Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Auschwitz con Hiroshima: Sobre el resplandor en la línea de montaje
Auschwitz con Hiroshima: Sobre el resplandor en la línea de montaje
Auschwitz con Hiroshima: Sobre el resplandor en la línea de montaje
Libro electrónico421 páginas6 horas

Auschwitz con Hiroshima: Sobre el resplandor en la línea de montaje

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Si el Psicoanálisis es una ciencia extraña, cuya función es situar algo que no tiene identidad, que no relaciona al sujeto consigo mismo sino perdiéndose –como identidad– en ese mismo acto de situarlo, entonces, lo que menos se puede decir de él es que se trate de un discurso acerca de la acumulación y la concentración de objetos identitarios. El modo de proceder de su discursividad lo ubica en el revés de otro discurso, el del amo, y particularmente, en el "otro lado", -también del revés -; del falso discurso del amo capitalista. Este libro trata de los efectos concentracionarios de ese falso discurso sobre la subjetividad contemporánea, y acerca del modo en que ese efecto se presenta en el decir de los analizantes. Una lógica de acumulación que preanuncia una salida catastrófica: el estallido, tal como algunas sintomatologías actuales lo ponen de manifiesto. El paradigma del siglo XX aún nos ensombrece con sus efectos arrasadores de expresión particular en cada uno de los seres hablantes: Auschwitz con Hiroshima, acumulación y estallido, retorno del ciclo sin fin del derroche consumista y también esclavizante. Otra salida es la que propone el discurso psicoanalítico, un lazo social que interroga esa tendencia individualista a la apropiación del "sí mismo"; bajo las formas de la autonomía yoica y la autoestima.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 jun 2017
ISBN9789876993692
Auschwitz con Hiroshima: Sobre el resplandor en la línea de montaje

Relacionado con Auschwitz con Hiroshima

Títulos en esta serie (71)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Psicología para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Auschwitz con Hiroshima

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Auschwitz con Hiroshima - Jose Luis Juresa

    Wake

    Preliminares

    Nombrar Auschwitz, apropiarlo y desmantelarlo a partir de su semiótica de dolor ilimitado, a partir de la aberrante extirpación que sufrieron sujetos históricos específicos, puede resultar provocador o hasta ofensivo, permite sin embargo nombrar una lógica de campo –en su dinámica específica que ya había señalado la Gestalt alemana–1 y un fenómeno concentracionario, expuesto en el desarrollo de una forma de exterminio y de arrasamiento subjetivo, propios del desarrollo de una tecnología, que lejos de quedar como signo de un momento específico y una circunstancia histórica, marca lo contemporáneo con su ombligo y su anudamiento ¿Hasta qué punto estamos alienados a eso? Y en su articulación con Hiroshima, ¿cuál el destrozo que allí se propone y compromete? Donde la lógica de la exclusión se superpone a la del excedente.

    Auschwitz: porque allí están perfeccionados todos los elementos de producción en masa del arrasamiento subjetivo. El nazismo como quintaesencia de este fenómeno es escenográfico, tiene estructura de fantasma primordial –regido por la posición que Freud describiera como masoquismo moral– por eso mismo, estrechamente ligado y facilitando las pulsiones autodestructivas, aquello que ya había sido anticipado por Freud con el concepto de pulsión de muerte. Hay allí mismo una relación entre la tensión de esta puesta en escena y la noción de teatro de la crueldad de Artaud.2

    Hiroshima: porque allí están encapsulados los signos de la espectacularidad por un lado, la dimensión a escala industrial que es exhibida junto con los alcances de la técnica, y por otra parte una banalización de una poética en esa misma función espectacular, exhibicionismo del ojo surrealista que a fuerza de su mutilación no alcanza jamás a dividirse.3

    Hay una etiología por hacer desde el pensamiento de la modernidad y la era de la razón, desde el fenómeno carcelario y hospicial, el panóptico, hasta el campo de concentración. Porque un campo de concentración es un sistema carcelario a escala industrial. Y eso resulta en una de las posibles definiciones de lo contemporáneo.

    Por otra parte, en su nomenclatura, se reúnen lo propio de un fenómeno de campo del cual el psicoanálisis no es una excepción al intentar abordar el campo paranoico en su espectro de intervenciones clínicas– y la concentración de capital como experiencia del exceso absoluto–. Por allí resuenan la lógica inevitable de la solución final, del fin de la historia" como remedos de un fenómeno vigente respecto de la administración, imposible por otra parte, de este excedente, ya que lo excedente sólo puede definirse por aquello que falta, es decir, resiste a su sentido totalizador.

    El campo concentracionario se ha vuelto ordinario, atañe a la vida cotidiana en occidente contemporáneo. Este fenómeno, propio de su banalización4 y su congoja –sumida en los despojos clínicos y caracteriales de las posiciones melancólicas en el discurso psicoanalítico– roza la vida privada. Del mismo modo que nos preguntamos por el alcance de la sexualidad como signo de la vida privada en la modernidad. Esta cuestión es definida por Lacan como la falta en ser –por aquél que toma la palabra, el ser hablante-, como La mujer no existe –para introducir allí la negatividad propia a la función del lenguaje, su pluralidad, las mujeres–. Esto también está presente en el fenómeno de los campos concentracionarios, donde lo plural absorbe lo propio de la pulsión en detrimento de una enajenación imaginaria que reduce nuevamente el psicoanálisis al campo de una práctica de academia.

    Por otra parte, la noción de campos nos permite, en lo específico de la práctica psicoanalítica, abordar la complejidad propia de los campos significantes, la serie límite considerada como campo que tiende hacia su borde, incluso como método dialéctico de investigación respecto del desmontar la técnica del significante encapsulado en la lógica capitalista. Asimismo, encontramos, en esta noción de campos, una potencia respecto de una diversidad de fenómenos aglomerados, dispuestos no sólo a su enumeración sino a su disquisición: campos de concentración, fenómenos de campo, estructuras concentracionarias, campos concentracionarios, campos paranoicos, entre otros.

    Si el siglo xx comienza con la confirmación de que el auto es la guerra, que la industria bélica está teñida no sólo del desarrollo de las técnica alrededor del dominio territorial sino de una dimensión de aplastamiento de lo distante por lo indistinto, rompiendo así de un modo brutal cualquier consideración superadora al cogito cartesiano, porque ya no permite ninguna interlocución respecto de un pensamiento crítico que disponga cómo hacer con los pensamientos claros y distintos, y más aún, cuándo hacer con ellos, rompiendo la lógica de tensión temporal de los procesos metapsicológicos y del pensamiento crítico. Fórmula que encuentra su deslizamiento lógico, su deambulación metonímica, la industria es la guerra, la automatización es la guerra. Lacan promueve, con el discurso psicoanalítico, una inversión que devuelve el sujeto contemporáneo a su dialéctica del significante

    En este ensayo, Auschwitz con Hiroshima, sobre el resplandor en la línea de montaje, se desarrollan una serie de conceptos articulados al campo concentracionario: 1- automatización; 2- propiedad privada como efecto desubjetivizante; 3- territorialidad no deseante; 4- la escala industrial; 5- panóptico; 6- cuerpo reducido a serialidad numérica, cuerpo destinado al exterminio, puro desecho o cuerpo acumulable; 7- espectacularidad, entre otros.

    Sin embargo, esta cuestión guarda relación con una noción ya anticipada en la alambrada, como usurpación y restricción de las garantías civiles, como exclusión, como signo de segregación, como señal física permanente y como marca en el discurso sobre lo que ha sido aterrorizado, desmontado, segregado. La alambrada comienza como un fenómeno propio de la ruralidad, atisbo que refleja las adyacencias inevitables con el viraje que daría el sujeto en la era industrial. Y en la urbe, el rascacielos, la oficina, el cine, los medios de transporte, epifenómenos de actividad concentrada hacia el excedente, atravesadas, rebajadas y transformadas todas ellas a su cetro de fetichismo de la mercancía. En el origen de la idea de progreso, junto con las estilizadas vanguardias artísticas y arquitectónicas, está el germen de su estallamiento, de su exceso totalizante.

    Cierta pregunta inquietante incumbe al campo de concentración, ¿qué es un kapo –aquél que en la mimesis encuentra su destino totalizador–?, y ¿qué es un musulmán –aquél perfectamente señalado por Agambem como el suicidado, el que se expresa en el campo de concentración nazi como un puro desecho, un innombrable, un excluido absoluto?, probables extremos de una misma problemática que aborde los reversos del racionalismo, allí donde Auschwitz e Hiroshima responden en acto como versiones apocalípticas de la producción de capital ya retenido en las políticas con las que occidente problematizó las referencias simbólicas coloniales. Allí están anticipados los avatares de la irradiación de Hiroshima, en lo que la irradiación se define por montarse a partir de una mascarada, que refrenda la posición del cínico, aquella en la que intenta encarnar el Otro del discurso capitalista en su pretensión de despojamiento absoluto, haciendo coincidir allí lo que falta –lo escaso– con lo lleno.

    El psicoanálisis como práctica sigue siendo una tensión o la expresión de una tensión en el campo de la ciencia, porque reintroduce de lleno lo humano. ¿Es posible que la palabra campo sea tachada de su destino concentracionario dentro del paradigma productivo del modernismo capitalista? Decimos campo de la ciencia y allí el psicoanálisis nunca se supo cómo ubicarlo, porque evidentemente, no cuaja. Pero es definitivo que no por eso es menos ciencia. En todo caso el psicoanálisis obliga a reformular las preguntas acerca de qué es ciencia y qué significa lo humano como objeto científico. Es curioso. El hombre inventa la ciencia para terminar extrayéndose de su campo de aplicaciones. La ciencia arroja afuera de su objeto a lo humano y, paradójicamente, tendría pleno éxito si dejara a los seres humanos afuera. Algo casi lo logra. Algunas cosas, digamos. Nosotros, en este libro, nos aproximamos a dos acontecimientos que marcan a fuego ese afuera humano del campo de la ciencia: Auschwitz e Hiroshima. Podríamos considerarlos dos acontecimientos de retorno. Retorno al modo en que Freud supo decir, muy en los albores del siglo xx, que lo que es rechazado internamente, retorna desde el exterior. Lo escribió en su libro acerca de un caso de Psicosis paranoica, el caso Schreber.5 Lo que estaba leyendo en la estructura lógica del delirio Schreberiano era no sólo la particularidad lógica de la psicosis –por contraposición a la estructura de la neurosis–, al alcance del método analítico, sino que estaba leyendo, también desde el método analítico, lo que el psicoanálisis subvierte en el campo de la ciencia. Logra decir que aquello por lo que el loco, estrictamente el loco psicótico, nos enseña, es que el delirio es su curación. Eso también es psicoanálisis, más allá de las posibilidades de cura de su método. Freud lee en el caso Schreber el alcance de entendimiento de este nuevo discurso en la cultura. La normalidad, desde esta nueva mirada, tiene que ver con otra cosa muy distinta de la pura adaptación a una supuesta realidad objetiva y externa.

    El delirio de Schereber es la cura de una realidad objetiva y externa que es sumamente dañina para él, pero no sólo para él, sino para cualquiera. El psicótico no puede de ninguna manera normalizarse con lo que viene de afuera como una realidad inexorable, sino que la delira, la hace irreal, busca transformarla en una realidad con algún sentido humano, es decir, con algún sentido propio, en tanto individuo, en tanto expresión singular del universal humano o, mejor dicho, realidad. A esa expresión de lo divino que viene de afuera y que lo obliga e impera sobre sí, la transforma en un sentido particular, que lo coloca a él en posición activa frente a lo que le toca como viniendo de afuera de manera cruel, terrible, abominable, humillante. Esas voces, esa impunidad con la que dios opera sobre su cuerpo, sobre su psiquis, se transforma en un sentido, al menos mesiánico, pero sentido al fin, que lo conduce a la cura, Claro que se trata de una cura, paradójicamente, poco singular. Eso es imposible para el psicótico: acceder a una singularidad plena, auténtica. Hace un como sí de de vida, pero lamentablemente, en el delirio se notan los hilos que lo comandan. El delirio también suele tener una estructura estándar. Sí hay particularidades de forma, pero el fondo es siempre el mismo: en el delirio, él tendrá una misión redentora, de salvación del mundo. En verdad, se trata de su mundo, su realidad. Pero eso no nos importa aquí. De lo que se trata es de demostrar que el psicoanálisis, de este modo, con este modo de leer la lógica de la constitución subjetiva, la lógica del alma humana, reintroduce lo humano en la ciencia. Desde esta perspectiva, cuando en Freud aparece la idea de una psicoprofilaxis, tal vez tengamos que pensar que él se daba cuenta de que el psicoanálisis tenía la capacidad de leer las catástrofes a prevenir. Lo que es rechazado en lo interno, es decir, el alma humana (en su condición indisoluble del cuerpo) retorna como catástrofe desde el exterior, como realidad material catastrófica que despedaza la objetividad absoluta y se coloca de frente al hombre para que le explote en la cara. Similar a este caso es lo que sucede en la vida contemporánea con la proliferación de ataques de pánico que no son más que estallidos de la subjetividad arrasada por las exigencias de la productividad corporativa y del sistema de consumo, llevadas al paroxismo. La lógica concentracionaria produce grandes condensaciones que postergan el sentido de la existencia en la búsqueda de seres maquínicos y plenamente adaptables, a los que solo tener que alimentar con la papilla publicitaria, con la maquinaria de la propaganda que nos sirve en bandeja modos de vida como si se tratara de ropa ajustada al cuerpo. La profilaxis psicoanalítica es, ante todo, social, es la aplicación del discurso analítico como otro modo de lazo social. Es el modo en que el cuerpo se reintroduce del rechazo al que lo somete el capitalismo y la técnica, aplicaciones de la ciencia que rechaza al sujeto considerándolo un error en el experimento.

    De hecho, de todas las matanzas sistemáticas que podamos contabilizar hasta hoy, sobre todo las paradigmáticas del siglo xx, siempre están los testimonios, los errores que logran reintroducir la subjetividad, el alma humana, en todo el experimento. Por lo tanto, el experimento siempre sale mal. La bomba siempre estalla. Los agentes de los laboratorios del mal (Auschwitz, la dictadura del `76 en Argentina) siempre terminan diciendo o reprochándose el por qué dejaron testigos. Tal vez porque algo, un resto de humanidad, los hace finalmente fallar. Se enfrentan a lo imposible: la organización científica de la sociedad. Al fin y al cabo, el experimento comunista y el neoliberalismo se tocan en este punto, en la intención de hacer de la ciencia positiva el puntal de la organización social y humana: la contabilización del mundo. Pero Freud, y después Lacan, construyen otra ciencia, que no excluye el alma humana. ¿Es posible? Hay correlatos en el campo de otras ciencias: por ejemplo, en la física, después de la relatividad surgió la teoría cuántica, en la que las variables se fijan por la intervención misma del observador. La realidad física se determina por el momento en que el observador entra. Esto se toca muy de cerca con la realidad psíquica freudiana: habría un correlato físico para ese tipo de realidad. Y ahora aparece la teoría de cuerdas, también en la física (y con un notable punto de roce con la última etapa de la enseñanza de Lacan, con los nudos, las cuerdas y la topología) en la que las vibraciones intradimensionales de la materia, en un campo de escala nanométrica, constituyen la fuerza con la que podríamos tener una conciencia de vida que, además, podría haber sido otra, o muchas otras más.

    El llamado multiverso que las matemáticas de la época predicen, pero que aún no se ha podido comprobar empíricamente, es otro hito de la física en la relación que evidentemente se va estableciendo entre el alma humana, y su existencia en el campo de la ciencia, sin quedar afuera, sin estar al servicio de las grandes concentraciones que preanuncian su retorno por estallido, por pánico. Este hito tiene, paradójicamente, en relación a la conciencia y al modo en que ésta funciona (porque la conciencia es conciencia de vida, sin dudas. Es la única especie con esa ventaja) un antecedente centenario. En el libro pre psicoanalítico de Freud, Proyecto de Psicología para neurólogos, las neuronas W (omega) son las que vibran, como cuerdas, con el movimiento de los intercambios de las cantidades neuronales, en estratos inferiores de la psiquis (inconsciente-preconciente) y terminan como pura cualidad. A la conciencia no llegan las cantidades, sino las cualidades, los afectos, y eso es una cualidad temporal, efecto de vibraciones y de la captación de las mismas, tal vez otra gran predicción o anticipación psicoanalítica en el campo de la cultura.

    La lógica concentración-estallido es la que leemos en cada uno de nuestros pacientes como una marca de la constitución subjetiva de nuestra época, que recoge el eco de aquellos trágicos acontecimientos de dimensión universal sobre los que tenemos que individuarnos, al nacer, en una construcción que recibe esas marcas de transmisión social de las que nadie se sustrae, nuestro universal contemporáneo. Este libro trata de determinar y orientar esta práctica por ese Real, que aparece como un lejano y a la vez cercano eco en el relato de cada uno de nuestros pacientes. No podemos negarnos a tomar lo que leemos sobre esos relatos, porque sería entonces nuestra neurosis la que nos ganara, y en verdad, nosotros queremos vivir, leer allí. De eso se trata el psicoanálisis.

    Notas

    1. La Psicología de la Gestalt, surgida en Alemania a principios del siglo

    xx

    . Gestalt: aunque se entiende generalmente como 'forma'; sin embargo, también podría traducirse como figura, configuración, estructura o creación.

    2.

    artaud, a.,

      El pesanervios, Ed. Gutenberg, 1925.

    3. El perro andaluz , film surrealista de Buñuel y Salvador Dalí, de 1929.

    4. La banalización del mal que refiere Hanna Arendt en Juicio a Eichmann .

    5.

    Freud, S

    ., Observaciones psicoanalíticas de un caso de paranoia descripto autobiográficamente. Caso Schreber, Ed. Amorrortu, 1912.

    Primera parte

    Psicoanálisis antes y después de Auswitchz: un discurso ni del ser ni de la nada

    Finalizada la primera guerra mundial, y haciéndose eco de cierto pesimismo reinante en relación a que la ciencia fuese efectivamente el gran carro civilizador, el gran disciplinador de las viejas pasiones destructivas del hombre, Freud edita su Más allá del Principio del Placer. El libro, de por sí, se anuda a la época desde el título mismo. Ese Más allá da cuenta de algo que en el hombre no se regula ni se regulará por el confort que la ciencia y sus aplicaciones le puedan brindar a la existencia. La existencia humana, lejos de buscar el confort, parece repetir algo mucho más profundo, si se quiere, mucho más enraizado a su condición de existencia. Hay algo ligado a esa condición fundante de lo humano que no pasa por eros, que no es religante, que no busca la complejidad ni la composición, y que, en todo caso, está antes que todo eso, que es separador y excluyente, que empuja al acto, y que su expresión tanática ruidosa manifestante es el odio.

    El odio se manifiesta en la destrucción, en la descomposición, en la disolución. Forzando el sentido castellano: ¡que se pudra todo! Esa pudrición, expresión también ligada al aburrimiento, es la que se presenta como necesaria frente al estancamiento libidinal, frente a la estasis libidinal, frente a la inmovilidad, o la fijación. El odio busca la ruptura. No podemos decir: de este lado el odio y de aquél lado el amor, como hemos escuchado últimamente en algunas simplificaciones consignistas de la política. Freud lo dice claramente al hablar de mezcla o des mezcla de pulsiones: el odio y el amor se expresan dentro de esa combinatoria regulada en donde la vida discurre en esa tensión conflictiva, pero resuelta a desarrollarse, por empuje propio, en tanto esa tensión se sostenga de manera factible. El problema –tal como el propio Freud lo señala– es la des mezcla de las pulsiones. Tánatos se expresa a través del odio o, mejor dicho, el odio es el lado amoroso de tánatos, es el lado burbujeante, ruidoso, el murmullo vivo e incontenible de la pulsión de muerte. El odio es la expresión visceral, vivencial, de la neutralidad avasallante de lo mudo, de la muerte pelada, de la muerte natural, de la indiferencia de lo vivo.

    Pero además tenemos otro aspecto tanático: lo mudo. Lo plenamente mudo. El odio tripero no tiene expresión pasional, es el odio frío, indiferente, el odio separador, el odio de la muerte misma, en tanto no distingue nada particular. Es un odio anterior al odio que conocemos, un odio desconsiderado, pero de una desconsideración ni siquiera dedicada, una desconsideración que es necesario suponerle a lo desconsiderado en sí y por sí, para humanizarlo.

    Freud trabaja estos elementos en un libro, a mi entender, preparatorio y premonitorio del que luego será el gran libro acerca de la función paterna en Freud, que es Moisés… Ese libro es Tótem y tabú. ¿Por qué están todos estos elementos que mencionamos, o sea, el odio, el amor, la descomposición o pudrición, el odio de la desconsideración, o sea el odio ni siquiera dedicado? Descompongamos las historias, o el mito freudiano, que dicho sea de paso, es una verdadera gema de la producción freudiana: hagámoslo resumiendo de forma somera: Recordemos que el mono o macho alfa de la horda de monos era el poseedor de todas las mujeres. Ese mono concentracionario, ese mono condensador, mono acaparador del goce, no dispuesto a distribuir ni –aparentemente – sacrificar el goce como tributo al conjunto y como factor de aglomeramiento social, se hace merecidamente objeto del odio del resto de los machos de la horda. No se sabe cómo ni por qué ese mono preside la manada a través de su acaparamiento, será en todo caso por sus virtudes de peleador-preñador o por su disposición a acumular, de manera decidida, la posesión de las mujeres. No da la impresión de que ese mono le dedique todo ese condensamiento al resto de los monos de la manada, es decir, no creo que al mono ese se le juegue prestigio alguno por el que moverse en esa dirección. Simplemente acapara y ni siquiera piensa en que los otros machos de la horda pueden estar acumulando rencor en su contra. Este macho no hace nada en particular para que lo odien, simplemente se mueve conforme a su naturaleza – podríamos decir. Ahora bien, esa naturaleza del mono tiene que ser pre lingüística. Es un mono que todavía no habla, solo se impone por la fuerza bruta. El mono responde a su naturaleza, que no es de lenguaje. En ese sentido, se mueve por instinto, es decir, se mueve sin pensar en nadie ni en nada. Tampoco nada piensa en él. Ese goce acumulado, el de todas las mujeres, no tiene ningún sentido.

    El sentido viene después, con el acto que los otros monos realizan en su contra, aunados. Parece ser que los otros monos decidieron sacarse de encima al macho acumulador, asesinándolo. Lo limpiaron. Para ponerse de acuerdo tuvieron que haber hablado, pero supongamos que no, que en el acto se produce la unión, que el acto mismo es el que produce la unión de todos los otros monos. Matan a esa cosa, o matan a la cosa misma que los encimaba, alejándose de ella –la cosa–, haciendo que la cosa caiga del lugar en el que, ahora, los monos asesinos, los monos complotados por el acto mismo, se encuentran. Ellos se encuentran, por obra de ese asesinato, del lado de la civilización. ¿Qué es la civilización? La consecuencia de la caída de ese padre-cosa, que condensaba el goce y los dejaba pegados. Los monos se hacen hermanos porque se encuentran ahora ligados al vacío que se abre en la ausencia del macho-cosa. Ese vacío es un vacío civilizador, y es el testimonio mismo que la porción de goce imposible que el macho asesinado fue forzado a entregar en nombre de la pacificación de la horda. También vemos que el acto que antes era mudo, se hace sonoro. El odio mudo del padre cosa, indiferente y no dedicado a los otros monos, era devuelto, a partir del acto, en un odio totalmente dedicado, separador y escandaloso. Cae la cosa, y los monos ahora conmemorarán su caída, asumiéndose separados de aquella cosa. El odio frío y mudo, aislado, ensimismado del padre-cosa, ahora se convierte en el murmullo civilizatorio del acto y la culpa devengada del acto: los monos ahora se reunirán para conmemorar a ese padre primario, a ese pre-padre, olvidando por completo la completa indiferencia que les prodigaba, y convirtiéndolo en un héroe y en un dios. El asesinato lo convierte en un padre viable, un padre soportable, un padre que puede estar y no estar, un padre simbólico. Y se hace ahora si, además del odio, objeto de amor. El acto de los otros monos, el asesinato, causado por el odio frio e indiferente, mudo, no dedicado, del padre-cosa, transformó eso en amor. El amor nació a partir del acto pre-amoroso, que fue un acto de odio. Ese odio fue la condición inicial del amor. A tal punto es que ese amor se fundamenta en el vacío insustituible que ha dejado el padre-cosa, en su caída.

    En ese mito el acto civilizatorio es el asesinato de la cosa-macho. La civilización es amor, el testimonio mismo del surgimiento del amor. Además, donde parecía imposible que algo cambie, a partir del momento del acto del asesinato, ya no es posible afirmar que nada cambie. El vacío que deja la muerte de la cosa es el factor de cambio, es decir, que porque hay un vacío es posible el movimiento, el desplazamiento, del mismo modo que podemos pensar que en una habitación llena de muebles no se puede cambiar de lugar nada, apenas dejamos algo afuera, apenas logramos hacer un vacío, entonces es posible cambiar de lugar las cosas, hacer otra disposición. Ese vacío permite nuevas combinatorias espaciales que hacen a la posibilidad de crear algo nuevo, como en el poema. El poema es el modo en que las palabras y las letras buscan nuevas combinatorias que hacen sentir esa ausencia estructural, esa añoranza primordial en el que la existencia humana se fundamenta de manera erótica, amorosa. El odio es la erótica de la muerte, la erótica de la descomposición, la erótica de la pudrición necesaria para dejar de acumular cosas, para dejar de estar lleno. El poema vacía de sentido la lengua, lo vacía de sentido común, hace sentir el vacío de sentido común para crear un sentido nuevo, ligado a lo real, siendo lo real ese vacío primordial que conmemora la muerte de la cosa, en el caso del mito freudiano, podemos hablar la muerte del macho-cosa, o el macho acumulador.1

    La perversión de la era moderna es que se ha generado un tipo de lazo social que, como lo sitúa Lacan, es falso (si hablamos de que el lazo entre los hermanos de la horda, el primer lazo social, nace del asesinato del macho-cosa y por ende, de la creación del vacío civilizador), que se basa en la generación de la ilusión del relleno del vacío existente en el sujeto, y que le permite vincularse con su condición de existente-humano. El sentido común de nuestra era es la publicidad, o podemos decir que esa ilusión de relleno encuentra en la publicidad su agente más efectivo. Estamos hablando del discurso –o lazo social– llamado capitalista. El capitalismo sostiene la ilusión del llenado de la existencia bajo la forma de la acumulación. Es una especie de retorno al padre-macho-cosa, es decir, al no-padre de la civilización. Es un retorno al modo de funcionamiento basada en el odio, en la pudrición, la descomposición, pero con un componente o agregado perverso: si aquellos hermanos creían que a ese padre había que conmemorarlo porque su sacrificio les dejó existir, ahora, la civilización capitalista fomenta la perversión de que no habría por qué conmemorar nada, ya que es posible realizar a ese padre gozador, acumulador, y borrar la culpa del asesinato. Es decir, lo que fomenta el falso lazo social del capitalismo es la ilusión de borrar el asesinato de la cosa, propone" superponer la civilización a la naturaleza, colocando a ese mismo falso lazo como la naturalidad del hombre, es decir, como la plena realización de la naturaleza humana,2 cuando de lo que se trata es de la realización del odio, cual si el odio fuera la naturaleza misma del hombre. Y así vemos todo el despliegue cínico de la cultura generada por ese desvío del discurso del amo, que más que amo es el discurso odio. Acumula y triunfarás, en una versión sesgada en la que lo que se propone es que el odio es el paso fundador, porque lo que se propone es que la verdad de la naturaleza del hombre es la envidia. El capitalista sostiene que el hombre entró a la civilización –esto vendría a ser la conclusión lógica– porque los monos de la horda cometieron el asesinato por envidia, porque cada uno de ellos, los que quedaban afuera de ese goce, pretendían estar en ese lugar.

    La pregunta sería: ¿cómo es que entre los hermanos –concluye el mito freudiano– se concluye en la necesidad de abstenerse, justamente, de ocupar ese lugar del macho-cosa al que se considera –en la hermandad– perdido para siempre, a favor de la conservación de la paz entre los hermanos, y digámoslo así: la conservación de la existencia humana? ¿Es sólo la envidia entonces lo que motiva al hombre, y es esa ambición de poseer lo que lo causa? ¿Los hombres son conscientes de que son hombres a partir del momento previo al asesinato de la cosa? ¿O justamente esa conciencia que los preserva dentro de la existencia humana sólo tiene sentido después de ese asesinato, a consecuencia del cual la envidia misma tiene también su lugar?

    El capitalismo promueve la ilusión de la perversión de que el ser del hombre se puede recuperar en su esencia promoviendo la idea loca de que el sentido es previo a la posibilidad misma del sentido, es decir, anterior al asesinato mismo del macho-padre-cosa. Por eso es que el capitalismo se promueve a sí mismo como la esencia de la naturaleza humana, coloca a la cosa pre-asesinato, al Macho gozador, como el centro mismo del ser humano. Por lo que el amor, consecuencia directa del asesinato, consecuencia directa del vacío insustituible que promueve además la alianza entre los nuevos hermanos de la civilización, en el amor al padre reformado, al padre re-versionado desde el amor, al padre que nadie quiere reemplazar no sólo por voluntad de no hacerlo, sino por la imposibilidad de retrotraer la existencia misma a ese punto previo. Se funda el imposible. El capitalismo promovería, tal como a través del marketing tantas veces lo promueve, que nada es imposible.

    El amor dentro de la lógica capitalista es necesariamente rechazado. Porque el amor coloca las cosas de la realidad humana en relación a un imposible, lo cual les da su potencia particular. El capitalismo es un discurso sin límites, y crea las condiciones para la destrucción de la civilización justamente por el sin límite del rechazo implícito en su sistema a la castración.3 No es la naturaleza del hombre la que crea esa condición, porque la naturaleza del hombre es el lenguaje. El capitalismo crea las condiciones de la destrucción, porque coloca a la plena realización humana en su destrucción misma. Cuando la civilización como tal deje de existir, allí se consumaría el discurso capitalista, que es el discurso del amo capitalista como si se viviera junto con otros, aunque en verdad los miembros de la sociedad viven como enemigos, y el lazo social es motivo de desconfianza.

    Auswitchz tiene en sí todos los componentes de ese carácter indiferente del discurso capitalista. La destrucción fría, la masacre generalizada en nombre de la eficiencia, es llevada al paroxismo en la producción de muerte. Así se borra toda singularidad de la realidad humana Allí no hay ni historias ni cuerpos ni afectos particulares, allí hay idea, idea envolvente, idea globalizada. La idea de un bien supremo que trasciende el momento, que trasciende la particularidad del sufrimiento humano, que trasciende el mal trago del cuerpo a cuerpo de la muerte, un bien supremo que atraviesa las generaciones, metaforiza del algún modo la persistencia de lo vivo y su absoluta indiferencia al destino individual de los miembros de la especie. La muerte adopta la cara de lo vivo puro, de lo vivo neutro, de lo vivo biológico. No es por nada que los experimentos biológicos, genéticos, se hallan llevado a cabo en nombre de esa idea de bien superior, del bien ideológico, de persistencia eterna, que emula la vida y su persistencia indiferente a los individuos. Lo vivo se vale de los miembros de la especie para persistir. La naturalización ideológica convierte a la vida humana en vida natural, y naturaliza las aberraciones ideológicas que pretenden presentarse como naturales. Ésta es la aberración, convertir a la especie humana en una especie biológica naturalizando al sistema capitalista con el objetivo de la vida o de lo vivo en sí. Esa es la falsedad: la de que el capitalismo realiza plenamente la naturaleza humana, y que los objetivos del capitalismo son los objetivos del vivir.4

    No es por nada que Freud ubica al asesinato en el inicio de lo civilizado. No todo es puro vivo, ya que los vivos son quienes hacen el truco de que la muerte debe ser rechazada, cuando en el propio Freud está la idea de que la muerte es la muerte de la cosa viva, esa cosa presente de manera absoluta, como puro vivo, o sea, que las tiene todas. De esa muerte hablamos, no de ninguna naturalización ideológica, eso termina siendo la muerte. La vida humana, la existencia humana, descansa sobre la muerte de ese puro vivo, descansa sobre el resto que decanta de ese puro vivo, y ese resto es lo real, lo puro muerto que determina lo vivo. El resto que los hermanos, convertidos en tales a partir de la caída de lo puro vivo conmemoran –los hermanos de la civilización, o sea, todos nosotros– es el resto del padre inmemorial que jamás existió, es el vacío que lo simbólico abre para dejar a lo puro vivo atravesado por un agujero sin retorno5. Sólo podemos conmemorar porque ya estamos de este lado, del lado de la memoria, y no de lo inmemorial. Lo inmemorial se nos presenta bajo los distintos conglomerados de memoria que se van adoptando en torno a ese agujero, de la ausencia de lo puro vivo, lo que podríamos llamar la naturaleza. Habrá entonces que desconfiar de todo discurso naturalizante de la existencia humana.

    ¿Como actuar de psicoanalista? En primer lugar, soportando la apariencia del lugar a-histórico del resto conmemorativo de lo puro vivo. Esa es la neutralidad

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1