El lejano oeste español
Pensar que la expansión española en América terminó en los actuales límites de México es un error histórico. El impulso explorador y conquistador no se detuvo en el Río Bravo, sino que continuó mucho más al norte, con una tenacidad asombrosa, hasta alcanzar para la segunda mitad del siglo XVIII las heladas extensiones de Alaska.
La labor colonizadora a lo largo de más de tres siglos dejó en Norteamérica una honda huella que subsiste en sitios como Nuevo México, Arizona, California, Colorado, Florida, Montana, Texas o Nevada. Todos ellos fueron territorios que pertenecieron a España hasta hace apenas dos siglos. Esta presencia continuada ha dejado además un profundo surco lingüístico y cultural que distingue con claridad a la América anglosajona de esa otra que se expresa en español, con una herencia común de raíz hispánica.
El esfuerzo colonizador anglosajón que, partiendo del este de Estados Unidos siguió hacia el oeste hasta alcanzar California, aniquilando de paso a las etnias indias que tuvieron la desgracia de cruzarse en el camino, no recorría tierras inexploradas por los europeos.
Ciudades de renombre
Mucho antes de que el cine de Hollywood, con su habitual frivolidad histórica, diera al mundo su adulterada versión de la conquista del Lejano Oeste, los hispanos ya estaban allí, habían entrado en contacto con las tribus originarias que poblaban las praderas y sierras norteamericanas y fundado un rosario de ciudades como Santa Fe, Albuquerque, Durango, El Paso, San Antonio, San Agustín, Los Ángeles o San Francisco.
Españoles fueron los primeros europeos que descubrieron el Misisipi y el cañón del Colorado, los primeros que vieron búfalos y establecieron puestos defensivos a lo largo de más de 5,000
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