El poder de la transformación: Una guía práctica para convertirte en tu mejor versión
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La emocionante aventura inicia con una fuerte decisión: asistir a su propio funeral. Durante los rituales para despedir los despojos de quien fue, conoció a su mentor, quien le presentó al amor de su vida.
Cuando empezó a creer en sus promesas, se despertó en su interior un fuerte deseo por disfrutar de esa nueva vida que no conocía.
Pero. ¿quién tendría el poder de poner una pausa, tan solo un instante, que le permita volver y simplemente tomar acción?
El poder de la tranformación, una guía práctica para convertirte en tu mejor versión, es una propuesta de acompañamiento para descender hacia tus propios infiernos, sanar tus heridas emocionales, enfrentar tus demonios y reconciliarte con ellos.
Aún no se ha escrito el último párrafo que condene a permanecer en dolor, aún existe la posibilidad de patear el tablero y reinicir el juego. ¿Aceptas el desafío?
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Recomendado, engancha al lector de princio a fin. Buen mensaje
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El poder de la transformación - Carlos David Velasco Erazo
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Carlos David Velasco Erazo
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: María V. García López
Diseño de cubierta: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1068-210-8
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».
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Somos esta generación sobreviviente de una pandemia, de profundos cambios en estructuras sociales, políticas, económicas, ambientales y culturales.
Somos esa mezcla entre lo que queremos ser y lo que hemos conseguido. Y somos la esperanza en que cada acción es una gota en el océano de una verdadera transformación hacia nuestra mejor versión.
Te presento El poder de la transformación, una guía práctica para aprovechar tus experiencias de vida y transformarlas en inspiración.
Durante la travesía por las páginas de este libro vamos a descubrir juntos el tesoro que llevas dentro, que vino contigo y está dentro de ti.
Esta guía cuenta con ejercicios prácticos que buscan elevar tu nivel de compromiso contigo mismo, para identificar los aspectos de tu vida que deseas transformar.
Luego de mi experiencia de vida, puedo asegurar que la transformación hacia una mejor versión, el crecimiento espiritual, la madurez y sanación emocional, requiere un acompañamiento especializado, la aplicación de herramientas y sobre todo la disposición y el compromiso en cambiar hábitos disfuncionales y creencias limitantes.
Todos estos conceptos los vamos a desarrollar paso a paso, en una aventura hacia lo más profundo de tu ser.
Desde ya recibe mi agradecimiento por permitirme ser parte de tu proceso y cuenta con esta guía como una entrega del universo, con infinito amor, que si llegó a tus manos es porque hoy es el momento de arriesgarnos a disfrutar de una vida en armonía, con tu ser interior y tu entorno.
Buen viaje.
CAPÍTULO I
UN VIRUS EN EL DISCO DURO
¿Has escuchado hablar del duelo emocional? Hasta ese día tampoco había ni siquiera imaginado que nuestras emociones podían morir repentinamente y que, cuando eso pasa, existe un periodo de luto con todo y los rituales que el caso amerita.
Los expertos en psicología han determinado por etapas y categorías a este proceso de duelo emocional.
De esto recién me enteré en la primera visita que le hice a un consejero, que posteriormente se convirtió en mi mentor.
Recuerdo la primera vez que nos vimos, no se sorprendió al verme llegar a su consultorio, con la única compañía de mis temores y la vergüenza.
Ya hacía más de un mes que sentía que mi mundo se desplomó, que las razones por las que me levantaba cada día y agradecía a Dios por la vida tan afortunada que tenía se esfumaron con una inesperada partida. Es que es cierto que, cuando pierdes a alguien o algo que amas en verdad, sientes como si te arrancaran una parte de ti sin anestesia.
Sentí que incluso la vida estaría empeñándose en cobrarse con creces cada cosa de las que hice en el pasado y no solo las mías, sino también las de mis ancestros hasta Adán.
Sabía que la vida continuaba y que era necesario pasar por esta dolorosa situación para ganar aprendizaje y hacerle parte de la colección de experiencias difíciles, miedos, fobias y traumas que venía arrastrando desde mi infancia. Lo confuso era el cómo y por dónde empezar a reprogramarme.
Soy parte al igual que tú de esta generación que está tan acostumbrada a la inmediatez de la información, al facilismo actual que nos garantiza la tecnología, que con un simple clic podemos deshacer, borrar, enviar o reiniciar.
Un profesor de la universidad decía: «Todo avance tecnológico está inspirado en el funcionamiento de la máquina más extraordinaria hasta hoy, el cerebro humano».
Con esta lógica era necesario un reinicio inmediato de mis pensamientos y emociones, antes de que todos los virus que se fueron descargando por no tomar buenas decisiones o indecisiones atacaran a todo mi sistema operativo; es más, diría que necesitaba de urgencia una actualización de mi chip de almacenamiento, porque ya lo sentía obsoleto y sin capacidad de procesar lo que me estaba pasando.
El sacudón fue tan fuerte que la primera reacción que tuve fue voltear a ver y preguntarme quién estaba a mi lado en esos momentos.
No era sorpresa que todas mis redes sociales estaban llenas de seguidores y personas que no veía hace mucho tiempo; de familiares y amigos con quienes chateaba en cada recordatorio de cumpleaños, fin de año o Navidad; publicaciones de conocidas personalidades, páginas que vendían de todo y creativos memes; pero todo eso tan superficial como las sonrisas de perfiles de OnlyFans.
Esta convulsionada sociedad nos obliga a buscar algún tipo de pertenencia e identificación que puede convertirse en apegos y dependencias emocionales.
En palabras sencillas el ser humano por naturaleza es un ser social. No estamos solos, ni pretendemos estarlo, únicamente es cuestión de detallar una mejor búsqueda; esta es la parte complicada.
Es como googlear sobre cómo reprogramar la conciencia; la respuesta arroja más de cuatro millones de resultados; unos muy buenos, otros más desactualizados.
Pero todos tenemos a alguien que está ahí incondicionalmente, muchas veces sin ser tendencia, que su comunicación no se cuelga y no necesita datos ni tampoco wifi.
En mi caso no dudé en buscar la validación de la familia, la aceptación de los pocos amigos cercanos, los escapes de la realidad en el excesivo trabajo, rutinas de gimnasio y cursos de lo que sea. Pero nada llenaba esa sensación de vacío.
Muy a pesar de sentir a mi archivo emocional dispuesto para ser actualizado, sentía que era necesaria una segunda opinión y es ahí cuando decidí buscar ayuda.
Desde hacía días sentía que había tocado fondo, el espejo me mostraba que yo había perdido unos kilos, los filtros de selfi no podían ocultar que tenía los ojos hinchados, casi siempre con la misma ropa, sin tomar un buen baño, con poco apetito, noches de insomnio y ganas de no levantarme de donde me había acostado a esperar. Hasta yo sentía lástima por mí.
Una mañana decidí abrir las cortinas. Me di cuenta de que nadie iba a enfrentar por mí lo que me estaba pasando, así que moví el trasero para disfrutar de una ducha tibia mientras escuchaba en alto volumen mis canciones favoritas, sentía mis lágrimas perderse en el agua que corría por mi rostro, lloré todo lo necesario que para mí fue suficiente.
Luego fui a la cocina a prepararme el mejor desayuno, hacía tiempo que no sentía tanta hambre. Mientras revisaba el celular encontré en internet una página que ofrecía consejería emocional. No lo dudé e inmediatamente llamé para agendar la cita más próxima, que sería en un par de días, que transcurrieron en la misma rutina de hace un mes.
Llegó el día. Faltaban cinco minutos para mi primera cita de consejería, preferí esperar la hora exacta para que nadie me viera por los pasillos de esa oficina y evitar en lo posible entablar conversación alguna con otra persona que se encontrara en el consultorio.
Mientras esperaba sentía que había tomado una buena decisión al buscar la ayuda de un profesional; y no hablo de una simple motivación. Era la primera vez en mi vida que asistía a una consultoría de acompañamiento emocional, y, no te miento, tenía ciertas dudas porque existen muchos charlatanes que se aprovechan de las lamentaciones y tristezas que todos los seres humanos de una u otra manera llevamos a cuestas.
Cuando ingresé al consultorio, el consejero tenía un aspecto pacífico, con unas cuantas canas y de voz apacible. Sus lentes que bordeaban la punta de su nariz y entre sus manos un esferográfico con hojas de papel en blanco listas para ser escritas.
—Comencemos —dijo—. ¿A qué se debe tu visita?
Entre mí hubiese preferido que lo leyera de mis estados de Facebook o Instagram. Ahí estaba resumida mi historia de los últimos cinco maravillosos y tormentosos años de mi vida.
—Bueno, en realidad no sé por dónde empezar —le dije—. Han pasado y están pasando algunas cosas «un poco densas» donde una trajo a la otra y otra más que me han traído hasta aquí.
Empecé a conversar de cómo la vida me cambió de un momento a otro, y no lograba superar el dolor de haber perdido en cuestión de minutos lo más valioso que había construido hasta entonces. Mi hogar.
Para resumirte, lo cierto es que, en esa primera reunión con el consejero, me dijo que nadie está exento de experimentar una crisis. Que era necesario un tiempo porque está comprobado científicamente que el ser humano requiere para recuperarse de ciertos episodios de la vida cuando atravesamos por una pérdida física o emocional.
—¿Cuánto tiempo? —le pregunté.
—Eso depende exclusivamente de ti, de tu disposición para enfrentar este proceso y aceptar las realidades que estás atravesando —contestó.
Si es así, pensé que viviría en un «duelo eterno» o que quizá ni siquiera quería pasar por esta etapa que, según yo, sería innecesaria. Si dependía exclusivamente de mí, pues entonces, ¿de qué serviría hacer un duelo emocional si lo que quería era poder vivir en paz?
Eran más interrogantes que se sumaban a buscar los porqués de todo lo que me estaba pasando.
Pensaba que en realidad no merecía pasar este trago amargo, pues mi vida hasta aquí no es que haya sido un ejemplo, pero tampoco era como para soportar todas estas duras pruebas que estaba pasando. Era como una especie de juego para retarme hasta cuánto más podía soportar, hasta dónde llegarían mis fuerzas o simplemente cuándo iba a dejar de luchar contra mis propias creencias.
Sí, luchar contra mis creencias. Dolía renunciar a todo lo que construí durante mucho tiempo, al esfuerzo, sacrificio y dedicación que le puse para que las cosas funcionaran como yo quería que funcionaran, para que mi matrimonio