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MENTUBA
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Libro electrónico294 páginas4 horas

MENTUBA

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Es una novela que se remonta a los años 1840-1865, tiempos de esclavitud y liberación de esta época cuando el señor Abraham Lincoln ganó las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de Norte América y lastimosamente también su deceso. Trata la historia de una niña raptada, esclavizada y liberada por sí misma, a través de un esfuerzo sobrehumano de supervivencia. Su futuro le depara muchas sorpresas, unas muy dolorosas y otras muy felices. En el transcurso de la narración descubrirás un secreto que obligatoriamente debe ser revelado, pero que, a su vez, debe permanecer oculto. Una bonita secuencia de sucesos que mantienen al lector intrigado, pendiente, deseoso de conocer el desarrollo y final de estos.

Hechos que te harán sumergirte en la lectura, encontraras actos obscuros de venganza, olvido quizá, pero habrá justicia. De la misma forma, verás a través de sus páginas sufrimiento, tristezas, aunque también encontrarás superación, esfuerzo, alegrías, y felicidad. El escritor Rigoberto Fernando Amaya te muestra detalles ficticios y reales, algunos de ellos tan específicos que te harán confrontarlos con la vida misma.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 mar 2024
ISBN9781662497650
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    MENTUBA - Rigoberto Fernando Amaya

    cover.jpg

    MENTUBA

    Rigoberto Fernando Amaya

    Copyright © 2024 Rigoberto Fernando Amaya

    All rights reserved

    First Edition

    PAGE PUBLISHING

    Conneaut Lake, PA

    First originally published by Page Publishing 2024

    ISBN 978-1-6624-9750-6 (pbk)

    ISBN 978-1-6624-9765-0 (digital)

    Printed in the United States of America

    Tabla de contenido

    Introducción

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    Capítulo 31

    Capítulo 32

    Capítulo 33

    Capítulo 34

    Capítulo 35

    Capítulo 36

    Capítulo 37

    Capítulo 38

    Capítulo 39

    Capítulo 40

    Capítulo 41

    Sobre el Autor

    Dedico esta narración ante todo a Dios por darme sabiduría, a mi esposa Sandra Amaya y a mis hijos Fernando Roberto Amaya, Fausto Fernando Amaya, Tania Lilia Amaya, Byron Manuel Amaya, Katia N. Amaya, Vera Amaya, Francisco Efraín Amaya y Sandra Lucía Amaya, a mis nietos, bisnietos, también a mis sobrinos y a toda mi familia.

    Introducción

    Mi nombre es Rigoberto Fernando Amaya. Esta novela es una más de mis narraciones, hechas por propia inspiración, espero que en sus líneas encuentren la misma satisfacción que me dio a mí el escribirla. Es una historia interesante y confío en que les será de mucha complacencia. Agradezco a mi amada esposa, a mis hijos, nietos y familiares, que de una u otra forma me apoyan y me inspiran a continuar escribiendo. Debo decir que sin Dios nada es posible.

    Capítulo 1

    Mentuba, una joven africana de unos trece años, hija menor de una familia de cinco hijos, sus padres, ya ancianos, vivieron toda su vida cultivando la tierra y pescando para mantenerlos a todos. Estos cinco hijos habían escuchado que en algunas partes del mundo compraban la gente para ponerlos a trabajar, ¡cómo les gustaría ir a ese lugar del mundo, donde ellos mismos podrían venderse por algún dinero y temporalmente recibir dinero también!, poder ayudar así naturalmente a sus padres y cuidar mucho mejor a su hermanita menor, pero... ¿qué hacer para ir a ese lugar?, ¿cómo se llegará a ese maravilloso lugar?

    En esa época en algunas partes del mundo era un buen mercado para la venta de esclavos, y las personas de este lugar habían oído de alguna manera, la noticia distorsionada de lo que realmente era la esclavitud.

    Esa fue la razón por la que no se preocuparon, cuando el día veintitrés de diciembre de mil ochocientos cuarenta y dos, vieron a la distancia que aparentemente salían de las profundidades del mar las puntas de unas ramas secas, esa era la apreciación que ellos tenían porque desconocían la redondez de la tierra, pero a medida que se va acercando se dan cuenta de que no es rama seca, sino algo que no se pueden explicar, ya que nunca habían visto algo parecido, no dejaron de sentir admiración, porque cada minuto que pasaba, se hacía más y más grande, algo jamás visto en aquellos lugares, de pronto la enorme embarcación aparece y se detiene por espacio de cuarenta y cinco minutos aproximadamente y de repente, un gran movimiento en el velero, cuatro pequeñas lanchas de remo, con algún equipo como redes de pescar y algunas otras que no se identificaban comienzan a acercarse a la orilla del mar.

    Mentuba y sus cuatro hermanos presenciaban aquel inexplicable movimiento de personas, vestidas de una manera muy extraña.

    Estas personas que vienen en esas lanchas no parecen amigables, sin embargo, las personas que están en la playa no se marchan, esperan a que lleguen hasta donde ellos están y empiezan a tratarlos con gran violencia, con una especie de redes los inmovilizaban y los amarraban con sus manos hacia atrás, algunos de ellos se dispersaron; los otros no pararon hasta tener lleno todos los que en el barco cupieron, entre los prisioneros maltratados, golpeados, ensangrentados, están Mentuba, Bosa, Boske, Sarros y Yuska los cinco hermanos; sus padres que aún viven, quedarán ahí quizás al cuidado de algunas buenas personas que lograron escapar al ver la forma que trataron a sus amigos; fueron acercándose de nuevo uno a uno y pudieron ver como el barco velero, va desapareciendo poco a poco en el horizonte, mientras pasó todo esto se mantuvieron de pie y sin mencionar palabra alguna; cuando ya no vieron nada, cayeron de rodillas y sus caras en la arena, sin poder entender que es lo que había pasado y al ver desaparecer a su gente en el horizonte, a lo mejor pensaron que el mar se los había tragado; pero aprendieron amargamente la lección, que de aparecer otra cosa como la que se llevó a sus seres queridos, lo primero que se debe de hacer es: perderse en las montañas y no salir hasta que se hayan marchado.

    Aquello había sido una buena cacería, los encadenaban de quince en quince, una argolla de hierro en el pie izquierdo, en esa misma argolla, tenía otra argolla más pequeña adherida, por donde pasaban una cadena desde el esclavo número uno hasta el número quince, al final un sobrante de un metro más o menos de cadena y en la punta una bola de hierro de unas cuarenta libras de peso o más.

    Los Estados Unidos de Norte América, era un buen mercado para esa mercancía, todo el trayecto hacia América duraría un mes.

    Los cuatro hermanos de Mentuba van en un grupo en el que no va ella, pero todos van encadenados. La niña Mentuba es muy bonita apenas tiene trece años, Mr. Roy Jonhson ha mandado por ella, ante la impotencia de sus cuatro hermanos, que ni siquiera van en el grupo suyo. Las sesiones de Mentuba y el señor Jonhson se repiten muchas veces, la tristeza de esta niña abusada se reflejaba en sus grandes ojos de un color miel y de forma almendrada; en uno de esos viajes de Mentuba al camarote de Mr. Jonhson, pudo ver que sus cuatro hermanos van juntos en otro grupo. Como el viaje a Los Estados Unidos se va a tardar un mes hay tiempo de planear algo, pero no se pudo.

    En algunos lugares, hay puertos en donde atracan estos barcos, deben tener un permiso en donde se dice la cantidad de esclavos que se le permiten llevar en cada viaje y esa es la razón por el que los llevan encadenados en grupos de quince. Mr. Jonhson antes de partir de su cacería había hecho arreglos con el encargado de revisar la carga por lo que iba muy confiado en ese trato, que le permitía llevar quince esclavos más de lo que decía el permiso.

    En la bola de hierro que tenía al final de cada grupo tenía un número y al principio de la cadena un candado. De vez en cuando soltaban a uno de ellos para que pasara una cubeta a todo el que necesitara hacer alguna necesidad fisiológica y después asear la cubeta y colocarla en su lugar, Mentuba se fijó en el número, para ella el número es un símbolo que tenía la bola de hierro que aprisionaba al grupo donde estaban sus hermanos, también vio donde colocaban todas las llaves en el camarote del señor Roy Jonhson.

    Hoy es el día que llegan al puerto del destino, la carga está debidamente preparada para la inspección; cuando están como a unos quinientos metros de distancia del muelle, se empieza a disminuir la velocidad y cuando ya están a unos cien metros, ven que una lancha con seis personas armadas iban hacia ellos y para demostrarles que son la autoridad del puerto, hacen varios disparos al aire; a pesar de las tantas veces que la niña Mentuba había sido abusada por el señor Jonhson, por primera vez la ha invitado a tomarse una taza de té, él ya había ordenado a su cocinero que trajera de la cocina una taza de las que solo se usan para dar de beber a los esclavos, Mentuba con la cabeza agachada, talvez por respeto; sin embargo, lo que más sentía era vergüenza, pero no ante ese hombre, a ese hombre ella lo desprecia, lo odia y solo ella sabe lo que le quisiera hacer a ese esclavista despreciable que truncó toda la paz que, aunque con pobreza y con muchas dificultades, todos ellos eran muy felices allá donde vivían, a ella le gustaba un jovencito de su misma edad, su madre y su padre no lo sabían, pero sus cuatro hermanos si, ¿qué habrá sido de él?, ¿vendrá también aquí con todos nosotros?

    «Cuando este cerdo me manda a traer miro para todos lados y siento algo raro, como me gustaría verlo y al mismo tiempo, no me gustaría, en verdad, sería mejor que haya logrado escaparse». Sumida en su pensar no escucha lo que el señor Roy le dice, ya que de todas maneras no entiende lo que ese hombre despreciable habla, ella no entiende inglés. Se escucharon los disparos que hicieron los policías que van en la pequeña lancha e inmediatamente después, tocan insistentemente la puerta del camarote del señor Jonhson, el hombre que tocó la puerta le dijo:

    —Jefe, no sé lo que está pasando, pero vienen hacia acá como seis policías y vienen disparando, creo que es mejor que usted venga.

    —Vamos —le dijo al hombre, y los dos salieron, tiempo perfecto que Mentuba aprovecho para tomar la llave del grupo dónde están sus hermanos y en el menor descuido que tiene el señor Jonhson, da la llave al hombre que está de primero en la línea en donde está el candado, el hombre que acompaña al señor Jonhson, vuelve a ver hacia atrás y ve que Mentuba sigue parada en la puerta del camarote, fue porque ella rápido dio la llave al hombre y se regresó como a esperar que el señor Jonhson volviera, pero no regresó, sino que mando a su asistente a que fuera a enllavar a su puesto a Mentuba. La joven en su precisión de buscar la llave del candado donde van sus hermanos no buscó la llave de donde va ella, porque además, ¿de qué le puede servir la llave? Como que se le hubiera quitado el deseo de seguir viviendo.

    Cuando ya la pequeña lancha está bien cerca del barco velero, el señor Jonhson le da una orden a su asistente: ve a popa (es la parte de atrás del barco) allá donde van los esclavos y tira un grupo, no quiero que me encuentren quince esclavos que llevo demás y se me vaya una buena parte de mis ganancias en una penalidad que me impongan, el asistente corre a cumplir la orden y en la precisión no se dio cuenta de que era el grupo de Mentuba, y empujó la bola de hierro y empezó la línea de quince esclavos a ser arrastrados hacia el mar, pues Mentuba ya habida sido encadenada en el mismo sitio en que la llevaban, cuando la última persona desaparece de la popa el asistente regresa a proa donde va el señor Jonhson, no se fijó en nada, a pesar de que Mentuba o mejor dicho, que en el pie de ella estaba el candado, a lo mejor el señor Jonhson tenía planes para ella, pero en fin ya lo hizo y se dice así mismo: lo hecho, hecho está. Los hermanos de Mentuba no se percataron que en la línea de quince que tiraron al mar, iba su hermana y aprovecharon que todos estaban en proa y nadie los estaba vigilando, sacaron llave al candado de la cadena que los aprisionaba y se tiraron al mar, los otros quince esclavos que lanzo el asistente del señor Jonhson, nunca vieron que la argolla del pie y parte de la ropa de Mentuba se había trabado en uno de los ganchos que tienen esos barcos a los lados y que les sirven para enganchar las lanchas con las que los marineros atracan, la gran presión hacia abajo de los catorce hombres y la bola de hierro en el otro extremo fue suficiente peso para que en pocos segundos le arrancara desde la rodilla hasta el pie a la pobre joven, pero tuvo el ánimo de desengancharse cuando ya estaba próxima al muelle, fue por esa razón que no nadó mucho para llegar a la orilla.

    Disculpe señor Jonhson el inconveniente, pero tenemos que revisar su carga, así lo estamos haciendo hoy con todos los barcos de carga como el suyo, es una nueva disposición del nuevo jefe de puerto que tenemos, puede revisar toda la carga como ustedes dicen y por mera curiosidad. ¿Qué fue de mi amigo el anterior jefe de puerto? No lo sabemos dijo el encargado del grupo.

    Regresan los cinco hombres que fueron a recibir la carga y le dicen a su jefe:

    —Todo está en orden señor y de acuerdo con el permiso, más bien aquí al señor Jonhson trae quince menos.

    El señor Jonhson se confunde y dice:

    —Así es señor, no nos fue muy bien esta vez, la próxima iremos a otro lugar.

    Los policías que revisaron se fueron hacia el muelle y hasta entonces se percató el señor Jonhson y preguntó a su asistente un tanto molesto:

    —¿Qué quiso decir este hombre? ¿Qué traigo quince menos? ¿Cuántos tiraste?

    —Solo una línea, señor, y el error que cometí fue que no me di cuenta de que la línea que tiré, en esa iba la señorita Mentuba.

    —Está bien, no importa —dice el señor Jonhson—, de todos modos, ya llegamos.

    Dice así acompañado de una gran carcajada y que su asistente también lo celebra, la sorpresa para ellos la llevan cuando una línea está vacía, solo ven la bola de hierro y la cadena; perros dice el señor Jonhson:

    —No sé cómo lo lograron, ve a mi camarote y trae la llave de este candado que está abierto.

    —No está esa llave, señor —dice el asistente.

    El señor Jonhson dice:

    —Perra, ¿qué interés puede tener esta mujer en liberar a esos quince y no tratar de liberarse ella? No quisieron trabajar honestamente y prefirieron ser comida de tiburones —dijo el señor Jonhson muy resignado.

    Capítulo 2

    Esos quince hombres que se escaparon nacieron cerca del mar, y por consiguiente son grandes nadadores y pescadores también, cuando los quince llegaron a la orilla se habían mantenido nadando juntos, orientados por el muelle y mirando siempre el barco velero que se acercaba a la orilla. En otras palabras, el barco mismo no dejó que se desorientaran, el esclavo a quien Mentuba dio la llave la guardó bien, la colgó en su garganta en forma de collar, todas esas llaves tenían un cordelito. Muy cansados lograron salir a la orilla los quince. Mentuba que había quedado atrapada en el gancho al caer se acercó mucho más a la playa y así como va sangrando peligrosamente logra también salir, es ya el atardecer cuando esto sucede, ella vio la gravedad de su situación; el hueso de su rodilla se le había zafado completamente y caído al mar, una tira de piel le colgaba alrededor de su rodilla, tendones rotos que pendían de su muslo, con su propia piel hizo un nudo alrededor del hueso, se imaginó que podrían mandar a buscar a los quince hombres que se escaparon, a ella no, a ella y a los catorce esclavos más, según el señor Jonhson ya habían sido devorados por los tiburones, incluyendo desde luego a Mentuba, o de todas maneras ahogados, porque no solo van encadenados, sino que también llevan el peso de la bola de hierro que en un extremo tiene la cadena.

    Mentuba vio un pedazo de madera, desesperadamente lo agarró y con gran dificultad empezó a ayudarse a caminar y con un gran esfuerzo caminó y caminó hasta llegar a un lugar donde terminaba la planicie de la playa y empezaba un cerro, pero donde ella llegó parecía como una pared; parece que perdió el conocimiento porque fue despertada por el romper de olas que permanentemente se escucha, solamente abrió sus ojos, sus lindos ojos claros de forma almendrada, pero con gran cansancio en ellos, pensó que todo había sido una mala pesadilla, miraba el mar a corta distancia y hasta le parecía familiar, sintió un gran dolor en su pierna izquierda y no quiso ver, poco a poco se va acordando que no fue una pesadilla, pero no quiere ver de dónde le viene ese dolor, entonces sus dos hermosos ojos dejan escapar unas cuantas lágrimas por la amargura de aquella injusta situación, siente pánico de verse, pero tiene que hacerlo, ve con gran tristeza que le falta un pie, lentamente ve hacia su rodilla y se da cuenta de que desde ahí hasta su pie le hace falta; ve que con su propia piel está amarrada alrededor de su muslo, le quedó ahí el hueso de su rodilla no se puede acordar cómo fue que ella misma hizo eso.

    Con sus lágrimas cuajadas en sus mejillas se volvió a quedar dormida, no sabe cuánto tiempo durmió, pero un ruidito hace que poco a poco sus lindos ojos se vayan abriendo, y lo que ve la asombra, es un señor de su mismo color que le dice:

    —Buenos días.

    —¡Qué raro! Es de su mismo color, sin embargo, no entiende el idioma en el que le habla y lo peor que ve en él, es que le falta un pie igual que a ella. ¿Qué es lo que pasa? ¿Es acaso una burla? ¿Por qué no entiende nada de lo que siguió diciendo?

    El hombre tiene en su mano un coco que le ha cortado una punta y lo tiene listo para que Mentuba beba su fresca agua que tanto necesita su reseca garganta, con cierto temor alarga su mano y con gran gozo recibe el regalo, que bebe de una sola vez y dice: ¡gracias!, el hombre entonces se da cuenta de que aunque sean del mismo color no hablan el mismo idioma, solo que él entiende un poco el de ella y a lo mejor ella no entiende el de él, luego que se tomó el agua de coco, el señor que anda un machete lo partió en cuatro partes y se las dio a Mentuba y también se lo comió; el hombre se acercó un poco más a Mentuba que ya le había desaparecido el temor que tenía de él y empezaron a platicar en el idioma de la joven:

    —¿Me permite ver cómo tiene esa herida?

    —No —le dice.

    —Si no, tampoco no.

    Solo se le dibuja por primera vez una pequeña sonrisa que no la tenía desde hace un mes más o menos, pero le dice:

    —Qué bueno señor que entiendo lo que me dice y por supuesto que puede ver mi herida.

    Cuando el hombre ve aquello, se coloca su mano derecha en su boca y se queda como paralizado, algo que confunde más a Mentuba y con algún asombro le pregunta:

    —¿Qué sucede?, ¿acaso eso ya huele mal?

    —No hija mía, no huele mal, solo que no puedo entender cómo te hicieron esto, en primer lugar, no tienes huesos rotos, se ve que se zafó desde aquí —le dice y le señala la rodilla hasta el pie.

    —¿Quién le hizo esa curación que con su misma piel rasgada le amarraron alrededor de su rodilla?

    —Fui yo misma, que en un acto de aflicción ni me di cuenta cómo lo hice, yo sé que es malo lo que hice.

    —No, no, no esto está muy, pero muy bien, de no haberlo hecho, usted se hubiera desangrado, pero ¿cómo le paso esto?

    Le era muy doloroso contarle a este nuevo amigo toda la odisea que había pasado desde que fueron atrapados como animales allá donde vivían…

    —Allá quedaron mis padres, nos trajeron en un gran barco a mí y a mis hermanos, no tengo idea que fue lo que pasó, en una de las veces que el dueño del gran barco mandó por mí ya en su camarote y aunque él había mandado a traerme en muchas veces, esta vez me dio un poquito de un té que él tomaba y se oyeron unos cuetes que asustaron al hombre y salió con el que lo fue a llamar para que fuera a ver qué era lo que estaba pasando, porque los que venían, venían haciendo tiros, así entendí lo que dijo y cuando salieron, yo aproveché el momento y como me había fijado en donde ponían las llaves de los candados que tenían las cadenas de mis hermanos, las saqueé bien rápido y se las di al primer hombre de la línea y no vieron que lo hice, pero lo que paso después fue que el señor Jonhson mandó a que me encadenaran de nuevo y a los pocos minutos de esto, el ayudante del señor Jonhson regresó y tiró la bola de hierro muy pesada que tenía en una punta la cadena y nos arrojó hacia el mar y como yo venía en un extremo de la cadena, no en donde estaba la bola de hierro, sino que en el otro extremo, entonces me enganché de la argolla de mi pie y de mi ropa casi al mismo momento en que cayó el que me seguía, mi pie no resistió y me lo arrancó. Imagínese usted catorce personas y una bola de hierro jalando con gran fuerza hacia abajo, mi pie y rodilla no soportaron y fueron arrancadas, me destrabe con gran dificultad y caí al agua, lo bueno de eso fue que nadie me vio y esto pasó bien cerca de donde el barco paró, eso ayudó que no fuera mucho lo que tuve que nadar; de quienes no sé qué fue de ellos, es de mis hermanos y sus compañeros, si se salvaron o no, ¡ojalá que hayan logrado salir! Tengo como una esperanza que lo hayan logrado, ellos saben nadar muy bien.

    El hombre que escuchaba, se le salían lágrimas de tristeza y de dolor, porque él si entendía muy bien cómo era todo eso que la jovencita Mentuba le estaba contando, y se puso de pie, agarró su mal hecha muleta y le dijo:

    —Yo vivo cerca de aquí, voy a ir a traer lo que necesito para curar tu herida, también algo para que comas, no esté preocupada en pensar que pase por aquí gente de ese señor que me mencionó, se lo puedo asegurar porque aquí no vienen, a este lugar él lo llama El desecho aquí vivimos gente que a él ya no le sirven, vengo pronto y después le voy a contar algo.

    Parece como que hay un poquito de tranquilidad en Mentuba, al menos no se siente que está tan sola, la compañía de ese buen hombre la hace sentir un poco más confortada. ¡Cómo quisiera saber de mis hermanos!, ¿qué habrá sido de ellos y los demás de la línea?, ¿vendría ahí el joven que me gustaba?, ¿qué diría de mí si me viera así? ¡Ojalá que haya escapado! mejor que ahí viene el señor, no quiero seguir pensando en cosas que de ser como son, así se quedarán.

    El señor viene ya, pero no viene solo, desde que se están aproximando el hombre que

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