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La única noche
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Libro electrónico69 páginas55 minutos

La única noche

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Si la sabia y astuta Sahrazad necesitó mil y una noches para seducir al rey de Persia, ¿qué podrá hacer Adila en una única noche?

¡Revive las historias más atrapantes, grotescas y pícaras de "Las mil y una noches”, reelaboradas en una nueva y envolvente aventura!

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento19 jul 2017
ISBN9781547509256
La única noche

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    La única noche - Anna Nihil

    Prefacio

    El siguiente texto está libremente inspirado en la obra maestra de la literatura árabe más conocida del mundo, Las mil y una noches.

    Todos oyeron hablar de la sabia y astuta Sahrazad, quien sedujo al rey de Persia contándole cada noche una historia diferente y atrapante.

    En este libro encontrarán algunas de las narraciones más fascinantes, grotescas y pícaras de Las mil y una noches, reelaboradas en una nueva y envolvente historia.

    ¡Disfrutad de la lectura!

    Complot de familia

    ––––––––

    Había una vez un sultán riquísimo y muy poderoso. Nadie en el mundo tenía un palacio como el suyo, blanco y con enormes cúpulas doradas. Resplandecía tanto que parecía un rincón del sol en medio de la tierra. Dentro de él, las suntuosas habitaciones guardaban todo tipo de riquezas; tapices valiosísimos y gemas y oro en cantidades incalculables. Además, su harén contaba con seiscientas concubinas, todas más bellas que la luna.

    Mas su inmensa riqueza no suscitaba realmente la envidia de los demás, pues la belleza y la pureza espiritual del sultán eran dignas de respeto. Se preocupaba mucho por su pueblo y, a menudo, el sultán, acompañado de su leal visir, se vestía como un súbdito más y deambulaba disfrazado por las calles del reino, con el fin de conocer los problemas de los pobres y encontrar las mejores soluciones para endulzar sus vidas. Todo magnánimo gesto, digno de ser narrado, era obra del sultán. Era imposible para su pueblo no serle devoto.

    Durante una de sus inspecciones secretas, el sultán y el visir fueron al mercado. Allí, el sultán se prendió de una esclava de una extraordinaria belleza y le ordenó al visir que la comprase para él al mejor precio posible.

    El visir creía que la puja sería larga y ardua, mas el comerciante propuso un precio demasiado bajo.

    Entonces, el sultán, sorprendido, intervino y le preguntó si acaso estaba loco para vender una esclava tan bella a un precio tan bajo. El comerciante, que para su profesión era un hombre demasiado pío y honesto, admitió tener miedo de la mujer, pues creía que llevaba la mala suerte con ella adónde iba. Si bien deseaba deshacerse de ella en cuanto antes, temía que causase la desgracia de quien la adquiriese. El sultán le preguntó cómo era posible que dijera tales cosas. El comerciante le respondió que la mujer había arruinado a su padre, enloquecido a su marido y obligado a sus dos hermanos a suicidarse.

    Lo que decía el hombre era horrible, pero no lo suficiente como para hacer cambiar de opinión al sultán, quien, al admirar los rasgos de la esclava, su cabello sedoso y sus ojos oscuros y profundos como la noche, sostuvo que no podía tratarse sino de desgraciadas casualidades. Era demasiado bella para causar daño alguno. Así, el sultán compró la joya de su harén, su favorita, a un precio patético. La llevó a su palacio y organizó las nupcias para esa misma noche.

    Pasó la noche más bella de su vida con su nueva esposa, y la felicidad se prolongó los días siguientes. En poco tiempo, su amada le dio un heredero.

    Después de nueve meses, la esposa dio a luz un varón con el cual el sultán soñaba desde hace tiempo.

    Pasó días enteros pensando cómo lo llamaría y en la mejor manera de educarlo para hacer de él el futuro soberano...mas sus sueños se derrumbaron apenas hubo visto al recién nacido.

    Era el ser más horrendo que hubiese visto jamás, ni siquiera parecía un ser humano. 

    La desilusión fue en extremo impactante; ¡una esposa perfecta y un hijo horrible! Era cierto que una maldición pesaba sobre ella, como se lo había advertido el comerciante. El sultán no podía enfadarse sino con él mismo, pues había dejado que tanta belleza lo cegase, ocultando la desgracia hacia la cual lo había conducido.

    La ira, el dolor, el miedo, todos los sentimientos que jamás había sentido antes lo asaltaron al mismo tiempo y, confundido y fuera de sí, ordenó que le cortaran la cabeza a su esposa. 

    Sin embargo, fue clemente con el niño, que era sangre de su sangre después de todo, y lo dejó vivir con sus hermanos y hermanas, pero lo más lejos posible de sus ojos. De hecho, cada vez que iba a visitar a sus hijos, el sultán ordenaba que sacaran a Mosd de la habitación. Ese era el nombre que le dio al pequeño, que no significaba nada, pues él no era nada sino un negro capítulo en su vida que debía ser borrado. 

    No pasó mucho más tiempo que, deseoso de tener un heredero

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