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“Hijo De La Niebla”
“Hijo De La Niebla”
“Hijo De La Niebla”
Libro electrónico749 páginas9 horas

“Hijo De La Niebla”

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Información de este libro electrónico

Luisio, es otra de las vctimas al que la Guerra
Civil espaola marcar para toda su vida.
Desde edad muy temprana se ve inmerso en
el submundo de la droga y toda su turbulenta
vida transcurre entre amor, odio, violencia y
traiciones.
Luisio, ya convertido en Sio, est convencido
de haberse enemistado con Hermes, el dios de
la muerte, que le acompaa durante toda su
existencia, llevndose tanto a enemigos como a
sus seres ms queridos. Por fin, la diosa Mania
le libera de su tormento llevndole hacia sus
dominios: la locura.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento26 may 2011
ISBN9781617644368
“Hijo De La Niebla”
Autor

Francesc Roca i Ferrer

Francesc Roca i Ferrer, nació en Barcelona en el año 1.941 (toplearn@gmail.com) Licenciado en Económicas por la Universidad de Barcelona. Profesionalmente en su juventud se dedicó al mundo de la venta. Posteriormente ejerció diversos cargos de directivo, hasta 1.989, en el que cambió su orientación profesional dedicándose al fascinante mundo del entrenamiento de profesionales. Autor de varios libros, entre los que se encuentran “DE JEFE A LÍDER – La Metamorfosis” “best seller”, publicado por Aguilar, en Buenos Aires en 2.004 (3ª edición en 2.008). También se han publicado “¿VENDEDOR O CHARLATÁN?” y “¿POR QUÉ NO CRECEN LOS GNOMOS?”, historia fantástica dedicada al trabajo en equipo. En España y por la Editorial CERASA se han publicado “EL HOMBRE ORQUESTA”, dedicado al Liderazgo (2.004) y “¡DISFRUTA NEGOCIANDO!”, sobre el arte de dominar la negociación. En literatura de ficción, ha escrito “EL BOSQUE PRODIGIOSO” y su primera novela, “HIJO DE LA NIEBLA”, ambas publicadas por Palibrio.

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    “Hijo De La Niebla” - Francesc Roca i Ferrer

    HIJO DE LA NIEBLA

    PERSONAJES:

    PRIMERA PARTE

    LA ADOLESCENCIA

    PRÓLOGO

    Enero del año mil novecientos setenta y dos.

    LA NIEBLA ME abraza como una amante celosa. Tengo frío, mucho frío y sin embargo no puedo temblar. Las olas del mar me están mojando cuando rompen en la playa, pero las gotas que resbalan por mis mejillas no son de agua saldada. Son lágrimas, iguales a las que mucha gente ha derramado por mi causa. Intento recordar la última vez que lloré, y por mucho que me esfuerzo no lo consigo. ¡Creo que jamás he llorado, por nada ni por nadie!

    -     Entonces—me pregunto en voz alta—¿por qué lloras ahora?

    -     Lloro por mí, sólo por mí y por lo que ha sido mi vida—es mi lacónica respuesta.

    Una madrugada del mes de enero. He deambulado durante horas y horas sin rumbo, como hipnotizado, hasta llegar a una pequeña y lúgubre playa en algún sitio de la Costa da Morte. Siento que ya he muerto y que la húmeda arena es el banquillo de los acusados en el juicio final.

    He vivido cuarenta y dos años y nada me queda por hacer en este mundo. Me hallo en un estado de trance, con la mirada fija hacia donde ruge el mar. De repente, empiezo a ver figuras en la niebla, escenas de la infancia, que pasan por mis ojos como si de una película se tratara. Puedo distinguir claramente a quiénes han sido los protagonistas de mi vida, bailando y contorsionándose en estrafalarios movimientos. Están muertos, todos muertos y con ademanes muy elocuentes me invitan a ir con ellos. Cada fantasma evoca en mi un sentimiento diferente: Amor, tristeza, odio . . . Una de las figuras se adelanta a las demás. Se trata de Xosé, mi padre, el origen y la causa de todas mis desgracias. Me mira fijamente con ojos dementes, señalándome con el índice y riéndose a carcajadas mientras grita algo a los demás aunque el único ruido que oigo es el rompiente de las olas.

    II 

    CARMIÑA

    XOSÉ ERA UN joven feliz. Desde hacía 6 años que había abandonado la escuela era pescador, siguiendo la tradición familiar. Xosé era un muchacho alto, de más de un metro y setenta y cinco, fuerte y bien parecido, con un pelo castaño y rizado, mentón prominente, nariz grande y recta, hombros poderosos y manos grandes. Trabajaba para Serxio, un pequeño armador del pueblo íntimo amigo de Xoaquín, su padre.

    Serxio tenía sólo una hija, Ánxela, después de que su esposa hubiera abortado tres veces, todas de un feto varón. Pero después de la frustración por no poder concebir un hijo, el hombre descubrió la dulzura de la niña y acabo prendándose de ella y convirtiéndola en la razón de su vida. Estaba loco por su bella pescadinha, apodo cariñoso con el que se dirigía a ella.

    Desde hacía algún tiempo, Serxio y Xoaquín habían acordado la boda entre sus dos hijos. Serxio veía a Xosé como el hijo que no había tenido y Xoaquín como la gran oportunidad de que su hijo se convirtiera en amo de su propio barco.

    Ánxela era una joven muy recatada y tímida, que se ruborizaba a la menor ocasión. No era una chica agraciada, pero toda madre de un hijo casadero la considerabas un buen partido. Xosé se limitaba a dejarles hablar a todos pues nunca había considerado seriamente las insinuaciones, más o menos directas, de la familia. A sus diecisiete años, se limitaba a contemporizar, trabajar y pasárselo bien con sus amigos en cuanto tenía la oportunidad.

    A su supuesta prometida sólo la veía cuando las familias se reunían para hablar, sobre todo del futuro de sus hijos. Siempre les insistían en que salieran a pasear por el pueblo y Xosé obedecía, a regañadientes, para evitar la furia paterna. Durante sus paseos, siempre vigilados a cierta distancia por la tía soltera de la muchacha, permanecían largos momentos en silencio, caminando y mirando el suelo que pisaban. A veces Xosé le hablaba de su trabajo, de sus amigos o de la mili, a la que pronto le llamarían, momento que esperaba con ilusión porque le brindaría la oportunidad de salir de Cangas por primera vez en su vida. Ánxela se limitaba a escucharle y sonreír de vez en cuando. Era como pasear con un paraguas, les comentaba Xosé a sus amigos, cuando se burlaban de él.

    En uno de estos paseos, cerca del gran hórreo, se cruzaron con un grupo de jóvenes del pueblo. Entre ellos había una muchacha desconocida, rodeada por seis y siete mozos. Era la niña más hermosa que Xosé había visto en su vida. Detuvo su marcha y se la quedó mirando, hechizado, como si contemplara una noche estrellada en el mar. Entre las voces del grupo destacaba una risa cristalina que no podía proceder más que de un ángel. Era menuda, con un cuerpo flexible y armonioso. Lucía un vestido de lino blanco con organdí azul, de falda ancha y acampanada, que resaltaba aún más la perfección de su silueta. Adornaba su cabeza una preciosa cabellera negra como el azabache, que relucía con cada uno de sus movimientos. La chica se giró hacia su derecha y su mirada de cruzó con la de Xosé, instante en el que el muchacho sintió como si una descarga eléctrica le recorriera la espina dorsal. Después de unos momentos de embeleso, la tía soltera se encargó de romper el encanto al percibir lo que estaba ocurriendo.

    -     ¡Vamos, rapaces. Ya es hora de volver!

    Cuando, por fin, pudo escaparse de las familias, Xosé corrió hacia el hórreo con la esperanza de que el grupo aún estuviera allí. Llegó resoplando y mirando hacia todas partes, pero sólo encontró el paisaje de siempre. Al volver hacia su casa se preguntó si no habría sufrido una alucinación.

    Aquella noche Xosé soñó con la muchacha del hórreo.

    A los dos días, cuando el barco arribó a puerto, Xosé fue en busca de sus amigos para preguntarles sobre la chica. Le contestaron que era forastera y que había pasado el fin de semana el Cangas. Nadie sabía nada más de la misteriosa muchacha. Sólo sabían que se llamaba Carmiña.

    III

    LA MILI

    AL AÑO SIGUIENTE quintaron a los mozos de Cangas. Para Xosé fue una frustración, pues había soñado con destinos muy alejados, como África o las islas Canarias. Pero le tocó Lugo. ¡Maldita suerte!¡No podría salir ni tan siquiera de Galicia!

    Después del periodo de instrucción y jura de la bandera, Xosé estuvo seis meses en las cocinas hasta que le cayó en gracia a un comandante que le nombró su asistente. El trabajo era mucho más llevadero y, de vez en cuando, doña Justina, la mujer del comandante le hacía algún regalo, como ropa usada de su marido, algún pastel que les había sobrado del postre de la comida o, incluso, un magnífico par de botas casi nuevas. Además, tenía libres los fines de semana, pues el comandante y su esposa iban siempre a visitar a sus padres que vivían fuera de Lugo.

    En cierta ocasión, el comandante organizó una comida a la que invitaron al coronel, jefe del regimiento y al teniente coronel. Doña Justina estaba preparando la mesa con mucho cuidado de que nada le faltara, con su mejor mantelería y la cubertería de plata de la que alardeaban a pesar de saber que era de alpaca.

    Hacia las doce y media del mediodía llegó el comandante a casa y al dejar la cartera encima del aparador, tuvo la mala suerte de que resbalara y fuera a caer encima de un paquete que contenía el pastel que doña Justina había elaborado para el postre. Después de la retahíla de gritos y reproches, mandaron a Xosé a la pastelería a comprar otro pastel similar.

    Entró en la tienda acompañado de un agradable tintineo de campanillas. Al momento salió de la trastienda una chica que le paralizó totalmente. Se le quedó mirando, sonriendo con picardía, pues la muchacha debía estar acostumbrada a causar una impresión similar en los hombres. Era Carmiña, el ángel del hórreo de Cangas. Pasaron algunos segundos en silencio, hasta que la muchacha lo rompió.

    -     ¿Qué te pasa, soldadito?—preguntó en un tono que a Xosé le pareció de burla—¿El gato te comió la lengua?

    -     Ho . . . hola . . . Carmiña.

    Ahora la sorprendida fue la muchacha.

    -     ¿Nos conocemos?

    ¿Qué me pasa?, se preguntaba Xosé. Yo no soy tímido pero ahora me siento como un imbécil, incapaz de hablarle a esta chica.

    -     No. Sólo te vi. un momento, hace más de un año, en Cangas. Tú estabas con un grupo de amigos míos, y yo . . .

    -     ¿Y tú, qué, soldadito?—siguió preguntando en el mismo tono de antes—¿Tú ibas paseando con una chica muy mona y la carabina detrás?

    A Xosé le dieron ganas de marcharse corriendo, pero se dio cuenta de un detalle que le hinchó el corazón de gozo: ¡Carmiña se acordaba de él! Entonces decidió jugarse el todo por el todo.

    -     Yo . . . Yo me enamoré de ti.

    -     ¡Ja, ja, ja!—otra vez aquella risa maravillosa—¿Estás loco?

    -     Perdona si te he ofendido. Dame este pastel—dijo señalando uno que estaba en el mostrador—y me marcharé enseguida.

    -     No me has ofendido tonto—contestó Carmiña, con coquetería—Sólo me has sorprendido.

    -     ¿Podré verte otra vez sin tener que venir a la pastelería a comprar algo?

    -     No lo se. Ya veremos—fue la intrigante respuesta de la muchacha—Pero tú ya tienes una novia en Cangas y esto no estaría bien.

    -     ¡No es mi novia!—Xosé se sorprendió a sí mismo del tono agresivo de sus palabras—¡Yo no tengo novia! ¡Es una estupidez de mis padres que quieren programarme la vida!

    -     Bueno, hombre, bueno. No te enfades conmigo.

    -     Yo no . . . no estoy enfadado contigo, Carmiña.

    -     ¿Cómo te llamas, soldadito?

    -     Me llamo Xosé.

    -     De acuerdo. Pues ya nos veremos en otra ocasión. ¿Qué deseas?

    -     Salir contigo.

    -     Esto ya me lo has dicho, pero, ¿para qué has venido a la tienda?

    -     ¡Es verdad! ¡Me había olvidado!

    Xosé regresó a casa del comandante pasadas la una del mediodía. Entregó el pastel a doña Justina, que le miró con una cara cargada de insinuaciones y preguntas.

    No pudo ver a Carmiña hasta una semana después. Casi cada tarde iba a la puerta de la pastelería confiando que la muchacha saliera sola, pero siempre había alguien más esperándola. Estaba convencido de que Carmiña se daba cuenta de su presencia aunque hacía como si no le viera y esta indiferencia le entristecía y enfurecía, a la vez.

    Una mañana se encontró con un sargento de su compañía. Era un hombre ya mayor al que todos iban a pedirle consejo, pues su experiencia de gato viejo era famosa en todo el cuartel. Xosé le contó lo que le estaba sucediendo.

    -     ¡Ay, querido muchacho! ¡Las mulleres, las mulleres! Son las grandes incógnitas de la humanidad. Ningún hombre es capaz de entrar en su cerebro.

    -     ¿Qué puedo hacer? ¿Qué me aconsejas? ¿Me olvido de ella?

    -     Sería una posibilidad, pero piensa en algo que dijo un filósofo: Lo que queremos nos quiere, aunque no quiera querernos. Piensa en ello y actúa como te dicte el corazón.

    Estuvo dos días pensando en lo que el sargento había querido decirle y al final creyó entenderlo y tomó una decisión. La tarde siguiente, se vistió con sus mejores ropas de paisano y se fue a la pastelería, como siempre, pero en lugar de esperar a que Carmiña saliera, entró en la tienda. La muchacha estaba sola y a punto de cerrar.

    -     Hola, Xosé—le saludó con cordialidad—¿Qué te trae por aquí? ¿Necesitas otro pastel?

    -     No, Carmiña—contestó con una firmeza que asombró a la chica—Hoy vengo a buscarte para salir contigo.

    -     Pero me está esperando un amigo y yo . . .

    -     Pues dile que hoy sales conmigo y que se vaya. Creo que me lo merezco. Ya estoy cansado de hacer el imbécil esperándote en la calle y ver como siempre te vas con otros. Pero si no quieres, dímelo francamente. Entonces me iré y no apareceré nunca más por aquí.

    Carmiña se quedó pensativa. Al cabo de unos interminables momentos de silencio, salió a la calle y habló con su amigo. ¡Xosé lo había conseguido!

    El paseo duró casi hasta la hora de la cena. Estuvieron vagando por las calles de Lugo hablando de mil cosas. Se enteró de que Carmiña era de Burela, un pueblo costero al norte de Lugo y que estaba en la capital para ayudar a una tía suya, propietaria de la pastelería, que tenía al marido ingresado en el hospital. Estaría dos o tres meses más y después regresaría con sus padres. Xosé le dijo que le quedaban aún seis meses más de mili y que también regresaría a Cangas para continuar su vida como pescador.

    -     ¡Pero nos quedan tres meses más!—exclamó al despedirse—Después, Dios dirá.

    A partir de aquella tarde, las salidas con Carmiña fueron cada vez más frecuentes. La relación entre ambos iba estrechándose y Xosé ya pasaba alguna noche en vela pensando en ella. Estaba perdidamente enamorado y sufría sólo con pensar en el final de esta relación. Carmiña, por su parte, se mostraba más distante que Xosé, aunque éste intuía que era correspondido.

    Habían pasado dos meses. En uno de los paseos, por las afueras de la ciudad, después de asegurarse de que nadie les viera, se atrevió a cogerla de la mano y, para su sorpresa, ella no le rechazó. Aquella noche se despidió confesándole su amor y besándola suavemente en los labios. Carmiña aceptó el beso cerrando los ojos y suspirando sonoramente.

    El tiempo pasaba a una velocidad inhumana para Xosé. Carmiña le había anunciado, con lágrimas en los ojos, que en ocho o diez días regresaba su tío y ella volvería a Burela. Era sábado por la tarde y el comandante y su esposa estaban en casa de sus parientes. Sin pronunciar palabra, Xosé llevó a Carmiña al chalet donde vivía. Ella no se resistió. Cerró la puerta mirando en todas direcciones, como si fuera un ladrón que entraba en casa ajena. Al tener la soledad como cómplice, abrazó a Carmiña y la besó desesperadamente, como si le fuera la vida en ello. Se sentaron en el sofá del salón.

    -     Te quiero—le dijo, asiéndola de las manos y mirando aquellos maravillosos ojos azules—No puedo vivir sin ti.

    -     Yo también te quiero, Xosé—le contestó la muchacha, acariciándole una mejilla—Siempre te querré.

    Xosé la besó de nuevo tendiéndola en el sofá. Las lenguas se topaban torpemente y el nerviosismo del muchacho le produjo un temblor que la muchacha se encargó de controlar. Le cogió una mano y la puso en uno de sus senos mientras se apretaba fuertemente a el, notando en su pierna la fuerte erección de su amado. De repente, para desesperación de Xosé, Carmiña se separó bruscamente.

    -     ¿Qué te sucede, mi amor?—preguntó Xosé, alarmado.

    -     Nada, cariño—contestó la muchacha—Sólo quiero que pensemos los dos en lo que estamos a punto de hacer. ¿Quieres que sigamos adelante? ¿Has pensado en las posibles consecuencias?

    -     Sólo sé que te amo más que a nada en el mundo, mi vida. Y que no puedo vivir sin ti.

    -     Entonces llévame a la cama y hazme el amor.

    IV 

    BODA

    PASARON LOS OCHO días y Carmiña regresó a Burela. Xosé languidecía y pasaba todo su tiempo libre escribiéndole cartas de amor, que la muchacha contestaba, una por una. La distancia era un tormento para los dos, pero en lugar de enfriar su amor, aún lo fortalecía más y más. Faltaban sólo seis días para que Xosé se licenciara y regresara a Cangas. Desesperado, le contó su tormento a doña Justina y la mujer convenció a su marido para que le diera permiso el fin de semana para ir a Burela a reunirse con Carmiña. Xosé saltaba de gozo y lo primero que hizo fue ir a ponerle un telegrama a Carmiña para darle la buena noticia. Le contestó por carta que ya había contado su relación a sus padres y que deseaba poder presentárselos.

    Cuando Xosé llegó a Burela, Carmiña le estaba esperando en la parada del autobús. Su primera reacción fue besarla, pero se encontró con un brazo que le mantuvo a distancia.

    -     Por favor, Xosé. Hemos de mostrarnos muy prudentes aquí en el pueblo. No sabes cómo critica la gente.

    -     Lo que me pides es casi tan difícil como estar separado de ti, pero prometo respetarte.

    -     Gracias, mi amor—le sonrió—Pero ya verás como encontraremos ocasiones para estar solos. Ahora vamos a casa.

    La acogida de los padres de Carmiña fue mucho más fría de lo que Xosé esperaba. Por lo visto, según le contó Carmiña más tarde, también habían querido construir su vida y la habían destinado para el hijo de un vecino que, curiosamente, también era heredero de barcos de pesca.

    La comida a la que le invitaron resultó un desastre. Benito, el padre, ejerció de inquisidor, preguntándole hasta los detalles más insignificantes de su vida y advirtiéndole que no podría ofrecerle a Carmiña lo que se merecía. Herminia, su madre, permaneció callada durante toda la comida, limitándose a asentir a cuanto su marido decía. Así transcurrió casi una hora, hasta que Carmiña no pudo aguantar más.

    -     ¡Basta, papá!—le gritó, levantándose de la mesa—¡Ya está bien de meteros en mi vida! ¡Me casaré con Xosé porque mi vida es sólo mía!

    -     ¿Pero, qué te has creído, mocosa? ¿Crees que puedes hablarle así a tu padre? ¡Tú harás lo que yo te mande, y punto!—gritó, dando un puñetazo en la mesa que provocó un tintineo de copas—¡Cuando seas mayor de edad ya decidirás por ti misma, pero mientras tanto quién manda en esta casa soy yo!

    La escena era de una violencia extrema. Carmiña y su madre llorando y Xosé, hundido en su silla sin atreverse a decir nada. Todo acabó cuando Carmiña le cogió de la mano y, corriendo, se marcharon de casa.

    Estuvieron vagando por el campo, abrazados y consolándose mutuamente, hasta bien entrada la noche. A la muchacha ya no le importaba que alguien pudiera verles. Antes de regresar a casa de Carmiña pasaron por la pensión donde le habían reservado una habitación, para que Xosé pudiera dejar la maleta. La mujer que les atendió insistió en cobrarle por anticipado y le dio una llave, antes de marcharse a dormir, pues tenía que levantarse a las cinco para preparar los desayunos de los huéspedes. Los jóvenes se miraron a los ojos y sin pronunciar palabra subieron hasta la habitación de Xosé, donde hicieron el amor, primero casi con brutalidad y después lenta y dulcemente hasta quedarse dormidos. A las cuatro de la madrugada Carmiña se despertó sobresaltada. Se vistió apresuradamente y después de besarle se marchó, no sin antes haberse citado para el día siguiente en las afueras del pueblo y despedirse hasta un futuro que se les antojaba muy lejano.

    El trayecto hasta la estación de autobuses fue muy duro. El fuerte dolor que sentía en el pecho y la mano invisible que le apretaba la garganta le atormentaban sin piedad. Quería llorar pero no podía. Xosé estaba condenado a soportar un castigo por haberse enamorado.

    El muchacho regresó a Cangas, donde fue recibido por sus padres y su futura familia política. Decidió que, por el momento, nada les diría sus padres del futuro que había planeado con Carmiña. A los dos días, se reintegró a su trabajo como pescador en el barco del padre de Ánxela.

    Pasaba muchas horas pensando en cómo le diría a su padre la decisión que había tomado, pero los acontecimientos se precipitaron. Seguía escribiendo regularmente a Carmiña hasta que, a los dos meses de su separación, las noticias que recibió de su amada le dejaron helado: Carmiña estaba embarazada.

    El alboroto que la noticia causó en las dos familias fue descomunal. El padre de Ánxela le despidió del trabajo; Xoaquín, su propio padre, le amenazó con echarle de casa y lo único que calmó a los padres de Carmiña fue su compromiso formal de que cumpliría como caballero y se casaría con Carmiña inmediatamente.

    Carmiña se trasladó a Cangas y la boda se preparó precipitadamente. Se casaron en mil novecientos veintinueve, cuando Xosé tenía veintiún años y Carmina veinte. Xosé encontró enseguida trabajo, pues era un buen pescador y pudieron alquilar una casita, no lejos de la de sus padres, donde poder vivir con cierta dignidad. A los siete meses nació su hijo, a quién pusieron el nombre de Luís en honor al abuelo de Carmiña.

    LA FAMILIA

    EL AÑO MIL novecientos treinta y seis acababa de empezar. Durante estos años la vida transcurrió plácidamente como es habitual en los pueblos pequeños y aldeas, en las que casi no existen los relojes y el tiempo pasa a un ritmo diferente. Xosé tenía veintiocho años y su juventud estaba adornada de una energía y motivación asombrosas. Seguía con su oficio de siempre, pescador, como todos sus antepasados varones y le gustaba su trabajo a pesar de una de las frases favoritas de su padre: La mar es una bruja que rapta a los hombres durante generaciones. Pero todos se mostraban orgullosos de su dura profesión. Dura y jamás compensada pues todos vivían humildemente. Pero felices, muy felices.

    Xosé y Carmiña seguían muy enamorados. Al principio los padres de Xosé no aceptaban a Carmiña, sobre todo Xoaquín, pues por culpa de su hijo había faltado a su palabra con su amigo y Ánxela. Para el viejo lobo de mar era una cuestión de honor y su enfado llegó hasta el punto de negarse a asistir a la boda. Pero el tiempo y, sobre todo, la paciencia y dulzura de Carmiña, acabaron por ablandarle el corazón y la relación entre ambas familias recuperó la armonía de antaño. Ahora, Xoaquín y Flora estaban locos con su nieto Luisiño.

    Desde muy pequeño, cuando Luisiño escuchaba a su padre, al llegar a casa, lamentarse de lo poco que ganaba a cambio de tanto esfuerzo, se había jurado mil veces que no le sucedería lo mismo, porque sería armador y patrón de su propio barco. Aprendería bien el oficio y sería un gran pescador, honrado y generoso con su tripulación, para que nadie tuviera de qué lamentarse ni le maldijeran como hacía su padre con el "fillo de puta" del patrón.

    La idea de convertirse en armador también obsesionaba a Xosé y el pasar de los años la había fortalecido en lugar de debilitarla. Ahorraba cuanto podía, con la entusiasta colaboración de Carmiña, cuya fe en su marido y en el proyecto era enorme.

    -     ¡Ya tenemos para medio timón!—exclamaba alborozada cuando podía ir a la Caixa para guardar algunos ahorros.

    -     Es verdad, mi Carmiña—le contestaba Xosé, mientras la abrazaba—Si seguimos así y no nos abandona la suerte, dentro de unos diez años podremos pedir un préstamo y empezar la construcción del primer barco.

    Les encantaba jugar, igual que dos niños, entusiasmados, soñando despiertos, como en el cuento de la lechera. Se imaginaban cómo sería su primer barco, el color del casco e incluso el nombre que le pondrían: Carmiña. Ambos disfrutaban haciendo que Luisiño participara su juego, proyectando su futuro como capitán de un gran pesquero y propietario de una flota de, al menos, diez o veinte barcos. Xosé le enseñaba cómo sería su primer barco, mostrándole cada parte del mismo en uno que abuelo Xoaquín había tallado en madera y le había regalado en su último cumpleaños. Era un pesquero precioso, de casi dos palmos de eslora, con una proa alta, orgullosa, y el casco pintado de color azul, como el cielo en los días soleados. En la cubierta habían miniaturas de redes, nasas, cuerdas y un gran timón. Era una obra de arte y Luisiño lo conservó durante toda su vida como uno de sus más preciados tesoros. Pero, en la euforia de su sueño, jamás se les ocurrió pensar que el desenlace del cuento iba a ser mucho peor que el de la pobre lechera, a quién sólo se le rompió un cántaro de leche.

    Fue la única época totalmente feliz de la vida del muchacho. La casa donde vivían era la típica de un pescador, humilde pero confortable. Cerca del puerto, con una sala bastante grande que era comedor y cocina y el lujo de tener dos alcobas, una para el matrimonio ¡y la otra sólo para el niño! Era su pequeño mundo donde podía hacer volar sus fantasías infantiles y guardar celosamente sus tesoros, pequeños objetos que la mar le obsequiaba de vez en cuando: Hermosas conchas, caracolas, piedras que parecían alisadas y esculpidas por afamados artistas y, sobre todo, un trozo de timón de madera que la imaginación del abuelo Xoaquín había atribuido al barco de algún famoso pirata de tiempos remotos. En la parte trasera de la casa, construyeron una cabaña donde Xosé guardaba herramientas y algunos enseres de su oficio. Luisiño era la envidia de todos sus amigos, pues la mayoría tenían que dormir en la misma habitación que sus padres o compartiéndola con varios hermanos. Toda su vida conservó una pequeña silla de madera en la que permanecía horas y horas sentado, soñando y escuchando su música preferida: la risa de Carmiña, su adorada mamá.

    VI 

    EL ADIÓS

    LOS ÚLTIMOS TIEMPOS estaban siendo muy duros en España. El país, en una situación de total anarquía, sufría las luchas entre los defensores del llamado Frente Popular y los grupos de falangistas, pero sólo era el preludio de lo que sucedería a partir del dieciocho de julio: El inicio de la horrible guerra civil.

    El levantamiento militar se produjo en toda la nación, con éxito en algunas provincias y abortado en otras, pero con el resultado de dividir España en dos zonas, la Nacional y la Republicana. En Galicia, el levantamiento se produjo, con éxito, el veinte de julio, en la Coruña. No sufrieron la guerra, pero las represalias fueron horribles, con un saldo superior a los mil asesinatos de gallegos, hombres y mujeres, sólo por ser considerados rojos, nombre despectivo con el que los fascistas denominaban a los republicanos.

    En septiembre empezaron a esfumarse parte de los sueños de la familia, cuando un soldado se presentó con una carta de reclutamiento para Xosé. Tenía que incorporarse al ejército. La Patria te llama, Xosé. Te mandan a matar rojos, le dijo el cabo, con un tono de voz que a Carmiña le pareció sarcástico.

    El reclutamiento fue recibido como una gran losa sobre la familia. Habían tenido la vaga ilusión de que se librarían de los horrores de una guerra, pero el destino no lo había querido así. Aquella noche cenaron en casa del abuelo Xoaquín.

    -     Estaba convencido de tu reclutamiento—hablaba Xoaquín, mirando al suelo—¡Qué desastre! ¡Merda da guerra!

    -     ¿No podríamos esconderle?—preguntó Flora a su marido, con un rescoldo de esperanza en sus ojos llorosos—En casa de algún pariente . . . En Burela, con los padres de Carmiña . . .

    -     ¡Estás loca, mujer!—gritó Xoaquín, dando un puñetazo en la mesa—¿Sabes lo que es un desertor? ¿Quieres que le fusilen?

    Mientras los abuelos discutían, Xosé y Carmiña estaban sentados, cogiéndose de la mano, con Luisiño dormido, abrazado a su padre, como si intuyera que lo iba a perder. Estaban callados, absortos en sus pensamientos. Carmina lloraba en silencio, apretando la mano de su marido hasta hacerle daño con las uñas.

    A los dos días Xosé se marchó, sólo con una maleta de cartón del abuelo llena de ropa de abrigo y comida que le había puesto su madre, la llorosa Flora. Era de madrugada y llovía torrencialmente. Casi todo el pueblo estaba despierto, despidiendo a sus seres queridos, aunque los abuelos, Carmina y Luisiño no veían a nadie más que a Xosé caminando, alejándose de ellos, volviéndose de vez en cuando para despedirse por última vez agitando la mano. Los mayores lloraban pero para los niños aquello era como una fiesta, pues estaban orgullosos de que sus padres y hermanos mayores se fueran a la guerra.

    Cuando desapareció de su vista, aún estuvieron bajo la lluvia durante mucho tiempo con la esperanza de que regresara o poder verle por última vez.

    VII

    XOAQUÍN

    HACÍA YA TRES meses que Xosé se había marchado a la guerra. Carmiña y Luisiño pasaban mucho tiempo en casa de los abuelos, quiénes se esforzaban en darles aún más cariño para compensar la falta de Xosé. Abuelo Xoaquín les contaba supuestas hazañas de su hijo, el más fuerte y valiente, asegurándoles que muy pronto ganaría la guerra y le volveríamos a tener entre nosotros.

    Xoaquín, a pesar de su avanzada edad, se mantenía en forma. En ausencia de Xosé, asumió las funciones de cabeza de familia y siempre estaba dispuesto a proteger a los suyos. Era un hombre muy fuerte, de carácter agresivo pero todo nobleza y con un gran corazón. La gente le temía y respetaba.

    Cangas no se libró del horror de las represalias y, a pesar de ser un pueblo pequeño y tranquilo donde todos se conocían, renacieron viejos odios, envidias y rencores, confirmando una vez más la famosa y profética cita de Plauto: El hombre es un lobo para el hombre.

    En cierta ocasión, se acabó el dinero, pues, según repetía la abuela Flora, ahora eran cuatro las bocas para alimentar y los gastos se habían multiplicado. Esta situación la propició Don Ramón, el patrón quién, basándose en los cambios sociales que la guerra había provocado, se negaba a pagarles unos atrasos. Xoaquín salió de casa alrededor de las nueve de la mañana prometiéndole a su mujer que traería dinero, pues el amo les debía más de doscientas pesetas a cada miembro de la tripulación, de las partes que les correspondía por la pesca y estaba dispuesto a cobrarlas.

    Cuando estaba llegando a casa de Don Ramón, cacique del pueblo y armador de ocho barcos pesqueros, al pasar por delante de la taberna Xoaquín se encontró con algunos compañeros de trabajo, con caras de pocos amigos, discutiendo acaloradamente.

    -     ¿Qué os sucede, jauría de rabiosos?—les preguntó Xoaquín, que siempre había sido el líder carismático del grupo—¿Por qué estáis tan encabronados?

    -     ¡Este ladrón! ¡El fillo da puta! ¡Este faxista da merda de Don Ramón que se niega a pagarnos!—le contestaron todos a la vez—Dice que no nos debe nada porque dejamos de ir a pescar durante los ocho o diez días del inicio de la guerra y perdió dinero. Estamos en un nuevo régimen y ahora todo va a cambiar. Vamos a hacer borrón y cuenta nueva, nos ha dicho el muy cerdo.

    -     ¿Y nos vamos a quedar con los brazos cruzados y los pantalones bajados? —les preguntó Xoaquín con intención de provocarles—¿Somos hombres o ratones?

    -     ¿Pues qué quieres hacer, pobre desgraciado?—Le contestaron sus compañeros.

    -     ¡Cobrar mi dinero, joder! ¡Esto es lo que voy a hacer!—les gritó, levantando un brazo amenazadoramente—Si alguien quiere acompañarme que lo haga, sino iré yo solo.

    Y como un toro furioso, se dirigió hacia la casa del cacique, seguido por los demás, algunos de ellos embravecidos por su actitud, aunque la mayoría sólo tenían la curiosidad malsana de saber cómo acabaría todo aquello.

    La casa de Don Ramón era la más grande y fastuosa de Cangas. La construyó alrededor de mil novecientos treinta en una finca que compró al alcalde por muy poco dinero. Era un edificio de piedra con un porche adornado con unas absurdas, grotescas pero carísimas columnas de mármol. La puerta de entrada era enorme, de sólida madera adornada con elegantes bronces, encabezada por un imponente escudo de armas tallado en piedra, que aseguraba era el de su familia, aunque nadie en el pueblo se lo creía. La mansión tenía tres pisos y se erguía en medio de un jardín lleno de rosales y árboles de camelias, rodeado por un bosque con altos eucaliptos y un bucólico riachuelo. Pero el tesoro más apreciado y admirado por todos era un impresionante hórreo, de piedra y madera que, según los expertos, databa del siglo XIV.

    Cada vez que el abuelo miraba la mansión le aparecía una opresión en el pecho al pensar que con cualquiera de los lujos de los que el cacique alardeaba, podría alimentar a su familia durante un año. ¡Y quería robarle doscientas pesetas que se había ganado honradamente y con mucho sudor!

    Enfurecido, se puso a golpear la puerta con los dos puños hasta que, al poco rato, abrió un criado de la casa diciéndoles que Don Ramón estaba ocupado y que se fueran a molestar a otro lugar. Sin mediar palabra, Xoaquín le apartó de un manotazo y entró en la casa, seguido por los demás y por el consternado criado, dirigiéndose al salón donde suponía que estaba su patrón. Abrió la puerta con violencia y, efectivamente, allí estaba el cacique, sentado en una gran sillón de cuero, leyendo el periódico y fumándose el primer habano del día después de un copioso desayuno. Al ver a mi abuelo, con toda la calma del mundo se dirigió a él, haciendo caso omiso de los demás:

    -     ¡Mi amigo Xoaquín!—exclamó, con cinismo, levantándose pesadamente del sillón y ofreciéndole una mano regordeta en la que destacaba un anillo con un enorme brillante—¿Qué puedo hacer por ti? ¿Te apetece una taza de café?

    Mi abuelo Ignoró la mano que le tendía y mirándole fijamente contestó:

    -     ¡Déme mi dinero! ¡Sólo quiero mi dinero!

    -     Vale, vale. De acuerdo. Vuelve dentro de media hora tú sólo y hablaremos. No quiero comitivas en mi casa.

    Al oír aquella respuesta, los otros componentes del grupo se enfurecieron y el más decidido de todos ellos le gritó:

    -     ¡Y una mierda, hablará con él solo! ¡Lo hará con todos nosotros! ¡Y nos pagará hasta el último céntimo que nos debe!

    -     ¡Ahora, malnacido!—gritó otro del grupo, siendo coreado por todos los demás.—¡Sí, ahora mismo! ¡Queremos lo que es nuestro! ¡Páganos, miserable!

    -     Pero Xoaquín . . . ¡Haz algo! ¡Ahora no tengo dinero! ¡Son muy malos tiempos!

    -     ¿Nos está diciendo que no tiene nuestro dinero? ¿Qué Don Ramón, el hombre más rico de Cangas no tiene nuestro miserable dinero? ¿¡Pretende que nos creamos esta patraña!?

    El tono de voz de Xoaquín aumentaba con cada pregunta que le dirigía. Fue acercándose hasta casi rozarle, mirándole a los ojos sin poder disimular el odio que le embargaba.

    Don Ramón, al percatarse del giro que habían tomado los acontecimientos decidió pagar la deuda. Dirigiéndose a una caja fuerte que se hallaba escondida en la biblioteca, no cesaba de mirar a mi abuelo y amenazarle en voz baja.

    -     Te acordarás de esto, Xoaquín. Te he dado una oportunidad y me la has despreciado. Eres un maldito rojo, un revolucionario peligroso.

    Salió con una cartera de cuero llena de billetes de banco. Contó diez billetes de cien pesetas y los tiró encima de la mesa siguiendo con sus amenazas.

    -     Tomad, cerdos. Vamos a ver quién se ríe mejor al final. ¡No sabéis a quién habéis ido a provocar! ¡Pero pronto, muy pronto os daréis cuenta! ¡Fuera de mi casa, malditos rojos comunistas! ¡Fueraaaaa!

    Salieron todos corriendo pero muy contentos, dirigiéndose al bar más próximo para celebrarlo con una buena jarra de ribeiro.

    -     ¡Vaya lección que le hemos dado al cabrón ese de Don Ramón!

    -     ¡Calla imbécil!,—le cortó Xoaquín—¿Estás loco pronunciando nombres en voz alta? ¿No sabes que las paredes, el techo, las sillas y hasta estas tazas de vino tienen orejas?

    -     Vale, de acuerdo. No vamos a pronunciar nombres. Sólo nos referiremos a él como el fillo de puta. ¿Estáis de acuerdo?

    -     ¡De acuerdo!—gritaron todos, como una sola voz, dejando paso a una sonora carcajada.

    Y así siguieron, casi hasta mediodía, entre risas, chistes y bromas sobre blancos y rojos.

    Pero, cuando la tarde se retira para ceder el paso a las estrellas . . .

    Carmiña y Luisiño estaban cenando tranquilamente en casa de los abuelos. ¡Una cena excepcional! ¡Incluso habían lacón y unas hermosas gambas rojas! El abuelo nos estaba contando cómo habían conseguido cobrar la deuda cuando alguien empezó a golpear la puerta. Quedamos todos paralizados, aterrorizados, especialmente Carmiña, porque estaba con el miedo constante en el cuerpo desde que un primo suyo, ex activista del partido comunista, desapareció misteriosamente hacía ya más de un mes. Xoaquín intentó tranquilizarles manteniendo la serenidad, aunque la preocupación se le notaba por el ceño fruncido.

    -     Tranquilos. No os asustéis—nos dijo—Yo abriré la puerta.

    Sólo le dieron tiempo a descorrer el cerrojo, pues la puerta se abrió con una violencia tal, que abuelo fue arrojado brutalmente contra la pared. Entraron tres hombres con un aspecto horrible. Iban armados con pistolas y vestidos con uniforme azul y botas altas llenas de barro. Las dos mujeres se retiraron a un rincón del comedor protegiendo a Luisiño con sus cuerpos, mientras, aterrorizadas e impotentes, contemplaban la escena.

    -     Tú eres Xoaquín Mariñas, uno de los rojos matones del pueblo, ¿no es así?—Más que una pregunta era una acusación—Vas a venir con nosotros, cerdo comunista, y tendremos una larga conversación.

    -     ¿Por qué tengo que ir con vosotros?—contestó Xoaquín, con la cabeza muy alta—¡Yo nunca he sido comunista ni me he metido en política! ¡Que os jodan a todos y a vuestras intrigas!¡Fuera de mi casa!

    Estas fueron las últimas palabras que pudo pronunciar, pues uno de aquellos hombres se abalanzó sobre él y le rompió la mandíbula con la culata de una pistola. Carmiña chilló histéricamente y la abuela Flora, conservando una sangre fría impresionante, fue corriendo hacia su marido e intentó socorrerle, pero lo único que consiguió fue un fuerte bofetón de otro de aquellos gorilas. Se llevaron al pobre Xoaquín a rastras, chorreando sangre por la cara. Luisiño jamás pudo olvidar la última mirada de su abuelo Xoaquín. Aquella noche recibió su primera lección de odio.

    Nunca volvieron a verle vivo. A los dos días, una pareja de la Guardia Civil le encontró muerto, atado a un árbol, desnudo, con la cara destrozada, múltiples quemaduras de cigarro en todo el cuerpo, aunque más abundantes en los testículos y con un tiro liberador en la nuca.

    VIII

    YAGO

    SANTIAGO MARÍN, A quién todos llamaban Yago, nació cinco años después que su hermano Xoaquín.

    A pesar de ser hermanos en nada se parecían. Xoaquín era alto, fuerte y muy agraciado pero Yago nació escuálido, débil y el más feo de la familia, como su propio padre le definía. Pero su madre y su hermano mayor le miraban con distintos ojos. Siempre era "o rapaciño" al que debían mimar y proteger de las burlas de los demás. En la escuela del pueblo, por ejemplo, Yago era respetado pero no por méritos propios sino porque más de un compañero había recibido una paliza de Xoaquín por atreverse a burlarse de él.

    Cuando entró en la adolescencia, Xoaquín, con quince años, ya se había enrolado como marinero y contribuía con su salario a los gastos de la familia, pero Yago seguía con su indolencia habitual, abusando del hiperproteccionismo que su madre y su hermano le brindaban. Era gandul, provocador, taimado, embustero y tramposo, por lo que se ganó, a pulso, la antipatía de la gente del pueblo y el odio de muchos de los chicos de su edad. Apenas tenía amigos, lo que le condujo a convertirse en un ser huraño como pocos.

    En el fondo de su corazón hubiera querido ser como su hermano, a quién admiraba y quería, pero en la retorcida mente de Yago estos sentimientos, con el paso del tiempo fueron sustituidos, primero por la envidia y después por un odio irracional. De querer ser otro Xoaquín, paso a ser el antixoaquín, en todos los sentidos. A los trece años fue expulsado del colegio y su padre le puso a trabajar de pescador, el oficio de toda la familia, en el mismo barco que Xoaquín, donde se mantuvo durante seis meses, hasta que el patrón le despidió por gandul e incompetente. También atribuyó la culpa a Xoaquín por no haberle defendido lo suficiente delante del patrón.

    Una noche, recién cumplidos los quince años, Yago desapareció. Xoaquín, al despertarse para ir al trabajo, se encontró con la cama de su hermano y el arcón de la ropa vacíos. También le había robado todo el dinero que guardaba en una caja y el que su padre tenía escondido en un compartimiento secreto de una alacena.

    Durante cinco años nada supieron de él hasta que un caluroso día de un mes de agosto, apareció tan sigilosamente como se había marchado. Le acompañaba una muchacha en un avanzado estado de gestación. La presentó como Cándida, su esposa.

    Yago se negó a hablar de su pasado. Justificó su huída culpando a la presión y el rechazo que sufría constantemente por parte de los demás, que nunca le habían comprendido. Lo primero que hizo fue sacarse una cartera llena de billetes de banco y devolverles a su padre y a Xoaquín el dinero que les había robado cuando huyó, incluyendo un hermoso reloj de plata para cada uno en concepto de intereses por el préstamo.

    Compraron una bonita casa con un local anexo, donde montaron una tienda de comestibles, que llegó a ser la más importante del pueblo.

    Yago y Cándida tuvieron dos hijos, José Antonio y Alejandro y una hija, que nació desnucada por un error de la comadrona que la asistió en el parto, muriendo a los dos días.

    Aparentemente, Yago era feliz, pero no era así. El odio que seguía sintiendo por su hermano mayor era más fuerte que cualquier otro sentimiento que su corazón pudiera albergar. A su mujer, la ignoraba y a los hijos los malcriaba, dándoles todo lo que querían con tal de que le dejaran tranquilo. Sólo estaba en paz consigo mismo cuando estaba borracho, circunstancia que ocurría bastante a menudo.

    Cuando cumplió los cuarenta años, se buscó una amante en un pueblo cercano, donde pasaba largas horas, dejando la casa, los hijos y la tienda en manos de su mujer. Mientras tanto, sus dos hijos crecían sin ningún tipo de control, hasta el punto de ser detenidos en dos ocasiones por la Guardia Civil por alborotos y algunos hurtos.

    Diez años después la pobre Cándida murió de tuberculosis.

    En el año mil novecientos treinta y cuatro, Yago se afilió a un partido político que un abogado llamado José Antonio Primo de Rivera había fundado el año anterior. Se llamaba Falange Española y su filosofía encajaba perfectamente con las ideas de Yago. Siguiendo el ejemplo de su padre, José Antonio y Alejandro se afiliaron a las Juventudes de Acción Popular, partido que emulaba el fascismo de Mussolini, con el color de sus camisas negras y el saludo nazi con el brazo en alto. Los dos jóvenes estaban en un ambiente perfecto para ellos, pues la violencia, actos de vandalismo, prepotencia y chulería eran estimulados por sus jefes.

    Y la familia tuvo la suerte de apostar por el bando vencedor.

    IX 

    LOS PRIMOS DE XOSÉ

    DESPUÉS DEL ASESINATO de Xoaquín, la vida en el pueblo fue mucho más dura para la familia Mariñas. Sin la protección del patriarca, casi todos los amigos les ignoraban y, en algunos casos, incluso se les mostraban hostiles, haciéndoles cómplices involuntarios del rumor que habían hecho circular sobre el pobre Xoaquín: Era el auténtico demonio, un anticristo, responsable de casi todos los asesinatos que se habían producido, ladrón y chantajista, pues así lo había denunciado Don Ramón a la Guardia Civil, comunista, agitador de masas, vasallo de Moscú, destructor de la familia, asesino de curas, violador de monjas y muchos más crímenes que, de no mediar las circunstancias, habrían hecho sonreír a quién lo escuchara.

    Pero el tiempo todo lo borra y a los cinco o seis meses la gente recuperó la cordura y nadie mencionaba lo ocurrido. Por fin, dejaron al abuelo Xoaquín descansar en paz. Eran tiempos durísimos. La comida escaseaba y el pueblo se había convertido en un paraíso para estraperlistas y oportunistas adictos al nuevo régimen. Carmiña se veía obligada a ir gastando, poco a poco, el dinero que tan costosamente habían ahorrado para el barco. Compraba comida en la tienda de Yago con la esperanza de que el vínculo familiar le deparara alguna ventaja en los precios o, incluso, en caso de necesidad, en venderle de fiado. Pero el odio que Yago había sentido hacia su hermano se había extendido hacia todo lo relacionado con él y Flora y su nuera Carmiña estaban incluidas. No se negó a venderle la comida pero lo hacía al justo precio de mercado, que, por supuesto, era abusivo.

    A pesar de estos sentimientos, cuando miraba a su sobrina no podía evitar verla como la mujer hermosa que era. Cada vez que acudía a la tienda la recibía con una amplia sonrisa, adulando su belleza. Su frase favoritas era: "La millor comidiña para mi fermosa Carmiña".

    A Carmiña no le disgustaban aquellos requiebros de Yago porque nunca le faltó al respeto, aunque en alguna ocasión, había notado como la mirada del hombre se detenía en sus pechos algo más de lo necesario y esto la incomodaba. Por una parte sentía una vergüenza terrible y habría hecho cualquier cosa por poder aplanarse aquellas protuberancias con las que Venus la había dotado, pero, a la vez, sentía un rubor especial, muy profundo, algo extraño en el estómago, cuando su condición de mujer se revelaba contra la decencia y decoro obligados en una buena esposa y mucho más si

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