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Mónica, profesora y...puta.
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Libro electrónico164 páginas3 horas

Mónica, profesora y...puta.

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Información de este libro electrónico

Mónica, una profesora de Universidad de cuarenta y tantos años, de buen ver, está en problemas económicos. Serios problemas económicos. Así que, habiéndose dado cuenta de que ejerce una extraña influencia sobre uno de sus alumnos, decide, un buen día, prostituirse con él. Ese será el comienzo. Porque Mónica no quiere detenerse ahí. Quiere más. Quiere más dinero y toma la decisión de convertirse en prostituta, actuando en la Universidad, con sus alumnos, o por lo menos, con un grupo selecto de ellos. Sin embargo, eso no será todo. Mónica tiene una buena amiga, Cora, que en secreto está enamorada de ella. Ambas protagonizarán un idilio lésbico, a pesar de que Mónica no ha creído, hasta ahora, ser una lesbiana. Pero las cosas nunca son lo que parecen y el sexo la domina por completo. Mónica se ha convertido en una auténtica puta caliente.

Añadido: actualmente estoy trabajando en una continuación de este relato, en la cual profundizaré - o al menos eso intentaré - en la relación de Mónica tanto con Marcial, su adorador incondicional, como con su amiga Cora, la profesora lesbiana. Además, mi deseo es mostrar como se siente atraída Mónica por la parte más oscura de la prostitución y, por supuesto, describir su día a día como prostituta secreta de la Universidad. Todo eso lleva tiempo, pero procuraré sacarlo de dónde sea para terminar el trabajo. Gracias por estar ahí.

IdiomaEspañol
EditorialMatt Stand
Fecha de lanzamiento1 mar 2017
ISBN9781311499615
Mónica, profesora y...puta.
Autor

Matt Stand

I am a man in his forties, who adores mature women with voluptuous bodies. Women are the most beautiful in the Universe and my favorite women are those of a certain age who, despite showing their wrinkles, also show their voluptuous female forms. My favorite sexual fantasies are those involving mature super-heroines who always end up defeated and sexually subjected. That's why I wrote this first story whose protagonist is a mature woman who is also a super-heroine, the beautiful Panther-woman.Yo soy un hombre de cuarenta y tantos años, que adora las mujeres maduras con voluptuosas formas. Las mujeres son lo más hermoso del Universo y mis favoritas son aquellas que ya tienen una cierta edad, aquellas que, a pesar de mostrar sus arrugas, también muestran sus voluptuosas formas femeninas. Mis fantasías sexuales favoritas son las que atañen a súper-heroínas de edad madura que siempre acaban derrotadas y sexualmente sometidas por sus enemigos. Tambien es la razón por la cual yo he escrito mis historias La Zorra: violada en el callejón y Panther-woman: raped in the alley. Son, en esencia, la misma historia, solo que la una está en español y la otra en ingles. También me gustan mucho las historias de profesoras maduras sexualmente activas con sus alumnos unjversitarios. Así, he escrito mis relatos sobre Mónica, la profesora universitaria que decide convertirse en prostituta y las historias sobre Sheila, la profesora/prostituta que trabaja en una Universidad muy extraña. Ultimamente, he escrito mas relatos sobre La Zorra, que ha acabado derrotada y asexualmente dominada.por una joven contrincante.En fin, esos.son mis intereses en este tipo de historias, que siempre son relatos pornográficos que nada tienen que ver con personas reales ni con instituciones reales. Son solo fantasías pornográficas, eso es todo. Son, en esencia, relatos que me hubiera gustado leer en mi lejana juventud, cuando los escritos eróticos que frecuentaba no lograban llenarme del todo, supongo que porque cada cual tiene sus propias fantasías.

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    Mónica, profesora y...puta. - Matt Stand

    Mónica, profesora y PUTA.

    Primera parte

    Published by Matt Stand at Smashwords

    Copyright 2017

    This ebook is licensed for your personal enjoyment only. This ebook may not be re-sold or given away to other people. If you would like to share this book with another person, please purchase an additional copy for each recipient. If you’re reading this book and did not purchase it, or it was not purchased for your use only, then please return toSmashwords.com and purchase your own copy. Thank you for respecting the hard work of this author

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    Mónica, profesora y puta

    Relato pornográfico

    Matt Stand 2017

    Advertencia: en este relato hay abundantes escenas de sexo explícito, incluyendo escenas de lesbianismo. El lenguaje utilizado es fuerte en muchas ocasiones , puesto que la profesora protagonista – una mujer madura en la cuarentena – inicia un camino descendente hacia la degradación moral. Por todo ello, es, por supuesto, un relato para mayores de edad, solo para adultos.

    UNO

    –Señorita Mónica – dijo el hombre, sin dejar de mirar a la calle través del cristal ahumado de los ventanales – no me obligue a hacer algo que no quiero hacer. Usted conocía los plazos, conocía las consecuencias de sus actos. Sabía lo que pasaría.

    El hombre se volvió. Frente a él, una mujer de estatura mediana, de unos cuarenta y pocos años, bien vestida, con los ojos ocultos tras unas gafas de montura gruesa, bajó la mirada, avergonzada, removiéndose incómoda en la silla en la que estaba sentada. Incómoda y también temerosa. El hombre sonrió mentalmente. Era bueno que sus clientes le temieran, si no fuera así, su negocio se iría pronto al traste. Ocurría, sin embargo, que no disfrutaba especialmente atemorizando a ésta mujer en concreto. Era, evidentemente, una mujer culta, una mujer educada, y él eso lo respetaba. Según tenía entendido, daba clases en la Universidad, y era la primera vez que acudía a él.

    –Señorita Mónica –volvió a decir – puedo hacerle un favor. Puedo darle más tiempo para que me devuelva lo que me debe. Pero a un precio.

    La mujer, ahora, lo miró de frente. Tenía unos ojos bonitos, después de todo, a pesar de encontrarse como difuminados tras los cristales de las gafas. No era muy guapa, pero no estaba mal. Su rostro era ancho y ovalado, enmarcado en un pelo negro bastante rebelde. Sus cejas eran abundantes, su nariz larga y afilada, sus labios tentadores y gruesos, pintados de rojo iridiscente. El hombre apreció todo esto en un segundo, y, de nuevo, sonrió mentalmente. Tenía una buena boca, aquella mujer. Además, se dijo, tenía otras cosas buenas. Como sus tetas. Unas tetas generosas y un poco caídas cuyas eróticas oscilaciones se adivinaban al menor movimiento, a pesar de la blusa y de la chaquetilla. Al principio de su reunión, el hombre había advertido la belleza de las pantorrillas de su interlocutora, que había acudido a la cita ataviada con una falda hasta las rodillas que las dejaba a la vista, desnudas y hermosas. Sí, tenía cosas buenas aquella Mónica, tan elegante y educada. También malas, por supuesto. Sus caderas eran estrechas y su culo, como pudo observar al ofrecerle una silla, no era espectacular. Además, la edad se le notaba en la cara – pequeñas arrugas en torno a los ojos, y en torno a la boca –y en las manos, e incluso en las bellas pantorrillas, que denotaban flacidez y flojera de carnes. Pero nadie es perfecto, se dijo, y observó de nuevo a la mujer. Si, no estaba mal; no llamaba la atención, no haría volverse a los hombres a su paso, pero tenía un cuerpo todavía apetecible, si se sabía mirar.

    –Un precio –dijo Mónica, mirando al hombre. – Supongo que los intereses subirán exponencialmente. ¿No es así, señor Dicenta?

    -Señorita Mónica, compréndame. Soy un empresario, me dedico a los negocios. Necesito obtener beneficios.

    –Y ¿a cuánto ascenderían esos beneficios si acepto la oferta?

    –Bueno, mis intereses supondrían unos quinientos euros más sobre la cifra pactada anteriormente. En total, debería usted devolverme cuatro mil euros, señorita.

    Mónica bajó la mirada y tragó saliva despacio. Se sentía temblar por dentro, casi le faltaba la respiración. ¡Cuatro mil euros! ¡Si ni siquiera pudo hacer frente a los tres mil quinientos! Se movió a un lado y a otro, haciendo crujir la silla. Aquel hombre, pequeño, curtido, con aspecto de duro, la asustaba. Nunca la había amenazado expresamente, pero sólo mirarle le bastaba a Mónica para maldecir el día que se le ocurrió la peligrosa idea de pedirle dinero. Intentando refrenar sus nervios y su miedo, cruzó una pierna encima de la otra. Al hacerlo, la falda, ajustada, resbaló hacia atrás un corto trecho y facilitó que el hombre le viera, no sólo las rodillas, sino también un poco de los muslos. Pero no pensaba en eso. Pensaba en que necesitaba concentrarse, detener el temblor que amenazaba con manifestarse; tenía que controlar se. El señor Dicenta si pensaba en los muslos de la señorita Mónica. Sus ojos no perdieron detalle durante la fugaz operación del cruzado de piernas y disfrutó viendo aquellas rodillas y aquel atisbo de muslos desnudos. Además, ahora, los pies de la señorita Mónica, embutidos en unos zapatos negros de medio tacón, descubiertos por delante, estaban también a la vista, y eran algo hermoso de ver, si se tenía sensibilidad para apreciarlo.

    –Cuatro mil…– repitió Mónica, consciente de la inutilidad de hacerlo – ¿Cuánto tiempo tengo?

    –Digamos…tres meses, señorita Mónica. Ni uno más.

    –Bien, no tengo alternativa. Acepto.

    El hombre la miró a los ojos y sonrió, ahora no sólo mentalmente.

    –De acuerdo entonces. ¿Puedo invitarla a tomar algo, un café quizá?

    –No, no es necesario, gracias. Debo irme, tengo que dar clases en la Universidad, ya llego tarde. Muchas gracias por su tiempo y por su comprensión, señor Dicenta.

    Mónica se levantó. Se ajustó la chaqueta y tras dirigir una media sonrisa a su interlocutor dio media vuelta y se dirigió a la salida. El movimiento sinuoso de las tetas de la señorita Mónica captó la atención del señor Dicenta. Luego los ojos del hombre se fijaron en el culo de la mujer. Si, era un culo pequeño, pero que tenía su encanto. Vaya si lo tenía.

    –Señorita Mónica – dijo, cuando ella ya alcanzaba la puerta con la mano derecha.

    – ¿Si?

    –Procure, esta vez, no fallarme, por favor.

    Mónica no contestó. La mirada helada del señor Dicenta fue suficiente para hacer que toda su entereza empezara a derrumbarse por dentro. Haciendo un esfuerzo para no salir corriendo, compuso una sonrisa educada y salió, al fin, de aquel despacho maldito.

    Recorrió la antesala taconeando con furia, sin mirar a ningún lado, como queriendo fundirse con el aire que respiraba con dificultad. Alcanzó el ascensor, pulsó con violencia el botón de la planta baja y rezó para que nadie subiese con ella. No podría soportarlo. Sus plegarias fueron escuchadas y el rápido trayecto hasta la planta baja lo hizo en soledad. Soledad que aprovechó para derrumbarse al fin, con los ojos llenos de lágrimas y el cuerpo pegado al cristal que decoraba la pared del fondo. El sonido de la campanilla que anunciaba que había llegado la asustó. Se recompuso como pudo y salió a la calle, siempre taconeando como si tuviera una prisa inmensa. Y en verdad que así era, pues quería salir de allí como fuera, desaparecer de aquel horrendo lugar dónde había dejado su dignidad.

    El aire fresco de la calle la tranquilizó un poco, algo así como si hubiera llegado a la superficie después de luchar por no ahogarse bajo las aguas. Algo más relajada, caminó en dirección al aparcamiento subterráneo dónde había dejado su coche. Ensimismada en sus pensamientos ominosos, comenzó a juguetear con los botones de su blusa y, sin darse cuenta, se desabrochó los dos superiores. Sus tetas, ahora más libres, iniciaron una erótica y rítmica danza acompasándose a los pasos de sus pies. El escote era, ahora, muy generoso y un par de hombres se fijaron en ella al pasar y le dirigieron miradas plenas de lascivia. Mónica, sin embargo, no se percataba de nada. Su mente volvía una y otra vez a la escena que acababa de abandonar, mostrándole la horrible faz de Dicenta, sus ojos de hielo fijos en ella. Porque estaba segura de que aquel hombre, aquel ser horrible, no se había limitado a dominarla con veladas amenazas, sino que, además, la había desnudado con la mirada. Estaba segura de eso porque había sentido la atroz caricia de sus ojos resbalando por todo su cuerpo, casi tan real como si la hubiera tocado. Allí dentro, sentada frente a aquel hombre, a pesar de estar vestida con el más absoluto pudor, a pesar de su fingida entereza y a pesar de adoptar las más recatadas posturas, se sintió totalmente desnuda.

    Sus pasos la habían llevado al fin al aparcamiento. Bajó las escaleras, pagó en el cajero y se dirigió a su viejo coche. Era un anticuado y destartalado vehículo japonés que ni siquiera tenía dirección asistida, mucho menos aire acondicionado, y, por supuesto, ni hablar de esas modernas de pantallas de información. Pero funcionaba. Sonrió al pensar que, durante un tiempo, tuvo la ilusión de venderlo y comprarse un nuevo modelo. Pero la crisis, la denostada e inacabable crisis, la congelación de su sueldo, y, sobre todo, el hecho de haberse comprado una costosa casa que se llevaba casi todos sus ingresos, habían acabado por convencerla de que aquel cacharro estaría con ella para siempre jamás. Se miró en el espejo retrovisor, se compuso el pelo, algo despeinado, se ajustó las gafas y encendió el motor. Ni siquiera ahora advirtió que iba demasiado escotada y que sus tetas, voluptuosas, se mostraban en demasía. Engranó primera y se dirigió a la salida. Durante unos minutos había logrado no pensar en el tremendo problema que la acuciaba. Durante unos instantes, había conseguido alejar de su mente el hecho de que le debía cuatro mil euros a un tipo muy, muy peligroso, y que no tenía forma de conseguirlos.

    –Bien, vamos a la Universidad – se dijo a sí misma, con una sonrisa forzada- intentemos no pensar en ese tipejo por un momento.

    Sorteando con pericia el denso tráfico de la ciudad, Mónica desconectó y se sintió libre. Le pasaba con frecuencia cuando conducía. Muchas amigas suyas no tenían interés en los coches, pero a ella le gustaban, más que por el vehículo en sí, por el hecho de liberarse conduciendo. No siempre lo conseguía, es cierto, pero cuando pasaba, era como una especie de meditación. Dejaba de pensar, tan sólo actuaba. Una paz extraña y placentera se adueñaba de ella y conseguía serenarse. Ahora lo estaba logrando de nuevo. Pero sabía que no sería por mucho tiempo. Sus problemas vendrían a buscarla, incluso allí, en ese lugar blanco y sin tiempo dónde nada podía, aparentemente, alcanzarla.

    –Mis problemas – musitó, con resignación – ya están aquí.

    Enfiló la autopista, justo cuando las imágenes – repetidas hasta la nausea por su mente mortificadora –volvían con intensidad a proyectarse en su cine interior.

    Aquella reunión de amigos, por la noche junto al mar. La luz mortecina y amarilla de las farolas, el brillo de las mesas metálicas, el rumor de las risas y frases entrecortadas de toda la gente que la rodeaba, allí, en la terraza de moda. Uno de ellos, un antiguo compañero de clase ahora casado, como casi todos – salvo ella y su amiga Cora – tuvo la brillante idea. ¿Por qué no se daban el gusto de irse de viaje a un lugar paradisíaco, por qué no se iban unos días a descansar y a pasarlo bien en uno de esos hoteles de lujo aclamados en todas las revistas de turismo? Todos juntos, un buen grupo de amigos y amigas, lo pasarían fenomenal. Mónica, por un momento, tuvo la esperanza de que nadie hiciese caso de semejante idea, porque sus finanzas estaban en rojo, porque no tenía dinero para nada que superase el pago de la hipoteca, su comida – tenía que comer, también las mujeres solteras comen – y sus gastos en ropa – por supuesto, también las mujeres solteras se visten, y hacen algún gasto que otro. Pero pronto comprobó, con frustración, que todos los demás aplaudían la ocurrencia. Y no sólo eso. Se pusieron enseguida a diseñar un plan de ataque, esto es, un plan director que planificara las compras de pasajes – carísimos – las reservas en un hotel de lujo- insoportablemente caras – y la cantidad de dinero que habría que llevar para hacer frente a los gastos de aquellas pequeñas vacaciones – vamos, dinero para discotecas, bares, restaurantes, alguna excursioncita…A Mónica el alma se le caía al suelo. El montante subía y subía, parecía no tener fin. Sin embargo, lo tuvo. Uno de sus amigos dijo, con expresión de triunfador de película barata: –¡Miren, saldrá por unos tres mil quinientos euros, más o menos! ¿Qué les parece?– Mónica tragó saliva. No tenía posibilidad alguna de poner su parte. Esperó a que los demás se decidieran, tal

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