101 TOLAIS
Por Pilar Zazoo
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Información de este libro electrónico
101 Tolais es una divertidísima e interesante obra en la que la autora, una "soltera semientera" encantada de serlo, hace un ocurrente y brillante recorrido por el mundo de las conquistas y de las relaciones de pareja, con una capacidad reflexiva y un sentido del humor arrollador. El gen Tolai existe, por lo que es una línea muy fina la que separa un hombre o una mujer "normal" de un espécimen "tarado".
Al contrario de lo que pasa en los cuentos, donde besas a la rana y se convierte en príncipe, en la vida real el príncipe o la princesa se acomodaran y se relajaran hasta convertirse en sapos o ranas. Podrán ser días, meses o años, pero recordad que al final, en todos los cuentos ¡¡¡el hechizo se rompe!!! Los tiempos han cambiado, ¿por qué conformarnos con un príncipe o con una pitufina con la cantidad de colores que existen? La vida es demasiado bella como para permitir que uno de estos espeluznantes tolais nos arruine el día, o peor aún, ¡¡¡ la vida entera!!!
Pilar Zazoo
Pilar Zazoo nació en Zaragoza en 1977, pero se crio en un pequeño pueblo de Ávila. Amante de la escritura y de las largas conversaciones, decide compartir con el mundo sus característicos toques de humor y sus peculiares pensamientos mágicos a través de sus relatos. Tras 101 manchas en su expediente amoroso, decide cambiar el cuento y olvidarse del mal amor, centrándose en la búsqueda del buen sexo al lado de un lobo que la vea mejor, la escuche mejor y la coma mejor.
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101 TOLAIS - Pilar Zazoo
PRESENTACIÓN
PILAR ZAZOO
ADORO SER SOLTERA,
SIEMPRE ESTOY AHÍ CUANDO ME NECESITO
A lo largo de los años, contra todo pronóstico y como era de esperar, he ido amontonando en mi entretenida vida un extenso repertorio de experiencias desastrosamente fallidas, tanto en el ámbito amoroso como en el sexual, gracias a las cuales he acabado acumulando en mi expediente sentimental más «manchas» que las que suman los 101 dálmatas de Disney.
Tras una interminable e incansable búsqueda sin éxito de mi alma gemela, de ese alguien «medio normal» con quien compartir mi vida y mis dotes amorosas, me vi obligada a tomar la decisión de cambiar el cuento y con ello olvidarme del «mal amor» al lado de príncipes sacados de cuentos chinos. De ese modo opté por centrarme en la búsqueda del «buen sexo» junto a un lobo que me escuchase, me viese y ¡¡¡me comiese mejor!!!
Porque, al contrario de lo que pasa en los cuentos en los que besas a la rana y se convierte en príncipe, en la vida real el príncipe y la princesa se acomodarán y se relajarán hasta convertirse en sapos, ranas y toláis. Podrán transcurrir días, meses, incluso años, pero se debe recordar que en todos los cuentos al final ¡¡¡el hechizo se rompe!!!
Por ello, con mis particulares toques de humor y mis característicos pensamientos mágicos, en los cuales mezclo realidad y fantasía, mi misión en este manual va a ser guiaros hasta vuestra pareja o hacia vuestro amante ideal, y no hacia el genio de Aladino, que, por muy azul que sea, nada tiene que ver con un príncipe o con una princesa.
Tened en cuenta siempre que por mucho que os digan que el mundo es un pañuelo, eso no quiere decir que tengáis que resignaros a terminar compartiendo vuestras vidas y vuestros orgasmos con cualquier mocoso espécimen.
Los tiempos han cambiado, ya no necesitamos reyes ni reinas con corona de caca de la que cagó la vaca, por lo que os recomiendo encarecidamente que mejor busquéis un lobo o una loba que llene vuestros cuentos y vuestras vidas de «polvos mágicos». Puesto que, ¿por qué debemos conformarnos con una pitufina o con un príncipe azul con la de colores que existen?
La vida es demasiado bella como para permitir que uno de estos espeluznantes toláis os arruine el día o, peor aún, ¡¡¡la vida entera!!!
Las personas que carecemos de pareja estable y que somos capaces de sobrevivir a los más duros y desafiantes días sin contar con el hombro de un compañero o de una compañera sentimental sobre el cual llorar o descargar toda nuestra mierda, a pesar de nuestras absurdas manías o paranoias y de nuestros continuos cambios de humor con sus consecuentes locuras transitorias, hemos aprendido a convivir felizmente con nosotras mismas. Somos gente hábilmente capacitada para coexistir en perfecta armonía con nuestro propio yo, por lo cual acostumbramos a respetar nuestros espacios, nuestros silencios y nuestras idas y venidas de olla con gusto. En definitiva, todos los que elegimos como estado civil y emocional la soltería ¡¡¡no somos seres raritos!!! Bueno, tal vez un poco sí, pero lo justo, y no más que los que conviven en pareja, ya que considero que somos individuos extremadamente inteligentes. Sí, sí, inteligentes he dicho, porque opino que escoger la soltería como relación sentimental es muy beneficioso para la salud, sobre todo, para la mental, de modo que incluso me atrevería a recomendarla como hábito de vida saludable.
No obstante, dejemos claro que los solteros no estamos solos porque seamos tan desastres o tan feos que no nos quiera nadie ni regalados, pues debéis saber que es por todo lo contrario. Estamos así por decisión propia, tomada de forma sabia, libre y voluntaria, no bajo coacción como en el caso de más de un casado. Y es que debo decir que todo este grupito de solteros y de solteras semienteras, al cual tengo el placer y el orgullo de pertenecer desde hace tanto tiempo que ya ni lo recuerdo, consideramos que ser solteros es algo positivo. Y no solo por la enorme sensación de libertad que este estado nos otorga, sino también por todo el tiempo que nos podemos dedicar a nosotros mismos, a nuestra creatividad, a nuestra intimidad o, sencillamente, a disfrutar de nuestra soledad.
Dicen por ahí que las personas demasiado intelectuales —como yo…— tienen menos probabilidades de encontrar a su media naranja, pero eso no es del todo cierto, dado que el hecho no se trata de que no la encontremos, sino que la historia es que ¡¡¡no la buscamos!!! Porque si aprendéis a quereros, a valoraros y a respetaros, os aseguro que os daréis cuenta de que vosotros mismos sois la naranja entera. Será entonces cuando dejaréis de perder el tiempo buscando cítricos que al final os amargarán la vida y os causarán dolor de estómago, y decidiréis centraros en buscar fruta de calidad, pero de temporada, como los higos o los mangos, visto que se trata de complementar vuestra vida con un postre, no de buscar un plato principal, porque no olvidéis que ese claramente siempre ¡¡¡deberéis ser vosotros!!!
INTRODUCCIÓN
SOLTERA SEMIENTERA
ESTAR SOLTERA NO ES IGUAL A ESTAR DISPONIBLE Y MENOS AÚN PARA UN TOLÁI
A mis cuarenta y seis primaveras, sigo soltera y sin compromiso o, como dirían mis amigas, veterana e indomable, y que conste en acta que no es por voluntad propia, si no, preguntadle a Cupido. Esa mágica criatura angelical que presume de ser un maravilloso Celestino valiéndose solo de un arco y de unas flechas llenas de amor ha decidido por mí que mi situación sentimental sea eternamente soltera semientera. Sí, sí, habéis leído bien, he dicho semientera, porque pareja no tengo, ¡¡¡pero sexo sí!!!
Y gracias a Dios, porque ¡¡¡ya era hora!!!, y no solo lo digo por la alegría y por los beneficios que el sexo otorga a mi cuerpo serrano, sino porque la falta de él produce envejecimiento prematuro, depresión, pérdida de memoria y no recuerdo qué otro montón de cosas más. Madre mía, con tanta abstinencia, ¡¡¡ya me han quedado secuelas!!!
Pero no dramaticemos, sabed que el cerebro funciona desde que nacemos hasta que nos enamoramos. Está demostrado que en periodos de enamoramiento dejamos de pensar con la cabeza y empezamos a tomar decisiones basándonos en lo que nos dicta el corazón. ¡¡¡Error!!!, cada órgano está para lo que está y así debe ser. La cabeza está para pensar; el corazón, para sentir y el culo…, ¡¡¡ahí lo dejo!!!, así que nada de pluriemplear los órganos, por favor, ¡¡¡seamos serios!!!
Cuando el ser humano se enamora, es como si fuese víctima de un encantamiento que le hace «estar en las nubes» y creer en la existencia de espléndidos príncipes azules y de radiantes princesas rosas. Seguro que todos recordaréis a esos maravillosos y perfectos seres, libres de toda tara y defecto posible, de los que tanto hemos oído hablar en esos fantásticos cuentos que nos han leído de pequeños. Hombres y mujeres con innumerables virtudes, largas melenas sin ni una punta abierta, dentaduras tan brillantes que eclipsarían al mismísimo sol, pieles más suaves que el culito de un bebé y unos definidos y fornidos brazos, que ríete tú de los portentosos musculitos del gimnasio. En conclusión, seres con mil virtudes y cero defectos, protagonistas de extraordinarias historias de amor imposible con final feliz. Qué digo feliz, superfeliz. Más aún, supermegaextraordinario final de cuento.
Como iba diciendo, este peculiar hechizo, que yo he denominado «Amorcillamiento», nos convierte en ilusos a merced de la más malvada bruja de cuento, «el Desamor» o, como yo la defino, «lady Hostia Terrible». No hay mucho que contar sobre ella, pues su propio nombre define perfectamente el fatal desenlace que con toda seguridad nos espera en nuestra hermosa y mágica historia de amor. Cuando esas bellas mariposas que han estado revoloteando en nuestro estómago salgan del cuerpo en forma de lágrimas y de desesperación y dejen caer el velo de nuestros ojos, mostrando a la persona amada tal cual es, sin trampa ni cartón, con sus defectos y manías, comprobaremos que ni era príncipe ni princesa, sino que lo que llevábamos tiempo besando era un sapo o una rana. Renacuajo en el caso de los amores prematuros. En este caso, solo tendremos dos opciones: sentirnos afortunados y liberados y hacernos una buena sopa de ancas de rana mientras nos repetimos «nunca más», cosa que sabemos que no será cierta, pero anima, o sentirnos plátano canario aplastado y chamuscado.
Informo de que en estos momentos de mi vida no estoy enamorada, por lo que mi cerebro debería estar funcionando perfectamente. Si a eso le añadimos que, por fortuna, al fin tengo sexo —y bien bueno, todo hay que decirlo— y que eso es medicina para la salud, una duda bombardea mi mente:
Cuando nos masturbamos…, ¿nos estamos automedicando?
La verdad es que siempre se ha dicho que el sexo alarga la vida. No sé qué fiabilidad tendrán esos datos, pero doy fe de que el cuerpo lo alarga fijo. En el caso de los hombres, si hay suerte, unos cuantos centímetros diría yo, y, si no la hay, unos cuantos milímetros. La vida ya no sabría deciros, pero, de ser así, en general, todos deberíamos dedicar más tiempo a intentar hacernos inmortales, ¿cierto? No me negaréis que sería buen plan.
Si hace un tiempo me hubiesen dicho que describiese mi vida sexual en dos palabras, hubiese dicho:
¿Mi qué?
Y es que, si lo analizo detenidamente, en mi vida he tenido más sexo malo e insatisfactorio que bueno. Con deciros que he pasado muchos años de mi vida fingiendo —no os digo cuántos— y pensando que los orgasmos no existían. Indudablemente, después de innumerables días y de incansables noches intentando tener uno sin conseguirlo, es normal que pensase que se trataba de una leyenda urbana o, más bien, de un cuento para no dormir. Por suerte, y como era de esperar, con el tiempo comprobé que sí que existían, sin embargo, por alguna extraña razón, no era capaz de tener uno a no ser que me lo provocase yo solita, una vez que el inexperto amante en cuestión desapareciese de mi cama y de mi vista. Por ello, fue inevitable que perdiese el interés por los hombres durante una larga temporada, aunque no por el sexo hermafrodita que tenía conmigo misma, ya que ese ¡¡¡era buenísimo!!!
Si os soy sincera, debería añadir también que he pasado más meses sin amantes que con ellos, porque tengo que confesaros que eso era menos frustrante y mucho más gratificante para mí. No hace falta que os diga —aunque os lo digo— que es un hecho que nunca fui buena seleccionando compañero para los juegos sexuales y, por consiguiente, mucho menos aún eligiendo pareja.
En una ocasión, después de un sinfín de citas fallidas, creí haber encontrado al que supuse que sería el gran amor de mi vida. Le di mi corazón, mi juventud, mi cuerpo de escándalo, las llaves de mi coche, Cóyak, mi inseparable compañero de viajes, un flamante Mercedes negro —aunque no tan negro como las intenciones de mi ex— y una autorización en mi cuenta bancaria. Y como no podía ser de otra manera, entro en escena lady Hostia Terrible y hasta ahí llegaron el amor y… ¡¡¡mis ahorros!!! El coche viajó hasta Marruecos montado en un ferry o, por lo menos, es lo que me contó la policía. A raíz de eso, me volví un bicho malo, pero malo, y más lista que el hambre a las ocho de la mañana después de acostarte sin cenar. Puse a Dios por testigo que no volvería a buscar un «príncipe azul», dado que todos destiñen pese a llenarles los bolsillos de toallitas atrapa color, y ahí fue cuando empecé a reescribir el cuento que quería para mi vida. Un cuento sin príncipes ni carrozas, una fábula rebosante de lobos feroces con voraz apetito y una historia llena de fornidos leñadores con tremendas dotes y ganas de calentar el hogar. En definitiva, más que un cuento, preferí escribir «ciento un» relatos repletos de «polvos mágicos», puesto que considero que sería muy aburrido, aparte de poco inteligente, buscar un simple príncipe azul o una sencilla princesa rosa, considerando la multitud de colores que existen, ¿no creéis? Concretamente, yo, por ejemplo, siempre he sido más de verde, además, creo que me favorece mucho al ser morena, aunque, ciertamente, el blanco, el naranja y el amarillo me apasionan; me parecen divinos. No obstante, ¡¡¡será por colores!!!
En fin, voy a dejarme de tanto cuento y os voy a poner en situación. Digamos que tengo claro cómo me quiero vestir y con quién no me quiero desvestir, porque, sin duda alguna, prefiero quedarme para vestir santos que desvestir todos los días al mismo idiota. Pero esa no es la cuestión. El asunto es que ya sé que el sexo existe, tanto el bueno como el malo, pero…
¿Y qué pasa con el amor?
Está claro que, si realmente existe eso de la media naranja, la mía debe seguir en el árbol intentando madurar. O tal vez yo sea la media naranja de alguien que es intolerante a la fructosa, porque, si no, no me explico por qué solo encuentro mandarinas. Que conste que no es que yo sea extremadamente exigente, ya que, sinceramente, considero que me haría más feliz un buen mango. Pero vayamos por partes, que aún no he acabado con Cupido, y antes de buscar a mi media naranja, creo que primero debería encontrar el tornillo que me falta. Como iba diciendo, este pequeño casamentero de dudosa reputación y desastrosa puntería —en serio, se mire como se mire, ¡¡¡tiene una precisión y una vista de mierda!!!— ha decidido no ponérmelo fácil, y no es que ponga piedras en mi camino, ¡¡¡es que coloca becerros!!! Quisiera pensar que me está poniendo a prueba, preparándome para valorar y elegir sabiamente a mi futuro compañero de vida, a mi príncipe azul, a mi semental, pero nada más lejos de la realidad. Lamentablemente, después del estrepitoso fracaso tras innumerables años de búsqueda de mi alma gemela, de ese alguien especial y medio normal con quien compartir mi vida, tengo varias teorías al respecto. Ahí va la primera:
Cupido no entiende de coordenadas, o se droga, o bebe vino, como yo, ¡¡¡pero él en cantidades industriales!!! Este acto claramente justificaría su falta de destreza con las flechas, por lo que tampoco descarto que al beber tanto le diese hambre y, a falta de aceitunas, decidiese comerse a mi media naranja. No olvidemos que ¡¡¡el hambre es muy mala!!!
Por cierto, como estamos hablando de vino, debéis saber que el alcohol no ayuda a olvidar, pero sí a vomitar hasta la última mariposa que os quede en el estómago. La naranja, sin embargo, es buena a cualquier hora por su alto contenido en vitamina C, y las aceitunas, qué podría deciros de ellas, salvo que, a falta de guinda en el pastel, pongáis una aceituna en el vermut.
Segunda teoría:
Tal vez mi encantador pero desorientado angelito se haya enamorado de mí y por eso no me quiera ver con nadie. Es una especulación un tanto absurda, pero no imposible. Realmente, soy una mujer poco común, con un exótico toque de locura transitoria. Diferente diría yo, aunque no tan rara como él, que se dedica a volar desnudo con un arco —que fijo que es de plástico y lo ha robado en una feria— y unas supuestas flechas mágicas que, según cuenta la leyenda, estarían impregnadas de pócima de amor. ¡¡¡Lo que hay que oír!!!, como si nos lo fuésemos a creer, ¡¡¡qué inocente!!! Que conste que yo no vuelo desnuda porque me gusta pasar desapercibida y, además, no quiero, no porque no sepa. Emprender el vuelo sería tan sencillo como activar en mi teléfono móvil el modo avión y despegar o, lo que es lo mismo, salir volando. Lo de aterrizar…, ya sería otra historia, una de trepidantes malabarismos o una del oeste, porque, sinceramente, serían altas las posibilidades de acabar mordiendo el polvo.
Digamos que soy un ser perfectamente imperfecto, por lo cual no sería de extrañar que Cupido hubiese puesto sus ojos en mis carnes serranas, cosas más raras se han visto. Aunque, pensándolo bien, si se ha fijado en mí, creo que no ha sido por amor, sino por desesperación. Posiblemente, soy una de sus clientas más difíciles, pues estoy segura de que, si yo he tirado la toalla, él debe de estar a punto de hacerse el harakiri.
¡¡¡Pobre angelito!!!
Por último, barajo la opción, poco probable, todo hay que decirlo, de que la culpa de que a estas alturas no haya encontrado pareja no sea de él, sino