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Sexo es vida
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Libro electrónico64 páginas1 hora

Sexo es vida

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Información de este libro electrónico

Recopilación de artículos ya publicados por Yaslyn Gonzalez Editora de HIT Magazine en Miami.
Su objetivo? Ayudar a todo aquel que no ha logrado ser feliz en su vida intima y mostrarle al mundo que las mujeres sienten y necesitan, tanto como los hombres, la realización personal en ese mundo tan delicado y a la vez fuerte que es el SEXO.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 sept 2010
ISBN9781452421575
Sexo es vida
Autor

Yaslyn Gonzalez

Cuando se comienza a leer un libro, usualmente se intenta imaginar a quien lo ha escrito y por el tema del mismo, se trata de hacer un bosquejo de la personalidad de su creador. Pero cuando el libro en cuestión, es el que ahora tiene en sus manos, querido lector, no es fácil asociar la imagen de su joven y bella escritora, con la experiencia y madurez de los temas del mismo. Yaslyn Gonzales, creció devorando todo tipo de literatura, desde las simples historietas en colores, llenas de ese mundo fantástico que adoran los más pequeños y las aventuras para los más grandecitos, hasta los clásicos, y así llegar a acumular tal cantidad de información que decidió elegir la carrera de periodista, la cual le ha permitido ser la dueña y redactora principal de la Revista Mensual HIT Magazine. En su doble papel de madre y profesional, es muy poco el tiempo que le queda libre para escribir fuera de su revista. Por eso, hizo esta recopilación de sus artículos ya publicados y los ha puesto a disposición de un público que ella está segura, aceptara de buen grado toda la información que aquí se ofrece. Su objetivo? Ayudar a todo aquel que no ha logrado ser feliz en su vida intima y mostrarle al mundo que las mujeres sienten y necesitan, tanto como los hombres, la realización personal en ese mundo tan delicado y a la vez fuerte que es el SEXO.

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Sexo es vida - Yaslyn Gonzalez

Capítulo 1

"Se van los imperios y el sexo permanece"

He de confesarles que, cuando estoy visitando algún lugar histórico, por ejemplo un castillo medieval, unas ruinas romanas o unas pirámides mayas, a menudo me imagino a sus remotos y originales habitantes, haciendo el amor febrilmente.

No crean que este impulso rememorativo está relacionado con compulsiones personales o algún afán pornográfico; si los imagino en la cama, en el fragor del sexo, enredados los unos en los otros, es porque así puedo proyectarme hacia ellos, hacia su tiempo y su cultura.

Porque puedo entender lo que sentían al amarse. Los tiempos cambian, las civilizaciones se suceden, los imperios se hunden pero el hacer el amor es un nexo común de todas las eras en la larga historia de la humanidad.

Un espartano feroz, con cuchillas en las ruedas de su carro (un recurso para cortar las patas de los caballos enemigos), es un individuo que hoy nos resulta exótico, extraño, tal vez incomprensible y hasta cruel. Pero basta con pensar en su intimidad de piel y jadeos para sentirle cerca, para saberle unido a nuestro tiempo. Es como descubrir que existe algo fundamental que hemos vivido más o menos de la misma manera, el espartano y nosotros, en un puente vertiginoso que salta por encima de los milenios.

En el territorio de la carne, me parece que seguimos siendo todos semejantes, desde la primera pareja prehistórica allá en su caverna.

Así que igualmente me instalo, por ejemplo, en el interior de un torreón normando, todo granito y sombras, me invento a un señor feudal y a su fogosa dama y al ensoñarlos juntos, me traslado de golpe a esos tiempos lejanos.

A decir verdad, la cosa no queda ahí. Este viaje instantáneo al corazón de los otros por medio de la sexualidad no me ocurre sólo en lugares antiguos e históricos. A veces, cuando me siento muy sola o más bien muy aislada dentro de mi individualidad, juego también a imaginar a los otros (a los extraños que me rodean) en el trance siempre decisivo y emocionalmente desnudo del amor. Por ejemplo, en medio de un atasco. Pongamos que estoy en mi coche, atrapada en una congestión del tráfico. A mi alrededor, decenas de personas furibundas a causa del caos circulatorio, todas aferradas al volante, agresivas y frustradas. Pues bien, inmediatamente me los imagino en la cama, sudorosos e indefensos, sin nada cubriendo sus cuerpos, vivos y tan parecidos a lo que una es que enseguida les contemplo con mayor simpatía, como si de repente hubiera podido hacer un viaje astral hasta el interior de sus vidas. Es como si les conociera y les entendiera, pudiendo comprenderles en todo lo que les pasa por su mente.

Siempre he pensado que la sociedad occidental da una importancia desmedida y equivocada al sexo. Es algo que han llenado de palabras, de leyes y de prohibiciones, vistiéndolo de oprobio y pecado, celos, sentimientos posesivos, de honras y deshonras delirantes, demandas de divorcio y confusiones bárbaras. No creo, por ejemplo, que un acto sexual insignificante y pasajero (una infidelidad, como la gente dice, llenándose mucho la boca) merezca en absoluto la ruptura de una relación que, por lo demás, funcione bien. Cuando sé de parejas que se deshacen por una nimiedad semejante, siento pena.

Probablemente, estamos demasiado tiranizados por nuestras propias inseguridades y por siglos de una educación social de inhibición y temores, aunque ha habido pueblos en donde dentro de su cultura, la promiscuidad estaba bien vista.

Por un lado entonces, cargamos el sexo con una pesadumbre que tal vez no le corresponda y por otro lado, banalizamos lo que la sexualidad tiene de fulminante y de glorioso, de fuerza elemental y de terremoto íntimo.

En el sexo quedamos desprovistos de lo accidental. Es un momento que nos devuelve a la animalidad, sin duda, a la piel fiera y ciega. Pero además, en cada acto sexual hay un estallido de vida y una vislumbre de muerte; esto es en fin, la esencia de lo humano. Y por eso nos podemos seguir reconociendo en ese instante a través del tiempo y del espacio.

Capítulo 2

La comunicación!

Hay

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