La promesa de la vida humana
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La filosofía tiene temáticas específicas que no son terreno ni de la ciencia ni de la tecnología. Muchas veces las personas no dedicadas a este oficio suelen confundirse llegando a creer que ciencia y filosofía son lo mismo; pero están equivocadas. Por mucho que se pueda manipular la materia, la naturaleza, el asunto de la filosofía no es indagar sobre esto, sino más bien, hurgar en el indagador, en el ser humano, en aquél que es el gran actor de este drama que es nuestra humanidad. El destino del ser humano no es el del animal. Pero saber exactamente cuál es todavía es un misterio. El autor propone una nueva forma de entender el problema que puede traer insospechadas consecuencias.
Luis Enrique Alvizuri García Naranjo
Luis Enrique Alvizuri García Naranjo (Lima, Perú, 1955). Publicista, filósofo, locutor, cantautor. Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía y de la Sociedad Nacional de Intérpretes y Ejecutantes de la Música, SONIEM.
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La promesa de la vida humana - Luis Enrique Alvizuri García Naranjo
La promesa de la vida humana
Luis Enrique Alvizuri
Contenido
Preámbulo
Síntesis
Introducción
I Del proceso del creer
El anhelo de independencia
El inicio de nuestra libertad: atrevernos a pensar
Una nueva realidad exige una nueva lectura
La importancia de generar uno mismo sus propias ideas
El proceso del creer
Crear para creer
Solo el que pregunta puede responderse
El ser humano no sigue las leyes de la naturaleza
Solo se aprecia lo que se quiere
Hay que mortalizar a los inmortales
Consideraciones finales al proceso de creer
II Del proceso filosófico
Del entendimiento humano
¿Cómo actúa el pensamiento?
Del entendimiento en general
Del entendimiento humano
De la filosofía
Del impulso filosofante
De la angustia
La filosofía
La filosofía es anterior a los símbolos
La aparición del primer símbolo
Los objetos culturales
De los métodos filosóficos
Acerca de los métodos
El método sensorial
El método racional
El método intuitivo
Consideraciones finales a los métodos filosóficos
Sobre la aplicación de los métodos filosóficos
Sobre el filosofar y la naturaleza
Cuando los métodos son aplicados a la naturaleza
La naturaleza y el método sensorial
La naturaleza y el método razonal
La naturaleza y el método intuitivo
Sobre el filosofar y el mundo humano
Cuando los métodos son aplicados al mundo humano
El mundo humano y método sensorial
El mundo humano y método el razonal
El mundo humano y método el intuitivo
Consideraciones finales a la aplicación de los métodos
III Consideraciones generales
Sobre la variabilidad de las expresiones filosóficas
Sobre la ciencia
Sobre si el pensamiento humano puede que sea una anomalía
¿Podría el ser humano volver a ser lo que era?
Consideraciones finales al proceso filosófico
IV De la promesa
La promesa como resultado de la especulación filosófica
La forma del discurso
Las promesas fundacionales como origen de la cultura
Clases de promesas
Promesas que le dan preferencia a la naturaleza
Promesas de origen sensorialista que priorizan a la naturaleza
Promesas de origen razonalista que priorizan a la naturaleza
Promesas de origen intuitivista que priorizan a la naturaleza
Promesas que le dan preferencia al mundo humano
Promesas de origen sensorialista que priorizan al mundo humano
Promesas de origen razonalista que priorizan el mundo humano
Promesas de origen intuitivista que priorizan el mundo humano
Consideraciones finales a la promesa
Preámbulo
La filosofía tiene temáticas específicas
que no son terreno ni de la ciencia ni de la tecnología.
Muchas veces las personas no dedicadas a este oficio
suelen confundirse
llegando a creer que ciencia y filosofía son lo mismo;
pero están equivocadas.
Por mucho que se pueda manipular la materia, la naturaleza,
el asunto de la filosofía no es indagar sobre esto, sino más bien,
hurgar en el indagador, en el ser humano,
en aquél que es el gran actor de este drama
que es nuestra humanidad.
Cierto es que muchas cosas
nos pueden aportar los diversos conocimientos,
pero todo ello es útil en filosofía
solo cuando se pueden aplicar a la investigación de nuestro ser,
en la búsqueda del porqué somos lo que somos y como somos.
Muchas veces también
se ha caído en el facilismo de querer igualarnos
lo más posible con los animales,
en un afán de simplificar nuestra existencia
al describirnos como una simple variante de ellos
con algunas características peculiares.
Pero esto únicamente ha significado
una manera subrepticia de querer eludir el problema real
de parte de quienes solo les interesa el acto del subsistir.
Los grandes temas de la filosofía
han persistido con todas sus dudas e inquietudes
y siguen siendo tan esenciales para nosotros
como lo fueron desde un principio para los primeros hombres.
Sus motivaciones y preocupaciones
no han podido ser resueltas hasta ahora
ni por los más conspicuos pensadores de todas las eras,
si no, ya tendríamos entre manos
las grandes verdades de la vida y de lo existente
y eso parece no haber ocurrido por el momento.
Es por ello que, una vez más,
esta preocupación tan nuestra acerca de nuestro origen y destino
se nos vuelve a presentar con la misma frescura de siempre
y abordando aquellos asuntos que, no por ser viejos,
son menos actuales, apremiantes y necesarios.
En materia filosófica no hay un antes ni un después.
Hay más bien una constante,
una permanente repetición de las mismas preguntas
en cada nueva generación de hombres
quienes nacen con iguales expectativas
de querer cuestionarse y responderse ellos también
como lo hicieron todos sus antecesores.
Quiere decir que cada vez que se filosofa
se comienza nuevamente,
se replantean antiquísimas problemáticas
para buscarles nuevas alternativas.
Esto es precisamente lo que hace
que la filosofía se sienta, en cada tiempo,
joven, vibrante y válida
en vez de obsoleta y agotada
como algunos lo creen
por el hecho de no practicarla como se debe.
Y es que existen épocas en que el practicismo
invade todos los aspectos de la vida
haciéndole pensar al hombre
que ya no hay nada que modificar,
que no hay sobre qué cuestionarse.
Este es el tipo de argumento que, normalmente,
los poderes imperantes intentan imponer
en su afán de perpetuarse.
Pero esto es engañoso;
la filosofía, el filosofar, los filósofos,
no se detienen ni se contentan con nada
sino con la especulación constante,
con el sondeo de los misterios insolubles.
Puede que sus actos pasen inadvertidos
dando la apariencia de no estar en actividad,
pero sí lo están en grado sumo
esperando el momento adecuado
para dar a conocer sus descubrimientos e ideas
sobre aquello que se creía ya sabido,
oleado y sacramentado.
Muchas veces los filósofos suelen pasar por sacrílegos
y otras por locos
convirtiéndose así en los hazmerreíres de la gente;
pero la fuerza de sus conceptos resulta siempre tan grande
que todo termina por rendirse ante ellos.
Muchos se sorprenderán de esto
por cuanto es común oír
que los filósofos son aquellos de quienes se dice que lo son:
ilustres personalidades encumbradas y muy respetadas.
Pero las más de las veces se trata solamente
de personajes que fungen de tales con el aval del sistema de turno
y cuya función es principalmente hacerle creer al pueblo
que son ellos los únicos filósofos,
mientras que, sospechosamente,
sus ideas coinciden con lo que dicen los distintos gobiernos.
Sin embargo, los verdaderos filósofos, por lo general,
no son los que santifican ni bendicen
las creencias comunes de su tiempo.
Todo lo contrario.
Si algo los caracteriza
es el impulso a criticar todo lo vigente,
en especial, las verdades contemporáneas a ellos.
Y esto debe ser así,
pues si no la humanidad no se renovaría,
se congelaría donde está
ocasionando esto la degeneración
y la consiguiente extinción de la especie.
Como todo ente vivo,
el mundo humano tiende siempre a renovarse,
a modificar de piel, a metamorfosearse,
y eso solo se logra
cuando las afirmaciones sobre lo que es el hombre
y sobre lo que debe ser su vida cambian.
Los llamados a ejercer esa función no son, entonces,
ni los científicos, ni los técnicos,
ni los religiosos ni las autoridades:
son los filósofos,
aquellos que toman la delantera de la humanidad
para avizorar nuevos horizontes.
Habrá quienes renieguen de ellos
acusándolos de fatuos, cretinos,
ambiciosos de poder y de ser solo hombres normales
que no tienen por qué atribuirse esos designios.
Es cierto que siempre surgirán personas
que serán todo aquello de que se los acusa,
pero no se tratará de los auténticos filósofos
sino más bien de los que pretenden serlo
por otras razones que no son las propias de la actividad.
Tampoco el ser filósofo convierte a nadie en un humano superior
ni en el mejor de los hombres.
Ello es una creencia popular.
Porque justamente para ser filósofo
se requiere de una buena dosis de osadía,
curiosidad y experiencia,
todo lo cual lleva a dicho individuo
a cometer más errores que nadie
y a ser más imperfecto que los demás.
No se puede investigar qué es el fuego
sin pretender no quemarse.
No pueden existir filósofos que desconozcan por completo
las miserias y grandezas del ser humano.
Ellos también tienen que contaminarse
si es que quieren conocer la enfermedad
para encontrarle el remedio.
Es por eso que es difícil hablar de un filósofo que sea cobarde.
Un miedoso es imposible que intente siquiera
buscar más allá de sus narices
o decir algo que ocasione algún arrebato.
Ni siquiera los hombres más fuertes y valientes
se atreven a cuestionar las normas sociales con las que viven
y gracias a las cuales disfrutan de sus privilegios.
El amor por los temas filosóficos
siempre debe ser más grande
que el temor a decir sandeces y pasar por ignorante.