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Trabajo Nocturno y Otros Cuentos
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Libro electrónico81 páginas1 hora

Trabajo Nocturno y Otros Cuentos

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Información de este libro electrónico

¿Qué pasa cuando casi mueres? ¿cuando no tuviste ni siquiera tiempo de sangrar?
Cuando el futuro es una promesa que probablemente vas a fallar; pues en mi caso,
me puse a escribir y a recolectar las historias que había redactado los últimos diez
años, ponerlas juntas y darles un nombre.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento1 oct 2013
ISBN9786079619244
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    Trabajo Nocturno y Otros Cuentos - Osiris Ramos

    Trabajo Nocturno y Otros Cuentos

    1ª edición: octubre de 2013

    D.R. © Osiris Ramos Rodriguez

    D.R. © Fides Ediciones

    www.fidesediciones.com

    www.osirisramos.com/trabajonocturno

    www.osirisramos.wordpress.com

    TEASER-TRAILER LIBRO aquí

    Diseño de portada y formación tipográfica: Tif Flowers

    Corrección de estilo: Albeliz Córdoba

    Diseño de libro electrónico: Isabel Vázquez

    Coordinación de talleres: Alejandro Morales

    Edición: Fides Ediciones

    Todos los derechos reservados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sin autorización expresa y escrita del autor.

    ISBN: 978-607-96192-4-4

    Índice

    Portada

    Portadilla

    El Secreto

    Infirmus animus

    Bertoldi

    La tolvanera

    I ain’t got time to bleed

    A las escondidas

    Noviembre

    Trabajo Nocturno

    A quienes me amaron

    cuando la vulnerabilidad

    era la única cualidad de mi existencia.

    Es un secreto. Es una acción equívoca y sin consuelo, reptar por la habitación hasta tocar sus ojos, sus pestañas. Esa carita de eterno sueño. Es un secreto que habíamos cultivado noche a noche…

    Era un sueño, mi obsesión tal vez. Hoy me detuve frente al espejo de tu habitación y encontré una nube negra cargada de presagios que me sonreía hasta resultar nauseabundo. Retrocedí por un segundo para encontrar las causas, pero todo fue por ti, la primera llamada fue de tu parte. Me dejaste aterido de terror; me habías llamado y yo acudí.

    Te divertías explicando que todas las noches antes de dormir permanecías en silencio un rato muy largo, mirando la tela cristalina de un mosquitero que pendía del techo, de un clavito que habían instalado ahí para que nada trastornara tus sueños. Ése era el problema, la tela, el mosquitero. La tela que robaba vitalidad a todos los objetos que colgabas o pintabas en las paredes de tu cuarto, letras garabateadas de alguien que crecía anegándose de cosas que dar al vacío.

    El paisaje era un páramo inacabable de soles que nadie sabía si atardecían o creaban un día tímido, ningún adulto dibujado junto a ti en la hoja. Por compañeras: la soledad y tu imagen, trazada al infinito, niñitas con los cabellos errabundos, expuestas al viento, cada una valiente, cada una, dándole la espalda a una escenografía de azul profundo, que no podría ser otra cosa que el mar, ese mar que tenía por límite tu libreta deshojada por toda la habitación. Qué lástima, que lástima por toda esa filatelia que se retorcía en brillos errantes y era ofrecida a nadie. ¡Cómo olvidar tu hermoso dragón escarlata! Se esfumaba en una mancha marrón que te entristecía; por mucho que intentabas verles, todo estaba lejos de ser palpado por tu mirada. Nadie te tocaba en realidad.

    Tenías todas las cosas a una distancia abismal. Que papá, siempre distante, creía prudente.

    La calle era una sinfonía de correteos, de zumbidos, de niños, de carteros que caían y resbalaban al ir de prisa a entregar las misivas a las casas vecinas. Era el exterior que conocías, salías a veces, tampoco los dioses áureos que vigilaban tus días eran unos ogros, te dejaban salir y después esa benevolente mirada que se desprendía de sus párpados embelesados por tus cabellos, que les recorrían uno por uno hasta descubrirles un nuevo cabello tornasol, esa mirada que caía en ti como una bendición, cambiaba drástica a un terror impronunciable de posible pérdida. Entra a casa no deberías estar fuera tanto tiempo.

    Tiempo de sobra, tiempo de acabar contigo, tiempo de tiempo plasmado en letras indecisas, tiempo indeciso deletreado, letras corriendo hacia el significado de esta voz que tú escuchabas atentamente, por ello estoy condenado a este naufragio en medio de la claridad, atado a esta acuosidad odiosa de tiempo que gotea, gotea y se vierte en la cólera de la marea tan pronunciada (pero vendrá el final).

    En esas primeras noches que estuve susurrando a tu oído que vieras esos amarres de marino experimentado, en esas primeras noches que me reía de tu reacción cuando mirabas perpleja cómo se insuflaba el viento en tu mosquitero y barría con todo, y tus ojos encantados miraban una superficie inquieta, revuelta; un mar abierto recortado por las enormes velas de mi barco, del que ya he olvidado el nombre. En esas primeras noches ya te amaba.

    Yo siempre en la eternidad detrás de tu hombro.

    Toco el doblez de tus calcetas color rosa pálido. Sobre tu cama observo la barba triste y larga de ese viejo que te cuida, que te cuidó tanto hasta la más grande pérdida. Tu padre, con esa barba larguísima muestra avergonzado el lugar que ocupa; es un padre que debió ser abuelo hace mucho tiempo. Tú eras su niña, su pequeña que tuvo con su tercera y joven esposa. Está ahí sentado, a ratos resuella pero la edad ya no lo deja llorar. Sabe que creerse el dueño de las personas tiene un precio.

    Cuando uno muere queda en el vacío, sin ninguna utilidad de por medio. La casa, la esposa, los hijos, todas son pérdidas. Pero él es un viejo que viste de pulcros colores obscuros. Con la vida ya hecha, sabe que también pronto va a morirse. Percibe que estoy aquí y levanta el bastón un milímetro, me amenaza por un ínfimo momento, pero vuelve a posar el bastón debajo de sus rugosas manos para asirlo, sé que es una amenaza por demás inútil, aun con esa mirada de profundo recelo, está completamente resignado, puedo abusar de su vulnerabilidad, y estar contigo un momento más. Siento su odio, de qué más podría estar hecho un hombre así. Me iré en unos cuantos minutos más… si te recordara como yo… con esas cintas blancas alrededor del sujetador con el que te peinabas de media cola.

    La primera noche fue muy breve; salí despedido por la ventana porque tras haber pasado siglos en silencio, tú me llamaste y al escuchar mi nombre emití un sonido: era mi voz. Me asustó y desaparecí, pero la noche siguiente y la siguiente se expandió el panorama, mi voz se aclaró, se aclaró al fin. El mar apareció ante nosotros.

    El mar.

    A veces encallábamos en un mar que parecía un pozo profundo, denso, negro. A veces éramos una barquita hecha de

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