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La doctora
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Libro electrónico452 páginas7 horas

La doctora

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Una brillante niña prodigio sueña con convertirse en doctora y cirujana... y lo logra. Desafortunadamente, su juventud y su rostro redondo e infantil actúan en su contra. No importa que tan hábil que se vuelva o lo informada que esté, la jerarquía médica de la vieja escuela, dominada por hombres, quiere mantenerla en ‘su lugar’.

Deanna ha trabajado duro para convertirse en una experta en su campo, pero pocos consideran a esa "niña" capaz. Como especialista en enfermedades infecciosas, viaja por todo el mundo, desde los Estados Unidos hasta Europa y Sudamérica, perfeccionando sus conocimientos antes de terminar en África, donde necesitan desesperadamente sus habilidades.

Al conocer a una enfermera llamada Madison MacGregor, descubre que comparten una insaciable curiosidad junto con el amor por ayudar a los demás, pero enamorarse no era algo que estuviera en sus planes. Más tarde, cuando un malentendido hace que pierda a Maddie, el recuerdo de la que logró escaparse la persigue...

Pasan diez años y tanto la doctora como la enfermera han seguido adelante con sus vidas, pero el destino interviene cuando se encuentran trabajando en el mismo hospital. Su amistad revive... ¿pero se podrá revivir su amor? ¿El pasado las perseguirá o las acercará? ¿Los secretos ocultos de ambas les impedirán crear un futuro juntas?

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento30 oct 2020
ISBN9781071572450
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    La doctora - Shadoe Publishing

    CAPÍTULO UNO

    ¡Hola! ¿En dónde conseguiste ese enorme ramo de flores? Preguntó Bonnie con un toque de insinuación y con una sonrisa sarcástica.

    ¿Qué? ¿Cuál ramo? Preguntó Madison con el ceño fruncido, buscando a su alrededor como si pudiera verlo desde su escritorio.

    El que está en la estación de enfermeras en el cuarto piso. ¿No lo pusiste ahí a propósito? preguntó sarcásticamente, como si quisiera descubrir el secreto. En realidad esperaba obtener más información.

    ¿Por qué haría eso? Madison dejó de escribir en el historial del paciente y miró hacia arriba.

    ¿Para demostrarle a Tom que no es el único interesado? ¿Como venganza por esa mala cita?

    Madison sonrió con desagrado ante la idea enfermiza de que alguien pudiera salir con Tom Masters. El arrogante imbécil le había dicho que la igualdad significaba que esperaba que ella pagara la mitad de la costosa cita a la que la había llevado. Negó con la cabeza. ¿Podría haberle enviado flores para compensarlo? No lo he visto, le dijo con sinceridad a su amiga.

    Bueno, Sheila me dijo que no cabía en tu casillero, así que decidieron ponerlo en donde todos pudieran disfrutarlo. Pero no hay dedicatoria, dijo Bonnie, y eso confirmó que la había buscado.

    Madison puso los ojos en blanco. Tener amigos entre el personal podía ser un poco molesto, en especial porque era su superior y debía tener cuidado. Terminó con el historial que estaba viendo, lo cerró y lo archivó mientras se levantaba del escritorio. Supongo que iré a ver, le dijo a su amiga que estaba impaciente y curiosa.

    ¿Te importa si voy contigo? Preguntó Bonnie, poniéndose a su lado.

    ¿No tienes pacientes? Madison preguntó, mirando hacia la mujer más baja y deteniéndose para verla con una mirada seria. Amiga o no, los pacientes van primero.

    Bonnie suspiró y se dio la vuelta, con la esperanza de que Madison le contara de parte de quién eran las flores. Estaba segura de que no eran de Tom, él era demasiado egocéntrico como para pensar en alguien más, en especial en alguien como Madison. Miró hacia atrás para verla escapando hacia las escaleras en lugar de tomar el elevador. Admiró las líneas perfectas y el blanco brillante de su uniforme de enfermera que usaba en lugar de la ropa quirúrgica que todos los demás llevaban. Eso la hacía sobresalir, aunque como supervisora de enfermería, lo necesitaba. Tan sólo su aspecto la hubiera hecho sobresalir. No es que fuera demasiado atractiva, sino que te acostumbras a ella. Cuando la conoces te das cuenta de que es hermosa, pero no de una manera obvia. Es su personalidad la que la hace hermosa.

    Madison subió a la estación de enfermeras del cuarto piso y se asombró al ver el ramo de flores que estaba ahí. Alyson le aseguró que era para ella y, sorprendida, miró el ramo que tenía muchas flores de ave del paraíso junto con sus largas hojas. Era simple y a la vez llamativo. La cantidad de flores era impresionante.

    Ah, ¿entonces quién te lo mandó? Preguntó Alyson, tratando de conseguir información.  Las otras enfermeras y algunos de los doctores estaban chismeando. ¿Son de parte de Tom? dijo disimuladamente. Los rumores y las suposiciones provocaron más chismes en el personal entre el cuidado de los pacientes.

    Madison levantó la vista del enorme ramo y sacudió la cabeza, primero para entender quién le había dado el ramo, y segundo para refutar la pregunta. Tom no pagaría por algo tan escandaloso, es demasiado tacaño. No, no es de parte de Tom, le aseguró a la enfermera de triage.

    Oh, ¿acaso ya hay alguien más?

    Madison miró a Alyson de nuevo. No, no hay nadie más, pero no es de parte de Tom, dijo con absoluta convicción.  Tampoco quería que ese tipo se llevara el crédito cuando no se lo merecía, y Tom definitivamente no lo necesitaba.

    ¿Ya te vas a llevar el ramo?

    Volveré por él cuando termine mi turno. Ya se estaba preguntando si cabría en su Prius.  Esos tallos eran algo largos... tal vez si lo pone en el suelo. Lo que era cierto es que se vería precioso en su pequeña sala, en la mesa del comedor.

    Le preguntaron por las flores durante el resto de su turno, negando repetidamente que fueran de parte de Tom. El hecho de que no tuviera a nadie más a quien nombrar y que sus respuestas fueran ambiguas aumentaron los rumores. No se alegró cuando el chisme llegó hasta el quirófano cuando intentaba concentrarse en sus pacientes y en su trabajo.

    Así que, Madison. Vi ese arbusto que tienes en la estación de enfermeras del cuarto piso, comentó el Doctor Traff, sonriendo detrás de su cubrebocas para demostrar que estaba bromeando. El brillo de sus ojos verde oscuro también podría haberlo revelado.

    Sííí, dijo Madison con fuerza detrás de su propio cubrebocas, mirando por encima de su bandeja por sólo un instante.

    Pinza, pidió el doctor, y vio que ya lo tenía en la mano. Usualmente anticipaba lo que necesitaba y eso era lo que la convertía en una buena enfermera. También hacía un seguimiento de los pacientes como cualquiera de los doctores. Por eso a muchos les gustaba trabajar con ella, se esforzaba al máximo y era muy consciente de ello, y se le apreciaba.

    Entonces, ¿quién lo envió? preguntó, entablando una conversación mientras trabajaban.

    Madison miró brevemente al intestino y regresó su vista a su bandeja. No necesitaban más manos, y mucho menos ojos, su trabajo era tener disponibles las herramientas necesarias para los doctores. Ella sólo quería que la conversación se detuviera. Sus enfermeras habían estado preguntando todo el día. No sé, respondía con honestidad. Nunca se había sentido tan aliviada por el hecho de que el paciente empezara a bombear sangre, esto hizo que la conversación del cirujano se interrumpiera. Ahora podía concentrarse en salvar una vida en lugar de la vida amorosa de Madison, o la falta de ella.

    Entonces, ¿quién crees que te lo mandó? Preguntó Larry, otro enfermero, mientras se lavaban después de la cirugía.

    Madison puso los ojos en blanco. El chisme no iba a parar. Ya estaba harta y se refugió en el silencio mientras se cambiaba rápidamente. Miró al equipo de limpieza en la sala de operaciones y luego anotó algunas cosas en el historial antes de irse.

    Madison tenía otras cosas que verificar, cosas que sabía que las otras enfermeras no harían a menos que ella hiciera un seguimiento, pero eso también se debía a que era minuciosa en su trabajo. Se cambió a su ropa diaria para que no la vieran con su uniforme de enfermera y se dirigió al cuarto piso para tratar de llevarse el enorme ramo. No había forma de que pudiera bajar por las escaleras desde el cuarto piso, así que apretó el botón del elevador. Recibió muchas miradas de admiración y supuso que eran por el enorme ramo. En realidad era hermoso, pero le daba vergüenza. Tal vez debería haberlo dejado en el trabajo o repartirlo entre algunos pacientes. Se preguntó quién se lo había mandado.

    ¿Te está causando mucho problema? preguntó Beth mientras veía como maniobraba con el ramo en el elevador, tratando de no picar a nadie en el ojo con una de las flores afiladas y puntiagudas o con las hojas largas.

    No, respondió simplemente, cansada de las preguntas que las flores habían causado.

    ¿Estás saliendo con alguien nuevo? Beth estaba decidida a obtener más información.

    No, sonrió, esperando que las puertas se abrieran de nuevo antes de que se le ocurrieran más preguntas a la mujer.

    El elevador se detuvo en el segundo piso y un par de personas se subieron, tratando de acomodarse alrededor de las flores. Las miraban con cautela...  Las flores de ave del paraíso podrían utilizarse para dañar, incluso involuntariamente.

    Cuando Madison vio que una de las personas que había subido al elevador era Tom, pensó seriamente en usar las flores como arma. Se las clavaría muy bien en el ojo con el que la miraba de forma sospechosa. No lo engañó, sólo habían tenido una cita y había sido un desastre. ¡Cómo se atreve a mirarla así! Si se moviera, lo picaría accidentalmente en el trasero, pero el elevador se paró en el primer piso y no pudo hacerlo. Miró a Madison y a las flores una vez más antes de salir de la pequeña caja en la que estaban.

    Será mejor que salgas primero, ofreció generosamente Beth. Había visto la mirada en la cara de Tom y no podía esperar a esparcir algunos rumores sobre eso.

    Las flores no cabían bien en su pequeño Prius aunque las puso en el suelo del automóvil. Por el contrario, ocuparon toda la mesa del comedor y la llenaron de alegría al verlas mientras bebía la cantidad de vino que se permitía después de todo un día de trabajo. ¿Pero quién se las había mandado? Esa era la pregunta que ella, y aparentemente muchas de las personas con las que trabajaba, querían saber. Eran exóticas y se encontraban por todo el sur de California, pero este era un ramo único. ¿Quién se lo había enviado?

    Tranquila, se sentó girando el tallo de su copa de vino y mirando el regalo que había recibido. Intentaba no pensar demasiado en ello, pero no podía evitar preguntarse sobre el quién, el qué y el por qué. Sus pensamientos se interrumpieron cuando los niños entraron en la casa.

    ¡Mamá! Chloe gritó con una sonrisa. ¡Papá nos consiguió un cachorro! dijo de forma importante mientras se acercaba a darle un abrazo.

    Madison se las arregló para no poner los ojos en blanco a Scott, que robó su idea y tomó el crédito. No era la primera vez... y no sería la última.

    Es una bestia peluda, dijo Conor, con toda la dignidad que puede tener un niño de ocho años mientras se dirigía a la cocina por un bocadillo.

    ¿Una bestia peluda?  Madison casi se rió cuando Scott entró y dejó las mochilas de ambos niños.

    ¿Día difícil? preguntó mientras la veía beber los restos de su vino. Luego vio el monstruoso ramo en la mesa del comedor y se giró para levantar una ceja.

    No, para nada, le aseguró, ignorando su mirada interrogante. ¿Un perro?

    Sí, fuimos a la perrera después de la escuela. Sólo para mirar, le aseguró. Lo siguiente que supe es que teníamos una criatura peluda y pulgosa.

    Se rió, sabiendo los poderes de persuasión que tenían sus hijos. Estoy segura de que te acostumbrarás.

    Me va a costar una fortuna, se quejó, tratando de que entendiera su situación.

    Madison se alegró todavía más. Scott había escuchado su sugerencia de que era hora de que los niños tuvieran alguna responsabilidad y tuvieran una mascota. Además, quiso ser el héroe y ahora tenía que lidiar con ello.

    Fuimos a Petco y al parecer el perro necesita de todo, se lamentó.

    Bueno, ya lo hiciste, le confirmó.

    ¿Hacer qué?, preguntó él, confundido.

    No puedes deshacerte de él ahora, comentó, sabiendo que no dudaría en llevarlo de vuelta a la perrera.

    Papi, no te desharás de Fluffy, ¿verdad? preguntó Chloe, sonando asombrosamente como su padre cuando se quejaba.

    Por supuesto que no, cariño, le aseguró. Ahora ve a jugar. La miró con cariño mientras se iba a la habitación que compartía con su hermano en la pequeña casa.

    Madison sacudió la cabeza, sabiendo que se había acorralado y esperaba que lo rescatara de alguna manera. Sí, tenía más sentido que ella se quedara con el perro en su pequeña casa de dos habitaciones con patio que él en su pequeño departamento, pero no iba a salvarlo, no esta vez. Ya en otras ocasiones lo había rescatado de su necesidad de lucirse ante los niños, pero ya era suficiente.

    Aquí están tus llaves, dijo mientras le entregaba las llaves de su miniván. Ella le entregó a regañadientes las llaves de su Prius, prefiriendo el vehículo más pequeño y confiable para conducir.

    Madison se sintió aliviada cuando Scott se fue y se quedó sola con los niños. Necesitaba su tiempo de tranquilidad y compartir la custodia no siempre fue fácil. Por eso ya no quería estar casada con él. Ocupaba tanto de su tiempo que era como criar un tercer hijo. Necesitaba un amante, no otra responsabilidad. Quería una pareja, no alguien que quisiera ser cuidado, ni que lo esperara. Suspiró pensando en Scott y luego en su último desastre, Tom. ¿Por qué diablos no podía conocer a alguien agradable que sacudiera su mundo y pudiera ser una pareja de verdad? ¿Alguien que fuera aventurero y cariñoso? ¿Alguien que no quisiera algo que ella no estuviera dispuesta a dar? Suspiró de nuevo mientras enderezaba una de las flores y se preguntaba quién le había enviado ese ramo tan escandaloso. 

    CAPÍTULO DOS

    Madison había estado trabajando continuamente durante varias semanas con sus domingos y lunes libres. Eso significaba que Scott se llevaba a los niños todos los sábados y así ella podía hacer los mandados y terminar el lunes cuando los negocios estaban abiertos y los niños no estaban con ella. Se quedaba todos los domingos con ellos y normalmente iban a la playa, de excursión, o hacían algo más juntos. Se la pasaban bien y aunque a veces extrañaban hacer cosas en familia, al menos Scott y ella eran amables y se llevaban bien la mayoría del tiempo. Él todavía trataba de entender por qué se divorciaron el año pasado. Ella ya no podía soportarlo, no quería intentarlo y no estaba dispuesta a aguantar más. Necesitaba ser feliz consigo misma y aunque todavía no lo lograra, al menos era feliz con los niños.

    Trabajaba tanto que no se había puesto al día con los chismes de quién salía con quién, los recién llegados, quién salía del hospital para trabajar en otro lugar, y otros sucesos. No obstante, ella también era parte de las habladurías porque había estado recibiendo un ramo diferente de flores cada semana. Cada. Semana. La semana pasada había recibido seis violetas africanas de diferentes tipos y variedades. No sabía que había diferentes tipos. Las había visto en la tienda, pensó que eran hermosas, pero nunca compró para ella. Ahora tenía seis en las ventanas de su casa y le encantaban. La persona que enviaba estas cosas había pensado mucho al respecto y se preguntaba quién era. Disfrutaba del misterio, pero no le gustaba los chismes que generaba.

    Esta semana fueron un par de Proteas. Nunca había visto esas flores aquí. La última vez que las vio fue en... África. En ese momento se dio cuenta de que cada uno de los ramos y plantas que había recibido tenían en común que eran de África. ¿Acaso alguien estaba jugando con ella? Nadie, o casi nadie, sabía que había trabajado con la Cruz Roja en África hace una década. ¿Por qué alguien haría algo así? Ahora se sentía un poco incómoda.

    Como había estado trabajando tanto, no había prestado atención a los chismes, tampoco es que lo hiciera normalmente. Hoy escuchó a sus compañeros de trabajo en el almuerzo hablando sobre el nuevo doctor, un Doctor Kearney al que habían convencido para que viniera a trabajar en este hospital. Al parecer era difícil de encontrar y era muy solicitado por varios centros de todo el mundo. Un especialista en enfermedades infecciosas, que había trabajado en la selva. Cuando alguien mencionó África, Madison comenzó a preguntarse si había conocido a un Doctor Kearney en ese momento, pero no podía recordar a nadie con ese nombre. Eso le molestaba.

    Al parecer, ella le dijo al doctor Stanoslovsky que se largara de su cirugía, dijo Bette mientras terminaba su yogur durante el almuerzo.

    Madison se dio cuenta de que se había quedado soñando despierta con África, algo que parecía ocupar su mente en los últimos días. ¿Quién le dijo eso a Stan el macho? preguntó, riéndose. Ese hombre era un sabelotodo presuntuoso y le llamaban Stan el macho a sus espaldas, ya que Stanoslovsky era un engreído.

    La doctora Kearney, dijo exasperada. ¿No estabas escuchando?

    Los demás se rieron de ella y Madison se sonrojó. Sí, estaba escuchando, pero dijiste 'ella'... pensé que el doctor Kearney era un hombre...

    Sacudiendo la cabeza, Bonnie intervino. No, no, no, la doctora Kearney es una mujer, aclaró. Pon atención, bromeó.

    Tratando de ponerse al día, Madison sacudió su cabeza, sus rizos rojos rebotaron y se reía con sus amigos y compañeros de trabajo. Está bien, está bien. He estado algo ausente, admitió.

    ¿Aún no conoces a la doctora Kearney? Bette preguntó, curiosa.

    Sacudió la cabeza otra vez mientras comía. Al tragar respondió, No, no la he visto, admitió.

    Oh, es agradable. Muy centrada.  Ha viajado por todo el mundo. ¡Es increíble! dijo Bette.

    También es muy atractiva, tanto que es imposible no verla, dijo Sheila sonrojándose. Todo el mundo sabía que Sheila era bisexual.

    Algunos sintieron la necesidad de bromear sobre eso y procedieron a hacerlo durante los siguientes minutos.

    ¿Cómo trabaja y por qué echó a Stan el macho de la cirugía? preguntó Madison, interrumpiendo las bromas.

    Es innovadora, y eso es lo que a él no le gustó. Al parecer, su técnica era algo que no había visto antes. Cuando intentó adivinar lo que estaba haciendo, ella lo echó a patadas. El doctor Foster la apoyó, ya que era su cirugía y estaba haciendo un gran trabajo. Bette, como todos los demás, se alegró de que lo pusieran en su lugar. Algunos doctores trataban a las enfermeras horriblemente y él era uno de ellos.

    ¿Fue con el paciente que tenía gangrena o algo así?, preguntó alguien más.

    Bonnie asintió y dijo, Sí, la doctora Kearney usó larvas para limpiar la herida antes de operar.

    ¿Larvas?, preguntó Madison, con una expresión desagradable en la cara. Miró su comida, de repente ya no parecía tan apetitosa y la hizo a un lado. Tomó un trago de su jugo y lo miró sospechosamente, como si tuviera una de las asquerosas larvas dentro.

    Sí, consiguió un par de larvas esterilizadas o algo así y las puso en la herida. Se comieron todo el tejido enfermo, de forma que pudo operar y cerrar el tejido sano, explicó Bette para luego reírse de la expresión de Madison. Vamos, tienes que admitir que es ingenioso. Sólo se comen el tejido enfermo y corpulento, dejando el tejido sano.

    Sí, pero son larvas, dijo con desprecio, arrugando la nariz al pensarlo.

    Le explicó al Doctor Foster que había visto antes cómo funcionaba la técnica y que le parecía apropiado usarla en este caso, ya que no querían cortar todo ese tejido porque se arriesgaban a quedarse con poco del sano.  De esta manera, todo lo que quedaba era matar a las larvas y limpiar la herida, poniendo puntadas en el resto del tejido sano.

    Se le conoce como terapia de desbridamiento por larvas, explicó Bonnie.

    Madison había terminado con su almuerzo y con la conversación. Se levantó para llevar su bandeja a la basura cuando Bonnie dijo, ahí está, usando su barbilla para señalar a la doctora que acababa de entrar en la cafetería. Estaba rodeada de los mejores doctores en su pequeña comunidad, todos compitiendo por su atención.

    Madison miró hacia arriba para ver sus tenis de bota con los colores del arcoíris. Nunca había visto nada como eso antes. Eran muy coloridos... y muy brillantes. Su vista siguió de los tenis a las piernas. Pantalones largos en una cintura delgada que conducían a una figura voluptuosa que resultaba muy atractiva. Su bata de doctor era de un blanco brillante, con su nombre bordado en rojo en la solapa, a diferencia del negro que tenían el resto de los doctores. Mientras la mirada de Madison se fijaba en la mujer que observaba, se preguntaba si la había conocido antes. Su aspecto era muy familiar... y a la vez... no. Parecía estar alrededor de los veinte años, pero para toda su experiencia, debía tener treinta o cuarenta años como mínimo. Su cabello era marrón oscuro con tonos rubios y rojizos. No sabía si era natural o teñido. Observó a la mujer por un momento, tratando de averiguar si la había visto antes y por qué le resultaba tan conocida. Fue hasta que levantó su mano, la cual tenía un gran anillo de sello en el dedo anular, y comenzó a rascar su ceja pensativamente con la yema de sus dedos, que Madison se dio cuenta de que sí la conocía. No tenía veinte años después de todo, tenía la misma edad que Madison, treinta y seis. Con ese gesto tan familiar, tan encantador, supo quién era en un instante. En ese momento la mujer miró al otro lado de la cafetería y encontró a Madison mirándola y aunque al principio se sorprendió, sonrió encantada. Le dijo algo a sus compañeros y se acercó al comedor para reunirse con ella.

    Hola, Maddie, ha pasado mucho tiempo, la saludó familiarmente.

    * * * * *

    Enseguida recordó cómo había conocido a la doctora Kearney. No la había conocido como la doctora Kearney... en ese entonces. Había sido un gran malentendido. 

    Mientras Maddie y otros tres trabajadores humanitarios se dirigían al este de África para comenzar su servicio con la UNICEF, admiraban el campo... el caluroso y desolado campo. Había polvo y estaba desierto, pero no era lo que ninguno de ellos esperaba. Había colinas cubiertas de hierba marrón, arbustos y de vez en cuando, algunos árboles.

    Nos encontramos en la estación seca, comentó el guía, con acento sudafricano. Explicó que las estaciones sólo consistían en la estación lluviosa y la estación seca, nada más. Incluso nuestro invierno es caluroso aquí, dijo con entusiasmo, pronunciando sus R con un acento marcado.

    Maddie decidió que le gustaba cómo hablaba y sonreía cada vez que lo miraba, con el fin de animar sus explicaciones sobre lo que veían y lo que contaba. ¿Sufren de inundaciones?, preguntó para que siguiera hablando.

    Sí, muchas, su sonrisa de un millón de watts se desvaneció, el contraste de sus dientes blancos con su piel negra se escondió detrás de su expresión mientras explicaba las terribles consecuencias que causarían las inundaciones sobre las personas a las que iban a ayudar. Es muy primitivo, explicó mientras señalaba el campo, como nada a lo que están acostumbrados. Continuó explicando cómo le enseñaban a la gente técnicas modernas para cultivar y usar la tierra. No escuchan, dijo con tristeza. Quieren quitar todo en lugar de conservar la tierra en lugares donde el agua fluya de forma segura, lo cual provoca una erosión masiva. Es muy malo.

    El viaje a su campamento en Mamadu duró tres horas desde el puerto del Mar Rojo al que habían llegado en avión. Lamish era un puerto codiciado y una de las muchas razones por las cuales había conflictos en esa parte de África. Al momento de su llegada todos estaban cubiertos de polvo, medio dormidos y con muy mal humor. Los dos estadounidenses (Maddie y un granjero del Medio Oeste que iba a enseñar nuevas técnicas) se conocieron en el vuelo de París a África. Había otras dos personas: la primera, una enfermera como Maddie que venía de Australia, y el segundo, un burócrata que venía de Suiza. Maddie estaba segura de que el granjero no iba a durar mucho tiempo. Tenía ideas para ayudar a los nativos, pero no quería aprender de ellos. Lo poco que había intuido de él fue suficiente para saber que era de mente cerrada. Se dio cuenta de que se podía aprender mucho de la persona si se le prestaba atención. Estaba tan seguro de que iba a cambiar el mundo que olvidó que los nativos llevaban siglos habitando esa tierra.

    ¿No está el doctor? Lakesh había preguntado cuando los recogió en el puerto.  Su equipaje estaba apilado y atado al techo del Rover abollado que conducía.

    Los cuatro intercambiaron miradas y se encogieron de hombros.

    ¿Ninguno de ustedes es el Doctor Cooper? preguntó. Los miraba con el negro intenso de sus iris, el cual hacía un fuerte contraste con el blanco de sus ojos que también mostraban un poco de amarillo. Maddie se preguntó sobre ese amarillo y si podría ser ictericia.

    Sacudieron sus cabezas y se presentaron. Maddie era una enfermera y Harlan un granjero. Leida era la otra enfermera de Australia, y el burócrata era Thomas, pronunciado Tou-mas. Se aseguró de pronunciarlo lenta, clara y articuladamente para que todos lo entendieran bien. Maddie disimuló lo divertido que le causaba su arrogancia.

    Mmm, no estarán contentos sin el Doctor Cooper, declaró mientras los llevaba en el Rover. Maddie, Leida y Harlan se sentaron en la parte trasera mientras Thomas ocupaba el asiento delantero como si fuera de ahí.

    Leida se presentó a Maddie diciendo, Supongo que como enfermeras trabajaremos juntas, ¿no?

    Estoy segura de que así será, y charlaron un rato con Harlan en medio de ellas. Intentó contribuir a la plática, pero sus comentarios se centraron en lo que sus técnicas de cultivo harían para enriquecer la economía de estos pobres países subdesarrollados. Maddie y Leida intercambiaron una mirada que mostraba que ambas pensaban y tenían la misma opinión al respecto de lo que dijo. Thomas los ignoró a todos, excepto para hablar con Lakesh de vez en cuando, por lo general para preguntar cuánto tiempo más duraría el viaje.

    Médicos sin Fronteras, vienen y van, explicó Lakesh, a un cuarto de camino de su largo viaje. Se supone que el Doctor Cooper debe llegar en avión, perdió el vuelo, explicó después. Luego condujo, pero no llegó. Su inglés básico era adorable, al menos para Maddie. No lo corrigió, y Maddie se preguntó si era la única que se había dado cuenta de que no había lugar para otra persona en el Rover.

    Casi llegaban a su destino cuando vieron otro Rover a un lado de la carretera. Se veía el trasero bien formado de alguien que se apoyaba en el motor con el capó levantado. Al escuchar el ruido de su vehículo, la persona se asomó. Todos se sorprendieron al ver la cara llena de grasa de una mujer blanca. Lo empeoró al frotar su nariz contra el dorso de su mano e intentar hacerles señas. Lakesh redujo la velocidad de su automóvil.

    ¿Necesitas ayuda?, dijo alegremente en inglés.

    Voy camino a Mamadu. ¿Estoy en el camino correcto?, dijo con un evidente acento bostoniano mientras sonreía.

    Sí, este es el camino a Mamadu, confirmó. ¿Eres mecánica? su voz sonaba esperanzada.

    Bueno, dijo, extendiendo los brazos y mostrando sus manos grasientas, cuando tengo que serlo.

    Ah, bien. Necesitamos mecánicos, le aseguró. 

    Bueno, los veré después, dijo despidiéndose, ya que nadie se ofreció a ayudar. Todos la miraban con curiosidad. Los tonos marrones y rubios de su pelo no podían ocultar las visibles mechas rojas. Sudaba bajo el caliente sol africano, la grasa y el sudor se mezclaban en su rostro y goteaban en una camiseta que apenas ocultaba sus atributos. Maddie y los demás sonrieron y asintieron con la cabeza. Podrían conocerse cuando se vieran en Mamadu. Lakesh siguió conduciendo y se despidió con la mano. Si hubiera querido que la ayudara, él se habría detenido, pero parecía que lo tenía todo bajo control.

    Llegaron al campamento e inmediatamente fueron rodeados por otros trabajadores humanitarios. La señal de la Cruz Roja estaba presente en todos los edificios, así como en los suministros que habían llevado consigo. La UNICEF y otras organizaciones contribuyeron a esta variada selección de voluntarios. Había dos médicos de tiempo completo, ninguna enfermera y muchos asistentes. La mayoría de los asistentes eran africanos cuyas tribus habían sufrido las consecuencias de las enfermedades y la guerra en esa parte del continente. Esa era la razón por la cual Maddie y Leida estaban allí, para tratar de luchar contra las enfermedades. En cambio, el trabajo de Harlan y de los demás era intentar que la población se recuperara y se alimentara por sí misma.

    "Hola, soy Richard Burton, pero no me confundan con el famoso Richard Burton, yo soy el doctor Burton y dirijo este pequeño centro de iniquidad", se presentó con una sonrisa autodespreciativa. Era un hombre alto, delgado, calvo, con lentes y acento francés.

    Estoy tan feliz de que ambas estén aquí, les dijo a Maddie y Leida. Llevamos meses necesitando enfermeras. Espero que ayuden a entrenar a nuestros asistentes ya que su tiempo es valioso y ellos aprenden rápido.

    ¿Qué pasó con las otras enfermeras que tenían? Preguntó Leida mientras tomaba una caja de suministros que Lakesh le entregó, aún con esa sonrisa jovial que acentuaba el sorprendente contraste entre sus dientes blancos y su piel negra.

    El doctor Burton parecía incómodo. Es mejor que lo sepan... fueron asesinados en una pequeña pelea al este de aquí. Ambos eran hombres y ayudaban a algunos de los habitantes del pueblo. No quería contarles más, así que cambió rápidamente de tema. Él es Alex Whitley, señaló a otro hombre que se acercó para tomar una caja. Está a cargo de lo que pasa en el día a día, explicó. ¿Quién de ustedes es Thomas? preguntó, usando la pronunciación estadounidense del nombre.

    Yo soy Thomas, dijo con frialdad, corrigiendo la pronunciación a Tou-mas

    Oh, perdón, dijo Burton con una sonrisa. Te reportarás ahí con Alex, asintió con la cabeza a otro hombre mientras tomaba una caja, y luego le indicó a las dos mujeres que lo siguieran.

    ¿Y yo con quién me reporto? Preguntó Harlan mientras tomaba dos cajas, mostrando sus músculos.

    ¿Quién eres? Preguntó Burton, con un acento francés más marcado.

    Harlan Baker, soy un granjero, dijo con orgullo.

    Oh, no sabía que te habían enviado. Esperaba que fueras el Doctor Cooper, dijo, casi como un insulto. Para compensarlo, añadió rápidamente, Conocerás a uno de los locales que te enseñará sus técnicas de cultivo.

    ¿No estoy aquí para enseñarles mis técnicas? preguntó, confirmando sus conversaciones anteriores con los demás.

    Estoy seguro de que aprenderás de ellos como ellos aprenderán de ti, respondió Burton con confianza. Les mostró dónde guardar los suministros, algunos de los asistentes abrieron rápidamente las cajas para ver lo que habían recibido y luego las guardaron. Maddie empezó a ayudar. No hablaba el idioma, tampoco Leida, pero se divertían haciendo mímica con los asistentes que sonreían con entusiasmo mientras les mostraban dónde iban las cosas.

    Ya era tarde cuando les mostraron donde iban a dormir. Era una gran carpa de estilo militar con suelo de madera, seis catres y vigas gruesas que sostenían la lona. Su lugar, dijo una de los nativos usando un inglés básico, señalando dos de los catres sin usar. Había otro, pero tenía una mochila. Se notaba que los otros estaban ocupados, ya que los colchones tenían sábanas y cobijas.

    Maddie le agradeció a la mujer que les había mostrado su tienda y miró a su alrededor. Vaya, dijo mientras se daba cuenta de lo poco que había.

    No esperabas un hotel de cinco estrellas, ¿verdad? dijo Leida con tono burlón.

    Maddie se rió y sacudió la cabeza. No, esperaba acostumbrarme.

    Que me jodan por un juego de soldados[1]

    ¿Qué diablos significa eso?

    Te preparaste más que yo, le explicó mientras se reía de las diferencias del idioma. Era el mismo, pero usaban frases diferentes.

    ¿Es una expresión australiana?, preguntó Maddie.

    Británica, de hecho, pero es muy interesante, ¿no lo crees?

    Oh, también este lugar es muy interesante, ¿no?, dijo Maddie sorprendida, esperando con ansias iniciar con su trabajo y ver más de las maravillas que ya había visto.

    Sólo ten cuidado con las cosas que se arrastran y se deslizan, dijo otra voz desde la puerta de la tienda. Las dos enfermeras se voltearon y vieron que una pelirroja estaba allí, vestía shorts caqui y botas de combate, sus calcetas llegaban hasta la mitad de sus piernas. Su camisa estaba rasgada en las mangas y las manchas de sudor formaban una V en el frente y a los lados. Hola. Soy Lenora, pueden decirme Lenny, dijo mientras entraba en la tienda. Soy una de las profesoras de la escuela, explicó.

    Soy Maddie, y ella es Leida, dijo con una sonrisa mientras le daba la mano a Lenny.

    Oh, eres estadounidense, dijo con una sonrisa. Yo soy canadiense, explicó con su propio acento.

    Soy australiana, Leida también le dio la mano. Su acento la delató.

    Vaya, tenemos cubiertos todos los rincones del mundo, bromeó Lenny. Estoy aquí para llevarlas a la tienda de comida.

    No sabía que tenía hambre hasta este momento, señaló Leida.

    Ah, la comida no es tan buena, pero hay mucha

    Me gustaría tomar un baño cuando sea posible, dijo Maddie con un suspiro mientras se quitaba la camisa pegajosa de su cuerpo sudoroso.

    Ahora ese es un tema interesante. Lenny les explicó que se echan agua filtrada entre ellas o buscan ayuda de algún nativo. No tienen mucha agua, pero hay suficiente para poder limpiarse.

    ¿Con qué frecuencia te bañas? Preguntó Maddie. Sabía que iba a ser difícil antes de inscribirse. Venir a estos centros fue un esfuerzo combinado entre el Cuerpo de Paz, la Cruz Roja y UNICEF, así como otras organizaciones de caridad y organizaciones como Médicos Sin Fronteras o Medecins Sans Frontieres (MSF). Esta zona

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