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Qué te pasa Perú
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Libro electrónico335 páginas4 horas

Qué te pasa Perú

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Información de este libro electrónico

Alvizuri intenta abordar de manera directa y cruda los problemas que son característicos del Perú contemporáneo, los cuales aún están lejos de poder resolverse precisamente debido a que el calor de la política impide ejercer una mirada crítica e imparcial. Se trata de textos que fueron publicados en las redes como comentarios libres en respuesta a situaciones concretas que han ido pasando durante el primer y convulsionado año del presidente Pedro Castillo, cosa que suscitó un derroche de pasiones sin límites como pocas veces se había vivido en el país. En este texto se intenta analizar la lucha de poderes y el origen de las diversas crisis que se han ido presentando, lo cual ha traído como consecuencia una conmoción y un descrédito galopante de la clase política peruana.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 jun 2024
ISBN9798227609090
Qué te pasa Perú
Autor

Luis Enrique Alvizuri García Naranjo

Luis Enrique Alvizuri García Naranjo (Lima, Perú, 1955). Publicista, filósofo, locutor, cantautor. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía y de la Sociedad Nacional de Intérpretes y Ejecutantes de la Música, SONIEM.

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    Qué te pasa Perú - Luis Enrique Alvizuri García Naranjo

    ¿Qué te pasa, Perú?

    Comentarios y reflexiones sobre el Perú de hoy

    Luis Enrique Alvizuri

    Contenido

    Introducción

    Primera parte

    Ahora sí fungen de periodistas

    La democracia peruana: ¿solo para los mejores?

    La cloaca verbal de la derecha

    Perú: dos visiones de la historia y del futuro

    Acusando al demonio de los pecados propios

    Los cholos no saben gobernar

    Los conchudos

    Carta abierta a todos los peruanos

    Confesiones (íntimas) de un pituco

    Elecciones 2021 y el nacimiento de la ultra derecha

    El Perú frente a su verdadera historia

    Mario Vargas Llosa: un típico peruano

    ¿Ha cambiado Lima, el Perú?

    Después de 200 años seguimos siendo dos Perú

    ¿Conservadurismo o progresismo?

    El choque de dos mundos

    ¿Entienden los gobernantes al pueblo peruano?

    Indios, criollos, mestizos ¿qué somos?

    ¿Qué es la cultura en el Perú?

    Los dos Perú

    Los peruanos ¿somos occidentales?

    La prensa peruana: lo peor de nuestra peruanidad

    La política y la historia

    Segunda parte

    Castillo, la Constitución y el modelo fracasado

    El verdadero drama de los pueblos americanos

    Los recursos naturales: la maldición de los pobres

    El progresismo y las elecciones peruanas

    Perú: un país profundamente dividido cumple 200 años

    ¿Es posible la reconciliación en el Perú? Sí, pero con condiciones

    Perú: una situación de incertidumbre

    ¿Qué está pasando?

    Por qué el Perú es pobre

    Por qué fracasaron sendero y el MRTA

    Polarización: adiós al centro político

    Abimael: balance

    El problema de los idiomas en el Perú

    La Conquista: el violador culpa a la violada

    La democracia en el Perú

    El Estado: la vaca lechera que mantiene al país

    El difícil camino de la democracia

    Un mes con Castillo: aprobado

    ¿Vivimos en democracia en el Perú?

    La chusma o la aristocracia ¿quién debe gobernar?

    Lava jato. Se logró el objetivo: la impunidad

    El empresario peruano y su resistencia al cambio

    Los primeros 100 días de Castillo: lo bueno, lo malo y lo feo

    Tercera parte

    Soy occidentalmente culto, pero ignorante en todo lo demás

    Las dos derechas peruanas

    Los empresarios necesitan la plata del Estado

    Quemen a la bruja... porque es comunista

    Los pitucos y el drama de la clase alta peruana

    Mi amigo el pituco

    Comunismo bueno, comunismo malo

    Por qué en el Perú no debe haber democracia

    Cuando la democracia nos estremece y asusta

    ¿Democracia presidencial o parlamentaria?

    Minería para pobres, minería para ricos

    Los miraflorinos contraatacan

    El racismo en el Perú: lo que no sabes

    San Martín tenía razón: necesitamos un rey

    La dictadura como remedio

    El rechazo a lo andino

    Serán comunistas, pero dan plata: las minas chinas

    Castillo: el hijo no reconocido

    Fujimori y Castillo: la verdad detrás de los outsider

    Los cínicos del Perú

    Sí pues, el dinero lo es todo

    Y después de Castillo ¿qué?

    Mea culpas

    América ¿está cambiando?

    Introducción

    En este libro ¿Qué te pasa, Perú? Luis Enrique Alvizuri intenta abordar de manera directa y cruda los problemas que son característicos del Perú contemporáneo, los cuales aún están lejos de poder resolverse precisamente debido a que el calor de la política impide ejercer una mirada crítica e imparcial (algo sumamente difícil, por supuesto, ya que todos, mal que bien, tenemos siempre una posición al respecto). Se trata de textos que fueron publicados en las redes como comentarios libres en respuesta a situaciones concretas que han ido pasando durante el primer y convulsionado año del presidente Pedro Castillo, cosa que suscitó un derroche de pasiones sin límites como pocas veces se había vivido en el país (y que se pueden remontar a los tiempos de la revolución del APRA o al velascato). En este texto Alvizuri intenta analizar, desde su propia perspectiva, la lucha de poderes y el origen de las diversas crisis que se han ido presentando, lo cual ha traído como consecuencia una conmoción y un descrédito galopante de la clase política peruana. Recordemos que todo ser humano es un ser político y alguien como Alvizuri, que ejerce de manera personal la filosofía, no puede ser ajeno a ello. No hay filósofo en la historia que no le haya dado a la política un lugar preferencial, puesto que nada como esta para definir y afectar para bien o para mal a la sociedad. Muchos filósofos académicos optan por mantenerse al margen de ella en el supuesto que ese no es un tema filosófico, lo cual los lleva a enquistarse en temáticas demasiado puntuales y específicas que los alejan de la realidad y del interés de la gente. En cambio, Alvizuri se niega a ubicarse en esa torre de marfil y prefiere poner las manos al fuego porque eso es lo que le da valor e importancia a la filosofía, como ya antiguamente lo demostraron figuras tan epónimas como Platón y Aristóteles. Es con este espíritu que el libro aborda esta problemática y su lectura puede ser útil para obtener de ello algunos análisis que ayuden a comprender un poco más el drama de un país tan complicado como es el Perú.

    Primera parte

    Ahora sí fungen de periodistas

    Ahora sí la prensa peruana, súbitamente y por un designio de los dioses, ha asumido algo que nunca le habíamos visto: su ética periodística. Por arte de magia (o de las actuales elecciones) medios como El Comercio se acordaron que su función era fiscalizar al gobierno, al poder, cuando durante décadas se la han pasado investigando únicamente a todos los de la oposición y silenciando por completo cualquier asunto que incomode a los gobiernos de turno a los cuales defendían a capa y espada.

    Ahora sí la investigación se dirige hacia el Estado, a los funcionarios públicos, al partido de gobierno para encontrarle en sus pasados hasta la más mínima mácula, duda o pequeño error posible para levantar esto hasta el cielo y así justificar cualquier pedido de juicio o de vacancia inmediata. Ya se olvidaron de cuando a los anteriores gobiernos no les hallaban nada malo, ni a sus funcionarios, ministros ni asesores, y menos aún a los partidos a los que pertenecían.  

    Ahora sí el periodista es implacable, directo, duro, recto y firme con los miembros del gobierno, sacando a la luz cualquier falla o error, así sea producto de la falta de experiencia. Ya no se acuerdan de cuando sus amigos de los anteriores gobiernos metían la pata y esto no era tan grave. Esos periodistas hacían enormes esfuerzos por dejar de lado los pequeños inconvenientes personales de la gente del gobierno para tratar solamente los temas de fondo. Jamás manchaban el honor de dichos personajes tan importantes, todos con títulos de universidades como Harvard y provenientes de las más importantes empresas del país. No había, por supuesto, nada de malo en que estos individuos favorecieran a los empresarios para quienes trabajaban.

    Ahora sí la prensa ha sacado el hacha de guerra contra la corrupción, no dejando pasar ningún acto o sombra que implique mínimamente alguna vinculación entre un ministro y alguna empresa. Lejos están los tiempos en que para ellos esto no existía, siendo esa la principal causa de que en el Perú tuviéramos durante más de 30 años un sistema de corrupción llamado Lava Jato (del que jamás la prensa se diera cuenta ni sospechara nada) elaborado únicamente por los más grandes empresarios del país con la colaboración de sus allegados y de los estudios de abogados más distinguidos de San Isidro. 

    Ahora sí escuchamos y vemos cómo se rasgan las vestiduras estos dignos hombres quienes, rojos de ira, hoy se la emprenden contra cualquiera del actual gobierno porque no son lo suficientemente competentes. ¿Cuántas veces hicieron esto antes con los gobiernos que ellos protegían y alababan? Nunca. Para ellos todos los ministros y funcionarios de los gobiernos pasados eran ilustres personalidades intachables. Claro que no nos explican por qué el Perú ha llegado a ser lo que es ahora: el peor país en la pandemia a nivel mundial, con el peor sistema de educación de Latinoamérica más un 80% de desempleo y subempleo. Mucho título, mucho apellido, mucha clase alta pero, a la vez, mucho fracaso.

    Y es que la explicación al por qué ahora recién tenemos un periodismo convertido en lo que debió ser siempre es que, por primera vez, ya no cuentan con el gobierno que ellos quisieran tener, uno que les permita hacer más y mejores negociados y que, a cambio de su silencio, les diesen cuantiosas sumas de dinero en publicidad estatal para así solventar sus empresas y no terminar quebrando. Esta es nuestra actual prensa basura (como hoy la califican) la cual, ahora sí, se disfraza de ejemplar y justiciera solo porque desea que vuelvan los viejos tiempos de corrupción donde podían hacer grandes fortunas a costa de los dineros del Estado, de todos los peruanos.

    La democracia peruana: ¿solo para los mejores?

    Una de las demostraciones de por qué se dice que en el Perú no se sabe ni se entiende qué es la democracia es la opinión que la gente (tanto ricos como pobres) tiene acerca de ella: que es una forma de gobierno hecha únicamente para los mejores, para los más capacitados, para los que tienen estudios superiores o prestigio internacional. En su ignorancia lo que está describiendo es la forma de gobierno aristocrática (la que proponía Platón y después se impuso en la Edad Media europea) donde solo los mejores podían aspirar a mandar en la sociedad.  

    Y es que la forma aristocrática de gobierno parte del supuesto que en toda sociedad existe quienes están destinados y capacitados para ejercer las funciones más altas de gobierno debido a sus orígenes y sus virtudes, requisitos que únicamente los pertenecientes a las clases altas pueden cumplir. Frente a ellos están las masas, las grandes mayorías incultas o insuficientemente preparadas cuyos abolengos y méritos no les alcanzan para aspirar a algún puesto público de confianza. Según ello un simple leñador, como Abraham Lincoln, no podría ser gobernante puesto que no proviene de una elevada cuna y no se ha instruido en las más prestigiosas instituciones educativas.

    Lo mismo con los campesinos o soldados, como Napoleón, quienes por su origen carecían de las condiciones mínimas que poseían, por ejemplo, los parientes de María Antonieta, quienes fueron instruidos en los mejores centros de enseñanza de su medio y que, por principio, merecían ocupar el trono de cualquier país. Igualmente podemos decirlo de los profesionales o técnicos de clase media quienes apenas han concluido sus estudios en humildes universidades públicas estatales y cuyos pergaminos académicos son de lejos insuficientes comparados con los que otorgan las privadas de alto costo nacionales y extranjeras.

    Es esta mirada totalmente errada la que prevalece en el Perú de hoy y es por ello que, en nuestra supina candidez, pedimos que quienes ocupen las riendas del país sean los mejores, los mejor educados, los más aptos (como decía Darwin), con lo que al final el poder termina recayendo en el mismo lado: en los ricos y sus descendientes, quienes son los únicos que se adecúan a dicha exigencia. Claro, algunos dirán que ha habido una vez un pobre que se esforzó y llegó a estudiar y preparase debidamente, pero con ello no se está haciendo otra cosa que decir que la excepción confirma la regla, puesto que también en los gobiernos más aristocráticos ocurren estos casos, mas son sumamente excepcionales y producto de las casualidades que siempre se dan.

    Lo que no hemos aprendido los peruanos es que la verdadera democracia no consiste en elegir a los mejores sino que los pueblos se expresen libremente y sean ellos quienes decidan qué personas son las más idóneas para gobernarlos. Ser el mejor no significa tener títulos, abolengo, raza superior, salud atlética o poseer sangre azul sino ser el representante de la voluntad popular y hacerla cumplir. El que es elegido lo es porque en su persona se encarnan los deseos y anhelos de la mayor parte de la gente que quiere que el gobierno refleje realmente sus expectativas e intereses. Esa persona puede tener o no los conocimientos específicos sobre la administración de una nación, pero esto puede ser suplido con buenos asesores y funcionarios experimentados en materia de reglamentos y leyes.  

    Hoy en el Perú vemos cómo una clase tradicional dominante y minoritaria se rasga las vestiduras porque la gente del pueblo se atreve a intentar ejercer funciones que, por mandato divino, les compete a ellos, y no encuentran mejor forma de expresarlo que descalificando a esos individuos tildándolos de incultos, incapaces e ignorantes. Obviamente quienes nunca han gobernado necesariamente serán ignorantes en un comienzo, pero a la larga aprenderán. Y lo peor que le puede ocurrir a esta rancia clase alta peruana es que los de abajo aprendan a gobernar y lo hagan bien, mejor que los patrones, lo cual pondría en evidencia que lo que estos han venido haciendo con el Perú ha sido un mamarracho, puros actos de corrupción y de robo de sus riquezas para luego nacionalizarse en otros países y llevárselas allá.  

    La cloaca verbal de la derecha conservadora

    Cloaca es el conducto por donde transitan nuestros desechos corporales y otros más, aquello que nuestros organismos repudian y que deben ser eliminados. Metafóricamente hablando es por ahí por donde va lo peor de nosotros, lo más insano, nuestro lado oscuro y perverso, aquello que jamás querríamos para nosotros. Es por eso que la coprolalia, ese gusto retorcido por decir lisuras, es considerada como una deformación sicológica y una desviación del sano juicio. Pues bien, hoy en día tenemos una cloaca mental, o si se quiere textual, que circula por las redes y donde son vomitadas todas nuestras más sucias miserias humanas. Y quienes más se han mostrado como verdaderos apasionados en ello es la gente que se considera de derecha, aquella que siente que el Perú ya no es suyo, ya no es el de antes y que ve que lo está perdiendo.

    Nos referimos obviamente a la derecha conservadora, a aquella que piensa que nada se debe cambiar porque todo está bien como está, puesto que también existe una derecha que es reformista y que piensa que el sistema tiene que modificarse constantemente para no morir (los llamados progresistas, a quienes los conservadores consideran como de izquierda o comunistas). Esta derecha conservadora, conformada en su mayoría por todos los que de alguna u otra manera viven bien o les ha ido bien en la vida, ha reaccionado de muy mala manera al hecho de que el Perú, que tanto valoraban porque estaba hecho a su medida (y donde podían tener hasta dos empleadas de servicio y muchos obreros con sueldo básico), esté tratando de cambiar. Porque el que sus sirvientas (las cholas de la casa) y sus empleados hayan votado por un cholo de mierda, como le dicen a Pedro Castillo es prácticamente un atentado contra sus intereses y el futuro de sus hijos.

    Cuando uno ingresa al Twitter, Facebook o a chats diversos donde esta derecha se manifiesta lo que ahí se lee no es para nada diferente de lo que se podría escuchar en boca de un delincuente de la peor estofa o de un adolescente procaz y vulgar, alguien que cuando va al estadio grita desde la barra brava los peores insultos posibles empleando el lenguaje más bajo que pueda uno imaginar. Y es que los pitucos (niños ricos), cuando están molestos, dejan de lado sus acostumbradas y falsas buenas maneras para expresarse con toda la cólera posible. Esto no es algo que a mí me lo hayan contado sino que lo he oído a lo largo de toda mi existencia directamente por boca de ellos mismos. 

    Y las peores son las más delicadas y bellas niñas de sociedad. Nada más chocante que contemplar a linda hija de un rico entrar en rabieta e insultar a diestra y siniestra a todos los que considera seres inferiores que le rodean. Porque todo rico o hijo de rico siempre cree que no hay nadie más importante que él o ella, y que el mundo está hecho para servirlos, para rendirse ante ellos y que nada ni nadie debe interponerse entre sus deseos y ambiciones. Cuando aparece un impedimento, una dificultad o un alguien que no acata sus órdenes o intenciones inmediatamente entra en ira santa y el entorno se estremece ante sus gritos desaforados. Todo lo de finos, cultos o piadosos que hay en ellos se esfuma de un momento a otro y el susodicho niño o niña se transforma en el peor de los demonios imaginables. Las cosas a su alrededor vuelan por los aires y las patadas se dan a diestra y siniestra.

    Se trata de seres con una soberbia y un orgullo más grandes que una catedral o que un rascacielos. Cualquier cosa que les incomode la toman como una ofensa a sus personas. Cuando algo no les gusta sencillamente es horroroso, asqueroso, infame e inmundo. La vida se divide entre sus opiniones, que son las correctas, y las equivocaciones, que es lo que piensan y hacen los que no coinciden con ellos. Viven en el blanco y negro, donde no existen los intermedios pues lo bueno siempre está de su lado y lo malo en su contra. Si una música les agrada entonces la califican de excelente, pero si no, es mala. Lo mismo para todas las cosas, sean de uso común o propias de la moda. Tienen el ego más exaltado que un dios griego, de ahí que todo lo miran de arriba hacia abajo. Sicológicamente sufren del mal de la sobreestimación, el pensar que todo lo que hacen lo hacen bien, que todo lo que se relaciona con ellos es de lejos muy superior.

    Esto de alguna manera nos revela por qué hoy vemos en las calles a esta gente que es (o se cree) blanca y pituca (pues muchos se imaginan de clase alta solo porque viven en un departamento alquilado de Miraflores). Lo que nunca en su vida habían hecho ahora lo toman como un acto de justicia, que consiste en ir a la casa de aquel que no les gusta para decirle de la peor manera que se largue. Han perdido toda su tradicional compostura de persona de sociedad para ahora, obligando a sus empleadas a cargarles los carteles, ir a reclamar por sus privilegios a voz en cuello cual vendedores de pescado. Las mujeres ya no son las dignas y respetables damas sino unas placeras mostrando qué tan groseras pueden ser las patronas cuando los demás no hacen lo que ellas quieren. Esta es nuestra tradicional clase alta peruana que siente que el Perú, su Perú, va a ser manejado por los que no deben hacerlo, o sea, por los cholos de mierda.

    Perú: dos visiones de la historia y del futuro

    Nunca como ahora es más palpable lo que en sicología se conoce como la resistencia al cambio, que ocurre cuando los acontecimientos empiezan a modificar las relaciones de preferencia y favoritismo en toda sociedad. La clase alta peruana tradicional, que viene desde la Colonia, siente que la historia ya no está a su favor. Pero no solo es el Perú el que está sufriendo cambios sustanciales en su ideología y perspectivas sino que esto proviene de las grandes transformaciones que se vienen dando en todo el mundo.

    Estas no solo se producen en el espíritu de los pueblos (que siempre es algo variable) sino incluso en las condiciones planetarias que empiezan por los climáticos y geodésicos. La historia de la Tierra es un proceso, lo cual implica que nada es estático, que nada de lo que creemos y vivimos dura para siempre. Y quienes más sufren con esto son aquellos que suelen encontrarse en la punta de la pirámide social, las clases altas y privilegiadas, que se resisten, se oponen y luchan contra todo lo que altere el estatus que las mantiene donde están.

    Es obvio que en el Perú dichos cambios ya no son solo de intención, de queja, de reclamos o protestas: ahora tienen la fuerza suficiente para, incluso, ser una mayoría democrática y vencer a los siempre poderosos que manipulan y orientan las elecciones a su favor. La gente pudo haber optado por posiciones más moderadas eligiendo a criollos más cercanos racial y culturalmente al Perú profundo, pero es obvio que no estamos en tiempos de moderación sino de modificación profunda de estructuras.

    La pandemia ha hecho que las manifestaciones sociales, que normalmente eran progresivas y por etapas, se conviertan en urgencias y radicalismos. La humanidad entera, por donde lo miremos, se encamina hacia un extremismo social y político donde las dos fuerzas en pugna, los reformistas y los conservadores, se atrincherarán cada uno en su lado. Lo que suceda en EEUU, cuando Trump o alguien similar regrese con más ímpetu, es lo mismo que va les va a ocurrir a todos los países, desarrollados primero y subdesarrollados después. Las viejas clases altas ricas sentirán (y ya sienten) que el piso se les va a mover, mientras que las masas exigirán una revolución integral que vaya más allá del capitalismo y de la sociedad de mercado.

    Y es que el capitalismo y la sociedad de mercado se encuentran en el punto más álgido de la crítica filosófica y social. De ser una esperanza se han convertido en un callejón sin salida donde la utopía de que todos alcanzarán el bienestar y la prosperidad se ve cada vez más irreal, más imposible; algo solo para algunos, para los más fuertes y preparados. Si bien todas las sociedades cuentan con grupos muy capaces e inteligentes, que son quienes realmente triunfan dentro de las reglas del sistema, lo cierto es que las grandes mayorías saben que están condenadas al fracaso o a ser para siempre los sirvientes de las minorías más pudientes y preparadas.

    Y esto no solo proviene desde la prospectiva que actualmente hacen la politología y la geopolítica sino incluso de la tan negada y burlada astrología (nunca desaparecida de la historia de la humanidad) que, en sus versiones más serias, anuncia la llegada de un nuevo ciclo y la finalización de aquel que hasta hace poco hemos vivido. Las pandemias no se irán sino que han llegado para quedarse y expandirse, mientras que los más poderosos empiezan a inventar futuros posibles donde sean ellos los sobrevivientes, llegando incluso hasta planificar opciones que hablan de eugenesia.

    En el caso del Perú, donde se empiezan a vivir crisis más agudas que las anteriores en su historia republicana, el conflicto se viene manifestando, no solo entre las personas que tienen el poder, sino también en otros aspectos que ni la prensa ni los analistas son capaces de prever hasta ahora por estar demasiado involucrados en la problemática (es decir, porque al tomar partido por su clase social están impedidos de evaluar con objetividad los sucesos). Uno de los más importantes es el concepto de historia. ¿Qué es la historia? Contrariamente a lo que creemos, no es la verdad sobre lo que pasó sino una interpretación que hace el presente del pasado, o sea, una lectura o un discurso que explica y justifica por qué las cosas son como son y por qué estas están bien ahora y son políticamente correctas.

    En el Perú tenemos dos historias: la occidental y la andina. La primera, la oficial, la escrita por los blancos herederos de los europeos españoles (los criollos) y de la segunda oleada de migrantes durante la república, define al Perú como una sociedad occidental en tierras americanas y en ella se describe cómo se viene desarrollando esta lucha por implantar dicha cultura dentro de una que le es ajena (o sea, la andina milenaria). Esto explica por qué los blancos occidentalizados y sus seguidores (los andinos occidentalizados) interpretan que toda presencia o ingreso de lo andino dentro de la cultura oficial significa un retroceso en el proceso de occidentalización, vista como un sinónimo de desarrollo.

    Y es que, en el Perú oficial, como sucede en muchas ex colonias del mundo, el desarrollo no es otra cosa que la simple occidentalización, mientras que su contraparte es la nativización, o sea, el recurrir a las raíces pre occidentales para aplicarlas a la vida contemporánea. Ser más occidentales en países como el Perú es lo mismo que progresar, mientras que ser más nativos o andinos es regresar hacia la ignorancia y la decadencia. Esta forma de ver la historia es la que podemos contemplar en estos momentos en los discursos de la clase dominante, pero ya no solo en la desprestigiada prensa, sino en espacios nuevos como Twitter, Facebook y WhatsApp que es por donde ahora mejor se expresan. Es en dichos medios en los que el mito oficial occidentalista de la historia se hace patente con mucha mayor claridad.

    Se podría resumir todo esto diciendo que la visión occidental, propia de la clase alta peruana, es aquella que dice que la historia es un proceso que marcha de atrás hacia adelante, donde el pasado significa el atraso y el futuro el progreso o una supuesta vida mejor. El problema con esto es

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