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De Pura Sangre
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Libro electrónico66 páginas1 hora

De Pura Sangre

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Como veterinaria, Ámber Friessen recibe una invitación para trabajar en el prestigioso evento de caballos HorseWorld y,  por supuesto, no duda ni un segundo. Esta es la oportunidad de conseguir nuevos clientes para su clínica. Su primer consulta es, directamente, la más importante. Uno de los pura sangre árabes del jeque Dawud Jaser El-Faris está cojo. Ámber queda impresionada por el animal majestuoso. Y, aún más, por el mozo de cuadras que encuentra junto con el caballo. Que este hombre guarda consigo un secreto, es algo secundario para la veterinaria. Más grave es el hecho de que él se acerca peligrosamente a desentrañar sus propios secretos.

Un cuento de hadas contemporáneo y erótico, sacado de las mil y una noches.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2017
ISBN9781507123607
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    De Pura Sangre - Roos Hart

    ♥ 1 ♥

    ––––––––

    — ¡Me pone tan feliz que hayas podido venir tan rápido!—. Evelien Evers, la manager de eventos de HorseWorld, corría delante de Ámber, haciéndose paso entre los boxes y empujando a quien se cruzara en su camino. Evelien Evers, manager de eventos. Casi un trabalenguas. ¿A quién se le habría ocurrido semejante nombre? –El jeque Dawud Jaser El—Faris es el invitado de honor de este evento. ¡Que esto le pase justo a uno de los suyos!—. Evelien resopló y chasqueó con la lengua. –Bueno, espero que podamos solucionarlo antes de que llegue el jeque—.

    Ámber negó con la cabeza y apuró el paso. De pronto, Evelien se detuvo abruptamente frente a un grupo de jóvenes, el cambio de ritmo fue tan repentino, que Ámber se chocó torpemente contra su espalda. Avergonzada, dio un paso al costado. Evelien quizás ni se había dado cuenta de esto. Enrojecida de rabia, les soltó un sermón a las dos chicas y al chico que tenía delante, que se guardó el móvil en el bolsillo en un santiamén.

    — ¿Cuántas veces se los tengo que repetir? Está prohibido, PRO—HI—BI—DO sacarles fotos a los caballos del jeque. Este es el último aviso, vuelvan a hacerlo y se despiden del trabajo, ya encontraré otro par de idiotas que limpien los establos—. Evelien se dio vuelta hacia Ámber. — ¿Ahora lo entiendes? Parece que hay cientos de idiotas adolescentes, con ganas de pasar sus días por aquí, barriendo un poco de paja y limpiando estiércol. ¡Increíble!—. Ámber se mordió los labios. Observó a las dos muchachas, cada una había agarrado una escoba y barría como si fuera la última vez. Lo comprendía perfectamente, cuando tenía catorce años había sido igual. Su amor por los animales, especialmente los caballos, hacía que la pérdida de su madre fuera más llevadera. No por nada había estudiado veterinaria. El hecho de que Janssen hubiera pagado su caro estudio para después ofrecerle trabajo en su consultorio, era algo que nunca hubiera soñado. Extrañaba al anciano.

    — ... eso lo sabes tú mejor que yo.

    — ¿Perdón?— Ámber se dirigió a Evelien que en ese momento, se había parado delante de un box, y la miraba expectante. Se daba cuenta de que la manager, probablemente, le acababa de contar alguna historia. No pienses más en el pasado, se dijo a sí misma. Aunque el pasado era, por desgracia, una parte importante tanto de su presente como de su futuro, al menos si del cerdo de Richard dependía.

    — ¿Doctora Friessen? —.

    De nuevo no se dio cuenta de lo que Evelien trataba de decirle. Se aclaró la garganta. — ¿Perdona? ¿Qué decías? —

    Evelien suspiró y alisó su pelo corto y oscuro. — Te comentaba que ya hemos llegado y que esperamos que no sea nada grave, pero por supuesto, eso lo sabrás tú mejor que yo—.

    Evelien quitó el candado del box y abrió la puerta de modo que Ámber pudiera entrar. Era un box grande, enorme en realidad. Su Hércules siempre tuvo en casa la mitad de todo este espacio y eso que era bien grande. Pero bueno, pensó Ámber mientras se retiraba la trenza rubia y larga del hombro, Hércules tampoco era un pura sangre Árabe y su veterinario era tan solo un principiante y no un jeque. Colocó el bolso en el suelo y cerró la puerta.

    La iluminación del establo era menos intensa que en los pasillos y una vez que los ojos de Ámber se acostumbraron a esa diferencia, lo vio. Dos ojos oscuros la miraban desde el otro lado de la cuadra. Pelo largo y negro caía sobre su elegante testuz, y las caderas profundas y bien anguladas, características de la raza, estaban muy presentes.

    — ¡Hola lindo! ¡Qué hermoso eres!— Ámber se acercó cuidadosamente. Los Árabes podían ser muy asustadizos, por ello era necesario ir calma. El animal llevaba un largo viaje a sus espaldas y estaba lejos de su entorno habitual. Además ahora tenía a un extraño en su territorio, por lo que a Ámber le resultaba difícil pronosticar la reacción del equino. Ven, y alargó la mano con la palma hacia arriba. Ven aquí, hermoso.

    El caballo giró la cabeza y olfateó, con los orificios nasales bien abiertos. Luego se apartó unos pasos. Fue entonces cuando Ámber vio al hombre allí sentado. De forma rápida se incorporó con un movimiento ágil, se sacudió algunos restos de paja de los vaqueros y se acercó a ella con una sonrisa juguetona en

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