Sedúceme otra vez: Claves para renovar la pasión en la pareja
Por Sonsoles Fuentes
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¿Cuánto dura la atracción física? ¿Cómo recuperar el deseo sexual?
Este libro está dirigido a todas las parejas que quieren recobrar esa «chispa» que estalló cuando se sedujeron el uno al otro. La llegada de los hijos, las presiones laborales y sociales, las obligaciones mal entendidas... suelen ser los desencadenantes de la apatía y la pérdida del deseo. Cuando el erotismo se esfuma es imprescindible recuperar la sensualidad, la emoción, el juego y el gusto por estar juntos.
Sonsoles Fuentes, periodista y autora de obras como SEX CONFIDENTIAL y SOY MADRE, TRABAJO Y ME SIENTO CULPABLE, nos encamina hacia la proximidad y la cercanía emocional, de manera que podamos elaborar nuestras propias fórmulas, encontrar los aderezos adecuados para avivar la llama, y aprender a interpretar las señales físicas y emocionales de nuestro deseo sexual. También nos propone desmitificar aquella pasión volcánica que nos atrapa en los inicios de la relación y nos enseña a valorar todo lo que nos aporta el amor en su evolución, porque lo importante es volver a sentir ganas y sed del otro.
Sonsoles Fuentes
Soy española, gaditana por parte de madre y de nacimiento. En Cádiz disfruté de mi primera infancia hasta los nueve años. Después nos trasladamos a Barcelona, en cuyo puerto mi padre ocupó el cargo de patrón de cabotaje. Papá es gallego, así que entre tanta mezcla de genes y cultura, siento que pertenezco a la Tierra de Nadie, y al mundo entero.Me licencié en Ciencias de la Información, aunque mi madre quería que fuese abogada porque le encantaban las películas de juicios. Ella me contagió la pasión por el cine.Después, contra todo pronóstico comencé la carrera profesional en la radio. Mi timidez era de tal magnitud que la vocecilla temblorosa hacía pensar a los oyentes que algo extraño sucedía en el estudio. Años después, cuando ya conducía mi propio programa, me puse a hablar de parejas y de sexualidad, y hasta hoy. Actualmente escribo, siempre que haya hueco, para diversas publicaciones, como el Magazine de La Vanguardia, o las revistas Woman, Man, Glamour y Sexologies. También he colaborado en la sección de sexualidad del programa "La naranja metálica", emitido en Canal 9, y como contertulia en varios espacios televisivos.He publicado más de una decena de obras, entre ellas, el bestseller “Soy madre, trabajo y me siento culpable”, "Chicas malas. Cuando las infieles son ellas", "Él está divorciado", la novela "Como la seda" y varios manuales de sexualidad y relaciones de pareja, como "Sex Confidential. Fantasías eróticas y otros secretos de nuestra vida sexual", “Sedúceme otra vez” o “Inteligencia sexual”.He escrito otras obras de ensayo relacionados con los conflictos familiares y los trastornos a los que nos conducen los ambientes de trabajo intoxicados. Y mis novelas no son, por ahora, de tendencia erótica, salvo que la escena lo exija. La última novela publicada se titula “Alas negras y chocolate amargo”.
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Sedúceme otra vez - Sonsoles Fuentes
¿Para quién es este libro?
Este libro está dirigido a las parejas estables, independientemente de que hayan formalizado el lazo de unión con un casamiento o no. Incluso cuando utilizo palabras como matrimonio, cónyuges, relación conyugal o casados, estaré refiriéndome a personas que mantienen un vínculo duradero de compromiso.
Es evidente que los conflictos sexuales son, en muchos casos, los síntomas de otros problemas en la relación, mucho más complejos y profundos, tan particulares que son imposibles de tratar en las páginas de un manual práctico. Ni en este ni en ningún otro libro encontrarán suficiente ayuda quienes se enfrentan a situaciones de lucha por el poder, de juegos de manipulación, de trastornos de personalidad o de acoso moral. Es recomendable, entonces, la intervención profesional de los excelentes especialistas en terapia de pareja que existen en nuestro país.
Sí están escritas estas páginas para aquellos que recuerdan con nostalgia el entusiasmo del comienzo, para los que disfrutan de una fabulosa relación de compañerismo y amistad pero desearían convertirse, además, en amantes, para los que se han cansado de esperar a que el deseo reaparezca de manera espontánea, para los que echan de menos el misterio.
Sí están escritas para quienes iniciaron una relación cálida e íntima y temen que algo está dejando de funcionar, que está llegando el frío, que se sienten distantes y no quieren tirar por la borda el vínculo afectivo de atracción física que había entre ellos.
Sí están escritas para quienes tienen buen sexo y quieren que, además, salten chispas.
Sí están escritas para quienes una vez se sedujeron el uno al otro, construyeron un proyecto vital y conservan la ilusión de seducirse de nuevo.
Este libro no es un manual de posturas y zonas erógenas. Siento defraudarte, si es lo que esperabas. Este libro va de lo que ocurre, de lo que debería ocurrir antes de eso. Va sobre el deseo y su recuperación, de volver a tener sed del otro. Está escrito para los que quieren que ocurra, sin recetas mágicas, desde la voluntad de encontrar las propias, las tuyas.
No existe un mapa del tesoro de Eros, cada cual tiene que dibujar el suyo, elaborar sus propias fórmulas, encontrar los aderezos adecuados para avivar la llama cuando el estrés, la aparición de los hijos y las agendas ocupadas alejan el erotismo del nido amoroso. Quizás unas gotas de riesgo, una pizca de transgresión, un toque de locura y mucho juego. Dicen que cuando se reconoce la situación y se está dispuesto a enmendarla, ya se ha alcanzado la mitad del camino. O como decía Einstein: «La formulación de un problema es más importante que la solución».
Yo sigo buscando respuestas. Creo que cada cual ha de buscar las suyas, las que mejor le convengan. Pero encontrar a otras personas y parejas con los mismos anhelos y necesidades, que se hallen en situación semejante, nos permite sentirnos comprendidos, aliviados. Y la creatividad de unos enciende la ideas de otros. Por ello vale la pena escuchar sus testimonios.
Continuemos el recorrido...
1
¡AY, CARIÑO, PARA YA!
Se nos rompió el amor de tanto usarlo,
de tanto loco abrazo sin medida,
de darnos por completo a cada paso.
Se nos quedó en las manos un buen día.
Se nos rompió el amor de tan grandioso.
Jamás pudo existir tanta belleza.
Las cosas tan hermosas duran poco,
jamás duró una flor dos primaveras.
Me alimenté de ti por mucho tiempo.
Nos devoramos vivos, como fieras.
Jamás pensamos nunca en el invierno,
pero el invierno llega, aunque no quieras.
Y una mañana gris, al abrazarnos,
sentimos un crujido frío y seco.
Cerramos nuestros ojos y pensamos:
Se nos rompió el amor de tanto usarlo.
El amor loco, el amor obsesivo, la pasión arrolladora, la que te hace perder el control. Esa pasión sin medida, como escribió Manuel Alejandro, a la que cantaba Rocío Jurado, a la que han cantado poetas por los siglos de los siglos, sobre el que se ha fabulado desde la noche de los tiempos. Esa pasión que se intuye en la niñez, con la que se fantasea desde la pubertad, en cuyas promesas de felicidad continúan creyendo los adultos.
Esa pasión, esa, que nos une al otro, anhelantes de la fusión completa, con la esperanza de que se mantenga intacta de por vida, deseándonos por siempre jamás, hasta que un día se oye el crujido seco, o el invierno se cuela por las rendijas sin avisar.
Lo sé: no todas las parejas inician su historia sentimental con tal exceso de arrebato. Pero con más o menos profundidad, con más o menos intensidad, alguna vez sentimos hundirse la flecha, que salta la chispa, que surge la atracción. Una sonrisa, un roce, una mirada de pupilas dilatadas y la felitenamina y la dopamina colonizan el cerebro. No importa si eres empleada de una sucursal bancaria, si ocupas un alto cargo en el ayuntamiento de tu ciudad, si eres mecánico de un taller de automóviles, abogada, química en un laboratorio farmacéutico o programador informático, todos estamos expuestos a caer en esa droga, a ponernos de anfetas de oreja a oreja y a no pensar en otra cosa que en tomar la próxima dosis: a volverle a ver, a oler, a tocar, a besar, a chuperretear. Ni comes, ni duermes, ni pillas resfriados.
Si alguna vez has estado enamorad@, créeme, sin probar las drogas de diseño, ya sabes qué es eso del subidón.
Algo nos dice que es él, que es ella, que nos hemos encontrado por capricho del azar —por una vez, estaba de nuestra parte, ¡ya era hora!—, por una configuración astral, porque era nuestro destino, porque estaba escrito. Estamos seguros de que lo que sentimos es un tipo especial de amor, que se trata de algo más que una fantasía pasajera. Y tomamos precauciones para que no se nos escape: modelamos nuestro comportamiento, mostramos la mejor de nuestras caras, nos disfrazamos un poco, ponemos freno a ciertas conductas que podrían desagradar, mientras le miramos, mientras nos mira, con buenos ojos, con «lentes de color rosa», dicen los psicólogos. Consentimos imaginar al otro como necesitamos creer que es. ¡Esto tiene que funcionar, por Dios!
Se nos acelera el pulso. Una furia se desata en el bajo vientre. Está claro que vamos a entendernos en la cama. El sexo entre nosotros se elevará a la categoría de arte, aunque apenas sepamos nada el uno del otro. La conexión es demasiado fuerte, intensa, como para que no sea posible danzar en brazos del otro con movimientos perfectamente sincronizados. (Tienes permiso para echarte a reír).
Ideas preconcebidas, clichés, estereotipos, roles sexuales que aceptamos e interiorizamos, creencias heredadas, valores culturales que asumimos como nuestros sin reflexión previa, cuentos de hadas, poemas, amores novelescos, cine, cine, cine, cine...
¡Qué pesado es el equipaje con el que llegamos al amor! ¿Qué tal si intentamos aligerarlo un poco?
Falsas expectativas
House: Estamos de luna de miel, nuestros cerebros rezuman endorfinas. Cuando se nos pase, ¿qué nos quedará?
Wilson: Una relación adulta.
El doctor Gregory House pone cara de escéptico. Ha llegado a este capítulo de la serie —el tercero de la séptima temporada— con experiencia en el amor, en sus destiempos y en sus desaciertos. Ya ha pasado por un divorcio. Sabe que un día las lentes de color rosa se rompen, que la doctora Cuddy y él tendrán que mirarse frente a frente y comprobar si hay o no enamoramiento. Y aunque lo haya, sospecha que también esos sentimientos pueden desvanecerse, que se esfumará el misterio cuando se conozcan demasiado, y dejará paso al hastío.
No sé quién lee estas líneas. No sé si eres hombre o mujer, ni cuál ha sido tu historia personal. Si, como el doctor House, has sufrido el dolor de la ruptura y andas ya por el tercer matrimonio o aún compartes tu vida con la persona con quien, por primera vez, decidiste que lo vuestro iría para largo.
Sea como fuere, has llegado al punto en que te encuentras con un equipaje: tus experiencias vividas. Todos llevamos con nosotros un pasado que condiciona nuestras preferencias, que dibujan un retrato-robot de quien consideramos nuestra alma gemela, y que van a determinar de qué manera nos comportaremos en la relación con la persona de quien nos enamoramos.
Hay algo de cierto en la idea de que «estaba escrito». Todo lo vivido deja su impronta en nuestro cerebro. «El pasado no está muerto ni enterrado. De hecho, no es ni siquiera pasado», escribió William Faulkner. Nos comportamos empujados por el cúmulo de experiencias que nos acompañan, por las enseñanzas que nos transmitió la familia sin percatarnos casi, las personas con las que hemos compartido nuestro tiempo, con las que hemos reído o llorado, con las que corrimos las juergas, con las que nos aburrimos, por los sucesos de nuestra vida que nos han marcado —algunos más, otros menos—, por el cine y la televisión que nos hemos acostumbrado a ver, por la publicidad, por la moda, por las historias de los libros que leemos, por las historias que otros han vivido, según cómo nos las hayan contado y cómo las hayamos oído...
Todo ello ha ocupado un espacio en la maleta que acarreamos desde la infancia —a menudo, sin darnos cuenta— cuando nos enamoramos de alguien, y de todo ello va a depender que nos plantemos en medio de ese torbellino que es el enamoramiento y su euforia con unas expectativas más o menos realistas de lo que debe ser la vida en común y lo que esperamos de una vida sexual de la que proyectamos disfrutar a largo plazo con el ser especial y que, sobre todo, hace que te sientas especial. Pero ¡no somos esclavos de nuestro carácter ni del aprendizaje heredado! ¡No deberíamos serlo!
Hace pocos años, cuando estudié el mundo de las personas sin pareja —singles es el término inglés con el que ahora se les denomina—, me sorprendió la pregunta de una mujer de treinta y seis años, licenciada universitaria y con empleo de funcionaria: «¿Pero no crees que el príncipe existe?». No pude remediar una salida socarrona: «¿Quién, Felipe de Borbón, Carlos de Inglaterra? Sí, no me parecen dibujos de la factoría Pixar». Después pedí disculpas por mi irónica respuesta y expresé mi opinión sobre las medias naranjas y los hombres ideales.
Nosotras no somos las únicas que hemos llegado a creer en cuentos de hadas. También desde pequeños, los varones idolatran a los héroes, los modelos a los que quieren parecerse, y de mayores pueden sentirse atraídos por mujeres que aparentan necesitar que las salven.
Aun así, las expectativas que tenemos sobre el amor y cualquier otro aspecto de la vida suelen variar con las épocas, según el contexto sociocultural en el que nos criamos y, sinceramente, no me esperaba que las creencias que se transmiten en los relatos antiguos continuaran vigentes, y mucho menos en personas que han alcanzado una edad, digamos, madura. Pero lo están. Aún hay quien se convence de que el flechazo, esa loca atracción, es una garantía de que la cosa va a funcionar con la misma fluidez y naturalidad con que la lava de un volcán en erupción discurre por la ladera. Y que siempre va a mantenerse en estado candente. Que el amor ardiente ha de durar toda la vida, que si el amor se acaba no era auténtico. Que nos pasaremos la vida con ganas ininterrumpidas de comernos el uno al otro. Que jamás nos sentiremos atraídos por otra persona. De lo contrario, lo vivido al principio, por más intenso que fuera, por más verdadero que nos pareciera, por más que disfrutáramos en la cama, era un simple espejismo, una alucinación fruto de nuestras necesidades afectivas, sexuales, emocionales...
Los psicólogos advierten de la perniciosidad de los mensajes transmitidos por muchas de las películas románticas que se filman en Hollywood, que despojan a la pareja del convencimiento de que su amor es un proyecto vital que necesita de un trabajo diario más allá del período que concedemos al juego de la seducción.
¿Trabajo?
Un estudio de la Universidad Heriot-Watt, de Edimburgo (Reino Unido), advierte de que las comedias románticas que llegan a las pantallas pueden estropear las relaciones amorosas porque colocan el listón muy alto en términos de expectativas. Sus principales seguidores no consiguen comunicarse con sus parejas. Los retratos de las parejas en los filmes transmiten una falsa sensación de perfección por la simple circunstancia de estar enamorados, sin esfuerzo alguno, dando a entender que la entrega amorosa y la confianza surgen desde el momento en que se produce el flechazo, como por arte de magia.
Las parejas jóvenes quieren todo lo que se les promete en la gran pantalla, ¡y lo quieren ya!
En realidad, esa entrega sin corazas, la confianza y la auténtica intimidad se gana con los años, y por más tiempo que pase, jamás se adquiere el don de la telepatía:
¿Sabe el otro que es ahora cuando tienes ganas? NO.
¿Sabe que estás esperando que te sorprenda? NO.
¿Sabe que deseas que hagáis algo diferente al repertorio de siempre? NO.
La lista de preguntas con respuestas negativas es larga cuando aguardamos a que la persona amada adivine, en un rapto de inspiración, lo que jamás le hemos expresado. Cuando no hemos hecho nada para que sea posible, salvo mantenernos a la espera.
Así que ahí va la primera recomendación:
Jamás comparéis vuestra relación con las que se muestran en el cine, la televisión o la literatura. Ni tampoco os dediquéis a compararla con las de las parejas que conozcáis.
¡Jamás comparéis vuestros polvos con las escenas sexuales que veis en las películas y en la televisión!
Doy por seguro que ya lo descubriste, que sabes que tu relación poco o nada tiene que ver con la de Meg Ryan y el partenaire de turno. Pero, ¿te has parado a pensar lo que eso significa? Significa que hay que encontrar el modo de expresar tus deseos, que debes invertir tus energías en ello en lugar de quejarte de que no te entiende. Significa que tienes que hacer limpieza de creencias persistentes, obstáculos que nos impiden evolucionar, como la de que él es quien tiene que dar el primer paso, puesto que es lo que corresponde al hombre y a ella es a quien le gusta y quien necesita sentirse deseada.
Es probable que, a pesar del tiempo que una pareja lleva unida y de la confianza que supuestamente existe entre uno y otro, ella no se atreva a vestir ropa provocadora (¿qué va a pensar de mí?), ni a pedir algo novedoso como que la ate a los barrotes de la cama (¿qué va a pensar de mí?). Es posible que él no se atreva a pedirle que haga realidad una fantasía con la que se excita a menudo y la invite a masturbarse en su presencia (¿qué va a pensar de mí?).
No sé qué va a pensar de ti, pero tampoco va a llegar a conocerte jamás si continúas en este plan, disfrazándote de la persona que consideras que es su ideal por miedo a frustrarle o asustarle, porque tú mismo te asustas de tus deseos o de tu imaginación. ¿Es esto lo que esperabas de una relación, de la confianza, que nunca puedas ser tú mismo ni te muestres como realmente eres —también en el terreno sexual— ante la persona con quien te has planteado pasar el resto de tu vida?
Las falsas expectativas te juegan malas pasadas, te conducen a fantasías muy poco afrodisíacas, al escenario de «Alguna vez se dará cuenta de qué es lo que necesito que haga o deje de hacer para excitarme». Pero ese lugar no es más que un lodazal donde se hunden tus deseos, donde llegas a anularte, o bien el desierto del que escapas de puntillas en busca de la fuente que necesitas para calmar la sed.
La intensidad y el entusiasmo durante el comienzo del idilio y los sentimientos de los enamorados causan un terrible despiste. El mito cultural, de larga tradición, nos asegura que una gran pasión sexual es una señal que nos indica que, después, llegará el amor y la intimidad, que hemos nacido para estar juntos. Se tiende a confiar en que el deseo permanecerá vivo para toda la vida y, de ese modo, se abandona a su suerte, dando por sentado que ya está concluido el trabajo en el momento en que nos confirman que el nuestro es un amor correspondido. El enamoramiento convierte el sexo en la pareja estable, el deseo y la pasión en algo mitificado: porque estamos enamorados, todo ello va a ser magnífico y para siempre. Los que se aman sellan un contrato, pero se olvidan de que el hecho de firmarlo no exime de su cumplimiento. La decisión de comprometerse no es el final de la seducción. Esto solo acaba de empezar.
¿Tengo que seducir a la persona con quien ya me he comprometido? SÍ. Y ella a ti. ¡Pero cuidado!, no le hagamos ascos a la rutina, porque también ella tiene aspectos que deberíamos valorar como positivos. Nos otorga serenidad, oportunidad para concentrarnos en otros aspectos de la vida cuando tenemos que criar bebés o atender a nuestros mayores enfermos, cuando buscamos un empleo, cuando tenemos que prepararnos para ocupar un nuevo cargo. No siempre es perniciosa