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Parejas, trabajos y otras zarandajas (que acongojan a los prójimos)
Parejas, trabajos y otras zarandajas (que acongojan a los prójimos)
Parejas, trabajos y otras zarandajas (que acongojan a los prójimos)
Libro electrónico404 páginas5 horas

Parejas, trabajos y otras zarandajas (que acongojan a los prójimos)

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Una novela amena y divertida sobre las desventuras, amorosas y profesionales, de la clase media española durante estos últimos años azotados por la crisis.

Cascales y su amigo Jorge Zaragoza, compañeros de tuna y carrera en sus años de juventud, son dos cuarentones que se van acercando, sin entusiasmo alguno, a ese otro lado más oscuro del espejo que son los cincuenta. Estamos en octubre del ´13, en plena crisis. Jorge hace ya tiempo que está en el paro, y, aunque tiene una esposa espectacular y una exitosa hija de un matrimonio anterior, está cansado de ir de entrevista en entrevista sumando fracaso tras fracaso. Cascales es hombre de amplia capacidad resolutiva, soltería empedernida, y sin problema económico alguno. No soporta ver sufrir a su amigo y le propone montar un negocio a medias: un gabinete de coaching, algo que, de entrada, Jorge ni siquiera sabe lo que es. Sin embargo, acepta el reto que Cascales le propone y, las circunstancias que este genera, convertirán su día a día en una intrincada maraña de enredos, sorpresas y algún que otro absurdo despropósito que demuestran que, en el fondo, hay pocas cosas en esta vida que no sean otra cosa más que simples zarandajas.

RAE. Zarandajas:(coloquial). Cosa menuda, sin valor, o de importancia muy secundaria

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento14 sept 2016
ISBN9788491124764
Parejas, trabajos y otras zarandajas (que acongojan a los prójimos)
Autor

Alvaro Carnicero

Álvaro Carnicero es ingeniero naval superior y posee un MBA de dos años por IESE con ampliación de estudios en la London Business School. Ha trabajado en los departamentos de marketing y ventas de diversas multinacionales, ninguna de ellas del sector naval. El coaching era una actividad que desconocía absolutamente cuando empezó hace dos años a escribir esta novela. A medida que avanzaba con la narración se fue transformando su escéptico interés por esta materia en un sincero interés ante la contrastada eficacia de sus resultados. Esto le llevó, cuando acabó el libro al año siguiente a decidir titularse por la International Coach Federation (ICF) y dedicarse profesionalmente a ello. www.coachingporobjetivos.com

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    Parejas, trabajos y otras zarandajas (que acongojan a los prójimos) - Alvaro Carnicero

    Título original: Parejas, trabajos y otras zarandajas (que acongojan a los prójimos)

    Primera edición: Junio 2016

    © 2016, Álvaro Carnicero

    © 2016, megustaescribir

              Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Contenido

    LOS INTEGRANTES BÁSICOS DE LA TRAMA

    CAPÍTULO PRIMERO

    EL MUNDO DE CASCALES

    CAPÍTULO SEGUNDO

    BUSCANDO SOLUCIONES

    CAPÍTULO TERCERO

    NACE FACTOR HUMANO

    CAPÍTULO CUARTO

    AMORES Y MENESTERES

    CAPÍTULO QUINTO

    CASCALES Y CIUDADANO RUIZ

    EPÍLOGO

    SOBRE EL AUTOR

    En este libro, mi primer libro, por esos antojos de los que a veces la vida disfruta, solo han colaborado conmigo mujeres, pacientes mujeres que han repasado cuantas veces ha sido necesario el manuscrito a lo largo del año de gestación que tanto el libro como yo hemos necesitado para que al fin sus hojas reposaran en la incubadora de la imprenta.

    El libro está dedicado a la memoria de mi padre cuyo recuerdo mantengo vivo en cada una de sus páginas mientras aún me parece disfrutar del olor de su pipa, proa del barco en el que navegó haciendo solo el bien por esta vida. Después, pasando a mis colaboradoras, debo mencionar la primera a mi madre, su pareja de tango, confidente y compañera de travesías y travesuras durante 50 años. En cuanto a la siguiente generación, empiezo por Carmen, la lideresa de la lucha contra los errores que, a veces, cometía tratando de escribir una novela coral con veinticuatro personajes que interactúan entre sí, errores que solo su privilegiada cabeza era capaz de descubrir. Agradecer asimismo todos sus comentarios, ánimos y apoyo, según iba escribiendo, a mi hermana Macovilla y a nuestra amiga Toñi.

    LOS INTEGRANTES

    BÁSICOS DE LA TRAMA

    1. Cascales, amigo de toda la vida de Jorge Zaragoza.

    2. Jorge Zaragoza, amigo de toda la vida de Cascales.

    3. Crisóstomo Ruiz Chinarro, importante empresario conocido como Ciudadano Ruiz

    4. Nuria, hermana de Cascales.

    5. Pepe Pómez, marido de Nuria

    6. Elvira, segunda esposa de Jorge

    7. Esmeralda Zaragoza, única hija de Jorge Zaragoza, nacida de su primer matrimonio.

    8. Mari Pepa Manzano, psicóloga

    9. Alejandro Ruibarbo, experto en marketing on line, especialista en redes sociales.

    10. Alberto Carnero del Valido, insigne barítono

    11. Adelita Saavedra, esposa de Alberto

    12. Lupita Saavedra, famosa diseñadora y hermana de Adelita.

    13. Remigio Abadía y Arpegio Monasterio, Propietarios y Gerentes

    de Abadía & Monasterio,

    14. Socorro Loquero Memuhero, recepcionista de Factor Humano.

    15. Profesor Torrent, catedrático emérito de latín, profesor de Cascales en la adolescencia.

    16. Crisóstomo Ruiz Velarde, hijo de Crisóstomo Ruiz Chinarro.

    17. Gema Contreras, Coordinadora General del Grupo Ruiz Chinarro.

    18. Hiroshi Nikatsu. Japonés. En serio.

    19. Estanislao Pestañas. Cliente.

    20. Marcial Escámez. Cliente.

    21. Ceferino Cifuentes. Cliente.

    22. Evaristo Balandrón. Cliente

    23. Carmelo Roig. Cliente.

    24. Casimiro Socarreña. Cliente.

    CAPÍTULO PRIMERO

    EL MUNDO DE CASCALES

    Escena 1

    La noche del lunes 14 de octubre del 2013

    Cascales, Pepe y un deseo por nombre Elvira,

    Acababan de dar, bobaliconas, las doce campanadas de otra velada prosaica y alicorta, ustedes ya me entienden. Pepe mira atónito el fondo de vaso donde juraría que, hace un momento, había Bourbon. Ya no. Siempre lo mira atónito cuando esto ocurre, con un punto de temor, y sin comprender por qué siempre su vaso está vacío cuando no para de llenarlo de forma recurrente, metódica, concienzuda, casi perfeccionista.

    — Tu sabes Cascales que yo quiero mucho a tu hermana y van para veinticinco los años que llevamos casados —susurra Pepe, incipiente hipo mediante.

    — Mira Pepe, tú sabes que los Cascales nos hacemos querer. Pásame la botella. Esa no cuñado, que está acabada, la otra, la nueva…

    Dos hombres. Uno ya cercano a los cincuenta y, su interlocutor, sobrepasándola. Salón de una casa parecido a casi todos los salones de la amplísima, muy preocupada –¿crispada?–, y otrora venturosa clase media española del año 13. Sexto año de crisis y recesión, la primera del siglo veintiuno después de Cristo. No había habido otra igual, y sé que os cuesta creerlo.

    Pepe tiene cara de sufrir; pero de sufrir mucho. Pepe sufre de amores sufre, no es por insistir, mucho. Su hablar es una larga sucesión de cuitas y sinsabores anhelantes de recalar en los oídos de cualquier paciente oyente que sea capaz de seguir el desdibujado desvarió extenuante en el que Pepe ha convertido su trovar atropellado.

    — Te repito Cascales que estoy enamorado y que la vida, la mía se entiende, no tiene sentido sin ella, —decía Pepe convencido de que, solo los grandísimos poetas de la historia, en su etapa más sensible, podrían haber entendido la que es su manera de sufrir de amor; eso sí, sin la gloria del verso en Bécquer, pero sí con la contagiosa ansiedad de la que, a veces, este hombre parecía esclavo.

    — Mira Pepe —resopla Cascales, sorprendido de que, cuantos más hielos le echa al vaso, más nieva sobre la alfombra que a sus pies representa a un Aquiles, hijo de la diosa Tetis y del mortal Peleo. Aquiles mira de forma cada vez más fría, pero mucho más fría —¿serán los hielos que le golpean?— la flecha que desde el arco de Paris se ha clavado certera en su único punto débil.

    —Mira Pepe —repite Cascales—, te he explicado centenares de veces como funciona nuestra especie. No estamos diseñados para más de veinticinco años de pareja. Al llegar las bodas de plata, que suelen ser cada vez más de plomo, hay que elegir entre morirse como siempre se ha estado haciendo desde hace más de medio millón de años o cambiar de pareja ahora que nos queda mucho más tiempo de vida y, además, de calidad. La pareja es la clave de la vida humana, de haber felicidad en algunos momentos de esta vida, hayla en el dúo, nunca en más allá del dúo, experimentos aparte, y la única forma de encontrarla en soledad supongo que será a través de la anacorética existencia.

    Hace mucho calor para ser Octubre. Ambos algo sudan. Noche pesada, espesa, de tormenta inminente y nervios a flor. Cosa de esas peculiares isobaras que aparecen en el primer tercio del otoño mesetario. Estamos en Madrid y estamos casi a oscuras porque la luz indirecta ni es luz ni es indirecta. Es más bien casi inexistente.

    — ¿No defiendes a tu hermana Cascales?

    — ¿De qué?

    — De mi traición

    — Hasta ahora son solo pensamientos

    — Sí, pero traicionan a Nuria, mi esposa, tu hermana.

    — No te pongas trágico cuñado. Tú no traicionas a mi hermana. Lo que traiciona a mi hermana, como a toda nuestra especie, no son los pensamientos Pepe, son los años, los años Pepe. En este caso veinticinco años ya de matrimonio.

    Empieza a llover y alguna gota que otra se une a la charla a través de la ventana entreabierta, tal vez tan solo mal cerrada. Caen las gotas en pose de desmayo sobre la alfombra, haciendo que la frente de Aquiles se orle de gotas que a sudor semejan. Dichosa flechita.

    — Cascales, no te puedo decir quién es, ya perdonarás.

    — Quita, quita, no quiero saberlo y aún menos quiero saber por qué no puedes decírmelo.

    — Mi vida no tiene sentido Cascales ––hipa Pepe de nuevo mientras su vaso tintinea con cada espasmito.

    — El único sentido que debe tener una vida es el del respeto al absurdo. Solo el respeto al absurdo puede darle sentido a la vida. Por absurdo que parezca Pepe

    — Pero eso es absurdo Cascales

    — Parece que lo vas entendiendo.

    Cascales se retrepa en la butaca y una sonrisa esponja su cara, relaja sus parpados, eleva sus orejas ya de por sí montaraces, orejas que le prestan un toque mefistofélico a una persona que ya de por sí asaz maquiavélica. Cascales adopta su famoso gesto Cascales, gesto sin par en la historia sagrada del gesto, gesto propio de un sutil pensador imbuido del instinto inherente a los que siempre sobreviven ¿En qué pensará Cascales? ¿Pero donde aprendió este hombre a poner ese gesto?

    — Cascales, cuñado, ¿en qué piensas?

    — Pienso en el amor. ¿Tú crees que haya otras especies en este planeta que se enamoran tan intensamente? ¿Durante tanto tiempo?

    — Ya empiezas Cascales. No solo somos animales, tenemos una mente complejísima.

    — Pero qué tendrá que ver Pepe. Pero ¿tú conoces algún otro animal que no soporte la vida sin pareja? Haberlos, haylos pero son una gota en el océano de la creación. Para empezar nos pasamos veinticinco años continuos en pareja, y si no funciona nos buscamos otra para los últimos veinticinco ¿Hay alguna relación entre esta nuestra manía por la pareja y el pedazo de cerebro que tenemos?

    Suena una llave y aparece Nuria sobre el horizonte de luz indirecta. Sonríe con dulzura felina y cómplice.

    Escena 2

    Esa misma noche mientras Cascales y Pepe divagan.

    Ciudadano Ruiz y los Estéticos Ascetas.

    Acababan de dar, bobaliconas, las doce campanadas de otra velada prosaica y alicorta, ustedes me siguen entendiendo. Al menos eso es lo que pensaba Crisóstomo Ruiz, hijo de Crisóstomo Ruiz Chinarro, el padre, un muy importante hombre de negocios madrileño. De hecho, la prosaica y alicorta velada, ustedes ya me entienden, consistía, para Ruiz hijo, en un casi total soliloquio paterno que lloviznara sobre una inane cena de negocios.

    Padre e hijo cenaban en uno de los mejores restaurantes de la ciudad con la empresa responsable de las relaciones públicas del Grupo Ruiz Chinarro, un heterogéneo sumatorio de empresas propiedad del padre. Remigio Abadía y Arpegio Monasterio, Propietarios y Gerentes de Abadía & Monasterio, más conocidos como los Estéticos Ascetas en su círculo habitual madrileño, eran los otros dos comensales. Los cuatro vestían chaqueta y corbata, los Ruiz clásicos, los Ascetas, por decirlo de alguna manera, asombrosos…

    — Mis queridos Remigio y Arpegio, mis queridos Ascetas, hay que mejorar la Convención anual del Grupo que hicimos el año pasado. Hay mucho que mejorar, necesito, necesitamos, repito, necesitamos tener a la gente del Grupo motivados como adolescentes que empiezan un fin de semana. Quiero gente orgullosa de trabajar donde trabajan, quiero que sientan el escudo de la camiseta, decía mientras se golpeaba el pecho derecho con su puño izquierdo y miraba, los ojos perdidos, más allá de las paredes del local, como si estuviese buscando un taxi en noche de niebla.

    — No repartimos escudos, ni siquiera camisetas, el pasado veinte de junio durante la Convención. ¿Verdad Remigio?,

    — Verdad Arpegio ––y ambos se miraron entre sí con ese gesto que dos imberbes adoptarían segundos antes de exclamar que yo con este tío es que me mondo.

    — Se entiende que hablo de futbol, señores, la camiseta, sus colores, el escudo, el himno, los banderines, las bufandas, el olor del césped, la sacrosanta historia épica de un equipo generación tras generación, la leyenda consagrada a base de sacrificio de hombres entregados a muerte por una causa común…por la cara que ponéis, Ascetas, veo que os suena a chino.

    — Nosotros somos profesionales de la relaciones públicas, incluso llevamos las relaciones públicas del Getafe dos temporadas, o sea que sí, que si sabemos de qué va.

    — Pero no os gusta el futbol ––concluyó Ruiz padre, hombre a mitad de camino entre los cincuenta y los sesenta, a mitad de camino entre el potentado que se ha forjado su destino, y aquel zagal temeroso que nunca creyó en sí mismo, a mitad de camino entre un ser humano que ya no tiene imaginación suficiente para desear algo nuevo que le apasione poseer y el hombre insatisfecho de por vida que nunca recuperó aquello que perdió, aquello a lo que aún no le ha puesto ni tan siquiera un nombre al que aferrarse cuando el dolor se infiltra lento y despiadado. Adora la película de Ciudadano Kane y se ilusiona pensando que es por la admiración que le provoca el poder y el dinero. Le gusta que le llamen ciudadano Ruiz. Nunca entendió el por qué una historia sobre la pasión por la riqueza y los privilegios, acaba con la imagen de un triste trineo de toscas tablas de madera, en las cuales alguien talló un extraño nombre extranjero.

    — Hombre ciudadano, siendo francos no es lo nuestro. A mí me va más el tenis de mesa ––subrayó Remigio

    — El ping pong ––resumió Ciudadano.

    — No hay federación española de ping pong, Ciudadano, existe la federación española de tenis de mesa, de la cual, por cierto soy vocal

    Aquí, en diciéndolo, Remigio se esponjó de orgullo.

    — Y jugareis juntos…

    — No, no, lo mío es el billar ––salió raudo al encuentro Arpegio.

    — El billar no es un deporte ––cortó Ruiz padre en tono de infinita paciencia pigmentada de suaves maneras, con un toque melancólico del que se pregunta cómo he podido llegar hasta aquí––. En el billar, apenas te mueves, no hay actividad física ––remachó.

    — Lo compagino con el cricket.

    — Eso lo cambia todo Arpegio ––musitó Ruiz padre con resignación si no religiosa, sí espiritual.

    — Yo también juego al cricket ––dijo Remigio––, jugamos las dos familias.

    — ¿Estáis casados? —se asombró Ruiz padre, pensando que todo es posible si está escrito en el destino.

    — No, que va, hay mucha gente que lo piensa. Solo somos socios, hace veinticinco años, pero solo socios. La gente a veces nos lo pregunta. Tiene gracia.

    Padre e hijo se preguntaron con muda mirada cómo carajo estos dos podían ser unos genios de las relaciones públicas. Que lo eran.

    — Mi padre se refiere con la pregunta a si tenéis esposa e hijos.

    — Yo cuatro, me refiero a hijos claro.

    — Yo cinco. Al cricket, cuando nos juntamos las dos familias, solo jugamos diez, mi hija pequeña es demasiado pequeña.

    — Volvamos a la Convención, por favor–– exigió Ruiz hijo.

    — Tienes razón hijo, a veces con los Estéticos Ascetas se me va el santo al cielo, se lamentó el padre.

    En el fondo, pensaba Ruiz padre, esta pareja me divierte, me divierte mucho y además estaba seguro que eran lo mejor que había en España. Me hago viejo, hace años hubiese pensado que la diversión me salía gratis pues solo les pago por lo que trabajan y no por lo que me divierten, ahora no pienso en el precio, pienso solo en lo mucho que disfruto, y que además me sale gratis.

    — Te proponemos, Ciudadano, repetir la Convención en el mismo sitio.

    — Sí, el sitio me parece bien. El Resort Escandinavia es un sitio muy adecuado. Además, el Escorial es un sitio en el que te olvidas de Madrid y eso que solo está a sesenta kilómetro, al pie de la sierra ––sentenció con rotundidad Ciudadano––. Y hay de todo, piscinas, saunas, jacuzzi, y un maravilloso salón de convenciones. Lo que creo es que el jardín es demasiado grande, la gente desaparece, se pierde cohesión en el equipo.

    — La gente se dedica en aquellos jardines a otro tipo de cohesión, algo más cercano tal vez a la fusión —sonrieron los Ascetas.

    — Para eso tienen las habitaciones —remarcó rotundo Ruiz hijo.

    — No es lo mismo ––dijo un Asceta. Ese jardín es el paraíso revivido. Recordad aquellos parterres henchidos de malvarrosas, rebosantes de jazmines, amapolas, alhelíes, petunias, rosales como arcoíris, tintados de aquellos colores que hacen vibrar los sentimientos humanos, el amor, la pasión, la amistad, la lealtad, el compromiso…

    — Y esos árboles —se arrancó el otro Asceta— que tachonan de verde, gualda y madera los miríficos parterres repletos de flores mil que hacen de alfombra polícroma a esos abedules, a esas acacias, a ese riente sauce llorón bajo el cual tantas parejas se han besado por primera vez, aquellos robles y pinos, aquellas moreras y plataneros, por no hablar de acullá, donde campean abetos, castaños, madroños con sus osos rampantes….

    — Con lo del oso te has pasado querido socio…y eso que ibas muy bien.

    — Vale ya, vale ya. Está claro que os gusta el jardín, Ascetas, está claro ––dijo Ruiz padre.

    — Y no hemos hablado —prosiguió Remigio— del canto de los pájaros que alegra sin límites la atmosfera festiva que embarga el jardín cuando cientos de gorjeos distintos y polifónicos se entrecruzan desde entre las ramas.

    — ¡Vale ya!, rugió Ruiz padre, lo tengo claro, os juro que lo tengo claro. ¡Parad de una puñetera vez!, —golpeó la mesa y resopló, suspiró, tranquilizose y exhaló a duras penas:

    — De acuerdo Ascetas, lo haremos en el Resort Escandinavia. Tengo grandes planes para los próximos meses.

    Ciudadano Ruiz silabeó la última frase creyendo poner cara de astuto felino e implacable tiburón pero, en siendo claros, se le vio muy forzado. En los últimos treinta años Ciudadano Ruiz no había acabado de meterse en el papel y nadie se había atrevido a decírselo, no fuera que el comentario consiguiera transustanciar a Ruiz en el peor enemigo de todos, empezando ese todos por él mismo.

    Escena 3

    La noche continua

    Cascales, Pepe y un deleite por nombre Nuria

    Suena una llave y aparece Nuria sobre el horizonte de luz indirecta. Sonríe con dulzura felina y cómplice. Deja la llave en el bolso, deja el bolso en una silla, deja la silla mejor colocada, deja de colocar la dichosa silla y deja callados y expectantes unos minutos a marido y hermano, a Pepe Pómez y a Cayetano Cascales. Nuria ha vuelto, Nuria ya está en casa. Por supuesto nadie llama a Nuria por su apellido; de hecho tan poca gente conoce su apellido como tan poca gente —no tienen que ser los mismos— conoce la gracia, el nombre de su hermano Cascales. El nombre de pila de Cascales era, para gran parte de su inabarcable círculo social, una incógnita que parecía no importarle a nadie, una incógnita cuyo despeje no ha tenido jamás voluntarios.

    — Buenas noches caballeros ––susurra Nuria

    — Buenas noches Nuria ––entona el dúo con aires de orfeón donostiarra.

    — Estas cenas de negocios se hacen al final larguísimas y acaban en tostón ––suspira Nuria.

    Nuria es estilizada y elegante y no hay una sola prenda en cualquier armario de cualquier mujer que pueda desmentirlo. Utilice lo que utilice para erradicar el frío o minorar su pudor, Nuria es siempre estilizada y elegante como una genuina bailarina de ballet que anduviera descalza por la playa del Sardinero al son que le murmuran las olas del Cantábrico.

    —No te veo borracho del todo Cascales ––dispara Nuria

    —No te preocupes hermanita, ahora me cuido mucho más y bebo con mucho arte, en esta vida de todo se puede hacer arte, o al menos intentarlo. Tú no tienes siquiera que intentarlo. De todo haces arte, eres preciosa, y tu arte congénito lo derramas sin esfuerzo y sin agotarlo jamás. Entono desde este hundido sofá un vibrante viva la madre que te parió.

    Ríe Nuria y el tiempo no solo no se detiene, sino que se acaba contagiando. Son esos momentos en los que la vida, contagiada, te sonríe.

    —Marido, ¿qué opinas tú?

    —Cielito, yo siempre opino lo mismo que Cascales si él me precede en el uso de la palabra.

    Pepe siente culpa, una culpa pringosa, espesa, pegajosa, una angustiosa impotencia por sentir algo que no es justo para con su mujer. Recuerda los comienzos de su noviazgo, el sabor de las risas, el brillo en las miradas, recuerda que todo en ella le embebía, se estremecía en cada roce, ardía en cada beso, moría en cada adiós, renacía en el reencuentro. ¿Qué fue de aquella galerna emocional que en cada cómplice mirada se los llevaba por delante? Pepe pensaba en ello mientras se rascaba el mentón con sonido sincopado y con ritmo más bien pertinaz, pertinaz cuan agobiante sequía durante aquellos años del Movimiento. A Pepe le corroe el sentido común un deseo horizontal e incluso vertical de poseer a Elvira; su reino entregaría, su reino al completo, por un revolcón, un simple revolcón, por los cielos que vieron pasar siglos a cientos, estamos hablando, entiéndanme, de que fuera suya durante unos instantes apenas. Asombra verle gimiendo con hierático rostro y luctuoso silencio.

    — Cariño, Pepe, te encuentro pensativo ––comenta tranquila Nuria

    — Nada cielo, mañana tengo un mal día en el banco. No sé si me sale a cuenta ser el director.

    — Pues si no te salen las cuentas, cuñado, no pareces el más indicado para semejante desempeño.

    — Hermano, es un chiste muy malo

    — Perdona hermana, ha sido un acto reflejo, ha sido automático, ha sido demasiado simple para alguien como yo.

    — Mira Cascales —se arranca el cuñado— te crees una persona profunda y complicada y no eres más que un individuo obsesionado. Obsesionado con la evolución del homínido en hombre, del por qué la evolución ha seguido este curso y no otra alternativa, de cómo es posible que en tan pocos milenios, por no decir pocos siglos, hayamos conquistado el planeta y adquirido la capacidad de destruirlo mientras otros homínidos han desaparecido. Obsesionado de los cambios en los comportamientos sociales que ha llevado aparejados la evolución, de la extrema importancia que tienen algo tan instintivo como el sexo y la violencia en seres con una capacidad racional tan desarrollada, de…

    — …De la creación del concepto de cuñado, cuñada, suegro y suegra, conceptos tan extraños al sentido de la evolución que solo pueden ser mal fruto de un atípico y grave estancamiento genético en la siempre delicada parcela del instinto de supervivencia.

    ––Cascalillos, Cascalillos ––repiquetea Nuria–– No sé qué es peor si el castigo de la existencia de la familia política, o el castigo de la existencia de la política en la familia.

    — ¿Has cenado con Elvirita, cariño? ––pregunta Pepe como se pregunta por una dirección a la que no tienes intención de ir jamás, como con desgana.

    — Si Pepito, yo Nurita he cenado con Elvirita. Desde luego, esposo mío que manía tienes de llamarla Elvirita, con lo que a ella le molesta

    Nuria resopla y se sienta en otro butacón mientras se quita cada zapato a pie cambiado.

    — La tratas a veces como a una colegiala, maridito queridito

    A Pepe el color se le iba y el sudor se le venía solo de pensar que su mujer fuera, digámoslo claro, como las demás, capaz de leer el pensamiento de los varones durante un simple pestañeo

    — Elvira es una mujer de tomo y lomo y una autentica artista. Es de las mejores diseñadoras que he conocido nunca. Desde que entró en la empresa, mi trabajo se ha convertido en una sensación continua de triunfo. ¡Y con los tiempos que corren!

    — Mujer, correr, correr, corren poco ––musita tristón Cascales. Más bien el tiempo se hace eterno. Solo llevamos seis años de crisis, recesiones incluidas, y parece que llevamos décadas así, arrastrándonos a duras penas por el tiempo desde finales del año siete.

    — Lo que tú digas Cascales ––consiente Nuria––. El caso es que Elvira ha sido un revulsivo. Admito que tiene sus rarezas y su pizca excesiva de coquetería pero….

    — ¿Sus rarezas? ––corta Cascales––. Por favor hermana, si va a proclamando a los cuatro vientos que esta es su decimotercera reencarnación, al menos en este planeta, y que en una de ellas admite haber sido la mejor amiga y confidente de Mesalina. Mesalina seria promiscua y Elvira no, pero los secretos de la coquetería se los enseño Elvira a su amiga romana. Pero carajo ¡si hasta se acuerda de su propio nombre en Roma!

    –Lo de Súbita Crápula Noctámbula de la familia de los Súcubos? ––pregunta Pepe

    — Eso mismo —dice Cascales

    — Y ¿qué tiene ese nombre de malo? —vuelve Pepe a preguntar

    — Nada, nada de malo Pepe. Pero es peculiar, y cuando se lo comentas a Elvira dice no encontrarle rareza alguna al nombre. Es que ni se da cuenta.

    — ¿Cuenta de qué?

    — De nada Pepe, de nada. Olvídalo

    Nuria suspira pensativa. Su marido a veces parece que no se entera de nada. Le mira, le mira con detalle, con ese nivel de detalle sobre el propio detalle con el que solo las mujeres saben mirar. y se ve un hombre cansado. Son ya 54 años, casi ya 55, y el whiskey ya… no lo soporta como antes. Ya nada lo soporta como antes. Últimamente ni siquiera a sí mismo. Sabe que la quiere y mucho. Pero está asustado por el paso tan rápido del tiempo, no quiere envejecer. Como nos pasa a todos. Piensa que esta fiesta no está mal después de todo, que lo que único que sabemos hacer, al menos por ahora, es estar vivos. Que tú, como todos, tendrás que dejar la fiesta antes o después y que, con suerte, algunos seres queridos te acompañarán hasta la puerta, pero compañeros, ¿qué queréis que os diga?, te vas solo, sin nada, se cierra la puerta y. al otro lado, te enfrentas solo, muy solo, aterrado tal vez, a lo que te tengas que enfrentarte que no es otra cosa más que tu destino, sea este el que sea. Esto es lo que siempre dice mi hermano, de una manera que es que parece que le han puesto ya varias veces de patitas al otro lado de esa puñetera puerta y que llamó al timbre en cada ocasión y se la volvieron a abrir para tomarse la penúltima copa. Mi pobre marido. Ahora le veo ilusionado con Elvira, Elvirita; cuando nos la encontramos, se le pone cara de quinceañero arrebolado, solo le falta preguntarle a la susodicha qué tal lo hago mientras adopta la postura del pino puente sobre el río Kwai. Es muy bonita. Como diría el clásico, es ese tipo de belleza irredenta que propicia una rijosidad rayana en un ridículo corrosivo. Siendo aún más clásico, se podría decir de ella, mas sencillamente, que está buenísima…etc…etc. En fin que Pepe no podría vivir sin mí, cierto, pero se afana en recuperar su autoestima a base de unas ilusiones que solo sinsabores pueden darle. Y mira que yo quiero a Elvira como compañera y la admiro como profesional. Es cierto que esta mujer cree en todo lo que haya que creer mientras no esté delante de sus narices. Lo único en lo que no cree es en lo obvio. Y ya tiene treinta y ocho años, los cuatro últimos casada con el bendito de Jorge. Bendito en el mejor sentido de la palabra. Jorge es incapaz de hacerle daño a alguien. No sé si eso puede ayudarle a encontrar trabajo. Al fin y al cabo, y aunque no lo aparente, acaba de cumplir cuarenta y ocho tacos. Estar en el paro en este septenio es como cuando caías enfermo de peste en la Europa del siglo XIII. Nadie, excepto los más próximos, quieren estar cerca y contagiarse; y la mayoría de veces los más próximos se exilian a la categoría de los más alejados, cuando no a la de los si te he visto no me acuerdo. Bueno, Jorge es un hombre de recursos, un gran hombre. Veremos ahora sí es, además, un hombre con suerte. Le va a hacer

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