La espaday la pluma
Por Moris Polanco
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En la Sevilla del siglo XVII, Diego de la Vega regresa a su ciudad natal después de años en el campo de batalla, solo para encontrarse con que su verdadera guerra acaba de comenzar. Sin descanso, se ve envuelto en una serie de conspiraciones que amenazan no solo su vida, sino el futuro de toda España. Armado con su espada y su aguda mente, Diego decide enfrentar a sus enemigos en un mundo donde la lealtad se desvanece tan rápido como la tinta sobre el papel.
Mientras lucha por desenmarañar la red de traiciones, cada victoria y cada derrota lo llevan a confrontaciones más peligrosas. A su lado, antiguos amigos y nuevos aliados que comparten su causa, pero también oscuros personajes que buscan manipularlo desde las sombras. En cada batalla, en cada duelo bajo la luna, Diego se ve forzado a cuestionar no solo a sus enemigos, sino sus propias convicciones y los fantasmas de su pasado.
"La espada y la pluma" es una novela de aventuras históricas que recrea con maestría el vibrante pero peligroso escenario de la España del Siglo de Oro. A través de sus páginas, Diego de la Vega no solo debe aprender a manejar la espada, sino también la pluma, pues en su lucha, las palabras serán tan poderosas como los golpes en el campo de batalla.
Moris Polanco
Moris Polanco (Guatemala, 1962) es doctor en filosofía por la Universidad de Navarra. Ha sido profesor en diversas universidades de Guatemala y Colombia y es autor de más de 20 libros. Es miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española.
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La espaday la pluma - Moris Polanco
Capítulo 1: Regreso a Sevilla
Era el otoño de 1625 cuando Diego de la Vega atravesó las puertas de Sevilla. Llegaba de las gélidas tierras del norte, donde la Guerra de los Treinta Años seguía consumiendo almas y esperanzas. Herido en cuerpo, pero imperturbable en espíritu, arrastraba su cansancio por las adoquinadas calles de su amada ciudad. Sevilla, con su bullicio y su calor, le recibió como solo sabe recibir a un hijo perdido: con un abrazo que huele a azahar y sabe a olvido.
—Ya era hora de que el destino te devolviera a nosotros, Diego —musitó una voz ronca a sus espaldas.
Diego se giró y encontró los ojos vivarachos de Tomás, un viejo camarada de mil y una escaramuzas. Su rostro, curtido por el sol y las penurias, se iluminó con una sonrisa franca.
—Tomás, viejo amigo, os confieso que pensé que no viviría para saborear de nuevo el vino de nuestra tierra.
—Pues bien que lo harás, y en cantidad, hasta que olvides el frío del norte —replicó Tomás, dándole una palmada en el hombro—. Pero ven, debes descansar y curar esas heridas como es debido.
Diego asintió, aunque en su mente, el descanso era un lujo que apenas podía permitirse. Mientras caminaban por las estrechas calles hacia la posada donde Tomás había prometido comida y cama, Diego no podía dejar de observar los rostros de la gente que inundaba el mercado. Hombres y mujeres que, ajeno a los estragos de la guerra, regateaban por naranjas o se reían en las tabernas.
—Decidme, Tomás —dijo de pronto, haciendo que su amigo lo mirase—, ¿cómo ha mantenido Sevilla su paz en estos tiempos turbulentos?
—Ah, eso sería contaros un cuento largo y sin muchas glorias —suspiró Tomás—. Digamos que no hemos sido tan afortunados como para evitar las sombras de la guerra. La corrupción y la sed de poder florecen incluso en el suelo más santo. Pero eso es conversación para otro día.
Esa noche, mientras Diego intentaba dormir en su modesta habitación en la posada de El Burlador, los pensamientos sobre la guerra, el honor y la lealtad danzaban burlonamente en su cabeza. Justo cuando el sueño empezaba a reclamarlo, un ligero golpe en la puerta lo sobresaltó.
—¿Quién es a esta hora? —preguntó con el ceño fruncido, mientras se envolvía en su manto.
—Un viejo amigo con noticias que no pueden esperar al alba —respondió una voz conocida desde el otro lado.
Intrigado, Diego abrió la puerta y el resplandor de una vela iluminó el rostro de un hombre que había sido más hermano que amigo.
—Nicolás, ¿qué vientos traen vuestro espíritu inquieto a mi puerta? —inquirió Diego, mientras hacía un ademán para que entrara.
—Noticias, Diego, noticias que quizá queráis escuchar antes que el canto del gallo anuncie un nuevo día —dijo Nicolás, con un brillo de urgencia en los ojos—. Y temo que no sean las mejores.
Nicolás desenrolló un pergamino gastado y los ojos de Diego se entrecerraron al intentar descifrar las palabras que cambiarían el curso de su destino. Aún no lo sabía, pero su regreso a Sevilla era solo el principio de una aventura que lo llevaría desde las sombras de la intriga hasta la luminosa verdad.
—Preparaos, amigo mío —soltó Nicolás con un suspiro—, porque lo que está escrito aquí podría muy bien decidir el futuro de nuestro reino.
Capítulo 2: La carta misteriosa
Diego de la Vega se sentó frente a la pequeña mesa de madera, todavía sintiendo el latido de su corazón acelerado por el inesperado encuentro con Nicolás. Las sombras danzaban en las paredes de la posada mientras él estudiaba la carta que su amigo le acababa de entregar.
—Léela con atención —dijo Nicolás, pasando nerviosamente de un pie a otro—. No es cualquier misiva, es una súplica de auxilio.
Tomando una profunda inspiración, Diego rompió el sello de cera y desplegó el pergamino. La tinta, aunque algo desvanecida, mostraba claramente el pulso firme y apurado con el que fue escrita. La carta era de Alejandro de Castilla, un compañero de armas durante aquellas campañas en Flandes que parecían ahora tan lejanas y mortecinas como una vela en mitad de la tormenta.
Diego, mi estimado amigo —empezaba la carta—, me encuentro en circunstancias que desafían mi entendimiento y paciencia. Un asunto de la mayor urgencia, que atañe no solo a mi honor, sino a la seguridad de nuestro amado reino, ha caído sobre mis hombros. Te escribo en busca de tu ayuda, pues no conozco a otro más valiente ni más justo en la lucha que tú
.
Al leer esas palabras, Diego sintió cómo el peso de los años de guerra se asentaba nuevamente sobre sus hombros, como una armadura oxidada y pesada que no podía quitarse.
"Por la gracia de Dios y la influencia de mi posición —continuaba la misiva—, he descubierto una conspiración que podría desestabilizar no solo nuestro gobierno sino también poner en peligro la vida de nuestro Rey. Los detalles son demasiado peligrosos para ser escritos aquí. Necesito que vengas a Valladolid cuanto antes. Tu lealtad y tu espada nunca han sido más necesarias.
Todo lo que puedo adelantarte es esto: Los conspiradores son poderosos y se esconden tras máscaras de respetabilidad. Confío este secreto a tu valor y a tu discreción, esperando que juntos podamos desentrañar esta trama antes de que sea demasiado tarde. No te demores, mi amigo, el tiempo es nuestro enemigo más astuto y veloz".
Diego bajó la carta y miró a Nicolás.
—¿Y bien? —preguntó Nicolás, ansiedad marcada en cada rasgo de su rostro.
—Partimos al alba —respondió Diego con una firmeza que no sabía que aún poseía. Sus días de batallas no habían terminado. No cuando el destino de la patria pendía de un hilo tan fino y frágil.
Aquella noche, la posada no vio dormir a Diego de la Vega. Pasó las horas restantes revisando sus viejas armaduras, sus espadas que aún guardaban el eco de mil combates, y todos aquellos recuerdos de guerra que pensaba había dejado atrás. Con cada pieza de acero que tocaba, sentía cómo se reavivaba el fuego interno, aquel espíritu indomable que la guerra había forjado dentro de él.
—No será fácil, Nicolás —comentó Diego mientras afilaba su espada bajo la tenue luz de la vela—. Pero si