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Descendencia de la familia Santana: 400 años de historia en el sur de Jalisco
Descendencia de la familia Santana: 400 años de historia en el sur de Jalisco
Descendencia de la familia Santana: 400 años de historia en el sur de Jalisco
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Descendencia de la familia Santana: 400 años de historia en el sur de Jalisco

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Descendencia de la familia Santana, 400 años de historia en el sur de Jalisco, de Rodrigo Sánchez Sosa, es una colección de datos, reunidos a manera de recorrido histórico, de los Santana, que finalmente se asentaron en el sur de Jalisco. La historia comienza con Juan de Santana, emigrado entre 1638 y 1639 desde la península ibérica a la península de Yucatán, en la Nueva España, el territorio que ahora conocemos como México. El autor nos explica detalladamente la organización de los sistemas sociopolíticos y económicos que existieron durante estos cuatro siglos, así como su repercusión en los integrantes de esta familia. En esta enriquecedora historia acerca del origen y el camino del apellido Santana, que ahora se encuentra más allá de la región sur de Jalisco, el autor reúne una cantidad de información precisa y detallada. Asimismo, este recorrido histórico ofrece una vista al periodo colonial, así como a los inicios de la independencia, la vida como nación joven, las trifulcas por el gobierno, la revolución, la posrevolución y todos los eventos y sucesos importantes que tuvo que sobrevivir la familia hasta llegar a la actualidad. Un punto medular lo ocupa la matriarca Josefina García Lozano, doña Pina, que dejó todo atrás por el amor a sus hijos y se estableció en Sayula, en los años sesenta del siglo XX, para continuar la andadura de este apellido.
IdiomaEspañol
EditorialPágina Seis
Fecha de lanzamiento26 feb 2024
ISBN9786078920273
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    Descendencia de la familia Santana - Rodrigo Sánchez Sosa

    Introducción

    Luis Fernando Santana Anguiano

    Somos una construcción trémula de átomos, un breve instante en la línea infinita del tiempo. Somos tú, él, ella, yo, lo que fue y lo que será; lo que nos dio origen y nos sostiene. Somos todos uno y lo mismo. Para estar aquí, en este siglo XXI, y ser lo suficientemente inteligente para desarrollar conciencia y entender todo esto, tuviste que ser el resultado de una extraordinaria línea genealógica, biológicamente determinada y favorecida por la fortuna, y, a la vez, vulnerable en el devenir aleatorio del infinito.

    La vida misma es frágil, y en este breve viaje a través de la historia de nuestra familia, con respecto a la historia de nuestra región, nuestro estado, nuestro país y de la humanidad misma, han existido guerras, pestes, pandemias, hambre, pobreza y más. Un pequeño cambio en alguno de estos sucesos, una pequeña variable, y no estaríamos aquí tú y yo. No solo hemos sido afortunados biológicamente al sobrevivir nuestra particular condición como individuos, sino milagrosamente afortunados en lo que respecta a nuestra ascendencia, la familia Santana.

    Considera esto: cada uno de los Santana que te precedió ha sido lo suficientemente atractivo para encontrar una pareja, lo suficientemente sano para reproducirse y lo suficientemente afortunado por su fe o por las circunstancias, las cuales desconocemos, para sobrevivir y lograrlo. Ninguno murió de alguna enfermedad, en algún accidente, pandemia o guerra sin antes haber dejado un descendiente, lo que, a través de muchos años, resultó ser tu origen. Tú y todos los Santana llevan dentro de sí, lo sepan o no, una pequeña parte de sus antecesores. Mi objetivo con este libro es compartirte un poco de nuestras raíces ancestrales, que te ayuden a construir tu verdadera identidad personal, en un mundo donde esta y la cultura como producto colectivo están desapareciendo. Quiero que sepas de dónde vienes, quién y qué fuiste, como parte de un todo, antes de ser tú.

    Quiero dedicarle este libro, primeramente, a mi padre, un hombre de pocas palabras, que, sin embargo, me ha enseñado muchísimo; a mi Pina, una mujer excepcional, bondadosa y fuerte; y a toda la descendencia Santana, a quienes yo quiero y estimo muchísimo.

    Que este libro de investigación genealógica de nuestra familia sirva para que nuestras futuras generaciones sepan quiénes fuimos, quiénes son ellos y de dónde vienen; y que no están ni estarán solos nunca, ya que una historia familiar los observa. Disfrútenlo.

    Los primeros Santana

    Pocas familias como los Santana, de la región sur de Jalisco, en México, pueden comprobar a la fecha una línea directa de parentesco de casi 400 años en registros históricos, que llevan hasta la España de Felipe II en 1618.

    Luego de que los primeros españoles pisaran las tierras de lo que luego sería México —en el actual estado de Yucatán, entre 1517 y 1519— solo pasaron tres años para que estos conquistadores europeos llegaran hasta lo que hoy es el sur de Jalisco, en diciembre de 1522.

    Para 1530 se había consumado la conquista de esta región del occidente mexicano, y para 1556 se dividía administrativa y políticamente en provincias con una alcaldía mayor como capital de una jurisdicción de pueblos y rancherías.

    Del primer repartimiento de tierras entre los conquistadores españoles (que se llamaron encomiendas) surgieron las primeras haciendas productoras de maíz, frijol, trigo, cacao y tabaco; así mismo surgieron las llamadas estancias, aunque estas más bien se relacionaban con la producción de ganado menor, como ovejas, cerdos, cabras, mulas y asnos, y la de ganado mayor, como vacas y caballos.

    Una red de haciendas y estancias componían el territorio de las provincias coloniales de lo que actualmente es el sur de Jalisco: la Provincia de Amula, la Provincia de Autlán, la Provincia de Ameca y la mayor de estas, la Provincia de Ávalos, con alcaldía en Sayula.

    Pobladores, colonos y conquistadores volvieron legendarios sus apellidos en función de las fortunas que lograron amasar en estas tierras, con su explotación y la de los indígenas que pagaban tributo con su trabajo en las haciendas, estancias y minas de encomiendas españolas del siglo XVI. Apellidos como De Ávalos, Ávalos y Bocanegra, Dávalos, Saavedra, Vizcaíno, Delgadillo, Camberos, Larios, Ponce de León y Fernández de Ceballos llegaron a ser sinónimo de estatus y de riqueza en esa primera época de la colonia, en el virreinato de la Nueva España, entre 1530 y 1600.

    Actualmente, persisten los apellidos de estos primeros pobladores europeos en el sur de Jalisco, pero la mayoría de quienes los ostentan no tienen parentesco alguno con los conquistadores. Los descendientes de estos fueron desapareciendo en 500 años; se mudaron a otra región o sus últimos descendientes murieron sin dejar descendencia.

    Para los indígenas, al iniciar el periodo colonial en el sur del actual estado de Jalisco (1523), el apellido a la usanza europea era una forma de organización social y familiar desconocida. Para ellos era más importante la tribu a la que pertenecían y en la que convivían con otros con quienes se identificaban. La identidad como cultura y la cultura como identidad. Algunas grandes tradiciones culturales y potencias guerreras como los purépechas, los tecos o colimotes y los nahuas, en esta región citada, se relacionaban en un mismo espacio geográfico con pimes, cocas, coras y otomíes, etnias más pequeñas en función de su territorio y dominio.

    La organización indígena era comunal, aunque tenía una división social jerarquizada con la clase gobernante a la cabeza. La importancia de la persona la daba el grupo al que pertenecía al interior y al exterior de su comuna; es decir, se podía ser otomí y pertenecer al grupo guerrero o al grupo de campesinos de esta tradición, y solo si se era miembro de la clase gobernante, la familia identificaba al individuo por el derecho a gobernar, que le daba la pertenencia al clan familiar.

    El indígena común tenía un nombre de acuerdo a su tradición, pero no un apellido. No fue sino hasta que los indígenas aceptaron la tradición cristiana y se bautizaron que adoptaron nombres y apellidos cristianos de los frailes que los evangelizaron, o el padrino español para el que también trabajaban en haciendas, estancias o minas. Algunos conservaron su nombre indígena y lo usaron como apellido, otros usaron el nombre cristiano de su padre como tal; por ejemplo, muchos indígenas llevaban como apellido un nombre de pila, podían llamarse José Clemente o José Antonio, en los que el segundo nombre era el apellido. Así fueron registrados en archivos de la Iglesia y el Gobierno colonial.

    Con las epidemias y guerras de los primeros años de la conquista, regiones como la de Villa Purificación, Autlán y Amula se despoblaron considerablemente de indígenas nativos. Los colonos españoles en estas tierras eran pocos y la producción necesaria de alimentos y otros insumos indispensables para comerciar con regiones, como las mineras, comenzaron a escasear en la red productiva, por lo que se hizo lo mismo que en otros lugares de las colonias en América: se importó mano de obra esclava del África meridional. Para el caso de la Nueva España, vía Portugal, Puerto de Veracruz, Ciudad de México, directamente a las haciendas o alcaldías mayores de esta región occidental.

    Con los africanos esclavizados y luego cristianizados pasó lo mismo que con los indígenas en la región, respecto del apellido, estos fueron bautizados con nombres cristianos, pero sin apellido, el cual solo obtenían al ser liberados, ya fuera por compra de su libertad o por otorgamiento como gracia de esta; en estos casos, el esclavo podía tomar el apellido del que fue su amo si este daba el permiso, y así era registrado.

    Para la tradición monárquica española y europea, el apellido no tiene exclusivamente una función administrativa. Para un imperio como el español, el apellido representaba los derechos sociales, políticos y hasta religiosos del individuo, que, a su vez, estaban organizados en cofradías, gremios o corporaciones heredadas del Medioevo.

    Las sociedades europeas aceptaban y fomentaban el apellido como una tradición nobiliaria, dado que el derecho de sangre entre las familias nobles europeas significaba el derecho de heredar reinos e imperios. Pertenecer a una familia es llevar su sangre y, con ello, los derechos que socialmente se le otorgan. La etnia es importante, la ciudad en la que se nace también, incluso el oficio juega un papel determinante, pero lo más importante en la jerarquía social en las monarquías es el apellido. La etnia se vuelve apellido, como en el caso del apellido Galeano, que se refiere a la etnia gala en Francia; o el apellido Navarro, Valencia o Vizcaíno, cuyos lugares de procedencia son Navarra, Valencia y Vizcaya, regiones y ciudades de España. También los oficios se vuelven apellidos: como Herrera, de herrero; Cantero, el que trabaja la o en la cantera; y Panduro, de panadero. El apodo o alguna característica física de un individuo o familiar podrían también volverse un apellido, como en el caso de Barriga, Rubio, Malgesto o Bocanegra.

    El origen más antiguo es el nombre del padre: Rodríguez, o hijo de Rodrigo; López, los hijos de Lope; Sánchez, los hijos de Sancho; Fernández, los hijos de Fernando; o Hernández, los hijos de Hernando. El apellido puede tener, al igual, un origen en cultos, cofradías y devoción a santos y deidades cristianas, como Santa María, Monje, Cardenal, Obispo y el mismo apellido Santana o Santa Ana.

    La tradición heráldica que remite a los escudos de armas tiene estos antecedentes. Aunque el apellido puede tener cualquier procedencia, las hazañas reales, supuestas o imaginarias de una familia otorgan estatus, sobre todo, el servicio de armas para la Corona o el rey.

    Los escudos de armas, normalmente otorgados por el rey a un hidalgo por sus servicios, cuentan la historia del apellido y la dinastía que representan, y el individuo, por obligación moral y honorabilidad, está compelido a honrar. Es una cuestión de honor. «Hidalgo» significa el hijo de alguien, es decir, el descendiente y representante de una tradición dinástica respetable, bajo la cual se organiza una estructura social en la que el apellido obliga. Los españoles, entonces, usan indistintamente el apellido del padre o la madre; pueden también prescindir de ambos y usar el apellido del abuelo u otro familiar lejano que les parezca más conveniente, al igual que pueden usar más de dos, sumando los apellidos de renombre ligados a su familia a los propios. La Corona española y la Iglesia católica aceptaban estas formas de reconocerse como depositario del honor y tradición familiar de un individuo.

    En la América colonial, volviendo a la región sur del actual estado de Jalisco, el mestizaje puso a prueba la tradición del uso del apellido. Luego de que los españoles tuvieran hijos con indígenas o con africanos, a las divisiones tradicionales por tribus —que se dividían, a su vez, en pequeñas villas o rancherías, que luego se volvieron barrios indígenas de un centro urbano español— y a la división entre los españoles nacidos en España y los nacidos en la colonia (llamados los primeros peninsulares y los segundos, criollos) se les sumó una subdivisión más: las castas. Estas eran subdivisiones de la población, determinadas por el mestizaje: al hijo de un español y una indígena se le llamó mestizo, al hijo de un mestizo y una española se le llamó castizo, al hijo de un español y una mujer africana se le llamó mulato y al hijo de una indígena y un africano se le llamó zambo, al hijo de un mestizo y una indígena se le llamo coyote y al hijo de un indio y una mujer africana se le llamo lobo. Algunas de estas denominaciones se volvieron apellidos, pero el sistema colapsó ante lo complejo del mestizaje.

    El apellido Santana, según distintas fuentes históricas, presenta dos posibles orígenes en España: uno es Galicia y el otro, las islas Canarias. El primero se relaciona con una orden de caballeros medievales cristianos, la orden de Santa Ana, una organización religiosa militar que defendió a España del invasor árabe, orden de caballería militar análoga a los templarios. Para cuando los árabes fueron expulsados de la península en 1492, el apellido Santana se extendió hasta Portugal, debido a que todos los monjes guerreros tomaron como apellido la denominación de la orden de santa Ana o Santana.

    El segundo origen cita a las islas Canarias, un archipiélago español de ocho islas sobre el océano Atlántico, 940 kilómetros al sureste de la península ibérica, formada por España y Portugal. La mayor de estas islas tenía en una de sus plazas el orfanato de santa Ana, y todos los niños que ingresaban a este tomaban por apellido el nombre del orfanato. Actualmente, según las fuentes consultadas, el 35 % de los habitantes de las islas Canarias llevan el apellido Santana.

    El primer Santana en México durante la época colonial, ancestro común de la familia Santana del sur de Jalisco, según archivos y registros consultados en esta investigación, se llamó Juan de Santana; migró a México entre 1638 y 1639 desde España, donde nació en 1618.

    Cuando don Juan de Santana nacía en suelo español, ya habían pasado casi cien años de la llegada de Hernán Cortés a México; la nueva España era un virreinato y la Nueva Galicia un reino dependiente, donde se encontraba la región que hoy es el sur de Jalisco, una audiencia independiente de la Ciudad de México con su propio obispado. Yucatán era una capitanía dependiente de la Audiencia de la Ciudad de México, con ciertas ventajas políticas para españoles e indígenas por su aislamiento del centro. Cuando a los 20 años llegara a probar suerte como migrante, corrían los últimos años del decenio de 1630. Don Juan fue parte de una oleada migratoria de españoles vía las islas Canarias a Yucatán —por ser este un territorio de fácil acceso desde el Caribe, que evadía los controles de migración de la Corona—, península escasamente poblada y lejos del centro de poder del virreinato novohispano.

    Juan de Santana debió partir en unos de los navíos que zarparon de las Canarias rumbo a la isla de Santo Domingo, cuatro o seis meses antes, pagando su pasaje o trabajando en el navío para cubrirlo; a estos migrantes ilegales se les conoció como los «canarios», por las islas citadas.¹

    Normalmente, se aceptaba a jóvenes desde los 16 años, capaces de soportar la dura vida de los navíos mercantes del siglo XVI como tripulación. Así que este joven Juan Santana no tuvo ningún problema en negociar su viaje al nuevo mundo en busca de aventuras y riqueza, y cruzó una ruta marina como la del Caribe, llena de peligros, como los atracos piratas, conflictos entre traficantes de personas, así como el hacinamiento en bodegas —que pudieron también transportar una carga de esclavos africanos en grilletes—, lo que exponía a contraer alguna enfermedad de índole epidémica.

    A su llegada a Mérida, Yucatán, encontró abundancia de tierra, pero unas condiciones que no permitían la siembra de trigo, cebada y centeno. Los indígenas mayas originarios de la península tenían tierras importantes concedidas por la Corona, y las haciendas de encomienda adquirían tierras de la comuna indígena para sitios de ganado o estancias, con el acuerdo de los mayas, como exigía la ley. Las tierras en manos de españoles producían excedente en maíz y caña de azúcar, que eran producidos exclusivamente por mano de obra indígena, ya que al negarse estos a producir carne, se dedicaron, como trabajadores de las haciendas y en su propia tierra, a la producción especializada agrícola. Mientras tanto, los españoles se especializaron en la producción, administración y comercio de las estancias ganaderas.

    Los españoles se enriquecían tanto del trabajo de los indios en sus haciendas como de la producción en sus tierras comunales, al comerciar con ellos de forma ventajosa. Por su parte, la abundancia de tierras permitía a los españoles fundar estancias de ganado mayor: vacas y caballos para la producción de carne, un negocio muy rentable, pues la región se había convertido en centro de abastecimiento de los grandes centros urbanos virreinales.

    Los indios, quienes sólo incursionaron en la ganadería menor, no estuvieron interesados tanto en mantener las tierras para las explotaciones de ganadería extensiva, como en que los españoles y sus ganados estuviesen alejados de sus tierras de cultivo… (al principio de la colonia) hacia la década de 1570, los indios se habían aficionado a la carne de res pero que no contribuían en la cría del ganado bovino. Los españoles consideraban que los indios consumían carne en exceso y al finalizar la década de 1560, su afición

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