En brazos de un rebelde: La saga de los Barone (10)
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Reese Barone contaba los días que habían pasado desde la última vez que había visto a Celia. Llevaba tiempo navegando por todo el mundo, pero no podía quitarse de la cabeza el recuerdo de hacer el amor con ella bajo el sol de verano, de planear el futuro juntos. Pero en aquel entonces los falsos rumores y los problemas familiares lo habían obligado a abandonar a la única mujer a la que había amado realmente.
Lo último que Celia Papaleo deseaba era volver a sentir algo por Reese Barone, revivir el pasado... y la pasión. Pero su amante rebelde había mejorado con el tiempo...
Anne Marie Winston
Anne Marie Winston is a Pennsylvania native and former educator. She sold her first book, Best Kept Secrets, to Silhouette Desire in 1991. She has received various awards from the romance writing industry, and several of her books have made USA TODAY’s bestseller list. Learn more on her web site at: www.annemariewinston.com or write to her at P.O. Box 302, Zullinger, PA 17272.
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En brazos de un rebelde - Anne Marie Winston
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Harlequin Books S.A.
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
En brazos de un rebelde, n.º 1336 - octubre 2016
Título original: Born to Be Wild
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9054-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Quién es quién
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Uno
Si te ha gustado este libro…
Quién es quién
REESE BARONE: Hizo fortuna en la bolsa y ha visto las puestas de sol más impresionantes a lo largo y ancho del planeta. Pero finalmente se ha dado cuenta de que cuando se marchó trece años atrás perdió las cosas realmente importantes. Su familia… y Celia, la única mujer a la que ha amado.
CELIA PAPALEO: Algo extraño está ocurriendo en su puerto de Cape Cod. Algo relacionado con las misteriosas muertes de su marido y su hijo. Pero más extraño todavía es el regreso de su único y verdadero amor, Reese. Su vuelta era lo que más temía… y lo que más deseaba.
NICHOLAS BARONE: Es un experto en reuniones. Algunas no sirven para nada y por otras vale la pena esperar. ¿De qué tipo será el reencuentro con su hermano?
Prólogo
–¿Qué es lo que ha dicho?
Reese Barone, de veintiún años, estaba sentado en el gabinete de la casa familiar de Beacon Hill, en Boston, y miraba fijamente a su padre sin dar crédito a lo que oía.
–Eliza Mayhew dice que está embarazada y que tú eres el padre.
Carlo Barone permanecía de pie frente a la chimenea de mármol con las manos en la espalda.
–No es necesario decir que tu madre y yo estamos muy decepcionados contigo, Reese –aseguró su padre mirándolo con severidad.
–Pero yo nunca…
–Reese, no hay nada más que decir –lo atajó su padre con el tono de voz más frío que él le había escuchado jamás–. Harás lo que tienes que hacer y te casarás con la señorita Mayhew a finales de este mes.
–No lo haré –respondió Reese poniéndose en pie con tanto ímpetu que la silla en la que había escuchado las palabras de su padre se tambaleó–. El niño no es mío.
Enfrente de ellos, su madre, Moira Barone, dejó escapar un suspiro.
–¿No has manchado ya lo suficiente el nombre de la familia? –gritó su padre mirándolo con expresión furiosa–. Primero te lías con la hija de un pescador de Harwichport, y luego…
–Celia no tiene nada de malo –respondió Reese acaloradamente–, excepto que ha nacido sin pedigrí.
–No se trata de que no provenga de una familia de renombre –intervino su madre–. Creía que nos conocías mejor. Pero es que… Oh, Reese, eres tan joven, y ella pertenece a un mundo tan diferente…
–Ya os he dicho que es imposible que yo sea el padre del hijo de Eliza –respondió Reese secamente–. Yo…
–¡Ya es suficiente! –gritó Carlo haciendo un gesto enérgico con la mano–. No toleraré más mentiras. La señorita Mayhew es hija de una familia amiga y además es compañera de clase de tu hermana. ¿Cómo has podido tener tan poco cuidado?
–¿Se ha hecho la prueba de paternidad? –inquirió Reese–. Tal vez deberías pensar que no soy yo el que no tiene cuidado.
Reese podía sentir cómo la rabia que estaba tratando de controlar se le desataba. Las palabras salieron de su boca sin poder evitarlo, y ni siquiera el dolor que adivinaba en los ojos de su padre detuvo su lengua.
–¿Así que confías en la palabra de otra persona sin darme la oportunidad de defenderme? Muy bien –aseguró entornando los ojos–. No tengo por qué pasar por esto, papá. No pienso casarme con Eliza y no puedes obligarme –concluyó dirigiéndose a la puerta.
–¡No te atrevas a dejarme con la palabra en la boca! –exclamó su padre agarrándolo del brazo.
Pero Reese lo apartó bruscamente, ciego de rabia.
–Si vuelves a ponerme una mano encima te juro que te arrepentirás –murmuró entre dientes.
Recorrió el pasillo hacia la pesada puerta de entrada de la mansión, indiferente a los sollozos de su madre. Cuando la cerró tras de sí con un portazo que retumbó a su espalda, hizo un juramento: no volvería a poner los pies en la misma habitación que su padre hasta que no le pidiera disculpas.
Él no podía ser el padre de aquel niño. Ni siquiera se había acostado nunca con Eliza, pero no le habían dado la oportunidad de explicarse.
Se marcharía lo más rápido posible de Massachusetts en el primer vuelo. A la porra la universidad. Además, ¿para qué necesitaba un título de Harvard? Se le daba muy bien el mercado de valores. Ya se las había arreglado para aumentar significativamente el millón de dólares que había heredado en su último cumpleaños.
Pero si dejaba la universidad… ¿Qué haría?
La respuesta le llegó con suma facilidad, como si aquella idea hubiera estado esperando únicamente a que se formulara la pregunta. Llevaba soñando con navegar alrededor del mundo desde que tuvo edad suficiente para manejar un barco.
Sí, eso haría. Navegaría por todo el mundo.
Reese se subió a su coche y se marchó de la casa en la que había transcurrido toda su infancia. Entonces decidió que le pediría a Celia DaSilva que se fuera con él. En su cabeza reaparecieron las imágenes de su cuerpo desnudo brillando bajo la luz del sol. Cielos, cómo la amaba. Podrían incluso casarse.
Pero entonces cayó en la cuenta de la realidad. Celia tardaría todavía un mes en cumplir dieciocho años. Y no le daría a su padre la oportunidad de que la pillara con una menor. Y era consciente de que al padre de Celia tampoco le había entusiasmado la idea de que su hija se hubiera pasado el verano pegada a él.
Cinco semanas más y…
Pero no podía esperar tanto. Seguía estando furioso. Apenas podía esperar a marcharse de la ciudad. Lo haría aquel mismo día. Además, conocía a Celia demasiado bien. Si iba a por ella trataría de convencerlo para que esperara a estar más calmado y hablara con su padre. Y si no lo conseguía, lo persuadiría para que la llevara con él. Y lo peor de todo era que Reese no estaba muy seguro de tener la suficiente fuerza de voluntad como para resistirse. Aunque aquello significara ir a parar a la cárcel si los pillaban.
Le escribiría. Le escribiría una carta contándole lo que su padre había hecho, explicándole por qué tenía que marcharse tan precipitadamente. Ella lo entendería. Aquélla era una de las pocas cosas de las que podía estar seguro. Celia siempre lo entendía. Sí, le escribiría y le pediría que se reuniera con él después de su cumpleaños… le pediría que se casara con él.
Reese apretó las manos en el volante mientras pisaba con fuerza el acelerador de su coche deportivo. Al diablo con su padre. No necesitaba a nadie más siempre y cuando tuviera a Celia.
Capítulo Uno
Trece años más tarde
–Por cierto, Celia, ¿sabes lo que me han contado?
Celia Papaleo levantó la vista del periódico con sonrisa distraída. Gracias a Dios, estaban a finales de octubre. Habían llegado a ese momento del año en que los habitantes de Harwichport podían empezar a respirar de nuevo tras la marcha de los turistas que acudían a Cape Cod durante el verano para volver loca a la capitana de puerto de South Harwich y a todos los que trabajaban para ella.
–¿Qué te han contado, Roma? –preguntó levantando la cabeza y sonriendo a la mujer menuda vestida con jersey rojo que acababa de entrar en su despacho.
Roma era la mejor amiga de Celia desde sus días de escuela primaria. Llevaba a una niña pequeña en brazos y a otro que empezaba a andar agarrado de la mano.
Celia se puso en pie con gesto mecánico y agarró a la pequeña tratando de ignorar la punzada de dolor que sintió al abrazarla. Cómo le gustaba abrazar a Leo de aquel modo cuando era un bebé. Leo, que la semana siguiente habría cumplido cinco años.
–¿Celia? –preguntó Roma moviendo la mano delante del rostro de su amiga.
Celia se fijó en los ojos azules y alarmados de su amiga y supo que Roma se preocuparía. Dejó entonces a un lado el dolor que inevitablemente le brotaba e hizo un esfuerzo por sonreír.
–Lo siento –dijo–. Estaba pensando en cuánto me alegro de que el verano se haya terminado.
–Totalmente de acuerdo –aseguró Roma sin dejar de mirarla fijamente–. Bye-bye, turistas.
–Aunque esos turistas son los que nos dan de comer –tuvo que reconocer Celia señalando con un gesto a Irene y William, los niños–. Y dime, ¿qué es eso tan importante que te ha hecho venir aquí con estos dos en lugar de llamarme por teléfono?
–¡Oh! –exclamó Roma dándose una palmada en la frente–. Casi se me olvida. Será mejor que te sientes –aseguró con voz fúnebre.
–¿Por qué? –preguntó Celia arqueando las cejas.
–Reese Barone atracó anoche en la Marina de Saquatucket.
Reese Barone… Reese Barone… Aquel nombre se hizo eco en el interior de su cabeza como un vestigio del pasado sin el que podría haber seguido viviendo el resto de su vida. A Celia se le tensaron todos los músculos y sintió que se le detenía el corazón.
Durante un instante el mundo a su alrededor se congeló. Entonces se forzó a reaccionar.
–Vaya –dijo con toda la calma que fue capaz de expresar–. Hace años que no pasaba por aquí, ¿verdad?