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Daisuki
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Libro electrónico171 páginas3 horas

Daisuki

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La serie REN'AI RENSAI (Serial of love) es una mirada en curso a una relación lésbica a lo largo de décadas, contada sin seguir un orden cronológico en formato de novela, novela corta y relato corto.
"DAISUKI"
Aproximadamente 44 000 palabras.
Aiko y Reina llevan juntas casi veinte años, pero queda algo sin expresar entre ellas todavía: "Daisuki", o "te quiero". Mientras su aniversario se acerca, su relación entra en un callejón sin salida, ya que Aiko, el ama de casa japonesa, comienza a exigir "te quieros" acompañados de matrimonio y romance.
Pero Reina no entiende conceptos complejos como el "amor" y otras emociones intensas. Ha pasado años manteniendo a su novia con un trabajo extenuante y atendiendo a sus necesidades mutuas en el dormitorio. ¿No es eso suficiente? En una cultura que exige a Reina elegir entre el mundo "femenino" y el "masculino", ya es bastante difícil intentar encontrar su papel sin la presión añadida de Aiko.
No hace falta decir algunas palabras, pero "te quiero" está a punto de destruir una relación que ya sobrevive a amantes desconocidas e incluso abusos.
"DAISUKI" tiene lugar entre diciembre de 2011 y julio de 2012.
ADVERTENCIA - Este libro contiene:
Lenguaje explícito
Situaciones sexuales
Poliamor / Relaciones abiertas
Disforia de género
Mucho rollo bollo
Dirigido a mayores de edad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2015
ISBN9781507102060
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    Me perdió en la segunda página. Sexo diario por 15 años? Zzz

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Daisuki - Hildred Billings

Idioma

Tokio, 17 de diciembre de 2011

Sabía que Reina la quería.

Si le preguntas a cualquier persona que realmente las conozca, te responderá: «Sí, están enamoradísimas. Nunca he conocido a una pareja como ellas. Son una inspiración». Esto causaba que Aiko se sonrojase como si volviera a ser una adolescente tímida. Hacía que se sonrojase igual que el día que Reina le pidió salir.

—¿Te acuerdas? —preguntó Aiko a su novia. Estaban cenando en un restaurante elegante, celebrando su aniversario—. Viniste después de tu ensayo y me dijiste que querías ir a tomar un helado conmigo.

Reina bajó su copa de vino y contempló el centro de mesa floral. Apenas miraba a Aiko a los ojos en público, incluso después de tantos años.

—Supongo. Fue hace mucho tiempo.

—Diecinueve años. —Aiko sonrió y las comisuras de su boca se toparon con el rubor de sus mejillas—. ¿Te puedes creer que ya han pasado diecinueve años desde nuestra primera cita?

—Supongo. Tú eres la que lleva la cuenta del tiempo.

Aiko se aclaró la garganta y apartó su plato ya vacío de pollo en salsa Alfredo. Reina jugueteaba con los cubiertos y la copa, como si estuviera convencida de que todo el mundo esperaba que ellas hicieran algo que las delatase. Aiko examinó el lugar: había otras parejas japonesas, todas ellas heterosexuales; una familia de clase media alta con dos hijos adolescentes; y un pequeño grupo de amigas que brindaban por tiempos mejores. Ella y Reina eran la única pareja homosexual allí. Sin duda, cualquiera que dirigiese la mirada hacia ellas pensaría que eran buenas amigas, hermanas, o quizá primas. El pensamiento de que fueran amantes no pasaría por la mente de nadie, excepto tal vez por la de algún extranjero pervertido.

Aiko colocó su mano sobre la mesa y miró a Reina buscando reciprocidad. No eran muy dadas a las muestras de afecto en público, pero la iluminación del restaurante era tenue y nadie prestaba atención a las discretas chicas del centro de la galería. Aiko incitó a su novia con una mirada tímida.

Reina contempló la mano de Aiko y apartó la mirada.

Le dolió, pero no le sorprendió. No aquí. No en un lugar como este. Aiko fue la que sugirió ir a un buen restaurante por su aniversario. Quizá si no fuera en el barrio en el que Reina trabajaba... Alguien del trabajo podría haberlas visto cogidas de la mano.

Este no era el hábitat de Reina. A Aiko le gustaba lo elegante, así que el hecho de que su novia se hubiera puesto un traje de pantalón y se peinase fue todo un milagro. Me ama, se ha arreglado para mí. Reina prefería ir a algún bar en Ni-chome, donde las camareras lesbianas se burlaban de su estable relación. Eran clientas habituales de todos los principales bares de ambiente. Pero aquel era el territorio de Reina, ahora estaban en la vida de fantasía de Aiko.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Aiko—. ¿Quieres que nos vayamos?

Reina por fin sonrió. Sus ojos se iluminaron y se encontraron con los de Aiko por primera vez desde que pusieron un pie en aquel restaurante mal ventilado.

—Sabes lo que quiero.

* * *

Tomaron un taxi para volver a casa, evitando trenes abarrotados. Aiko extendió un abrigo entre ambas y por debajo cogió la mano de Reina, para que el taxista, un hombre mayor y con aspecto conservador, no se percatara. Reina mantuvo sus ojos fijos en la ventana mientras Aiko luchaba por ahogar una risita tonta de felicidad, probablemente culpa del vino, ya que se bebió de un trago lo que quedaba en su copa al ver las prisas de Reina por irse.

Todo cambió el momento en que entraron por la puerta de casa. Como si alguien hubiera pulsado un interruptor, Reina volvió a su «antiguo» yo y se quitó los zapatos apresuradamente, dejándolos boca abajo en el genkan. Cogió a Aiko por el brazo y comenzó a besarla.

Subieron apresuradamente por las escaleras mientras sus ropas ibas cayendo al suelo como hojas. En cuanto llegaron a la segunda planta, Reina ya había hundido sus manos en el pelo de Aiko, quien apenas podía respirar mientras su novia la cubría de besos y le mordisqueaba la nuca. Puso sus brazos alrededor del cuello de Reina y pidió ser llevada al dormitorio.

Era más alta, pero eso no significaba que pudiera levantar a Aiko y llevarla en brazos como en una película romántica. Lo único que pudo hacer fue levantarla por la cintura y, arrastrando los pies, llevarla hacia el dormitorio donde habían fornicado casi a diario los últimos quince años.

Reina estuvo muy intensa aquella noche. En el sexo siempre lo era, pero esta vez Aiko juraría que una nueva pasión estallaba ante cada beso, movimiento o gemido. Se imaginó que eran como los majestuosos tigres que salían en documentales de televisión, felinos astutos luchando y rodando intentando domar a su hembra. Otra estúpida fantasía. En este caso Reina era el tigre, como siempre en su relación. Eso pensaban las demás mujeres.

Por la mente de Aiko se cruzó lo que siempre pensaba cuando Reina la llevaba a la cumbre del placer: Es mía. Otras mujeres entran y salen de esta habitación, pero yo soy la que duerme con ella cada noche.

Reina era, a falta de una palabra mejor, una onna tarashi, o una mujer fatal, una casanova, o cualquier otro término repetido hasta la saciedad en las películas americanas. Reina tenía la sorprendente habilidad de acercarse a cualquier mujer y conseguir sacarle al menos una risita. Dada la atmósfera correcta, Reina podía sacarles algo más que una risita. Cuando Aiko la conoció, Reina era una veinteañera metida en la industria del entretenimiento que gastaba todo su sueldo en tabaco, alcohol y entradas a clubes para lesbianas, en los que se ligaba a cualquiera para obtener sexo casual. Ahora Reina rondaba los cuarenta y, aunque había abandonado su pelo largo y los vestidos con purpurina de sus actuaciones, seguía gastando su dinero en tabaco, alcohol y en entretener a otras mujeres cada vez que ella y Aiko salían por el centro los fines de semana.

Estar con Reina suponía entender su estilo de vida. Reina no pensaba en términos de «monogamia o poliamor» o «mi novia o cualquier otra mujer». Sin embargo, Aiko a veces se preguntaba si quedaría alguna mujer mayor de veinte años que no hubiera pasado por las piernas de Reina alguna vez en su vida.

Pero ahora está encima de mí, porque me quiere.

Aiko sentía la piel de su novia y trazaba círculos en ella con sus uñas. Una calma agradable entre tanto sexo acalorado. Reina permanecía en silencio, como siempre, aparte de sus respiraciones pesadas y su escueto anuncio:

—Este es el último.

«Último» significaba que Reina había terminado de jugar con su amante y ahora reclamaba su propia satisfacción. La única vez que Aiko escuchó la voz de Reina adoptar un tono agudo y casi femenino fue en una fracción de segundo durante su clímax, cuando dejó escapar un grito agudo en el oído de Aiko. Lo había escuchado muchas, muchas veces, pero todavía le sacaba una sonrisa.

No hizo falta mucho tiempo para que Reina se diera la vuelta y cogiera un cigarrillo. A Aiko no le gustaba que se fumase en casa, pero dejaba fumar a Reina en la habitación tras practicar sexo. Se recostó en la cama y acunó a Aiko con un brazo, pasándole el cigarro. Esa era la única vez que Aiko fumaba, a diferencia de Reina, quien podía acabarse un paquete al día.

Reina fue a asearse tras terminar. Deambulaba entrando y saliendo de la habitación, desnuda, tropezando con el vestido de Aiko, que llevaba tirado en el suelo desde que entraron por la puerta. Reina se estiró para apagar la luz del dormitorio y se metió entre las sábanas. Aiko se acurrucó a su lado y puso su cabeza sobre el pecho plano de Reina, escuchando su respiración y sintiendo el calor de su piel.

—Te quiero —dijo Aiko, mientras acariciaba el brazo de Reina y apretaba sus labios contra la hendidura entre sus pechos. Diecinueve años. El peso de aquellos años no era más que plumas en su corazón. Quizá Reina sentía lo mismo.

Aiko esperó una respuesta, pero lo único que oía era la respiración constante de Reina y un coche que circulaba fuera. La luz de los faros entró por la ventana del dormitorio e iluminó el rostro de Reina, sus ojos abiertos y sus labios cerrados de golpe.

—Te quiero —repitió Aiko, más alto esta vez. No sabía qué esperaba. Algo por su aniversario.

Reina cerró los ojos. Minutos más tarde, su cuerpo se relajó mientras se quedaba dormida.

No importaba. Aiko también cerró sus ojos. No iba a dejar que el silencio la perturbase.

Aiko fue de visita a su casa familiar al oeste de Tokio. El día era cálido y ligeramente lluvioso, así que se llevó un paraguas y también una bolsa de mandarinas que su vecina Yuri les había regalado días antes. Aiko se bajó del tren en la última estación y pasó arrastrando los pies por la calle hacia la casa de su infancia, con la bolsa de mandarinas en una mano y el paraguas en la otra. Cuando llegó, entró por la puerta principal sin llamar al timbre.

Mou —dijo Junko, su madre, al pasar por la entrada y ver a su hija—. Eres tú.

Aiko entró y dejó la bolsa de mandarinas encima en la mesa de la cocina.

—Son de mi vecina —dijo mientras su madre echaba el cerrojo—. Me dio demasiadas, así que pensé que os gustarían.

Junko se acercó lo suficiente para olfatear la bolsa y husmear las mandarinas.

—Están bien, nos servirán.

—Me alegro.

—Tengo que enseñarte una cosa. —Junko puso su mano en el hombro de Aiko y la invitó a sentarse en la mesa. Ella obedeció mientras su madre rebuscaba entre una pila de sobres en un escritorio cercano—. Aquí está. Échale un vistazo y dime que no te hace pensar de otra manera.

Aiko cogió el diminuto sobre y lo abrió, sin saber a qué se refería su madre. Dentro había una pequeña carta blanca con letras en relieve doradas, la mitad en japonés y la otra mitad en inglés. La garganta de Aiko se secó: una invitación de boda.

—Eri-chan va a casarse —dijo Junko, mientras Aiko abría la carta y leía los detalles—. Se casa con aquel chico al que conoció en la escuela de posgrado. Llevaban juntos tanto tiempo que nadie pensaba que por fin se casarían. Tres años. Demasiado tiempo para no casarse. —Se limpió las manos en el delantal y se puso a buscar un lugar en el que dejar las mandarinas.

Aiko volvió a leer la invitación. Eri era su sobrina, la hija de su hermano mayor. Sus cuatro hermanos mayores estaban casados, uno más de una vez, y entre todos tenían siete hijos. Aiko era la hermana solterona solitaria y sin hijos, aunque su relación era de las más largas. La indirecta de Junko se le clavó igual que el cuchillo que ahora sostenía para cortar verduras.

El hecho de imaginar a la pequeña Eri en un vestido de novia hizo que Aiko se preguntase cómo luciría ella misma en uno. Al crecer a menudo fantaseaba con bodas occidentales y disfrutaba pasando las páginas de revistas de novias, para hacerse una idea de lo que podía esperarle un día. Pero aquello fue antes de conocer a Reina. El momento en el que se dio cuenta de que estaba enamorada de Reina también fue el momento en el que dijo adiós a su fantasía nupcial. Llevaban una vida matrimonial pero sin anillos y sin registro familiar compartido. Lo único que podían hacer era que una adoptase el registro de la otra, pero Aiko no podía imaginarse aquello.

Por no hablar de hijos... Aiko siempre pensó que tendría dos, un niño y una niña, y que sería la madre y ama de casa perfecta, igual que la suya. Sabía que había parejas de lesbianas que adoptaban bebés, pero ella no lograba imaginarlo. La de idea de Reina ejerciendo de madre era igual de disparatada que pensar que un perro sabría cómo cuidar de un bebé elefante, unas veces ladrándole y otras marchándose cuando le apeteciese. Sin embargo, Aiko consideraba que tener a Reina compensaba renunciar a sus fantasías nupciales y reproductivas. Ningún hombre podría igualar el modo en el que Reina la hacía sentir. 

Sin embargo su madre no lo veía así. Aiko sabía que todo esto eran pullas pasivo-agresivas hacia ella y hacia su vida. La invitación era de la semana anterior, así que Aiko hubiera recibido la suya en caso de estar invitada. Pero no le había llegado ninguna invitación y Aiko dudaba de que aquello fuese a ocurrir. Eri no la conocía tanto, algo en lo que tuvo que ver el hermano de Aiko cuando la familia descubrió su vida amorosa. Aunque debería haber sido invitada por decoro, no dudaba que había sido un descuido «oportuno».

—Será una boda preciosa —Junko proseguía mientras troceaba cebollas—. ¡El muchacho es rico! ¡Va a ser ingeniero!

—Les mandaré mi enhorabuena. —Aiko

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