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Soy madre, trabajo y me siento culpable
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Libro electrónico214 páginas3 horas

Soy madre, trabajo y me siento culpable

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Cómo compaginar trabajo y familia
A pesar de los muchos cambios acontecidos en las últimas décadas, las mujeres de hoy aún necesitan hallar el difícil equilibrio entre el entorno profesional y el doméstico, y sacarse de encima el complejo de culpa que las acompaña cuando tienen hijos y trabajan fuera de casa.
A través de las experiencias de diferentes mujeres de todos los ámbitos profesionales y diversas procedencias, este manual ofrece un enfoque práctico sobre la problemática de las madres en el mundo laboral: sus preocupaciones, los obstáculos que aparecen en su camino y las soluciones que han encontrado.
Son mujeres que han decidido tomar las riendas de su propia vida, mientras se ocupan de la buena crianza de sus hijos, que reciben toda la atención y ternura que necesitan.
La periodista Sonsoles Fuentes debutó en la narrativa de no ficción con esta obra que, desde el momento de su publicación, se convirtió en un bestseller. Los permanentes conflictos a los que se enfrentan las madres para conciliar su jornada laboral con el cuidado de los hijos sin que les persiga el sentimiento de culpa atestiguan la vigencia de esta obra a la que ahora pueden acceder las lectoras en edición digital.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 mar 2018
ISBN9781310162909
Soy madre, trabajo y me siento culpable
Autor

Sonsoles Fuentes

Soy española, gaditana por parte de madre y de nacimiento. En Cádiz disfruté de mi primera infancia hasta los nueve años. Después nos trasladamos a Barcelona, en cuyo puerto mi padre ocupó el cargo de patrón de cabotaje. Papá es gallego, así que entre tanta mezcla de genes y cultura, siento que pertenezco a la Tierra de Nadie, y al mundo entero.Me licencié en Ciencias de la Información, aunque mi madre quería que fuese abogada porque le encantaban las películas de juicios. Ella me contagió la pasión por el cine.Después, contra todo pronóstico comencé la carrera profesional en la radio. Mi timidez era de tal magnitud que la vocecilla temblorosa hacía pensar a los oyentes que algo extraño sucedía en el estudio. Años después, cuando ya conducía mi propio programa, me puse a hablar de parejas y de sexualidad, y hasta hoy. Actualmente escribo, siempre que haya hueco, para diversas publicaciones, como el Magazine de La Vanguardia, o las revistas Woman, Man, Glamour y Sexologies. También he colaborado en la sección de sexualidad del programa "La naranja metálica", emitido en Canal 9, y como contertulia en varios espacios televisivos.He publicado más de una decena de obras, entre ellas, el bestseller “Soy madre, trabajo y me siento culpable”, "Chicas malas. Cuando las infieles son ellas", "Él está divorciado", la novela "Como la seda" y varios manuales de sexualidad y relaciones de pareja, como "Sex Confidential. Fantasías eróticas y otros secretos de nuestra vida sexual", “Sedúceme otra vez” o “Inteligencia sexual”.He escrito otras obras de ensayo relacionados con los conflictos familiares y los trastornos a los que nos conducen los ambientes de trabajo intoxicados. Y mis novelas no son, por ahora, de tendencia erótica, salvo que la escena lo exija. La última novela publicada se titula “Alas negras y chocolate amargo”.

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    Vista previa del libro

    Soy madre, trabajo y me siento culpable - Sonsoles Fuentes

    Introducción: Va por vosotras

    Es sábado, mes de julio. Pilar sube a su moto. Está dispuesta a aprender el camino que tendrá que recorrer cada día, de lunes a viernes, cuando vuelva de vacaciones. La multinacional en la que trabaja ha trasladado sus oficinas del centro de Barcelona a un polígono industrial situado en la zona metropolitana. Hasta ahora, Pilar se plantaba en su trabajo en tan sólo diez minutos.

    Por la autovía la cosa se complica. Coches y camiones pasan a demasiada velocidad. Intenta colocarse en un carril donde los otros vehículos no la obliguen a correr; tiene que encontrar la salida correcta. Después de algún que otro susto, llega al polígono. Allí todas las calles parecen iguales: naves industriales por todas partes, no hay nadie a quien consultar una dirección. Continúa dando vueltas; aquello parece un laberinto.

    De repente, comienza a llover. Es una fuerte tormenta de verano. Pilar corre a refugiarse en uno de los portales. Contempla el chaparrón y mira su reloj. Ha pasado casi una hora desde que salió de su casa. Entonces rompe a llorar: «Ya veo lo que me espera a partir de septiembre. Llegaré a casa de mis padres a las tantas. Mi hijo estará ya cenado y se caerá de sueño. No podré ayudarle en los deberes. Estará demasiado cansado y de mal humor para explicarme cómo ha pasado el día. Cuando lleguemos a casa sólo nos quedará tiempo para ponerle el pijama y echarse a dormir».

    Pero ella saldrá adelante. Encontrará la forma más rápida y segura de llegar a la oficina y de regresar a tiempo para compartir con su niño lo que queda del día. Porque, a pesar de estas zancadillas que la vida les pone casi a diario, ella y millones de mujeres más hallan la forma de continuar trabajando sin abandonar lo que más les importa: su familia.

    Ellas son las protagonistas de este libro y a ellas me he dirigido para explicar las aventuras y desventuras de las madres trabajadoras. Son mujeres que, en momentos difíciles, como el que pasó Pilar aquella tarde de verano, dudan de los logros del movimiento feminista, piensan que este tan sólo ha conseguido triplicar su trabajo. Mujeres que en días de crisis existencial hubieran preferido ejercer de florero. Mujeres que tienen que enfrentarse con empresarios que no quieren tener trabajadoras con responsabilidades familiares en su plantilla, con hombres que aún están convencidos de que una mujer embarazada de una niña es un kit de limpieza, con sus propias madres, que no entienden el deseo y la necesidad de sus hijas de trabajar fuera de casa cuando ellas dedicaron toda su vida a cuidarlas, y hasta con sus propios hijos cuando, tan pequeños como son, ya han aprendido a utilizar el chantaje emocional y las hacen sentirse culpables por no dedicarles su tiempo en exclusiva.

    Perfecta y complaciente, así tiene que ser la mujer de hoy en día para que su autoestima no se quede, como cantaría Ismael Serrano, unos puntos por debajo de la de Kafka. Pero tampoco al hombre se lo está poniendo nada fácil la sociedad actual: para ser un chico de hoy en día, nuestro compañero debe ser un profesional de éxito, protector de su familia, competitivo en la empresa, sin dejar de ser tierno, sensible y atento, compresivo con la problemática femenina —descubridor, incluso, de su propio lado femenino—, capaz de proezas en la cama y de mostrarse siempre fuerte e invencible, pero sin ser agresivo; todo ello cuando fue educado para que le trajeran las zapatillas y pasar las noches del sábado viendo el fútbol.

    Esta sociedad nos aprieta las clavijas a todos y la mujer no es su única víctima. Pero sí es verdad que las madres que trabajan fuera de casa arrastran un complejo de culpa que no se percibe en el hombre. Las razones de este complejo han de buscarse, pues, más allá de la falta de solidaridad de los empresarios y de nuestras parejas, o de las exigencias de los más pequeños. Sobre nosotras pesa una cultura milenaria de la que hemos heredado una imagen maternal que choca brutalmente con las expectativas de la mujer actual.

    De modo que aquí estamos. Después de alimentar nuestro intelecto para no escribir en los papeles oficiales «de profesión: sus labores», un día decidimos crear una familia y los ojos nos hacen chiribitas cuando vemos los anuncios de pañales. Pasan los cuatro meses de baja maternal y ocurre lo inevitable: sientes que la vuelta al trabajo es sinónimo de abandono de tu hijo. «¿Soy una buena madre si dejo a mi pequeño en manos de una niñera? ¿Creerá que no le quiero si entra en la guardería al cumplir el año? ¿Le cuidará la canguro o la profesora tan bien como lo haría yo?» Son las preguntas habituales que toda madre se hace.

    Lo cierto es que la introducción de la mujer en el mercado laboral ha supuesto un cambio radical en los roles de los miembros de toda la familia. A ello contribuye también la evolución económica, cultural y política de la sociedad española.

    Si echamos un vistazo a otros tiempos, a la España anterior a los años sesenta, la historia nos recuerda que las mujeres de las familias pobres siempre han trabajado, en las fábricas, en los campos, en el servicio doméstico... Los niños dejaban el colegio a una edad muy temprana para colaborar en los ingresos familiares realizando todos aquellos trabajos que su edad les permitía. No había entonces leyes que lo impidieran.

    Con el crecimiento económico de los años sesenta, los hombres jóvenes obtuvieron mejores condiciones laborales y trabajos mejor remunerados. Esto les permitió dar un gran paso, que les asemejó a los varones de las familias acomodadas: ellos también podían «permitirse el lujo» de mantener a sus mujeres. Y estas mujeres, nuestras madres, que deseaban huir de la precariedad de sus trabajos, aceptaron gustosas el pacto. De los hombres dependía el sustento de toda la familia a cambio de que sus esposas mantuvieran la casa limpia y se encargaran de la educación de sus hijos.

    Se formó así una clase media que pudo ofrecer a sus hijos la educación que esta no pudo permitirse, sin diferencia de sexos. El paso siguiente lo dieron las hijas de estas parejas. Las mujeres nacidas a finales de la década de los cincuenta y en los años sesenta accedieron a la universidad, dándose las condiciones necesarias para que pudieran ocupar puestos de trabajo similares a sus hermanos varones. Por ello somos nosotras las protagonistas del cambio, las mujeres entre treinta y cincuenta años, las que exigimos las mismas posibilidades de ascenso que los varones en la compañía en la que trabajamos. Nuestras madres no habían oído hablar, hasta ahora, de la necesidad de sentirse realizadas, ni podían imaginar que sus hijas se convirtieran algún día en directivas, políticas, científicas o abogadas. Y mucho menos que antepusieran su profesión a los papeles de esposa y madre. Es entonces cuando los miembros de las familias españolas se ven obligados a cambiar sus roles, aunque muchos no lo harán sin oponer resistencia.

    Todas las mujeres a las que he entrevistado han accedido gustosas a compartir conmigo sus experiencias y les alegra que quede plasmada en un libro la problemática de la madre que trabaja. Es evidente que necesitan ser escuchadas. Muchas de ellas están convencidas de que les hubiera sido imposible salir adelante si no hubieran contado con la ayuda de sus padres, suegros, hermanos y parejas; pero, al mismo tiempo, no pueden dejar de creer que el que «todo salga bien» es, por encima de todo, responsabilidad suya. La imposibilidad de llegar a todo les genera graves problemas psicológicos, inestabilidad emocional, frustración, angustia y sufrimiento.

    Las mujeres que han colaborado en este estudio exponen aquí los problemas que afectan a su vida diaria al combinar las funciones de trabajadora, ama de casa y madre; explican las soluciones que encontraron y, de este modo, aconsejan a otras madres que trabajan.

    Las tres primeras protagonistas nos cuentan cómo fueron capaces de escapar de las garras de una sociedad que pretendió obligarlas a desempeñar el papel del «ángel del hogar» y dejarlas Con la pata quebrada... y en casa.

    Analizaremos después la figura de la nueva madre, así como los muchos mitos y leyendas que existen en torno a la maternidad y de qué modo han hecho mella en la mujer actual. ¿Bajo qué disfraces se muestran los mensajes que inducen a la mujer a creer que el instinto maternal es condición sine qua non para que ella sea una mujer completa? ¿Cómo son las veinticuatro horas de la madre que trabaja? ¿Le preocupa la imagen que pueda dar ante los demás (abuelos, compañeros de trabajo, sus propios hijos) cuando decide preocuparse de sus propias necesidades?

    No estará de más echar un vistazo a nuestra propia experiencia como hijas de mujeres que no trabajaban fuera de casa, y comprobar cómo influyeron nuestras madres en la creación del nuevo modelo de mujer. La idealización de nuestra infancia puede jugarnos una mala pasada.

    Como era de esperar la mayoría de las madres insisten en pedir un poco más de comprensión por parte de los empresarios. Pero tenemos la sociedad que nosotros mismos hemos construido y, aunque todo cambia inexorablemente, por ahora hay que conformarse con acomodarse a la situación actual de la mejor manera posible. Eso sí, sin abandonar la lucha por conseguir una ampliación de aquellos derechos que consideramos necesarios para lograr ese auténtico estado de bienestar que todos anhelamos.

    En el capítulo La mujer y los negocios, las protagonistas de este libro narrarán las inquietudes y temores que las invadieron cuando se decidieron a crear una familia en un ambiente laboral donde privan, por encima de todo, los conceptos de competitividad y productividad. Ellas han tenido que convencer a sus superiores de que la crianza de sus hijos no supondría un rendimiento menor en su trabajo, o que cambiar su jornada laboral por otra reducida no sólo supone un beneficio para ella, sino también para la empresa. ¿Qué hacer cuando te quedas embarazada? ¿Cuáles son esas cualidades femeninas que ahora valoran los directores de los departamentos de Recursos Humanos? ¿Cómo puede obtenerse una promoción o un aumento de sueldo?

    Y tras finalizar el horario de trabajo, la vuelta a casa supone para la mayoría de las madres que trabajan el inicio de una segunda jornada laboral. Las que tienen más suerte encuentran en el marido y en los hijos una «ayuda». Pero los componentes de la familia deberían aprender a compartir responsabilidades de forma equitativa, para que el techo que los cobija no sea tan sólo un Dulce hogar... a veces. El objetivo primordial del capítulo dedicado a las tareas del hogar será «aprender a delegar».

    Tampoco he querido dejar de consultar a los más pequeños. Al fin y al cabo, ellos son los partenaires de estas historias y, en muchísimos casos, los reyes de la casa. ¿Cómo son los niños de las madres trabajadoras? ¿Están los problemas de estos niños —trastornos del sueño, actitudes agresivas o de rechazo, el pipí en la cama— relacionados con una falta de dedicación por parte de sus padres? ¿Cómo puedes conseguir que tu hijo se convierta en un individuo autónomo y responsable?

    Y, por fin, el padre, tradicionalmente conocido como el proveedor/cazador de la familia. En su interior se debaten los conflictos generados por el enfrentamiento entre el rol tradicional del hombre y la necesidad de encontrar una nueva identidad masculina más acorde con los tiempos que vivimos. A algunos les encantan los niños; para otros, su hijo es el heredero de su apellido, el que conseguirá llegar hasta donde él no pudo. Los hay adictos al trabajo, excelentes cocineros y amos de casa, hipocondríacos, perfectos cabeza de familia, responsables y hasta vagos de profesión. Papá también existe es un encuentro con aquel que, para bien o para mal, elegimos como compañero. Algunas madres no tienen nada que reprocharle, otras, en cambio, lo consideran la causa principal de todos sus males.

    La mujer que cuenta con el apoyo incondicional de su pareja, tanto en las tareas domésticas como en la crianza de sus hijos, se ve liberada de tensiones, lo que se traduce en una mejora de la relación materno-filial y en una rebaja de los conflictos matrimoniales que afectan habitualmente a otras parejas que aún mantienen roles diferenciados. Según indican los estudios sociológicos más recientes, este cambio de actitud en los varones está íntimamente ligado a la edad y al nivel educativo: cuanto más joven es un hombre y más estudios ha recibido mejor aceptará el reparto equitativo de las tareas domésticas y del cuidado de los hijos. ¿Qué pierde el hombre que no participa en el ejercicio de la maternidad? ¿Qué discurso es el más apropiado para que acepte de forma grata una mayor participación en la educación de los niños?

    ¿Qué me pasa doctor? está dedicado al complejo de culpa de la madre que trabaja, cuyas causas pueden hallarse en los mitos de la maternidad antes comentados, y en uno de los grandes males de la sociedad actual: la falta de tiempo. Estrés, depresión, ansiedad, úlcera de estómago, trastornos digestivos... son las enfermedades de Occidente; en muchos casos no son más —ni menos— que formas de somatizar el complejo de culpa.

    Para muchas mujeres, dejar a sus hijos al cuidado de otras personas durante parte del día es sinónimo de ser una mala madre. Por otro lado, si la atención que le presta a los hijos le impide cumplir con aquellos objetivos profesionales que se había fijado, esta mujer, de forma inconsciente, puede acabar culpabilizando de ello a sus propios hijos con el paso del tiempo, cuando estos ya han crecido y ella se siente innecesaria.

    ¿Otro motivo para sentirse culpable? Llegar a casa agotada y presa de las tensiones laborales, sin ganas ni fuerzas para jugar con los niños, atender a sus deberes escolares y satisfacer sus demandas. Entre todas encontraremos pautas que nos permitan liberarnos de la sobrecarga, la frustración y la ansiedad.

    Depresión y ansiedad. Dos enfermedades que afectan al doble de mujeres que de hombres. Médicos y psiquiatras buscan aún sus causas, pero ya apuntan una mezcla de factores genéticos y hormonales con otros de origen psicosocial que provocan en la mujer un bajo nivel de autoestima. En todo ello han tenido mucho que ver las condiciones históricas, el deseo de ofrecer una imagen marcada por nuestra sociedad, la necesidad de controlarlo todo, la pérdida de la identidad personal, la discriminación social y cultural del sexo femenino, la importancia dada a nuestro físico..., todo ello hace que la mujer sea más vulnerable a estas enfermedades. Por ello, he considerado necesaria la búsqueda de sus síntomas, para hallar después algunos cambios de conducta que permitan paliarlos, así como fórmulas de prevención.

    Patologías, conflictos y contrariedades que pueden hacer tambalear el bienestar y la felicidad de la pareja, al anteponer siempre otros problemas al cuidado y atención que toda relación matrimonial necesita. Mujeres y hombres explicarán en el capítulo dedicado a La pareja, cómo cambiaron sus vidas con el nacimiento de los niños. ¿Se siente el hombre rechazado o excluido de la familia ante el estrecho lazo que une a la madre y al hijo? ¿Intentan los niños acaparar a uno de sus progenitores para sí, apartándolo del otro? ¿Cómo se mantienen los momentos de intimidad en la pareja cuando la casa se llena de bebés, pañales y biberones? La aceleración con la que vivimos hoy en día hace que demos prioridad a ciertos aspectos de nuestra vida, dejando en un segundo plano otros aspectos igualmente importantes, como nuestras relaciones sentimentales.

    Actualmente son millones de niños en todo el mundo los que se crían con uno solo de sus padres. En la mayoría de los casos se debe al divorcio, en otros al fallecimiento de uno de los progenitores y en otros a la imposibilidad o negativa a casarse. En la mayoría de los casos son las madres las que cuidan de estos niños. Algunas de estas páginas (el capítulo Mejor solas...) prestan una especial atención a estas mujeres que llevan esta triple tarea en solitario. Es un caso frecuente el de la mujer que comienza a trabajar cuando percibe que su matrimonio se tambalea, o cuando es abandonada por el marido. Para estas mujeres es especialmente difícil reciclarse en el ámbito laboral. Hace tiempo que abandonaron sus estudios y las exigencias de las empresas se han triplicado

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