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Una chica de época
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Libro electrónico160 páginas2 horas

Una chica de época

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Las modas cambian… ¡pero no el verdadero amor!

Chase Etheridge estaba organizando el evento más importante de su carrera: la despedida de soltera de su hermana. Solía ser un hombre muy controlado, pero la situación lo estaba desbordando y sabía perfectamente a quién culpar: a Lola Lombard, organizadora de la fiesta, reina del vintage y una auténtica rubia explosiva.
Detrás de los tirabuzones y el carmín rojo de Lola se escondía una chica que siempre había creído que valía poco. Chase tendría que convencerla de que la amaba tal y como era, ya fuera vestida con un glamour de los de antes o con un vestido de novia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 oct 2011
ISBN9788490100738
Una chica de época
Autor

Nicola Marsh

Nicola Marsh has always had a passion for reading and writing. As a youngster, she devoured books when she should've been sleeping, and relished keeping a not-so-secret daily diary. These days, when she's not enjoying life with her husband and sons in her fabulous home city of Melbourne, she's busily creating the romances she loves in her dream job. Readers can visit Nicola at her website: www.nicolamarsh.com

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    Una chica de época - Nicola Marsh

    CAPÍTULO 1

    EN EL momento en que Chase Etheridge se adentró en Errol Street un escalofrío le recorrió la espalda.

    Como si no fuera ya bastante calvario el tener que conducir por el norte de Melbourne, por el barrio de las afueras de la ciudad que había sido su hogar, ahora entraba en esa calle cargada de recuerdos que hacía tiempo había borrado de su memoria.

    Errol Street representaba todo aquello de lo que había escapado, todo lo que preferiría olvidar.

    Y sin embargo allí estaba, conduciendo en medio del tráfico, buscando un sitio para aparcar, intentando concentrarse en la carretera y disipar los recuerdos que pasaban por su mente como en la reposición de una película de serie B.

    Sus paseos en bicicleta por Arden Street para ir a ver los entrenamientos de los Kangaroos, su querido equipo de fútbol australiano, el camino a la escuela del barrio o cuando iba a recoger a Cari de casa de una amiga: no es que fueran malos recuerdos, eran más bien instantáneas de su pasado. Un pasado en el que había criado a Cari y asumido demasiadas responsabilidades desde muy joven. Un pasado en el que se había hartado de preparar bocadillos para el recreo, revisar los deberes y hacer cenas. Un pasado que le había negado la oportunidad de ser un niño.

    Aunque algo bueno había salido de todo aquello. Cari, su hermana, lo adoraba y él sentía lo mismo por ella. Haría lo que fuera por su hermana, y ésa era la única razón por la que estaba allí.

    Aparcó su Jaguar con cuidado, ignorando una inusitada sensación de nervios en el estómago. ¿Nervioso él? Era una idea ridícula, como podía confirmar cualquiera de sus empleados en Dazzle.

    ¿Firmar contratos millonarios? ¿Arrasar en la industria del entretenimiento? ¿Ser el mejor en su negocio? Todo eso podía hacerlo con los ojos cerrados. No tenía tiempo para ponerse nervioso y, sin embargo, no pudo evitar cierta ansiedad al recorrer aquella calle renovada y llena de cafés y boutiques de moda, tan distinta de la Errol Street que recordaba.

    Y por si volver a recorrer las calles de su pasado fuese poco, tenía que meterse en una de aquellas tienditas vintage que eran el último grito para organizar la despedida de soltera de su hermana. Semejante panorama le pondría los pelos de punta al más recio de los hombres.

    Sonó un pitido proveniente de su teléfono móvil y se apresuró a responder a un mensaje de texto de su secretaria, Jerrie, con un ojo puesto en su teléfono inteligente y otro en los escaparates de las tiendas hasta localizar la que estaba buscando. Go Retro.

    El nombre estaba escrito en letras curvadas color rosa pastel sobre un fondo de zapatos, sombreros y lápices de labios; hubiera preferido estar en cualquier otro lugar, pero tenía un negocio que atender y precisamente los negocios eran su especialidad.

    Mientras enviaba otro mensaje a Jerrie, abrió la puerta empujándola con el hombro y entró en la tienda, calculando mentalmente los márgenes de beneficio y las nuevas fechas, anticipando su respuesta a la próxima pregunta de su eficiente secretaria.

    Una campanilla tintineó sobre la puerta, pero él no levantó la vista; fruncía el ceño viendo el correo electrónico de Jerrie con la lista actualizada de invitados para el lanzamiento de la agencia de modelos de esa noche.

    –Disculpe.

    Chase levantó un dedo, indicando que no estaba dispuesto a que lo interrumpieran mientras resolvía aquella última contrariedad.

    –Aquí no están permitidos los móviles.

    Tenía que haberlo imaginado. Una tienda que se dedicaba a la estética retro seguro que vivía sumida en la Edad Media.

    –Sólo será un minuto…

    –Lo siento, son las normas de Retro.

    Antes de que pudiera argumentar una respuesta, el teléfono voló de sus manos, lo que hizo que por fin alzara la vista, dispuesto a arremeter contra la impertinente vendedora.

    –Cómo se atreve…

    El resto de su diatriba murió en sus labios cuando su mirada furiosa se encontró con los ojos marrones más grandes y cálidos que había visto en su vida, enmarcados por unas larguísimas pestañas que les daban un aire de fragilidad.

    No estaba acostumbrado a que nadie le plantara cara, y mucho menos una rubia de un metro setenta y curvas esculturales que parecía salida de los años cincuenta, con el pelo recogido en ondas y adornado con una cinta con el mismo estampado de topos de su vestido rockabilly.

    –Me atrevo porque soy la propietaria, y las normas son las normas.

    Ella se guardó el teléfono inteligente de él en el bolsillo de la voluminosa falda y se atrevió a dedicarle una sonrisa.

    –Se lo devolveré cuando se marche. Veamos, ¿en qué puedo ayudarle?

    Chase la miró con el ceño fruncido y, cuando estaba a punto de pedirle que le devolviera su teléfono para largarse inmediatamente, detectó un atisbo de miedo detrás de aquellas pestañas infinitas cubiertas de rímel.

    Por mucho que alardeara de audacia en su papel de «policía», a la propietaria de todas estas fruslerías no le gustaba hacer de jefa malvada. En eso se identificaba con ella, de modo que metió las manos en los bolsillos del pantalón y echó un vistazo a su alrededor, contemplando el establecimiento por primera vez.

    Un frenesí de colores invadió sus sentidos: rosas artificiales decorando sombreros pastilleros negros, guantes color naranja y azul verdoso asomando de cajas floreadas, boas de plumas color esmeralda cubriendo los hombros de maniquíes vestidas de satén y pañuelos con estampados de cachemira floreados. No eran más que pequeñas muestras de la mercancía desplegada por todos los rincones de la tienda.

    A su juicio, que se decantaba por líneas modernas y elegantes en todos los ámbitos, desde el mobiliario hasta la moda, aquel lugar era una pesadilla.

    –¿Está buscando algo en concreto? ¿Una prenda de vestir? ¿Accesorios? ¿Algo especial para su esposa?

    –No tengo pareja –dijo él, notando que se le empezaba a instalar un ligero dolor de cabeza por detrás de los ojos ante la increíble invasión visual de flores, volantes, plumas, brillos, vestidos y adornos chillones que centelleaban bajo la suave iluminación de las lámparas halógenas, la única concesión al siglo XXI que había en todo el local.

    –Ah. Bueno. La verdad es que tenemos cosas para todos los gustos –dijo ella con un deje de diversión en la voz mientras lo miraba para calcular su talla.

    –No quiero nada para mí –respondió él indignado.

    –No hay de qué avergonzarse. Puede probarse cualquier cosa que le guste.

    Él se quedó boquiabierto. Le habían tomado por muchas cosas en su vida, pero nunca por un travesti.

    –¿Es siempre tan directa con sus clientes?

    –Sólo con los recalcitrantes –respondió ella.

    Una sonrisa iluminó su cara, y encendió una chispa en sus ojos que la hizo pasar de guapa a preciosa.

    –Lamento sacarla de su error de apreciación ante una posible venta, pero las mujeres con las que salgo no ponen en duda mi masculinidad, de modo que le agradecería que hiciera lo mismo.

    Ella se sonrojó, la sonrisa se esfumó de su rostro mientras miraba a otro lado y en ese instante él volvió a detectar el mismo atisbo de vulnerabilidad que había percibido antes.

    Las mujeres de su entorno, tanto profesional como social, nunca daban muestras de vulnerabilidad. Eran mujeres seguras, seguras de su talento y de sí mismas, mujeres que sabían lo que querían y no tenían reparos a la hora de ir a por ello.

    Aquella mujer tenía tan poco que ver con ellas como él con su pasado, y sin embargo había algo en ella que lo intrigaba profundamente.

    Siempre había confiado en su instinto y en ese momento le decía que tenía que averiguar qué era lo que la movía antes de contratarla.

    Ella se aclaró la garganta.

    –Bien, ahora que hemos dejado claro que no está interesado en un vestido de noche color mandarina de los años veinte, ¿en qué puedo ayudarle?

    Sonreía un poco y lo miraba dudosa, como si estuviese convencida de que, en cuanto mirase a otro lado, él no tardaría ni un minuto en probarse una enagua de tul.

    –Tengo entendido que organizan fiestas de cumpleaños.

    Ella asintió, sacudiendo la gran onda de pelo que llevaba prendida sobre la frente.

    –Así es. Ofrecemos cambios de imagen, fotos, disfraces y todas esas cosas. A las mujeres les encanta.

    Hizo una pausa y sus carnosos labios rojos dibujaron una sonrisa traviesa.

    –Y a algunos hombres también.

    Chase se encontró devolviéndole la sonrisa, cuando en realidad lo que quería decirle era que empezaba a hartarse de que cuestionara su masculinidad.

    –¿Se podrían aplicar ese tipo de cosas a una despedida de soltera?

    A ella se le iluminaron los ojos.

    –Por supuesto. Unas cuantas horas de diversión para la futura esposa…

    –Yo estaba pensando más bien en una semana.

    Ella arqueó una ceja perfectamente depilada.

    –¿Una semana?

    –Exacto.

    Él empezó a pasearse por la tienda, jugueteando con una horquilla cubierta de purpurina, un pañuelo de lunares… incapaz de ver por sí mismo en qué radicaba el atractivo de todo aquello pero sabiendo que a Cari le encantaría ese sitio.

    Y lo que quería Cari, él se lo daba. Su hermana era la única persona que había estado a su lado durante todos esos años y, de no haber sido por ella, cuando era aún un muchacho… Reprimió un escalofrío.

    –A ver si lo he entendido bien. ¿Quiere que amenice una despedida de soltera de una semana?

    –Ajá.

    Chase se detuvo frente al mostrador cubierto de cestas llenas de complementos femeninos y folletos, asombrado por la cantidad de trastos que ocupaban el menor espacio disponible.

    –Eso es imposible.

    –No hay nada imposible –dijo él mientras la observaba retocar un maniquí, ajustando el ancho cinturón, alisándole la falda–. He consultado sus tarifas en su página web. Estoy dispuesto a pagarle el doble de lo que cobra por hora y a correr con todos los gastos de transporte.

    Ella abrió aún más los ojos, asombrada, y él continuó, consciente de que su oferta era demasiado atractiva como para rechazarla.

    –Y como director ejecutivo de Dazzle, de la que sin duda habrá oído hablar, estaré encantado de recomendarla personalmente para próximos eventos relacionados con la moda en los que se requiera una nueva visión.

    Ella lo miró largamente con sus grandes ojos marrones, una mirada fija que le hizo sentirse extrañamente incómodo. Al ver que no parecía entusiasmada por su propuesta, comprendió que tenía que pasar al plan B: desplegar su arsenal de halagos y zalamerías.

    Pero el plan B se topaba con un obstáculo: ni siquiera sabía cómo se llamaba la chica y era consciente de que, si le preguntaba su nombre ahora, perdería mucho terreno.

    –Entonces, ¿qué me dice?

    La muchacha se enderezó, se echó los rubios tirabuzones detrás de los hombros con un movimiento de la mano y le clavó una mirada que lo decía todo sin ni siquiera abrir la boca.

    –Muchas gracias por la oferta, pero la respuesta es no.

    CAPÍTULO 2

    A LOLA no le gustaba que la manipulasen. Ya había tenido suficiente de eso cuando era más joven gracias a su madre, finalista de Miss Australia, y a su hermana, modelo de pasarela.

    «Tienes que ponerte vaqueros acampanados, nunca de pitillo. No te pongas la falda evasé; te hace el trasero gordo. El que te va es el lápiz de labios color coral, no el rosa, pareces demacrada».

    Las actitudes prepotentes la sacaban de quicio y desde el momento en que el señor

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