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Si la cama hablara: ¿Reinas dentro y fuera de la alcoba?
Si la cama hablara: ¿Reinas dentro y fuera de la alcoba?
Si la cama hablara: ¿Reinas dentro y fuera de la alcoba?
Libro electrónico278 páginas10 horas

Si la cama hablara: ¿Reinas dentro y fuera de la alcoba?

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Información de este libro electrónico

¿Alguna vez sentiste que un hombre cambiaría tu vida? ¿Te has sacrificado por amor? ¿Quieres ser la madre -esposa- trabajadora y amante perfecta? ¿Te sientes insegura con tu cuerpo y tu desempeño sexual? ¿Te preocupa no tener ganas? ¿Quieres innovar en la cama pero no te atreves? ¿Te da pánico quedarte sola? ¿Crees que ya no quedan hombres? ¿Sientes que la vida te ha enfriado el corazón? ¿Sientes que tu intimidad de pareja es poco gratificante?



Si la cama hablara, de la autora Constanza del Rosario, nos invita a reflexionar y a replantearnos nuestro rol de mujer fuera y dentro de la cama y descubrir qué es lo que realmente queremos y nos hará plenas en nuestra vida intima, alumbrándonos en medio de esta cambiante sociedad contemporánea que nos presiona a ser independientes, bellas, sexualmente liberadas, perfectas madres, exitosas trabajadoras y esposas querendonas.

La autora a través del cuestionamiento de cuentos de hadas, la fantasía del príncipe azul, las enseñanzas afectivas y sexuales recibidas; derrocando tabúes, temores, culpas y normativas que recaen sobre nuestro genero y nuestro cuerpo; y otorgándonos valiosa información sobre la afectividad y la sexualidad femenina, nos intenta dar respuestas que nos ayuden a equilibrar poder y feminidad, reconectándonos con nuestra voz interior y nuestro deseo, para encaminarnos hacia la autorrealización personal y de pareja.

Un libro indispensable para todas las mujeres que quieren conocerse para ser plenas y felices en su vida afectiva y sexual. Lectura obligatoria para las que comienzan el camino del amor y el sexo; iluminadora para las que se sienten desorientas, angustiadas o desesperanzadas y motivadora para las que ya encaminadas quieren saber y hacer más por ellas mismas y su vida de pareja.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ene 2016
ISBN9789563381580
Si la cama hablara: ¿Reinas dentro y fuera de la alcoba?

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    Si la cama hablara - Constanza del Rosario

    significa.

    CAPÍTULO I:

    ¿REINAS O ESCLAVAS DEL AMOR?

    En el castillo o en el calabozo

    Buscando reinas, tuve la oportunidad de conversar con muchas candidatas acerca de sus vidas y sus principales deseos y preocupaciones en torno al amor. En todas ellas advertí una tremenda dualidad: por una parte están deseosas de tener a alguien a su lado, con quien compartir y establecer un vínculo afectivo y sexual, pero cuando se enfrentan a la real posibilidad de empezar un coqueteo con alguien que les interesa o llevan un tiempo pinchando con alguien, se activan (como por acto de magia) sus más arraigadas inseguridades acerca de cuán atractivas, deseables y dignas de amor y respeto son. También aparecen las dudas sobre cuán fiable es este prospecto y si vale la pena o no seguir invirtiendo en este hombre o en esta relación.

    Así, quien habría sido hace no mucho una especie de interesante tipo que se muere por mí y que me hace darme cuenta de lo encantadora que soy, para algunas comienza a transformarse en un adorable amo al que hay que mantener contento, si no quieren ser descartadas. Para otras, se vuelve un ser sospechoso al que hay que someter a una exhaustiva evaluación, para descubrir si tras esos encantos se esconde un peligroso estafador.

    Una verdadera paradoja. La misma mujer que solía comportarse en el resto de las áreas de su vida como una verdadera amazona, queda ante el devenir de sus necesidades afectivas, reducida a un tembloroso pollito, que teme ser maltratada por este príncipe-comadreja que ha irrumpido estrepitosamente en su vida, en su cabeza y en su corazón. Y digo príncipe, porque es el mejor cuando la pesca; y comadreja, porque es el peor cuando la ignora o decepciona; un subidón constante al ritmo del te odio mi amor. ¿A que no les suena conocida esta canción?

    ¡Condenado destino! Tanto que ansiaba encontrar el amor en su vida y abandonar su plana y solitaria existencia, ¿y qué obtiene a cambio? Un chico que al besarla no le dijo inmediatamente: ¿Quieres ser mi novia, vivir juntos y felices para siempre?. ¡Qué desilusión! ¡El príncipe azul se torno marrón!

    ¡Pero qué tipo este! Que no habla de compromisos, que no se da cuenta al instante de que ella es la chica perfecta para él, que necesita exageradamente de tiempo y espacio para conocerla, que aún no ha cerrado sus otras opciones; que muchas veces, en lugar de salir con ella, se va con sus camaradas; que desaparece de tanto en tanto o no se comunica con la frecuencia adecuada y que, para colmo, sexualmente se hace el difícil o te intenta convencer de llevarte a la cama a través del discurso del déjate fluir o del no seas fome ni pacata.

    En realidad, ¡qué tipo más cruel! Tan tranquila que estaba nuestra reina y ahora vive presa de las más crueles interrogantes:

    ¿Le gusto o no le gusto?

    ¿Llamará o debería llamarlo yo?

    ¿Tal vez ya no le intereso como antes o quizás solo está agobiado por el trabajo?

    ¿Debería mostrarme indiferente o no?

    ¿Quizás soy solo un momento en su vida?

    ¿Creerá que soy digna de su amor?

    ¿Será que ya no me desea?

    ¿Se cansó de mí?

    ¿Será este tipo un príncipe o una comadreja?

    ¿Y yo qué soy: una princesa o una fea hermanastra?

    ¿Por qué tan insistente? ¿Qué se trae entre manos?

    ¿Yo no era lo que él esperaba?

    ¿Este tipo me conviene o no?

    ¿Seré la única?

    ¿Sigo con él o lo dejo?

    ¿Me involucro o no?

    ¡Basta ya! ¡Qué horror! ¡Qué desgaste! ¡Pero es que no puedes parar de pensar!... ¡No, no puedo!...

    Si descubro que me ha mentido, ¿cómo me debería comportar?

    ¿Y si le interesa otra chica?

    ¿Y si está comprometido?

    ¿Y si me hace la desconocida?

    Y si me acuesto con él, ¿mantendrá o no su interés?

    ¿Y si me enamoro y sufro?

    ¡Ahhhh qué cabeza llena de tonteras! ¡¿Qué te hizo este maldito galán, que te ha robado la paz?!

    ¡Pobre chica! Ella, que se creía una especie de súper mujer, descubre que aquel guapo con quien tanto desea concretar su fantasía del cuento de hadas es también una especie de kriptonita, que la debilita y la conduce a un mundo donde abundan su peores enemigos: la ansiedad, las aprensiones, los celos, la rabia, el aislamiento y las dudas. Ahora bien, probablemente ustedes se harán la siguiente gran pregunta:

    ¿Por qué el amor puede llegar a perturbar y esclavizar a una candidata a reina?

    Básicamente porque sienten que el amor es una especie de meta particularmente difícil de alcanzar y que si cometen cualquier tipo de error, su idealizada felicidad se podría alejar. Es que las relaciones amorosas son experimentadas por nuestras candidatas a reinas como inconsistentes, frágiles e inseguras; de ahí que se preocupen y se esfuercen desmedidamente por asegurarse el amor del otro y por comprobar que este es de verdad y confiable.

    ¿Y cuál es el costo? Que la balanza entre amor dirigido a sí mismas versus el amor destinado a otro se desequilibra. Un profundo deseo de intimidad nos hace desvariar y entregarnos desmedidamente, postergándonos con tal de agradarle a alguien que apenas conocemos (pero que creemos conocer mejor que nadie) y con el cual más de alguna ya sueña con trepar al altar o al menos, convivir juntos en la casita en la pradera.

    Imaginamos que este puede ser el príncipe que reivindicará nuestro dolido corazón, dañado por tantas experiencias de vida; especialmente por aquellas en las que nos hemos sido manipuladas, controladas, asfixiadas, ignoradas, desilusionadas, abandonadas o engañadas.

    En segundo lugar, si el galán pasó los filtros, el check list y superó nuestra reticencia a volver a amar, creemos que viene enviado desde el Olimpo, y que él entra en nuestra vida con una especie de tarea mesiánica. De ahí que nos preocupemos en exceso por el estado de la relación, desviviendo por demostrarle al galán en cuestión que somos su chica ideal para así asegurarnos que no nos vayan a cambiar por otra. Tarea nada fácil, pues la naturaleza humana es imperfecta y el estándar desde donde nos medimos suele ser inalcanzable.

    Comprenderán que debido a este afán de agradar para ser amadas o de mantenerse a salvo para protegerse del desamor, lo que debería ser una situación de disfrute se vuelve una tarea que genera bastante estrés y ansiedad. El amor es vivido como una prueba que se debe superar para hallar la felicidad y para sentirse una mujer plena, desafío que a algunas las hace lanzarse a la piscina, mientras a otras las bloquea y espanta. Todo inconveniente se volverá, para nuestras candidatas a reinas, un índice de catástrofe, de amenaza y de destierro del futuro paraíso. Básicamente se convierten en unaesclava y/o fiscalizadora del amor. Esclava si por lograr atraer o mantener un vínculo con el chico de sus sueños, se posterga, volviéndose inconsistente con sus propias necesidades de respeto, personal y emocional. Fiscalizadora si con tal de mantenerse a salvo de sufrir se pone una serie de barreras a sí misma y al otro, se enfoca en todo detalle negativo por mínimo que sea, somete a escrutinio todo lo hace, diga o deje de hacer y presupone intenciones maliciosas, por lo que nunca deja de estar alerta.

    Amar y confiar en sí mismas

    Como se explicará en el segundo capítulo de este libro, el hecho de ser mujeres inmersas en una cultura como la nuestra, nos hace susceptibles de desarrollar este tipo de malas costumbres amatorias. Sin embargo, igualmente importante resultan nuestras experiencias personales y las ideas que cada una tiene acerca del amor. Ideas que provendrían no solo de nuestra cultura sino de nuestro entorno familiar, ya que no debemos olvidar que buena parte de lo que somos está en estrecha relación con el medio en el que nos hemos criado, y de quienes hemos aprendido, no solo a hablar o a tener buenos modales, sino también a vincularnos y concebir el amor de determinadas formas. Razones suficientes para poder sospechar que en el aprendizaje de las costumbres de volverse esclavas del amor, la familia podría tener un importante rol.

    Por ello, y en primera instancia intentaremos hacernos conscientes de nuestra historia personal, en lo que se refiere a los lazos de amor. Y comenzaremos por ahí, ya que tras escuchar historias de diferentes mujeres descubrí que la mayoría no solo coincidía en el modo de hacer frente a sus relaciones de pareja, sino que, en muchos casos, también compartían una suerte de viejos patrones de relación, más o menos inconscientes, que aprendieron desde muy pequeñas.

    Varias me confesaron que sintieron que de pequeñas sus familiares no eran capaces de verlas, y luego de calmar su angustia y su pena. Más que consoladas eran ignoradas o reprendidas por no sentirse bien o por cometer algún error. Algunas señalaron que pese a saber que igualmente eran queridas por sus padres y/o hermanos, nunca lograban sentirse protegidas y seguras, por lo que ansiaban que llegase alguien que supliera esa carencia y les diera ese amor, comprensión, contacto y atención extra que tanto necesitaban. Otras señalaron que de pequeñas al sentirse frustradas en sus intentos de lograr mayor proximidad con un padre y/o madre que consideraban distante, irritable y/o frío, decidieron reducir sus expectativas de amor y contacto y arreglárselas solita.

    Lamentablemente, estas experiencias tempranas les facilitó a estas chicas el comenzar a dudar de la disponibilidad de atención y de cuidados; temores que hoy en día, reviven con sus actuales (o potenciales) parejas cuando ante el más mínimo signo de desaire, desatención o crítica se activan las señales de alerta ante el posible desamor. En algunos casos, esto las hiere, porque en el ser amado habrían depositado la esperanza de encontrar esa relación ideal que les otorgaría atención suficiente para aumentar la seguridad en sí mismas y la sensación de pertenecer a un amor grande, perfecto y eterno. En otros casos, ante el desaire o desatención de la pareja o el pinche deciden desconectar sus sentimientos hacia esa persona, como una estrategia preventiva para no involucrarse más, defenderse a tiempo y no sufrir.

    También escuché varios relatos de chicas que desde pequeñas habían tenido que hacerse cargo emocionalmente de sus familiares y se frustraban o enrabiaban con ellos hasta anhelar muchas veces huir de su lado al no ser satisfecha su enorme necesidad de ser queridas y cuidadas. En silencio albergan una mezcla de tristeza, rencor, vergüenza y/o culpa tanto por estos malos pensamientos, como por sentir que ellas daban mucho más de lo que recibían a cambio. Al crecer, estas mujeres se han dado cuenta de que tienden a establecer relaciones con tipos que necesitan de ellas. Dan más de lo que reciben con la secreta esperanza de que serán recompensadas y recibirán igual cuidado y atención cuando la pareja esté bien.

    Por otro lado, también fue común el relato de mujeres que pertenecían a familias que, además de ser demandantes e incluso perfeccionistas, eran muy entrometidas y controladoras de su vida personal. Las chicas en esta situación se sentían permanentemente invadidas, poco reconocidas e incluso desvalorizadas. Experimentaban esta atención de sus padres como un forma de encarcelarlas, de no dejarlas crecer, de anularlas o de moldearlas a su manera, ya que si se quejaban o luchaban por liberarse, eran duramente sancionadas con críticas y castigos de todo tipo, como miradas recriminadoras o a través de la ley del hielo. Aprendieron con ello que el costo de ser ellas mismas es la soledad, el rechazo y/o el abandono. Más tarde en sus relaciones de pareja, esto se reflejó en que muchas veces sentían temor de ser auténticas, de tomar la iniciativa, de contradecir al otro, decir que no, expresarle sus necesidades o deseos, por temor a ser abandonadas o ignoradas. Otras, en cambio, relataron que lo vivido se tradujo en que no eran capaces de establecer relaciones de compromiso profundas y duraderas, ya que se agobiaban con facilidad y les angustiaba la idea de perder su libertad y ser controladas o anuladas. Esto producía que siempre cortaran con ellos al poco tiempo, se aburrieran, se volvieran hipercríticas, mantuvieran una relación con más de un chico a la vez o hicieran alguna locura, excusa suficiente para alejar o alejarse de la relación.

    A partir de estos casos y acorde a los fines de este libro, podemos sugerir que las relaciones afectivas de la infancia llevan a algunas a desarrollar un apego amoroso inseguro del tipo ansioso¹ y/o evitativo, que facilita el constante desequilibrio de la ecuación entre amor propio y amor a hacia otro, y con ello el flujo asociado al recibir y entregar amor. Asimismo, estas experiencias afectan el nivel de confianza que desarrollamos con respecto a nosotros, los otros y la vida. Se afecta también el equilibrio entre autonomía y dependencia y, por ende, aumentan las dificultades para regular el distanciamiento y la proximidad saludable respecto de la persona que aman o pueden llegar a amar.

    Esto explicaría que hoy en día, ya adultas, muchas de nuestras encuestadas y lectoras sienten que:

    Por una parte, el amor las esclaviza. En vez de traerles paz, plenitud y libertad, se sienten invadidas por una confusa mezcla de pasión, atracción, devoción, inseguridad, rabia, aprensión y angustia constantes. Sienten que la llegada del amor es una bendición y la posible respuesta a todas sus plegarias, de reparar un pasado afectivo de carencias. Pero también lo ven como un peligro del que hay que resguardarse, al creer, inconscientemente, que cada relación amorosa es una posibilidad de volver a repetir y sufrir las frustraciones vividas en sus primeras relaciones afectivas.

    Muchas crecen creyendo que la clave para tener la relación de sus sueños es aprender a posponerse a sí mismas, a priorizar la entrega y el deber ser para contentar a otros. Así, poco a poco se alejan de ellas mismas y la reina de corazones ya no solo desconoce quién es y qué quiere, sino que se deja de lado, deja de quererse, confiar en sí misma y de valorarse; algo que solo logra mediante la aprobación de su familia y luego de su pareja. En el otro polo, otras crecen bajo la idea de que las relaciones son potencialmente dañinas, no se fían de nadie y se mantienen en guardia, pues les aterra lo que puede desencadenar la entrega y el compromiso emocional.

    Corazones rotos

    Estimadas lectoras, nuestros modos de relación y expresión de sentimientos son afectados tanto por nuestras experiencias familiares como por la cultura en la que estamos insertas. Ya tenemos más o menos clara la enorme importancia de nuestras primeras enseñanzas afectivas. Probablemente estemos conscientes de que lo ideal hubiese sido que ojalá tanto nuestras candidatas a reinas como tú, como yo y como todos los demás seres humanos que habitan este planeta hubiésemos tenido de pequeños un aprendizaje emocional saludable que nos permitiera, desde niñas sentirnos (gran parte del tiempo) queridas, cuidadas, estimuladas y apreciadas por unos padres, capaces de entrar en sintonía emocional con nuestros deseos y necesidades; todo esto sin que sintiéramos que estos últimos, arbitrariamente imponen, la mayor parte del tiempo, los suyos y nos adaptáramos a su disponibilidad y estabilidad emocional.

    De haber sido así, seguramente, hubiésemos podido desarrollar una imagen positiva de nosotras mismas y confiar en la buena voluntad de los demás. De esa manera, ya adultas, habríamos logrado establecer relaciones amorosas basadas en la reciprocidad, la sintonía y cercanía emocional, la confianza y el respeto mutuo, al haber aprendido a través de la comprensión, aprecio, constancia y cuidados de nuestros padres a regular nuestros estados emocionales.

    Pero no vivimos en un mundo así de perfecto y por lógica puede darse el caso, aunque duela reconocerlo, que tanto tú como yo sintamos que no vivimos nuestros aprendizajes emocionales bajo las mejores condiciones. O que a pesar de haber tenido una maravillosa infancia, con la llegada de la adolescencia todo ese paraíso emocional se marchitó.

    Probablemente, pese a los enormes esfuerzos por satisfacer los criterios de nuestros padres (y quién sabe de cuántos más) muchas veces se quedaron con la amarga sensación de que hicieran lo que hicieran, nunca lograrían conformar a sus cuidadores. Estos difícil o esporádicamente reconocían sus esfuerzos, haciéndolas sentir constantemente insuficientes, malas, desconsideradas, egoístas o comparativamente a otras, menos idónea.

    Al vivir pendientes de dar la talla, algunas de estas pequeñas princesas crecieronorganizando su vida según los deseos de otros, quienes, como ya les he dicho, de un modo frecuentemente unilateral, les iban indicando cómo deberían sentir, pensar y actuar si querían llegar a ser amadas o al menos evitar ser reprendidas. Se les inculcó la idea de que dependía de su habilidad para ajustarse al modelo de los otros, el alcanzar el prometido estado de placer, plenitud, paz y alegría, más o menos permanente, llamado felicidad.

    Otras, ante las actitudes coléricas, frías, castigadoras o controladoras de sus padres optaron por mantenerse alejadas de éstos pese a vivir bajo el mismo techo, manteniendo distancia física y comunicacional, creándose una pequeña coraza contra balas, para obtener tranquilidad al evadirse en su propio mundo y al desconectar sus sentimientos.

    Estando tan atentas a cumplir o a evadir los deseos y sentimientos ajenos más que a desarrollar una autonomía emocional, las primeras fueron estimuladas a establecer cierto nivel de dependencia afectiva, caracterizado por una búsqueda incesante de amor y aprobación, que les ocasiona ansiar fervientemente la proximidad del ser amado y desesperarse ante la posibilidad de ser rechazadas o abandonadas. Las segundas fueron impulsadas a desarrollar una pseudoindependencia, desatendiendo a los demás, convenciéndose de que su familia no las afectaba, cerrándose y defendiéndose de la cercanía como un gatita arisca.

    De ahí que es entendible que, con el pasar los años, las princesitas de corazón roto crezcan creyendo que la aparición del supuesto príncipe no solo las acerca a la felicidad, sino que también al dolor. Sienten que la intimidad, que nunca han logrado entender del todo y menos ha logrado satisfacer sus carencias, las hace más vulnerables o las pone en guardia. Y aunque desean fuertemente confiar en que el hombre ideal ha aparecido finalmente en su vida para saldar una antigua deuda y promesa de amor, oscuramente temen que este les mienta, las utilice, las hiera, las asfixie, las controle, las critique, rechace o las abandone. Y este es el gran dilema y la gran ambivalencia que moviliza a nuestras candidatas: la búsqueda incesante del amor (ya que desean la apertura y la entrega) versus la huida del amor (ya que temen y desconfían de él, pues piensan que una y otra vez las dejará caer).

    Así, un nuevo y esperado amor muchas veces no solo las hacer percibir el mundo como si el sol estuviese más brillante, el pasto más verde y la gente más agradable y alegre, sino que también las lleva a conectarse con ese apartado gris de sus temores y pesadillas inconscientes. Miedos que harán a algunas ansiar concretar rápidamente un compromiso y a otras a huir despavoridas ante el mismo. O ambas cosas a la vez.

    ¡Aceptémoslo!, para muchas chicas las relaciones de parejas, más que otra área de nuestras vidas, representan un verdadero talón de Aquiles. En el caso de nuestras candidatas a reinas, los más leves indicios de que el amor, su chico o ellas mismas no sean del todo perfectos, bastan para poner en alerta sus sirenas de pánico, impulsándolas a funcionar en modalidad de ataque, pegoteo o huida.

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