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Mandy: Trilogía de NihilVille
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Mandy: Trilogía de NihilVille
Libro electrónico112 páginas1 hora

Mandy: Trilogía de NihilVille

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Deslízate en silencio por las oscuras calles de NihilVille, donde conocerás a Mandy, una chica hermosa, dulce y solitaria, y a John un hombre misterioso y oscuro. NihilVille no es una ciudad cualquiera, es una pesadilla. Un concentrado de las cosas más feas de este mundo y las fantasías más sangrientas. Para las almas en busca de redención no será fácil salir de una realidad despiadada.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento14 ene 2022
ISBN9781667424033
Mandy: Trilogía de NihilVille

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    Mandy - Anna Nihil

    MANDY

    Este libro es una obra de ficción. Los personajes y lugares mencionados son invenciones de la autora, y tienen por objeto dar veracidad a la narración. Cualquier analogía con hechos, lugares y personas, vivas o no, es absolutamente casual.

    2007 Anna Nihil

    Ilustración de cubierta hecha por Anna Nihil

    Dedicado

    A quien está intentando

    valientemente

    de salir de sus problemas.

    1

    Hace frío. Las calles todavía están húmedas por la lluvia, el agua se estanca en los agujeros, y se ondula con cada ráfaga de viento. Quizás vuelva a llover, porque sigue tronando y algunas gotas se deslizan desde el cielo. Las nubes en este momento son indistinguibles, toman el color oscuro de la noche. La oscuridad más profunda se apodera de las almas doloridas, que a esta hora tardía aún deambulan en busca de algo.

    Mandy camina con seguridad por la acera, aunque se trata más de resignación que de seguridad. Todo su mundo está encerrado en ese vecindario, y no es un lugar agradable.

    Cada ciudad, sin excepción, está dividida por la mitad, ya que nunca falta el barrio donde habita la gente respetable, y tampoco aquel en el que vive la escoria.

    En el lado respetable, la gente está indignada por el mal, cree en los sueños, y desea el bien para su vecino. A menudo, de hecho, organizan fiestas, festivales, conciertos, subastas benéficas, todo para recaudar dinero destinado a salvar algún rincón perdido del mundo con un nombre exótico e impronunciable. Son seres caritativos. Es una lástima que tanta generosidad no vaya más allá de sus narices. No ven el nivel de degradación presente al otro lado de su propia ciudad, pero notan a los pobres que viven a kilómetros de distancia. Extraño.

    El caso es que en las áreas respetables siguen las modas, hasta el punto de ser subyugados por ellas, y ayudar a los conciudadanos no se considera de moda o chic.

    Ser generoso, más que un acto espontáneo, es un acto necesario. Sirve para entrar en los clubes adecuados, para sentirse parte de la sociedad, para tener hazañas nobles con las que minimizar los errores del pasado, si es necesario. Muchos de ellos ganan tanto que sus cuentas bancarias se desbordan. Para aligerar la carga impositiva, una de las mejores soluciones que ofrecen los contadores es, casualmente, dar un poco de dinero a la caridad.

    A modo de consuelo puede pensarse lo siguiente: mejor eso que nada, quizás no lo hacen precisamente con el corazón en la mano, pero lo hacen.

    De este modo, cada año, se envía mucho dinero a países lejanos, suficiente para construir dos escuelas y tres hospitales, según garantizan los voluntarios de las asociaciones humanitarias, y sin embargo esto no cambia nada, esa gente sigue siendo pobre y dependiendo de los decentes.

    Si nada cambia en el país lejano, siempre pueden atribuir la responsabilidad a los malos gobernantes del lugar, pero ¿cómo justificar que, en la propia ciudad, a pesar de que el gobierno sea el mismo para toda la gente, una parte viva, mientras la otra debe contentarse con sobrevivir? ¿Es culpa de los honrados y de su generosidad disimulada de hipocresía, o de los propios habitantes del barrio de la escoria, que por alguna extraña razón no se dejan ayudar? Ninguno de ellos parece comprometerse lo suficiente para eliminar el mal.

    Muchos se han resignado, y muchos otros tácitamente, dejan que todo siga siendo así por conveniencia.

    La iluminación es pobre, dejaron de gastar dinero para reparar las farolas, las cuales resultan sistemáticamente destruidas con una piedra unos minutos después. Los traficantes y explotadores necesitan la oscuridad para mantener sus negocios abiertos.

    Negocios en los cuales a veces participan los decentes. Algunos se acercan al barrio de la escoria buscando tentaciones insanas. Es conveniente, ya que su identidad permanecerá oculta, difícilmente se encontrarán con aquellos a quienes conocen, y allí pueden hacer lo que quieran, incluso las peores cosas.

    Viven la zona de la escoria como una aventura, algo similar un vertedero donde encontrar lo que necesitan, mientras dejan que se pudra. Esta forma superficial de tratar con el vecindario, la mayoría de las veces, los lleva a un mal camino. Demasiados niños decentes mueren en este barrio, porque creen que tienen el control de los juegos, pero es sólo una ilusión. En compensación, aunque no es posible precisar cuánto consuelo se puede encontrar al saber que alguien se ha jugado su única posibilidad de vivir, se habla siempre de ellos en TV, cada pérdida deja huella. En cambio, las víctimas nacidas y crecidas en el barrio de la escoria son completamente ignoradas. Sus muertes son parte de la rutina, porque son demasiados a diario, y no tienen parientes listos para salir en la televisión y limpiar su reputación, como sucede con los decentes, que a pesar de ser encontrados con la nariz en la cocaína, o entre las piernas de cualquiera, siempre quedan como los buenos.

    Mandy tiene que llegar al final de la acera.

    —¡Uuuuh! ¡Miren quién ha llegado! ¡La Princesa! —, una vieja prostituta gorda y vulgar hace notar la presencia de Mandy a las otras, que se unen a su burla con risas.

    —¿Por qué ha bajado la Princesa para aparecer entre nosotros? —, pregunta irónicamente otra, haciendo una reverencia.

    —¡Habrá cabreado a su jefe! —, responde una mujer, con el cabello de color paja y seco como un palo de escoba.

    —¡Ojalá yo perteneciera a Stan! ¡Es tan genial! —, interviene otra, de formas abundantes y labios rojos.

    —¡Sabe hacer ganar a sus chicas! —, dice con seguridad la anciana que empezó la broma.

    —Oye, Princesa, ¿qué haces aquí?

    Mandy no responde, no tiene nada que ver con ellas. Las otras tienen razón, ella no debería estar allí.

    Ella es hermosa, es joven. Tiene un aspecto sensual y encantador. Usa poca ropa, como las otras, pero no viste prendas de segunda mano o usadas por otras antes. Su cabello es hermoso y bien cuidado, tiene la cara de una muñeca de porcelana y dos preciosos y profundos ojos verdes. Es un artículo valioso.

    —¡¿Entonces?! ¿No contestarás?

    —Pero ¡quién te crees que eres! Ahora te mostraré —. La actitud de Mandy pone de los nervios a una pelirroja que hasta entonces se había limitado a regodearse con las burlas grupales. Apoyada por aquellas que no rechazarían un espectáculo para pasar el tiempo en esta noche fría y con pocas ganancias, la pelirroja se prepara para atacar.

    La vieja y Mandy se miran a los ojos por un instante. La primera no es ciertamente una mujer culta y dotada de una particular sensibilidad, y sin embargo logra hacer una interpretación bastante correcta del carácter de Mandy: —Déjala en paz, no es mala, es sólo tímida —. Y detiene a la pelirroja tomándola por el brazo.

    —¡¿Tímida?! ¡Vamos! —, murmuran las otras y se ríen. Luego, al no tener la satisfacción de ver a Mandy responder a sus provocaciones, vuelven al orden.

    Un auto se acerca, el conductor baja la velocidad, es un posible cliente. Todas hacen lo posible para atraer su atención, excepto Mandy. Él va lento, mira a su alrededor, mira bien a la derecha y a la izquierda, y luego apunta a Mandy, que no tiene la menor intención de acercarse.

    La prostituta tetona de labios rojos aprovecha la situación, y sin perder más tiempo, se abalanza dentro del coche, explicando al cliente: —¡Eh! ¡Lindo,

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