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La promesa de la vida humana
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Libro electrónico183 páginas1 hora

La promesa de la vida humana

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La filosofía tiene temáticas específicas que no son terreno ni de la ciencia ni de la tecnología. Muchas veces las personas no dedicadas a este oficio suelen  confundirse llegando a creer que ciencia y filosofía son lo mismo; pero están equivocadas. Por mucho que se pueda manipular la materia, la naturaleza, el asunto de la filosofía no es indagar sobre esto, sino más bien, hurgar en el indagador, en el ser humano, en aquél que es el gran actor de este drama que es nuestra  humanidad. El destino del ser humano no es el del animal. Pero saber exactamente cuál es todavía es un misterio. El autor propone una nueva forma de entender el problema que puede traer insospechadas consecuencias.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jun 2024
ISBN9798224032686
La promesa de la vida humana
Autor

Luis Enrique Alvizuri García Naranjo

Luis Enrique Alvizuri García Naranjo (Lima, Perú, 1955). Publicista, filósofo, locutor, cantautor. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía y de la Sociedad Nacional de Intérpretes y Ejecutantes de la Música, SONIEM.

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    La promesa de la vida humana - Luis Enrique Alvizuri García Naranjo

    La promesa de la vida humana

    Luis Enrique Alvizuri

    Contenido

    Preámbulo

    Síntesis

    Introducción

    I Del proceso del creer

    El anhelo de independencia

    El inicio de nuestra libertad: atrevernos a pensar

    Una nueva realidad exige una nueva lectura

    La importancia de generar uno mismo sus propias ideas

    El proceso del creer

    Crear para creer

    Solo el que pregunta puede responderse

    El ser humano no sigue las leyes de la naturaleza

    Solo se aprecia lo que se quiere

    Hay que mortalizar a los inmortales

    Consideraciones finales al proceso de creer

    II Del proceso filosófico

    Del entendimiento humano

    ¿Cómo actúa el pensamiento?

    Del entendimiento en general

    Del entendimiento humano

    De la filosofía

    Del impulso filosofante

    De la angustia

    La filosofía

    La filosofía es anterior a los símbolos

    La aparición del primer símbolo

    Los objetos culturales

    De los métodos filosóficos

    Acerca de los métodos

    El método sensorial

    El método racional

    El método intuitivo

    Consideraciones finales a los métodos filosóficos

    Sobre la aplicación de los métodos filosóficos

    Sobre el filosofar y la naturaleza

    Cuando los métodos son aplicados a la naturaleza

    La naturaleza y el método sensorial

    La naturaleza y el método razonal

    La naturaleza y el método intuitivo

    Sobre el filosofar y el mundo humano

    Cuando los métodos son aplicados al mundo humano

    El mundo humano y método sensorial

    El mundo humano y método el razonal

    El mundo humano y método el intuitivo

    Consideraciones finales a la aplicación de los métodos

    III Consideraciones generales

    Sobre la variabilidad de las expresiones filosóficas

    Sobre la ciencia

    Sobre si el pensamiento humano puede que sea una anomalía

    ¿Podría el ser humano volver a ser lo que era?

    Consideraciones finales al proceso filosófico

    IV De la promesa

    La promesa como resultado de la especulación filosófica

    La forma del discurso

    Las promesas fundacionales como origen de la cultura

    Clases de promesas

    Promesas que le dan preferencia a la naturaleza

    Promesas de origen sensorialista que priorizan a la naturaleza

    Promesas de origen razonalista que priorizan a la naturaleza

    Promesas de origen intuitivista que priorizan a la naturaleza

    Promesas que le dan preferencia al mundo humano

    Promesas de origen sensorialista que priorizan al mundo humano

    Promesas de origen razonalista que priorizan el mundo humano

    Promesas de origen intuitivista que priorizan el mundo humano

    Consideraciones finales a la promesa

    Preámbulo

    La filosofía tiene temáticas específicas

    que no son terreno ni de la ciencia ni de la tecnología.

    Muchas veces las personas no dedicadas a este oficio

    suelen confundirse

    llegando a creer que ciencia y filosofía son lo mismo;

    pero están equivocadas.

    Por mucho que se pueda manipular la materia, la naturaleza,

    el asunto de la filosofía no es indagar sobre esto, sino más bien,

    hurgar en el indagador, en el ser humano,

    en aquél que es el gran actor de este drama

    que es nuestra humanidad.

    Cierto es que muchas cosas

    nos pueden aportar los diversos conocimientos,

    pero todo ello es útil en filosofía

    solo cuando se pueden aplicar a la investigación de nuestro ser,

    en la búsqueda del porqué somos lo que somos y como somos.

    Muchas veces también

    se ha caído en el facilismo de querer igualarnos

    lo más posible con los animales,

    en un afán de simplificar nuestra existencia

    al describirnos como una simple variante de ellos

    con algunas características peculiares.

    Pero esto únicamente ha significado

    una manera subrepticia de querer eludir el problema real

    de parte de quienes solo les interesa el acto del subsistir.

    Los grandes temas de la filosofía

    han persistido con todas sus dudas e inquietudes

    y siguen siendo tan esenciales para nosotros

    como lo fueron desde un principio para los primeros hombres.

    Sus motivaciones y preocupaciones

    no han podido ser resueltas hasta ahora

    ni por los más conspicuos pensadores de todas las eras,

    si no, ya tendríamos entre manos

    las grandes verdades de la vida y de lo existente

    y eso parece no haber ocurrido por el momento.

    Es por ello que, una vez más,

    esta preocupación tan nuestra acerca de nuestro origen y destino

    se nos vuelve a presentar con la misma frescura de siempre

    y abordando aquellos asuntos que, no por ser viejos,

    son menos actuales, apremiantes y necesarios.

    En materia filosófica no hay un antes ni un después.

    Hay más bien una constante,

    una permanente repetición de las mismas preguntas

    en cada nueva generación de hombres

    quienes nacen con iguales expectativas

    de querer cuestionarse y responderse ellos también

    como lo hicieron todos sus antecesores.

    Quiere decir que cada vez que se filosofa

    se comienza nuevamente,

    se replantean antiquísimas problemáticas

    para buscarles nuevas alternativas.

    Esto es precisamente lo que hace

    que la filosofía se sienta, en cada tiempo,

    joven, vibrante y válida

    en vez de obsoleta y agotada

    como algunos lo creen

    por el hecho de no practicarla como se debe.

    Y es que existen épocas en que el practicismo

    invade todos los aspectos de la vida

    haciéndole pensar al hombre

    que ya no hay nada que modificar,

    que no hay sobre qué cuestionarse.

    Este es el tipo de argumento que, normalmente,

    los poderes imperantes intentan imponer

    en su afán de perpetuarse.

    Pero esto es engañoso;

    la filosofía, el filosofar, los filósofos,

    no se detienen ni se contentan con nada

    sino con la especulación constante,

    con el sondeo de los misterios insolubles.

    Puede que sus actos pasen inadvertidos

    dando la apariencia de no estar en actividad,

    pero sí lo están en grado sumo

    esperando el momento adecuado

    para dar a conocer sus descubrimientos e ideas

    sobre aquello que se creía ya sabido,

    oleado y sacramentado.

    Muchas veces los filósofos suelen pasar por sacrílegos

    y otras por locos

    convirtiéndose así en los hazmerreíres de la gente;

    pero la fuerza de sus conceptos resulta siempre tan grande

    que todo termina por rendirse ante ellos.

    Muchos se sorprenderán de esto

    por cuanto es común oír

    que los filósofos son aquellos de quienes se dice que lo son:

    ilustres personalidades encumbradas y muy respetadas.

    Pero las más de las veces se trata solamente

    de personajes que fungen de tales con el aval del sistema de turno

    y cuya función es principalmente hacerle creer al pueblo

    que son ellos los únicos filósofos,

    mientras que, sospechosamente,

    sus ideas coinciden con lo que dicen los distintos gobiernos.

    Sin embargo, los verdaderos filósofos, por lo general,

    no son los que santifican ni bendicen

    las creencias comunes de su tiempo.

    Todo lo contrario.

    Si algo los caracteriza

    es el impulso a criticar todo lo vigente,

    en especial, las verdades contemporáneas a ellos.

    Y esto debe ser así,

    pues si no la humanidad no se renovaría,

    se congelaría donde está

    ocasionando esto la degeneración

    y la consiguiente extinción de la especie.

    Como todo ente vivo,

    el mundo humano tiende siempre a renovarse,

    a modificar de piel, a metamorfosearse,

    y eso solo se logra

    cuando las afirmaciones sobre lo que es el hombre

    y sobre lo que debe ser su vida cambian.

    Los llamados a ejercer esa función no son, entonces,

    ni los científicos, ni los técnicos,

    ni los religiosos ni las autoridades:

    son los filósofos,

    aquellos que toman la delantera de la humanidad

    para avizorar nuevos horizontes.

    Habrá quienes renieguen de ellos

    acusándolos de fatuos, cretinos,

    ambiciosos de poder y de ser solo hombres normales

    que no tienen por qué atribuirse esos designios.

    Es cierto que siempre surgirán personas

    que serán todo aquello de que se los acusa,

    pero no se tratará de los auténticos filósofos

    sino más bien de los que pretenden serlo

    por otras razones que no son las propias de la actividad.

    Tampoco el ser filósofo convierte a nadie en un humano superior

    ni en el mejor de los hombres.

    Ello es una creencia popular.

    Porque justamente para ser filósofo

    se requiere de una buena dosis de osadía,

    curiosidad y experiencia,

    todo lo cual lleva a dicho individuo

    a cometer más errores que nadie

    y a ser más imperfecto que los demás.

    No se puede investigar qué es el fuego

    sin pretender no quemarse.

    No pueden existir filósofos que desconozcan por completo

    las miserias y grandezas del ser humano.

    Ellos también tienen que contaminarse

    si es que quieren conocer la enfermedad

    para encontrarle el remedio.

    Es por eso que es difícil hablar de un filósofo que sea cobarde.

    Un miedoso es imposible que intente siquiera

    buscar más allá de sus narices

    o decir algo que ocasione algún arrebato.

    Ni siquiera los hombres más fuertes y valientes

    se atreven a cuestionar las normas sociales con las que viven

    y gracias a las cuales disfrutan de sus privilegios.

    El amor por los temas filosóficos

    siempre debe ser más grande

    que el temor a decir sandeces y pasar por ignorante.

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