Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La guerra en Ucrania: Consideraciones políticas, económicas e históricas en un orden internacional en transición
La guerra en Ucrania: Consideraciones políticas, económicas e históricas en un orden internacional en transición
La guerra en Ucrania: Consideraciones políticas, económicas e históricas en un orden internacional en transición
Libro electrónico502 páginas7 horas

La guerra en Ucrania: Consideraciones políticas, económicas e históricas en un orden internacional en transición

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La invasión rusa de Ucrania, que comenzó en el año 2022, constituye, sin duda alguna, el conflicto armado internacional más importante desde el fin de la Guerra Fría, no solo por su impacto humanitario y económico, sino también por sus posibles consecuencias geopolíticas sobre el orden internacional. Esto obliga a estudiar la guerra de Ucrania también desde una perspectiva latinoamericana. Por ello, el presente libro, a través de nueve capítulos a cargo de docentes de la especialidad de Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Católica del Perú, pretende comprender el conflicto desde distintos enfoques que enfatizan aspectos históricos y económicos, hasta aquellos que incorporan los intereses de las principales potencias mundiales y del Perú en la guerra.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 may 2024
ISBN9786123179496
La guerra en Ucrania: Consideraciones políticas, económicas e históricas en un orden internacional en transición

Relacionado con La guerra en Ucrania

Libros electrónicos relacionados

Guerras y ejércitos militares para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La guerra en Ucrania

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La guerra en Ucrania - Sebastien Adins

    La_guerra_en_Ucrania.jpg

    Sebastien Adins es doctor en Ciencia Política y Gobierno por la PUCP, magíster en Relaciones Internacionales y magíster en Economía, ambos por la Universidad de Gante (Bélgica). Es profesor ordinario de la PUCP, director de la especialidad de Relaciones Internacionales y coordinador del Grupo de Investigación sobre el Orden Internacional y Órdenes Regionales (GIOR) en la misma casa de estudios. Ha sido profesor en la Academia Diplomática del Perú y profesor visitante en la Universidad de Gante (Bélgica).

    Oscar Vidarte Arévalo es doctor en Ciencia Política y Gobierno por la PUCP y magíster en Relaciones Internacionales por la Pontificia Universidad Javeriana (Colombia). Tiene estudios en Seguridad Internacional por la Universidad de Delaware (Estados Unidos). Es profesor ordinario de la PUCP y coordinador del Grupo de Investigación sobre Política Exterior Peruana (GIPEP) en la misma casa de estudios. Ha sido profesor en la Academia Diplomática del Perú, la Escuela Superior de Guerra Naval y profesor visitante en la Universidad Iberoamericana (México).

    Sebastien Adins y Oscar Vidarte Arévalo

    Editores

    LA GUERRA EN UCRANIA

    Consideraciones políticas, económicas e históricas en un orden internacional en transición

    La guerra en Ucrania

    Consideraciones políticas, económicas e históricas en un orden internacional en transición

    Sebastien Adins y Oscar Vidarte Arévalo, editores

    © Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2024

    Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú

    feditor@pucp.edu.pe

    www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

    Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

    Primera edición digital: abril de 2024

    Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

    Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2024-03321

    e-ISBN: 978-612-317-949-6

    Índice

    Introducción

    Sebastien Adins y Oscar Vidarte A.

    Capítulo 1. Antecedentes históricos de la guerra ruso-ucraniana

    Sebastien Adins

    Capítulo 2. ¿Del fin de la historia a las historias del fin?

    La guerra Rusia-Ucrania en el incierto futuro del (des)orden mundial

    Daniele Benzi

    Capítulo 3. ¿Crisis de la globalización?

    Implicancias económicas de la guerra en Ucrania

    Julissa Castro Silva

    Capítulo 4. Interdependencia económica y guerra en Ucrania

    Farid Kahhat

    Capítulo 5. La política exterior peruana frente a la crisis en Ucrania

    Oscar Vidarte A.

    Capítulo 6. Los debates de política exterior de Estados Unidos frente a la invasión rusa de Ucrania

    Nicolás Terradas

    Capítulo 7. La opinión pública china en revolución

    Patricia Castro Obando

    Capítulo 8. La Unión Europea y la guerra en Ucrania: precedentes, respuestas y consecuencias para la región

    Mayte Anaís Dongo Sueiro

    Capítulo 9. Caminos del multilateralismo en la ONU: el abordaje de la guerra entre Rusia y Ucrania

    Mildred Rooney Paredes

    Sobre los autores

    Introducción

    Sebastien Adins

    Oscar Vidarte A.

    Cuando escribimos estas líneas, en marzo de 2024, la guerra entre Rusia y Ucrania ya se ha prolongado por más de dos años, y ninguna de las partes involucradas parece tener incentivos para iniciar el diálogo para detener las hostilidades. En Ucrania, tanto la administración de Volodímir Zelenski como una gran mayoría de la población se niega a negociar con Moscú sobre la cesión de territorios a Rusia —incluida Crimea— o sobre su ingreso a la OTAN¹. A su vez, desde la perspectiva del Kremlin, un retiro de las tropas rusas desde territorios que oficialmente ya pertenecen a Rusia (un aproximado 18% del territorio de Ucrania), después de las decenas de miles de bajas, podría bien desestabilizar al régimen de Vladimir Putin². Finalmente, como ha reconocido Joe Biden en varias ocasiones, un motivo detrás del respaldo estadounidense a Ucrania refiere al debilitamiento militar de Rusia, un histórico rival, o, de acuerdo con la lógica binaria del mandatario, de los oponentes al «Mundo Libre», liderados por China. Esta política tampoco parece que vaya a cambiar pronto, por lo menos antes de que termine el mandato del actual presidente estadounidense en enero de 2025.

    En el frente, el año 2023 no inauguró grandes cambios, con la excepción de la toma de Bajmut/Artemivsk por parte de Rusia y la recuperación de un número muy reducido de pueblos por Ucrania al sur de Zaporiyia, como parte de su anunciada «contraofensiva». Así, mientras se mantuvieron las hostilidades, la guerra pareció estancarse territorialmente, buscando el desgaste de la contraparte. No obstante, además de su superioridad en materia productiva y demográfica frente a Ucrania, Rusia cuenta con la ventaja de la defensa de territorios bajo su control desde 2022. En tal sentido, logró corregir varios de sus errores cometidos durante el primer año de guerra, lo que hace el escenario de una completa restauración de la integridad territorial de Ucrania cada vez más distante. Incluso está por verse si el retiro ucraniano desde Avdíivka/Avdéyevka, una localidad estratégica y simbólica, tras haber estado en el frente desde el año 2014, pueda representar un punto de partida de una renovada ofensiva rusa en el este del país.

    Si bien no se trata de la única guerra interestatal del presente siglo³, ni tampoco de la más mortal⁴, el hecho de que involucra directamente a una potencia nuclear —y, de modo indirecto, a cuatro⁵— y que ocurre en la región considerada la más pacífica del mundo desde 1945, produce gran preocupación en la comunidad internacional. Asimismo, como es sabido, se desarrolla en un contexto internacional particularmente tenso, caracterizado por la competencia estratégica entre Estados Unidos y la República Popular China, el estrés que conlleva la desaceleración de la economía global y un incremento en el número de conflictos internos a nivel global. Tal vez, por ahora, la única manera de silenciar las armas y detener las pérdidas de más vidas humanas sería a través de un «congelamiento» del conflicto, al igual que en otras áreas del espacio postsoviético, es decir, sin negociar un acuerdo de paz en el corto plazo.

    Si bien aún resulta difícil determinar si la guerra ruso-ucraniana será recordada como un punto de inflexión en la historia del siglo XXI, ya podemos identificar algunas tendencias derivadas del conflicto que parecen mantenerse en el corto y mediano plazo. Primero, con el régimen de sanciones más comprehensivo en su contra, Rusia se encuentra aún más separada de Occidente que en la época de la Guerra Fría, con una disminución dramática de sus vínculos comerciales y económicos (oficiales, en todo caso⁶), así como una importante reducción en los flujos de personas, siendo la suspensión de todos los vuelos comerciales entre ambas partes un símbolo de esta brecha. Más allá de las esporádicas llamadas telefónicas hasta 2023 entre los presidentes de Rusia y de Francia, Putin y Macron, o el mantenimiento de algunos canales extraoficiales de diálogo entre Moscú y Washington, se ha llegado a un punto muerto en la diplomacia directa entre las partes contrapuestas. No obstante, es importante resaltar que la gran mayoría de los Estados en el mundo, si bien se oponen a una guerra de estas dimensiones, no participan en la política occidental de sanciones. Además, por ahora, el alto precio de los hidrocarburos, el incremento en la demanda china e india de productos rusos, y la activación de una economía de guerra en Rusia parecen reducir el impacto de estas sanciones, al menos en el corto plazo. Así, la economía rusa habría crecido 3,6% en el año 2023, muy por encima del -0,3% de Alemania, el 0,1% de Reino Unido o el 0,9% de Francia⁷.

    Por otra parte, con una intensificación de la cooperación entre Rusia y China, solo se acentúan las asimetrías entre ambos socios, reduciendo la autonomía estratégica del primero. Asimismo, tanto las evidentes dificultades de logística y coordinación de las fuerzas armadas rusas durante los primeros meses de combate, como el incremento de ataques contra objetivos estratégicos dentro de Rusia, se presentaron como golpes para la imagen de «potencia militar». Finalmente, está claro que el accionar irrendentista ruso en Ucrania ha contraído una gran preocupación en otras ex repúblicas soviéticas, como Moldavia, Armenia o Kazajistán, ahora más dispuestos a acercarse a Occidente o a China. Paradójicamente, si con la invasión de Ucrania Moscú aspiraba repotenciar su hegemonía en el espacio postsoviético, la guerra parece haber traído lo contrario (por ahora, con la excepción de Bielorrusia). Con todo, la guerra habrá fortalecido, ahora más que nunca, el «pivote al este» de Rusia.

    En segundo lugar, el inicio de la guerra en Ucrania trajo la imagen de mayor unidad entre los países del Occidente político, tanto en la OTAN, la Unión Europea (UE) o el G7. Desde esta perspectiva, parecemos estar lejos de la desconfianza que marcó la relación trasatlántica durante la administración Trump (2017-2021), de la acumulación de tensiones entre la UE y dos vecinos de Ucrania (Hungría y Polonia) o los cuestionamientos de Macron en cuanto a la sostenibilidad de la OTAN. Si la alianza militar tuvo dificultades para formular una misión clara luego de la disolución del Pacto de Varsovia (y con varias de sus intervenciones en tajante contradicción con su carácter defensivo), definitivamente, desde 2022 encuentra en Rusia una renovada raison d’être. La adhesión de Finlandia (en 2023) y Suecia (en 2024) a la OTAN, algo casi inimaginable hace una década, solo refuerza esta idea. Empero, con un mayor protagonismo de la OTAN, también volvió a reducirse la misma autonomía estratégica de la UE, una prioridad histórica para Francia y, en menor medida, para Alemania.

    Cabe señalar que, si bien Occidente se encuentra unido en condenar las acciones rusas y respaldar a Ucrania, está claro que los efectos de la guerra se hacen sentir principalmente en el Viejo Continente, y no en los Estados Unidos. Asimismo, está por verse hasta cuándo se podrá mantener esta unidad, pues se observan ciertos síntomas de fatiga respecto a la guerra y la ayuda a Kiev, tanto a nivel oficial como entre la población⁸. Las recurrentes tensiones entre Ucrania y Polonia en materia agrícola y migratoria, la reciente divergencia entre Berlín y París respecto a la entrega de determinadas armas (o, incluso, el envío de tropas) a Ucrania o el creciente escepticismo entre los republicanos en Washington, son solo algunos reflejos de esta tendencia. A su vez, los problemas de abastecimiento militar que enfrenta Kiev, sumados a algunos avances rusos desde finales de 2023 y la perspectiva de un retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, están alimentando un marcado pesimismo en las capitales de Occidente en cuanto al posible desenlace de la guerra. El hecho de que —más allá de respaldar a Kiev, aislar a Rusia y oponerse a cualquier tipo de negociaciones— Occidente no parece poseer una estrategia que contemple varios escenarios solo exacerba este sentimiento. Así las cosas, sobre todo en el Viejo Continente, se hacen cada vez más frecuentes las alusiones públicas a la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, donde el actual conflicto solo constituiría el comienzo de un enfrentamiento de gran escala entre Rusia y la OTAN.

    Respecto a la ayuda occidental a Ucrania, según el Kiel Institute for the World Economy, entre el 24 de enero de 2022 y el 15 de enero 2024, la Unión Europea y sus Estados miembros habían aportado 144 100 millones de dólares, mientras el aporte de los Estados Unidos fue de 67 700 millones, siendo la ayuda militar y financiera mucho más significativa que la humanitaria⁹. Además, mientras que la ayuda estadounidense —casi exclusivamente militar— fue facilitada sobre la base de cuatro leyes aprobadas por el Congreso en el año 2022, la mayor parte de la ayuda europea —tanto financiera como militar— recién se aprobó a partir de 2023 (en el caso del «Mecanismo para Ucrania» de 50 000 millones de euros, en febrero de 2024) y recién está llegando a Ucrania¹⁰. Si bien según la misma fuente, dicha ayuda se encuentra muy por debajo de otras iniciativas, como la guerra en Iraq para Estados Unidos o el fondo Próxima Generación de la UE¹¹, sorprende la manera en que se vinieron cruzando constantemente nuevas líneas rojas, primero con el envío de tanques a Ucrania, luego aviones de combate y también misiles de largo alcance. Por otro lado, si la ayuda occidental contribuyó a la escalada de la violencia en Ucrania —y la misma inseguridad en Europa—, tanto la oposición de la administración de Biden al pronto ingreso del país a la OTAN como su pronto distanciamiento de la insurrección de Yevgueni Prigozhin en junio de 2023 son muestras de que Estados Unidos tampoco quiere provocar más a un rival poseedor del primer arsenal nuclear del mundo.

    Ahora bien, más allá de la ayuda brindada a Ucrania, el inicio de la guerra claramente constituye un momento de inflexión para Europa —en palabras del canciller alemán Olaf Scholz: una Zeitenwende— con diversas nuevas iniciativas en materia militar y, sobre todo, un incremento histórico en el gasto militar de los integrantes de la UE. Así, el presupuesto en defensa alemán pasó de 1,2% de su PBI en 2018 a un proyectado 2% en 2024; el de Polonia del 2% en 2018 al 3,8% en 2023¹². Definitivamente quedó atrás la idea, muy poderosa desde la década de 1990 en varias capitales de Europa, de que el siglo XXI inauguraría una era de cooperación e interdependencia o que su agenda de seguridad solo abarcaría «nuevos» desafíos o amenazas, como el terrorismo, el cambio climático y la descomposición de Estados¹³.

    Luego de lo dicho, se podría concluir que el 24-F ha exacerbado la división del mundo en dos bandos, liderados por Washington y Beijing, respectivamente, y con una pérdida de autonomía estratégica para Bruselas y Moscú. Sin embargo, al igual que durante la histórica Guerra Fría, una mayoría de Estados del denominado «Sur Global» ha suscrito una postura pragmática —no alineada, si se quiere— que combina una defensa de los principios de integridad territorial y no intervención, con una cooperación selectiva con Moscú, por ejemplo, en cuestiones comerciales o de seguridad y defensa. Incluso algunos aliados de Washington, como Israel, Emiratos Árabes Unidos y Turquía, coinciden con dicha línea. Así también India, más allá de los reproches de Narendra Modi de que «no es momento para una guerra», incrementó dramáticamente la importación de petróleo ruso y mantuvo su cooperación con Moscú, un tradicional socio estratégico y proveedor de armas. Probablemente las siguientes palabras de su ministro de Asuntos Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, resumen una posición muy generalizada fuera de Occidente: «Europe has to grow out of the mindset that Europe’s problems are the world’s problems, but the world’s problems are not Europe’s problems»¹⁴. Así las cosas, no sorprende que la mayoría de las propuestas serias de mediación en la guerra provengan de este grupo de Estados «neutros». Por otro lado, para muchos en el mundo no occidental, la indolencia manifestada por Occidente ante la guerra en Gaza solo parece reafirmar el doble estándar del bloque en la política internacional.

    Finalmente, con respecto a la modalidad de la guerra, llama la atención cómo parecen combinarse prácticas que solíamos asociar con el pasado, como las «trincheras» o una invasión masiva con tanques, con tecnologías bélicas de punta del siglo XXI, como el uso masivo de drones, satélites o big data para mejorar la performance de combate. Por otro lado, la guerra en Ucrania revela un fenómeno que ya se había manifestado en otros conflictos recientes y que refiere a la participación de actores no convencionales, que algunos expertos describen como la «privatización» de la guerra. Así, por ejemplo, del lado ruso ha sido ampliamente analizada la participación de empresas militares privadas («PMSC») como el Grupo Wagner, Redut o Patriot, así como las milicias de las «Repúblicas Populares» de Donetsk y Luhansk y la que lidera el jefe checheno Ramzán Kadírov. A su vez, asociadas a las fuerzas armadas ucranianas se encuentran múltiples batallones voluntarios, creados en el contexto del «Euromaidán» de 2014, así como una legión extranjera basada en unos veinte mil «voluntarios», mayormente de origen canadiense, polaco, estadounidense y hasta colombiano.

    El propósito de este libro es ofrecer al lector, a través de nueve capítulos y desde una perspectiva interdisciplinaria propia de las Relaciones Internacionales, diferentes enfoques que buscan, en su conjunto, mejorar la comprensión del origen de la guerra ruso-ucraniana y analizar sus consecuencias políticas y económicas, la postura de los principales protagonistas frente a la misma y los intereses del Perú involucrados en el contexto del conflicto. Cabe resaltar que los nueve autores son docentes de la Pontificia Universidad Católica el Perú, y en la mayor parte de los casos, afiliados a la especialidad de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Sociales.

    El primer capítulo, «Antecedentes históricos de la guerra ruso-ucraniana», a cargo de Sebastien Adins, busca entender el actual conflicto desde una perspectiva histórica, haciendo énfasis en los principales momentos de Ucrania en su relación con Rusia y Occidente. Asimismo, propone que la actual situación solo pueda ser comprendida como una confluencia de la crisis nacional en la Ucrania posindependencia, con la denominada «cuestión ucraniana», entendida como su compleja posición en el conflicto entre Rusia y Occidente.

    El segundo capítulo, escrito por Daniele Benzi y titulado «¿Del fin de la historia a las historias del fin? La guerra Rusia-Ucrania en el incierto futuro del (des)orden mundial», pretende analizar las implicancias de la guerra en Ucrania en el orden mundial contemporáneo. Para dicho fin, no solo prioriza la dimensión global del conflicto, tanto en términos de su impacto político y económico, sino también busca comprenderla como expresión de la crisis del orden internacional liberal liderado por Occidente, confirmando la existencia de un momento complejo en el actual devenir histórico.

    Julissa Castro es la autora del tercer capítulo, «¿Crisis de la globalización? Implicancias económicas de la guerra en Ucrania». Además de identificar las repercusiones del conflicto en los precios de los alimentos y la energía, Castro busca explicar esta crisis como parte de un cambio de paradigma en la globalización económica. Para ello, partiendo de lo que denomina «crisis en la globalización», estudia las trasformaciones que se dan en la economía mundial, con especial interés en el desacoplamiento de la producción y las cadenas de valor.

    En el cuarto capítulo «Interdependencia económica y guerra en Ucrania», Farid Kahhat examina la importancia de la interdependencia económica para comprender el origen y el desarrollo del conflicto. De esta forma, se analizan los errores de cálculo tanto de Rusia como de la OTAN en relación a los costos que se producirían al darse un conflicto, así como el impacto que pueden tener las sanciones económicas sobre Rusia y consideraciones en materia política y de seguridad que bien permiten explicar la racionalidad inherente al accionar ruso en el conflicto.

    Por su parte, Oscar Vidarte desarrolla en el quinto capítulo, «La política exterior peruana frente a la crisis en Ucrania», las acciones tomadas por los diferentes gobiernos peruanos desde el origen de la crisis ucraniana en 2014 hasta el escenario bélico actual. Desde una perspectiva que prioriza los intereses del Perú, se va a demostrar que, si bien la posición asumida siempre ha sido de defensa de la soberanía de Ucrania, esto no ha implicado un alineamiento total con Occidente, pues el Perú ha mantenido sus vínculos con Rusia. Esto denota un cierto nivel de pragmatismo y realismo que cabe resaltar.

    El sexto capítulo, escrito por Nicolás Terradas y titulado «Los debates de política exterior de Estados Unidos frente a la invasión rusa de Ucrania», busca explicar el impacto del conflicto en Ucrania en los debates sobre el rol de liderazgo global de Estados Unidos. En un escenario de debilitamiento de la hegemonía estadounidense, resulta de gran relevancia comprender los planteamientos de los diferentes enfoques teóricos respecto a la política exterior de Estados Unidos, desde el «momento unipolar» que surge a fines de la Guerra Fría, hasta el momento actual marcado por la guerra en Ucrania.

    Al igual que Estados Unidos, China también presenta sus propios debates. Por ello, en el capítulo sétimo, «La opinión pública china en revolución», Patricia Castro plantea que, a diferencia del equilibrismo que practica el gobierno chino frente a la guerra entre Rusia y Ucrania, inicialmente la opinión pública china apoyó la invasión rusa, marcando una clara tendencia a favor de Moscú. No obstante, a pesar de la propaganda estatal, la postura prorrusa del público chino ha empezado a pendular, apuntando ahora a la neutralidad de China y pidiendo el fin de la guerra.

    El capítulo octavo, escrito por Mayte Dongo Sueiro, «La Unión Europea y la Guerra en Ucrania: precedentes, respuestas y consecuencias para la región», tiene como objetivo explicar las consecuencias del conflicto ucraniano para la Unión Europea, tanto en el impacto político y económico de la guerra en los países europeos, como en el relacionamiento internacional de la Unión Europea con otros actores internacionales. En todo caso, se plantea la necesidad de repensar la política de seguridad comunitaria en el ámbito interno, entre los Estados que conforma la Unión Europea, y en su dimensión externa, más allá de su relación con Estados Unidos.

    Finalmente, el papel de la Organización de las Naciones Unidas es desarrollado por Mildred Rooney en el capítulo noveno, titulado «Caminos del multilateralismo en la ONU: el abordaje de la guerra entre Rusia y Ucrania». A partir de un análisis exploratorio y descriptivo, desarrolla la diversidad de respuestas de los principales órganos de las Naciones Unidas y de los actores estatales que las conforman, para abordar el conflicto ucraniano. Para ello estudia el comportamiento del Consejo de Seguridad, la Asamblea General y el Consejo de Derecho Humanos, el papel de la Secretaría General y el proceder de la Corte Internacional de Justicia y de la Corte Penal Internacional.

    Para terminar, queremos agradecer el apoyo recibido por la especialidad de Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Católica del Perú y el Fondo Editorial de la misma casa de estudios para hacer posible este libro.


    ¹ Sin embargo, según el Instituto Internacional de Sociología de Kiev (KIIS), hay un ligero aumento en el porcentaje de la población que se muestra dispuesta a ceder «ciertos territorios a Rusia, a cambio de restaurar la paz y preservar la independencia», al pasar de 8% en diciembre de 2022 a un 19% en diciembre de 2023 (https://kiis.com.ua/?lang=eng&cat=reports&id=1332&page=1). A su vez, un 89% de la población ucraniana desea el ingreso de su país a la OTAN para el año 2030, mientras que un 18% aceptaría abandonar dicha aspiración a cambio de la paz (https://kiis.com.ua/?lang=eng&cat=reports&id=1258&page=2&t=13).

    ² Según el Centro Levada, en noviembre de 2023, un 74% de la población entrevistada en Rusia dijo respaldar las acciones de sus fuerzas armadas en Ucrania (con un 39%, definitively yes; y otro 35%, rather yes). Sin embargo, al mismo tiempo, un 57% se mostró a favor del inicio de negociaciones de paz (https://www.levada.ru/en/2024/01/26/conflict-with-ukraine-assessments-for-november-2023/).

    ³ Generalmente, se define una guerra como un conflicto armado que genera una mortalidad anual por encima de las 1000 víctimas. Así, en lo que va del siglo XXI se produjeron seis guerras interestatales: la Segunda Guerra del Congo (1998-2003, aunque combinó la lógica de una guerra intraestatal internacionalizada y la de una guerra interestatal), las invasiones de Estados Unidos en Afganistán (2001) e Iraq (2003), la primera etapa de la actual guerra en Ucrania (2014-2015), la invasión turca del norte de Siria (2016) y la guerra entre Armenia y Azerbaiyán por el territorio de Nagorno Karabaj (2020-2023).

    ⁴ De las guerras mencionadas, la Segunda Guerra del Congo, también denominada «Gran Guerra del África», fue la más mortal con un saldo de víctimas estimado entre 3 y 5,4 millones.

    ⁵ Tres miembros de la OTAN (Estados Unidos, Reino Unido y Francia) cuentan con un arsenal nuclear y dos de ellos (Estados Unidos y Reino Unido) figuran entre los tres países que más ayuda militar brindan a Ucrania (https://www.ifw-kiel.de/topics/war-against-ukraine/ukraine-support-tracker/).

    ⁶ Se sabe sobre varias desviaciones del comercio entre Occidente y Rusia, a través de terceros países como Turquía, Kazajistán o el Cáucaso. Asimismo, pese a su política oficial, varias empresas occidentales se mantienen en el mercado ruso.

    ⁷ https://www.france24.com/en/europe/20240316-after-two-years-war-ukraine-russian-economy-resilient-sanctions-putin-but-how-long

    ⁸ Así, por ejemplo, en Estados Unidos, el porcentaje de personas entrevistadas que consideran que su país está ayudando demasiado a Ucrania pasó de 24% en agosto 2022 a 41% en noviembre de 2023, aunque con una clara brecha interpartidaria: solo 14% de demócratas respalda la anterior afirmación, frente a un 62% de republicanos (https://news.gallup.com/poll/513680/american-views-ukraine-war-charts.aspx). A su vez, según un estudio de febrero de 2024 en la Unión Europa, un 41% de los entrevistados defendió la opción de que el bloque tiene que presionar a Ucrania para iniciar negociaciones de paz con Rusia (contra un 31% que cree que la UE tiene que apoyar a Ucrania hasta que recupere todos los territorios bajo control ruso). En cambio, solo un 10% cree en la posibilidad de una victoria ucraniana, contra un 20% que anticipa una victoria rusa y un 37% que espera una salida negociada del conflicto. Sorprendentemente, un 37% defiende que la UE ha jugado un rol negativo en la guerra, contra un 29% que le atribuye un rol positivo (https://ecfr.eu/publication/wars-and-elections-how-european-leaders-can-maintain-public-support-for-ukraine/).

    ⁹ https://www.ifw-kiel.de/topics/war-against-ukraine/ukraine-support-tracker/

    ¹⁰ https://www.ifw-kiel.de/fileadmin/Dateiverwaltung/Subject_Dossiers_Topics/Ukraine/Ukraine_Support_Tracker/Methodological-Update-Feb-2024_UST.pdf

    ¹¹ Según el IFW (2023), en mayo de 2023 la ayuda militar de los Estados Unidos a Ucrania había llegado al 0,18% de su PBI, en contraste con la guerra en Iraq, que le costó un 0,67% del PBI, o la guerra en Vietnam (1965-1975) un 0,96%. Asimismo, el paquete de ayuda financiera de la UE alcanza los 75 000 millones de dólares, contra los 886 000 millones del Fondo Next Generation.

    ¹² https://www.reuters.com/world/europe/scope-polands-spending-spree-focus-nato-ups-defence-goal-2023-07-12/

    ¹³ Véase, por ejemplo, la Estrategia Europea de Seguridad de 2003.

    ¹⁴ https://www.youtube.com/watch?v=2R1z5_KBHw4&t=130s

    Capítulo 1

    .

    Antecedentes históricos de la guerra ruso-ucraniana

    Sebastien Adins

    1. Introducción

    Una dimensión importante de cualquier guerra concierne a la contraposición de narrativas sobre el pasado, como un medio de justificar las acciones de las partes involucradas. Esto es particularmente cierto en el caso de la actual guerra ruso-ucraniana. Como se expondrá con mayor detalle en este capítulo, según la historiografía rusa convencional, Kiev es considerado la ciudad «madre» del país —su cuna civilizatoria— y Ucrania parte de la gran nación panrusa. Por lo tanto, el nacionalismo ucraniano se percibe artificial o como el producto de intereses extranjeros para debilitar a Rusia. A su vez, una mayoría de historiadores ucranianos procura enfatizar la singularidad de su país frente al gran vecino, al presentarlo como una nación histórica insertada en la tradición ilustrada y democrática de Occidente, en contraste con la cultura autocrática rusa heredada desde la era mongol. Desde esta perspectiva, Rusia es vista como una amenaza constante a lo largo de la historia de Ucrania, omitiendo así los episodios de convivencia y la gran interdependencia entre ambas sociedades hasta la actualidad.

    Este capítulo, además de comprender la actual guerra desde una perspectiva histórica, se propone ir más allá de las generalizaciones y revisionismos presentes en ambas perspectivas. Se constatará, en primer lugar, que casi toda la historia ucraniana ha sido escrita por terceros, principalmente desde Polonia, Rusia y, en menor medida, Austria, el Imperio Otomano y Alemania. Son los primeros dos Estados los que más cuestionaron la existencia de una nación ucraniana desde el siglo XIX, aunque mientras Polonia, movida por intereses geopolíticos, llegó a aceptar la estatalidad ucraniana desde la segunda mitad del siglo XX, todavía le cuesta a Rusia reconocer la plena independencia de Ucrania como Estado-nación. Sin embargo, más allá de las fricciones que han surgido por esta razón con Rusia en épocas recientes, los periodos de unión y fraternidad han sido mucho más frecuentes, haciendo que el actual conflicto sea aún más trágico.

    En segundo lugar, la actual guerra ruso-ucraniana constituye el resultado de la confluencia de dos grandes problemáticas interconectadas: la crisis (nacional) ucraniana y la pugna geopolítica en torno al país, que denominaremos la «cuestión ucraniana». Por un lado, desde la independencia de Ucrania, se ha visto una exacerbación de las tensiones internas entre un campo etnonacionalista y aquellos que defienden un Estado que reconoce la diversidad de su población, empezando con el de facto bilingüismo y los derechos de la importante minoría rusa. Dicha división originó una profunda crisis nacional, reforzada por el mal manejo político y económico del país. Por otro lado, a lo largo de las últimas tres décadas, Ucrania se ha convertido en el objeto de una pugna geopolítica cada vez más intensa entre Occidente y Rusia, presionando a Kiev a elegir entre uno de los dos bandos.

    Antes de repasar los principales hitos en la historia de Ucrania, con énfasis en sus vínculos con Rusia y Occidente, es menester considerar ciertos aspectos más generales del país. Para comenzar, se trata del segundo Estado más extenso de Europa después de Rusia, con la mayor parte del país ubicado en la Gran Llanura Europea, con la excepción de los Cárpatos en el extremo oeste y la particular geografía de Crimea. Este hecho ayuda a entender por qué históricamente las tierras ucranianas fueron un lugar de tránsito, como en la época de las grandes migraciones, o el teatro de dramáticos enfrentamientos bélicos entre las potencias europeas. En términos paisajísticos, Ucrania se divide en tres grandes zonas: los bosques al norte, las estepas al sur y una zona intermedia, conocida por sus tierras negras (chernozem), consideradas como las más fértiles del mundo. Estas últimas ya fueron cultivadas para proveer cereales a la antigua Grecia, y convirtieron a Ucrania en el Kornkammer o «granero» de Europa desde el siglo XVI. Si el lector se quiere imaginar un paisaje típico de Ucrania durante el verano, basta observar su bandera, con el contraste entre el cielo azul y los interminables campos de trigo, de color amarillo.

    Más allá del significado original del término Ukraïna —literalmente: «tierra de frontera»—, históricamente Ucrania fue un espacio de encuentro entre imperios y culturas¹. Así, durante la antigüedad, se encontró en el límite del mundo clásico (con diversas colonias griegas en las costas del Mar Negro) y las regiones nómadas del norte. Veinte siglos después, estuvo ubicada en el cruce de los ámbitos católico (Polonia), ortodoxo (Rusia) e islámico (Imperio otomano), para volver a dividirse entre los Imperios austriaco y ruso en el siglo XIX y Checoslovaquia, Polonia, Rumanía y la URSS en el interbellum. En materia cultural, en parte por su historia compleja, Ucrania fue una de las zonas más diversas de Europa. Si bien los ucranianos solían predominar en el campo, las ciudades albergaron grandes cantidades de rusos, judíos, polacos, alemanes, griegos y armenios. Sin embargo, tras las masacres e «intercambios poblacionales» (un eufemismo para limpiezas étnicas) de la primera mitad del siglo XX, Ucrania se quedó con una sociedad mayormente binacional. Si bien un 80% de la población actual son ucranianos (siendo el restante sobre todo ruso-ucranianos), por lo menos un 40% es rusófono o habla súrzhyk, dialectos que mezclan ambos idiomas². A modo ilustrativo: de los seis presidentes elegidos en Ucrania desde la independencia, tres fueron rusófonos³.

    2. La Ucrania presoviética: una «tierra fronteriza»

    Rusia, Bielorrusia y Ucrania consideran la denominada «Rus de Kiev» como el punto de partida de su historia nacional. Así, las palabras «Rusia»⁴ y «rutenos»⁵ derivan del nombre de este Estado medieval. Si bien Kiev fue fundada por los jasares alrededor del siglo VI, pronto una parte sustancial de Europa Oriental quedó bajo el dominio de los eslavos. Según una crónica del siglo XII, ante las constantes hostilidades entre estos eslavos, en el año 862 se invitó a un grupo de vikingos para gobernarlos. Con ello nació la dinastía de los Riúrik (originalmente Rørik). Más allá de la veracidad de dicha «invitación», es un hecho que, en esta época, Kiev creció como asentamiento en la importante ruta comercial fluvial entre Escandinavia y Bizancio, usada por los vikingos para vender sus productos a cambio de monedas de plata árabes. Si bien los primeros Riúrik aún llevaron nombres germanos, a finales del siglo X adoptaron equivalentes eslavos (Detrez, 2015).

    En medio de conflictos dinásticos, el gran-principado llegó a su auge con Vladimir (980-1015) y Jaroslav (1019-1054). Con el primero se abandonó el paganismo a favor del cristianismo y se adoptó como idioma oficial al antiguo eslavo eclesiástico, con su característico alfabeto cirílico. Bautizado en Quersoneso (hoy cerca de Sebastopol) y devenido en santo para los ortodoxos, «Vladimir el Grande» les daría su nombre a los actuales mandatarios de Rusia y Ucrania, Vladimir Putin y Volodímir Zelenski. Mientras tanto, con «Jaroslav el Sabio», la Rus de Kiev se convirtió en el estado europeo más extenso de la época y se dieron importantes avances a nivel cultural y legal (Jansen, 2014). Dado que Bizancio fue, en varios momentos, rival de Kiev, también sirvió de inspiración para ambos gran-príncipes, tal como se puede observar en la arquitectura y las artes de aquella época. Cabe mencionar que una mayoría de la población de la Rus de Kiev hablaba dialectos del eslavo oriental, un idioma que recién para el siglo XII se dividiría en una rama rusa, ucraniana y bielorrusa.

    Desde hace por lo menos un siglo y medio, se ha producido una disputa entre historiadores rusos y ucranianos sobre el legado de la Rus de Kiev. Mientras que para Moscú existe una continuidad entre Kiev y el Estado ruso en base a la dinastía Riúrik —que gobernó sobre Moscovia hasta 1598—, la historiografía ucraniana convencional defiende que el Estado moderno de Ucrania constituye el sucesor «natural» de la Rus de Kiev, a través del principado Galitzia-Volinia⁶ (1199-1349), el Gran Ducado de Lituania, el Hetmanato cosaco (1648-1775) y las repúblicas ucranianas de inicios del siglo XX. Simbólicamente, el mencionado Jaroslav aparece en los billetes tanto de 2 hryvnia —con un aspecto cosaco— como de 1000 rublos —con un estilo más propio de un zar ruso y la ciudad rusa homónima al fondo—. Igual de ilustrativo es que, desde el inicio de la invasión rusa en febrero de 2022, varios medios de comunicación e integrantes del gobierno en Ucrania han reemplazado el topónimo «Rusia» por «Moscovia», subrayando así la «esencia» ucraniana de la Rus de Kiev.

    Luego de la muerte de Jaroslav, la Rus de Kiev se volvió a dividir entre varios de sus hijos y se redujo la importancia política y económica de Kiev a favor de principados periféricos, como Nóvgorod, Galitzia-Volinia (hoy en Ucrania occidental) y Vladimir-Súzdal (actualmente al este de Moscú), que seguirían reclamando el nombre de «Rus». De manera oficial, en 1240 la Rus de Kiev dejó de existir tras la invasión de los mongoles, responsables de la casi completa destrucción de la ciudad. La «Horda de Oro» no solo logró conquistar los territorios del antiguo gran-principado (con la excepción de Nóvgorod), sino también las estepas al norte del Mar Negro y Crimea. No obstante, el impacto de los mongoles fue más duradero para la futura Rusia que para Galitzia-Volinia (considerada un proto-Estado ucraniano): si la última región ya dejó de pagarle tributo para los años 1340, Moscovia quedaría bajo el «yugo tártaro» hasta que Iván III declaró la plena independencia en 1476. Este hecho ha sido enfatizado por historiadores ucranianos para marcar la supuesta diferencia entre una cultura política más «europea» en su país, en contraste con una tradición más patrimonialista y autocrática en Moscú (Jansen, 2014). Por otro lado, a raíz de la devastación de Kiev, para 1299 el metropolita «de Kiev y toda Rus» se trasladó a Vladimir y, en 1325, a Moscú, convertida en la ciudad más importante de la región⁷. A su vez, se crearía otro arzobispado metropolitano en Hálych (Galitzia), denominado «Pequeña Rus». Este último nombre —«Malorossiya» en ruso— entraría en desuso a favor de «Ucrania» a inicios del siglo XX.

    Un siguiente hito histórico fue la conformación de la Mancomunidad de Polonia-Lituania a través de la Unión de Lublin en 1569. La llamada «República de las Dos Naciones» se constituyó ante la amenazante expansión de Moscovia con Iván el Terrible, con un claro predominio por parte del Reino de Polonia. Con el mismo tratado, además, nació la actual frontera ucraniano-bielorrusa, con todo el norte, oeste y centro de la actual Ucrania en manos polacas⁸. Mientras tanto, Crimea y toda la región costera al norte del Mar Negro pertenecían al Kanato (tártaro) de Crimea, estado sucesor de la Horda de Oro y vasallo otomano hasta 1774. A su vez, las estepas ubicadas entre ambos Estados, dominadas por nómadas hasta la llegada de los cosacos, gradualmente empezaron a ser colonizadas por los polacos. En referencia a esta franja «fronteriza» —kraj en eslavo oriental— nació el nombre Ukraïna, que ya aparece en mapas del siglo XVI, aunque recién en el siglo XIX con alusión a todo el país.

    Bajo dominio polaco, se produjeron varios procesos que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1