecimiento es la parte principal de una persona de bien.

    Debo confesar que me ha gustado gran parte de cuanto escribiste de la «a» a la «z». En ocasiones, yo hubiese sido más mordaz; otras, menos cauteloso, pero siempre igual de sincero y crítico que tú. Me agrada tu valor al escribir porque, mientras el cobarde teme a su propio temor, el valiente solo teme al contrario. Conoces mi forma de escribir, prosa cáustica, socarronas poesías, pero es que lo sentido debe expresarse en cada momento, sin matizar, sin esconder el pensamiento profundo capaz de contar y cantar las verdades del barquero cuando proceda y cuando no; para eso están los escritores amantes de la libertad y la palabra.

    Desde la lejanía que nos une a través del pensamiento, capaz de eliminar tiempo y espacio, luego de leer con cierto sosiego tu trabajo, me atreveré a censurar ciertas carencias del lenguaje, pues conoces bien cuál fue mi pulcritud y exigencia a la hora de escribir; no obstante, debo matizar mi crítica alagando tu sinceridad, esa nobleza tan característica en los maños, adornada en este supuesto a base de claridad y sentimiento, muy propios de la buena gente de mi siempre querida España, últimamente tan vilipendiada por tirios y troyanos; sobre todo por cuantos lerdos hay metidos a políticos, que tanto ofrecen a sabiendas de que no lo van a cumplir.

    La vehemencia de tus palabras, a veces, y el énfasis puesto en la defensa de esas sanas convicciones aportan «desde tu alero» un rayo de sol y esperanza; fresca brisa tragicómica capaz de hacer soñar con mejores tiempos, siempre deseados por los españoles de bien, siendo tus reiterados consejos y críticas savia pura, agua fresca, limpio rocío de la mañana empecinado en despertar aletargadas conciencias que, a modo de espinos, ahogan las semillas dejadas caer por el sembrador en terrenos baldíos, en ocasiones, o, en otras, capaces de generar honores y gloria a un gran pueblo.

    No dudaré en afirmar, pese a mi sarcástica forma de escribir, que lo redactado «desde el alero» personal de Roque mereció mi aprobación; incluso, puntualmente, el aplauso. Hasta tal punto que hubiese firmado definiciones y opiniones tan acertadas como sencillamente narradas, pese a considerar algunas muy escuetas, aunque siempre es más fácil añadir lo que falta que quitar lo sobrante. No obstante, tendrá abundantes críticas e incluso desprecios, pero eso debe halagar siempre al escritor por una razón sencilla: todos los que parecen estúpidos lo son, y también los hay entre los que no lo parecen.

    Por supuesto, hago míos los sabios consejos de don José, ese viejo profesor, so pena de saber que el alma rebelde de Roque será difícilmente corregible. No me preocupa, cada cual es como es; yo lo fui también. Pese a haberme granjeado muchas críticas y enemistades, jamás cambié mi forma de ser ni escribir.

    Sinceramente, la lectura del trabajo que termino de prologar puede disfrutarse con poco esfuerzo.

    Puse la irrevocable condición de que jamás desveles mi nombre, solo a nosotros nos importa quién fui. Sabrás mantener tu promesa e incluir al final de mi texto solo unas iniciales. Fue lo pactado.

    F. de Q. y V

    .

    Desde mi alero

    Al comenzar en el año 2002 mi primer trabajo, Cuatro lunas con Laura, jamás imaginé ser capaz de continuar la preciosa senda literaria en la que se halla la más amplia fuente del conocimiento, la cual permite al ser humano libertad para pensar, opinar, manifestar sus sentimientos, hacer las críticas que estime pertinentes y, sobre todo, llamar por su nombre a las cosas; al menos mientras pueda ejercerse el derecho a la libertad de expresión al que tanto temen y odian quienes tienen alma o cuerpo de dictadores, sin importar su ideología, siempre listos para cercenar derechos fundamentales a los ciudadanos con el afán de perpetuarse en el poder y enriquecerse, si es menester, aplastando a oponentes y engañando de manera constante a gente ignorante e inocente dispuesta a darles su voto a cambio de nada.

    Jamás he mandado escribir a nadie una sola línea de mis libros ni he fusilado trabajos de otras personas; en todo caso, luego de informarme, he indicado la fuente, nombrado al autor y, además, entrecomillado sus frases reproducidas. Llegado el momento, si no soy capaz de continuar haciéndolo así, dejaré de cargar mi estilográfica en el tintero y de escribir.

    Con Prosa y reverso de la vida, ya procuré expresarme con claridad y censurar comportamientos indignos. En Sin acritud, al pan, pan, y al vino, vino, consideré vital dar un doble giro de tuerca a mi derecho a opinar, logrando así avivar las brasas que continúan calentando el corazón que en mí late, queriendo trasladar a los lectores un poco de indignación, algo de sensatez, valor y cordura, a fin de evitar que se amilanen. Esta vez no quisiera ser tan cáustico, pero no puedo renunciar a hablar claro para criticar la actitud de una parte de los españoles. Mi finalidad es intentar avivar el alma dormida, alertar del peligroso desfiladero por el cual discurre nuestra vida con riesgo de malograrse antes de lo que pudiésemos imaginar. En definitiva, animar a defendernos en orden y buena lid contra quienes pretendan aniquilar el presente y el futuro de nuestras venideras generaciones.

    Así pues, conociendo mis limitaciones, procuraré poner el énfasis preciso para llamar a las cosas como toca y repasar de la «a» a la «z» defectos y pecados capitales que atenazan en gran medida a la sociedad actual —en ocasiones, con el beneplácito de la mayoría silenciosa; en otras, pese a su incomprensible resignación y victimismo—. Igualmente, intentaré ensalzar determinadas grandezas a veces ignoradas, olvidadas e, incluso por necios, denostadas.

    Lograrlo será cuestión de acierto; cometer errores, lo más lógico. Estoy dispuesto a ponerle ganas, echar toda la carne al asador con la sana intención de aportar mi grano de arena a fin de ayudar a erradicar el falso buenísimo que, de no remediarlo, más bien pronto pudiera abocar a la sociedad occidental al fracaso. Despertar el interés por la defensa de cuantos verdaderos valores nos sustentan sería la mayor satisfacción.

    Y no habiendo nada mejor que cultivar los yermos de nuestra inteligencia, educar y preparar a las personas, capacitándolas para labrarse un futuro mejor, ¡rediós!, comenzaré metiéndome contra la analfabetización.

    1. Analfabetización

    Dejar de poner todos los medios a nuestro alcance para procurar educar, enseñar al personal y prepararlo para brindarle la posibilidad de un mejor futuro, hacerlo más libre y responsable, se puede catalogar sin temor a errar como la más deleznable conducta del ser humano; entre otras razones, por cuanto el hecho de tener adocenada y, consecuentemente, desinformada a una sociedad es indispensable para anular su personalidad; esto es, explotarla. Desposeerla de un bien básico, e inalienable derecho de todo ser humano, debería considerarse un grave delito. Permitírselo a determinados medios de comunicación en provecho de intereses partidistas supone una indecente complicidad propia de maleantes.

    No obstante, a lo largo de la historia de la humanidad se observa que los grandes dictadores que el mundo ha padecido, y quienes ansían serlo, pretenden aniquilar la libertad de educación sin escatimar medios a su alcance mientras predican las bonanzas de una escuela pública empobrecida, con escasez de recursos y docentes en muchos casos adoctrinados, sin dolerles prendas a la hora de llevar a sus hijos a centros privados nacionales y extranjeros de reconocido prestigio y elevado coste. ¡Claro!, desean para sus descendientes algo mejor, distinto a lo pretendido para la plebe.

    De ese modo, se afanan en procurar una educación deficiente, así como en adoctrinar a las personas para manipular su formación —convirtiéndola por lo general en fanatismo de cualquier signo— y a la vez, valiéndose de la ignorancia, limitar de manera considerable su legítima capacitación para discernir libre y voluntariamente, crearse cada cual su propia opinión, ejercer su voluntad a la hora de hacer algo o no, tomar cualquier decisión en lo tocante a su futuro profesional y vida personal, o elegir con independencia cualquier opción política digna que se le pueda presentar como votante.

    Evidentemente, la maldad absoluta del tirano dictador para lograr sus espurios objetivos debe pasar de modo necesario por esa falta de cultura y educación del pueblo, ya que así le resulta inmensamente más sencillo dirigir, embaucar y engañar al ignorante que al culto. Asimismo, una cultura y educación deficientes o nulas son el perfecto caldo de cultivo para el germen de populismos, fanatismos y odios, cuya consecuencia es la pérdida de libertades y el consiguiente nacimiento de un sistema político totalitario, tiránico, pues llegado a ese punto cualquier dictador ha usado sin escrúpulos todos los medios a su alcance a fin de eliminar a sus oponentes y perpetuarse en el poder.

    No en vano, allá por el año 1933, nuestro insigne premio nobel don Santiago Ramón y Cajal afirmó: «El problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar con intensidad los yermos de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia». A poco que nos esforcemos en rebuscar también entre los abundantes e interesantes escritos de los otros siete insignes españoles que obtuvieron el alto galardón —José Echegaray, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez, Severo Ochoa, Vicente Aleixandre, Camilo José Cela y el hispanoperuano Mario Vargas Llosa—, podemos llegar a conocer que en todo momento predicaron las bondades de la cultura y la educación como basamento firme de la libertad como valor. De igual manera, hicieron no pocas referencias a las deplorables consecuencias de la ignorancia y el adoctrinamiento borreguil, los cuales hacen que quien los padece se deje llevar por las opiniones y actitudes de los demás sin tener opinión ni juicio crítico propios, lo común e imprescindible en sistemas totalitarios para tener al ciudadano sometido.

    Como en la antigua Roma, «pan y circo». Así, ahora lo que prima es la ingente telebasura, la desinformación, la censura y el fútbol a diario, para tener ocupada la mente del personal y dejarle el menor tiempo posible para leer, cultivarse, pensar y opinar libremente, entre otras cosas, sobre la actuación política de gobernantes empeñados en su mayoría en satisfacer su ego al tiempo que, de manera indigna, arreglan su fortuna personal, familiar y la de quienes los ayudan a mantenerse en la poltrona.

    Es evidente y nada complicado observar que con el paso del tiempo, en función del mayor o menor poder del que han dispuesto, un gran número de políticos ha dejado arreglado «el saquito» propio y el de allegados en el momento de abandonar el cargo; la mayoría de las veces con graves perjuicios —sobre todo económicos— para el pueblo al que en campaña prometieron servir y del que miserable y tristemente se sirvieron. Lo penoso en estos casos es que, cada vez más, parece que nos encontramos ante una enfermedad endémica de difícil solución; sobre todo porque ha crecido a causa de la incultura, la poca transparencia y el engaño.

    La raíz de la ignorancia, como la del odio, cala muy profunda, tan es así que el fruto producido por tales simientes perdura en el tiempo hasta morir el individuo, pues se trata de dolencias de difícil o imposible curación. Después de lograr de forma depravada anular la voluntad del sencillo y buen ciudadano, el perverso delincuente será quien domine las mentes yermas a su albedrío para dirigirlas por el camino del mal, creando miseria y destrucción.

    Evidentemente, quienes se atreven a cultivar dichas semillas en el huerto de la vida de los demás merecen el peor calificativo y un triste final. Su grado de perversidad es de tal magnitud que no deberían existir por su mezquindad (cometer acciones que pueden perjudicar a los demás; comportamiento despreciable y

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